Viernes, 22 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Aplicación del modelo EFQM a los centros educativos

En la actual situación de emergencia educativa en la que nos encontramos el modelo EFQM puede abrir un nuevo horizonte, pues persigue integrar una gran cantidad de factores a partir de la fecunda imbricación entre liderazgo-misión-visión-valores del centro.

Manuel Benayas

La Fundación Europea para la Gestión de Calidad (EFQM), fue creada en 1988 por los presidentes de 14 importantes compañías europeas, bajo los auspicios de la Comisión Europea. El 21 de abril de 1999 se anunció la última versión, que se adaptó para su aplicación a los centros educativos en el año 2001.

Sus fundamentos, centrados en un principio Humanista, de Liderazgo, Autoevaluación, Mejora Continua y Calidad Total permiten considerar las instituciones educativas de manera global en la medida en que integran la gestión directiva, administrativa, pedagógica y comunitaria y agrupa sus procesos de gestión en los nueve criterios que lo conforman.

Estos últimos se dividen en dos grandes bloques: Agentes y Resultados. Los primeros, se refieren a cómo y con qué medios logra la institución sus resultados y los segundos miden la eficiencia y eficacia del servicio educativo, respectivamente, permitiéndole de esta forma posicionarse como excelente en la oferta educativa dentro de un ambiente de innovación y aprendizaje.

Criterios Agentes: Liderazgo, Estrategia y Planificación, Gestión del Personal, Impacto Social, Recursos y Procesos.

Criterios Resultados: Satisfacción de Clientes, Satisfacción del Personal, Impacto Social y Resultados de la institución.

El rasgo más sobresaliente del modelo EFQM es la importancia que concede al núcleo relacional configurado por la responsabilidad personal, la misión, visión y valores de una comunidad educativa. La existencia de este núcleo distingue a este modelo respecto de los modelos educativos y pedagógicos desarrollados en España a partir de la mitad de los años 80, y sobre todo a partir de la LOGSE. Esta ley orgánica estaba marcada por una concepción antropológica optimista, muy cercana al “buen salvaje” de Rouseau. El optimismo ingenuo que destilaba dicha ley (sustentado en la autonomía moral del individuo) creía poder alcanzar un objetivo principal: garantizar la titulación generalizada de toda la ciudadanía a los 16 años. Para ello había que emplear dos herramientas fundamentales: la planificación del proceso de enseñanza-aprendizaje y la participación democrática.

Esta fría racionalidad no consiguió los resultados esperados, de ahí que con la LOE se persiguiera dar una mayor calidez a los aprendizajes mediante la introducción de un nuevo concepto pedagógico: “las competencias”. De entre ellas, la “competencia emocional” pretendía incidir en el desarrollo del conocimiento afectivo para, así, mejorar las relaciones interpersonales y comunitarias. Sin embargo, la anegante cosmovisión relativista que soportaba esta ley unida a la ideología de género (ambas puestas de manifiesto en asignaturas como “Educación para la Ciudadanía” o “Ciencias para el mundo contemporáneo”) convertían las innovaciones pedagógicas en un mero fomento de la adherencia sentimental con fines adoctrinadores.

En la actual situación de emergencia educativa en la que nos encontramos el modelo EFQM puede abrir un nuevo horizonte, pues persigue integrar una gran cantidad de factores a partir de la fecunda imbricación entre liderazgo-misión-visión-valores del centro. Este núcleo dinamizador está llamado a ser el campo de juego o ámbito nutricio en el que se deben desplegar las relaciones personales y laborales. Sin embargo, para que este campo de juego sea verdaderamente creativo, debemos ser capaces de responder algunas preguntas:
  • ¿Cómo deben articularse los criterios y subcriterios del modelo para conseguir un alto grado de excelencia formativa y ética?
  • ¿Cómo se pueden integrar los valores más acendradamente humanos en el proyecto educativo del centro, de forma que no queden estérilmente inventariados en un código de buena conducta?
  • ¿Es posible conciliar la competitividad de este modelo con el respeto a la dignidad de los trabajadores?
  • ¿Cómo podemos superar por elevación el esquema monodireccional que relaciona la obtención del “sello de calidad” con la consecución de unos logros objetivos, en el sentido de medibles, verificables y contrastables?
Una forma de no sucumbir a los dilemas es desarrollar una inteligencia de largo alcance, relacional y profunda, que sepa acercarse al campo irradiante de los valores. Éstos no se manifiestan a la simple mirada, como pasa con los objetos. Se dan a conocer únicamente a las personas que son capaces de participar en ellos. Los valores brotan en la relación viva y comprometida del hombre con las realidades de su entorno, de esta manera creamos una auténtica cultura de empresa. Ésta tiene como meta la creación de estructuras laborales e intelectuales que permiten una acendrada unidad con lo real, superior a la unidad fusional que tiene el animal. El mejor proyecto educativo es aquel que conduce a los hombres a descubrir el sentido profundo de la vida y fomenta modos de experiencia que permiten vivir en plenitud. Cuando nos relacionamos de forma no creativa sino dominadora con las realidades del entorno, éstas se hallan fuera de nosotros y son distintas, distantes, externas, extrañas, a veces hostiles. Si cambiamos nuestra actitud y establecemos vínculos amistosos con tales realidades, dejan de sernos distantes, externas y extrañas para hacerse íntimas sin dejar de ser distintas. Al ganar esa intimidad, fundamos entre nosotros una relación de encuentro, un campo de juego creador en el cual desarrollamos nuestros seres respectivos y nos volvemos plenamente libres, lúcidos, abiertos a ideales elevados. El inmenso bien y belleza de la vida comunitaria, de encuentro interpersonal, de fundación generosa de modos elevados de unidad es el mejor antídoto contra la manipulación, y por lo tanto constituye el mejor legado que podemos dejar a las generaciones venideras.
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