Martes, 05 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

A la excelencia académica a través de la excelencia humana

¿Quién tiene más posibilidad de fracaso en sus estudios posteriores?, ¿quién estará mejor preparado para enfrentarse a una vida profesional y familiar?, a la postre, ¿quién estará mejor preparado para ser feliz?

Juan Carlos Corvera

Bilingüismo, ránkings educativos, excelencia, sellos de calidad… son cada año los reclamos más habituales de los colegios para captar clientes, quiero decir… padres. Todos los negocios se adaptan y se orientan a lo que sus potenciales compradores desean, todos intentan ofrecer en su sector lo que el gran público solicita, esa es una máxima empresarial. Es evidente que un colegio privado o privado concertado, necesita una viabilidad económica para poder seguir abriendo sus puertas cada día. En ese sentido se comprende perfectamente este mensaje que ofrecen los centros en sus campañas de matriculación porque con él saben que captan la atención de los sufridos padres en busca de un colegio para sus hijos y hacen así viables sus proyectos.
           
A los de mi generación, los de las últimas décadas de la EGB, ahora en plena etapa escolar de nuestros vástagos, nos ha tocado vivir la época en la que la carrera universitaria era absolutamente imprescindible para “ser alguien en la vida” y si no valías… a hacer FP. ¡Craso error!, pero sobre eso ya volveremos otro día. Una vez terminada la carrera supimos que sin uno o dos Master de postgrado no tenías nada y acabamos cayendo en la cuenta de que además era preciso añadir dos o tres idiomas.
           
Con esa experiencia en nuestro subconsciente es con la que nos lanzamos al desconocido mundo escolar a buscar colegio para nuestros hijos y en esa lógica pedimos a los centros todas esa “marcas” de excelencia académica como garantía de éxito futuro. Los centros lo saben y se ocupan en exhibirlas. “Fíjate, 89 puntos de 100, el número 5 de la provincia según el ranking de El Mundo, Premio Madrid Excelente, bilingüe y varios sellos de calidad internacionales”. Típico comentario hacia nuestro cónyuge cuando abordamos las comparativas de uno y otro colegio.
           
No estoy tan seguro que estemos acertando… Cuando oigo a mis amigos que después de trabajar pasan tres horas con sus hijos todos los días haciendo deberes me da por pensar que el mérito del “ránking” del colegio deberían dárselo a esos esforzadísimos padres y no al centro, o cuando menos compartirlo.
           
Es cierto que nos ha tocado la época de la formación pero también recuerdo cómo de niños al salir del colegio, tras merendar un “bocata de nocilla” y hacer alguna tarea pendiente, salíamos a jugar a la calle con nuestros hermanos y amigos. Algo imposible hoy día, no solo por el ambiente que hay en la calle sino sobre todo por la sobrecarga de deberes, extraescolares, academias y deportes que tienen nuestros hijos, por no hablar de los tipos de juegos que ahora tienen. El más popular para ellos es un niño moviendo vertiginosamente los dedos por encima de un teclado y otros cuatro o cinco, en función del tamaño de sus cabezas, alrededor mirando la pantalla LCD de donde salen los únicos sonidos que se oyen en el grupo.
           
¿No estamos perdiendo un poco el oremus? El colegio tiene la misión fundamental de acompañamiento a las familias en la educación de los niños, en la educación, no sólo en el aprendizaje de conocimientos que es muchísimo más limitado y me atrevería a decir menos importante a la larga. El colegio debe preparar al niño para que cuando termine su etapa escolar y se enfrente a las elecciones de los estudios superiores, tenga los conocimientos precisos, la base necesaria para poder hacer la carrera que desee sin mayores dificultades. Pero donde realmente debe ser excelente un colegio, repito, un colegio, es en la formación humana de esa “personita” que llega con tres años o menos y que estará allí despierto más horas que con sus padres.
           
Háganse rankings de la calidad humana de los maestros y profesores, de sus índices de vocación educativa, de las cotas de amor que son capaces de verter en sus alumnos, mis hijos, para ayudarles a crecer como personas, como hombres y mujeres que nuestros abuelos, sin tantos estudios, llamaban “de provecho”.
           
Tenemos que pedirles a los colegios, muy especialmente en la educación infantil y en primaria un verdadero trabajo educativo. Una educación que fomente en los niños todos los hábitos buenos para desarrollar en su “modus vivendi” las virtudes humanas como camino seguro hacia su madurez, su equilibrio y su felicidad. Debemos decidir si preferimos tener un Einstein soberbio, egoísta, injusto e inmaduro o una persona suficientemente preparada académicamente para enfrentarse a una vida universitaria posterior que en los años escolares ha construido sobre la roca de las virtudes los cimientos de su propia persona. ¿Quién tiene más posibilidad de fracaso en sus estudios posteriores?, ¿quién estará mejor preparado para enfrentarse a una vida profesional y familiar?, a la postre, ¿quién estará mejor preparado para ser feliz?
 
Juan Carlos Corvera
Empresario. Fundador y Presidente de Educatio Servanda.
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