Viernes, 22 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Enseñanza y educación

Se enseña con la palabra, se educa con la vida. Para enseñar hay que saber algo, para educar hay que saber vivir. El derecho para enseñar lo da un título, el derecho para educar está implícito en la condición de padre o de madre.

José Javier Orengo

Enseñanza y educación son hoy dos palabras que se utilizan indistintamente para referir lo mismo. Pero, por más que lo intento, no consigo darles el mismo significado.

Tengo para mí que enseñar es distinto a educar. Se enseña al que no sabe y se educa a cualquiera. Lo primero está relacionado con el aprendizaje de un oficio o de un saber de tipo intelectual; lo segundo, en cambio, guarda relación con ese llegar a ser lo que uno debiera ser. La enseñanza tiene que ver con los saberes prácticos, aunque estos sean de tipo intelectual como he dicho; la educación hace relación al ser. La primera, es una actividad limitada por el contenido y la capacidad del que aprende. La segunda es finura de espíritu y, en cuanto tal, ilimitada para el que se la proponga como tarea. Se enseña con la palabra, se educa con la vida. Para enseñar hay que saber algo, para educar hay que saber vivir. El derecho para enseñar lo da un título, el derecho para educar está implícito en la condición de padre o de madre.

El Estado realiza una tarea elogiable al promover una enseñanza básica para todos los jóvenes, pero traspasa los límites de sus funciones –cometiendo abuso de poder- cuando se erige como educador de aquellos en detrimento del derecho fundamental que tienen los padres. Y aunque sea una realidad –triste realidad- que haya padres que no educan, no es motivo suficiente para apropiarse del derecho de educar a los hijos de quienes sí lo hacen. Que haya padres que no eduquen es un problema que el Estado debe intentar resolver, pero la solución no puede consistir en quitar un derecho fundamental al resto de padres y madres.

Es cierto que, a veces, la frontera que separa la educación de la enseñanza (o instrucción) es tan tenue que resulta difícil distinguir hasta para el que se ha propuesto llevar a cabo tal separación. El profesor Víctor García Hoz hablaba de pedagogía invisible y nosotros podríamos hablar de educación invisible para designar a aquella que se da sin propósito de darla. Hasta llegar al límite de que cualquiera educa aun sin proponérselo. Y en esta línea, Maritain decía que, aun no habiendo una matemática cristiana, el maestro que esté animado por una sabiduría cristiana despertará en el estudiante -sin necesidad de palabras- algo que trasciende las matemáticas y cuya raíz primera está en el Intelecto divino. Ideas estas que muestran la dificultad para separar la educación de la enseñanza (o instrucción) y que inducen a preguntarnos: si esto pasa cuando nos proponemos tal separación, ¿qué será cuando no la hagamos?

Mas la cuestión es otra; pero, ¿qué digo?, no hay tal cuestión. Hay un hecho. El hecho de que un Gobierno ha intentado educar a los jóvenes en una determinada dirección haciendo caso omiso de la que pretenden sus padres e, incluso, contradiciendo a éstos. Y aun salvando la buena intención de ese Gobierno Estatal, el hecho es grave porque el fin no justifica los medios. Al hacerlo, se ha arrogado un derecho que no le compete, a la vez que ha dejado de desempeñar el propio: ser garante de que ese derecho sea efectivo para el que lo ostenta.

No obstante, hay que reconocer que son muchas las familias a las que ha pasado desapercibida esta intromisión, que es también usurpación. Y que, además, algunas de ellas –muchas, por cierto- han convertido dicha intromisión en el estandarte de lo que comúnmente llamamos enseñanza pública. Sin advertir que esa materia, que toman como bandera de sus ideas, es también de uso obligado en las otras enseñanzas, sean concertadas o privadas. Así como a otros jóvenes que, estudiando en la pública, no comparten esas ideas.

De modo que el pensamiento de unos se impone sobre el de otros, hasta el punto de que es aquél el que se presenta como correcto. Cayendo así en el pensamiento único, base de todo totalitarismo. El que no piense igual que nosotros debe ser reeducado –dirán- o descalificado y apartado de cualquier responsabilidad pública. Por el contrario, algunos estilos de vida, los que vienen reflejados en la materia de Religión, forman parte de la optatividad del sistema educativo. Y si bien esto último nos parece justo, por la misma razón debe parecernos injusta la imposición de ese confesionalismo estatal que se pretendía y que aún hoy defienden con dientes los que no entienden de libertad de pensamiento.

Me dirán que el nuevo Gobierno ya ha decidido que desaparezca la Educación para la ciudadanía, materia con la que se pretendía imponer una determinada ideología, una cuadriculada y dogmática manera de pensar, pero permítanme que humildemente les replique diciendo que no es suficiente. Pensaba que, al fin, podíamos acabar con este tipo de materias, pero con la nueva materia que se plantean se abre una puerta para mantener el adoctrinamiento, además de que no es necesaria pues todo lo relativo a la Constitución española ya se imparte en las materias de Ciencias Sociales e Historia.

En definitiva, creo que los Gobiernos cometen un error al introducir en la enseñanza básica materias ajenas a las disciplinas humanísticas o científicas clásicas. Error que proviene de confundir la educación con la enseñanza (o instrucción). Nuestros jóvenes tienen más necesidad de lectura comprensiva, que les permitirá entender para reflexionar con posterioridad, que de tanta información coyuntural. Como contrapartida, las familias no deben esperar que los Colegios o Institutos realicen la tarea que a ellas les está asignada.
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