Este joven madrileño, hoy sacerdote, relata aquel encuentro que le cambió la vida
Delincuencia, drogas, casi suicidio...: ¿se puede cambiar de vida en un día? El padre Pachús lo hizo
Ramón Mirada, conocido por todos como el Padre Pachús, es un sacerdote diocesano de la Diócesis de Getafe, que desde hace casi 7 años desarrolla su labor en la parroquia de la Inmaculada de Alcorcón.
Su camino hasta el sacerdocio no fue nada sencillo, pues antes renegó de Dios de una manera tan beligerante que le llevó a una rebeldía extrema, a la delincuencia, al consumo de drogas e incluso a la blasfemia, rompiendo y miccionando sobre un crucifijo. Incluso intentó suicidarse.
Una actitud que surgió en su infancia
Como otros muchos conversos fue al tocar fondo y gracias a la fe inquebrantable de su madre cuando decidió agarrarse a la única mano que seguía tendida, la de Dios. Y fue en la Iglesia donde descubrió un amor que él creía que no existía. Se confesó, comulgó y desde entonces no ha faltado un solo día a la Eucaristía.
En una entrevista en Mater Mundi TV, el padre Pachús relata que los problemas en él empezaron desde que era un niño. Tenía otros tres hermanos, pero en vez de verlos como un don para él eran una desgracia, pues Ramón pensaba que era Dios le había creado mal. Ellos eran todo lo que él no era: inteligentes, buenos deportistas, sociables…
Sin ilusión en su Comunión
Esto le hizo aislarse y tener pocos amigos. Pero al colegio llegó otro niño, con grandes problemas familiares, y se aprovechó de él, lo que le hizo encerrarse aún más. “Yo en mi comunión no tenía ilusión. O Dios no existía o era un traidor. Y empezó en mí una etapa muy egoísta".
Comenzó a moverse en el mundo del hip hop, y sus estudios seguían yendo fatal. Por ello, sus padres decidieron cambiarle de colegio y llevarle a uno religioso. Ahí Ramón explotó. “Duré tres meses, por dos razones. Una, porque era religioso y me reventaba. Y dos, porque era un colegio de pijos, todo lo contrario a lo que quería ser”, afirma.
Quemar el colegio con gasolina
No se relacionaba con los compañeros, empezó a fumar y a rodearse de malas compañías. Sus padres se convirtieron para él en sus grandes enemigos. Entonces llegó su bajada a los infiernos. Cuenta Ramón que “hubo un día que odiaba tanto que se me fue la cabeza, cogí un bidón de gasolina y prendí el pasillo del colegio. No quemé el edificio pero casi, tuvieron que venir los bomberos”. En ese periodo, también había robado todos los ahorros a un compañero del colegio.
No podía seguir en aquel centro. Entonces, sus padres pensaron que en un reformatorio de Sigüenza, Guadalajara. “El internado me sirvió para empeorar. Me acabaron echando también. Era un peligro vivir, se veían pistolas, navajas, cocaína, heroína…”, relata este sacerdote.
La bajada a los infiernos en el internado
Para él, era una “situación que me superaba por todas partes. No tenían piedad conmigo y fueron a por mí. Cada noche al final era una lucha para intentar que no abusaran de mí. Allí perdí toda la inocencia que tenía. Y entonces, una de dos, o dejaba que me destruyeran o me tenía que hacer peor que ellos. Y elegí la segunda”.
Ramón llegó a este punto a través de las drogas, pese a que apenas estaba empezando la adolescencia. Era, en su opinión, “el camino más sencillo, y también el más fácil para destruir la vida. Da dinero, traficar con ellos me daba mucho dinero y mucho prestigio. No te das cuenta de que te empiezas a enganchar”.
Drogas, delincuencia, Policía...
Este sacerdote cuenta a los jóvenes de su parroquia esta experiencia con la droga, cómo ha enterrado a varios amigos por sobredosis, y cómo “es una rueda que está en cuesta hacia abajo, y no va a parar. En mi caso fue así”.
Su descenso a los infiernos continuó. Intentaron echarle del colegio, fue detenido por la Policía por realizar grafitis en un tren, le pillaron con droga… Al final tuvo que dejar el internado y volver a Madrid. Pero le volvieron a coger con drogas y también le expulsaron.
El intento de suicidio
“Tanto fracaso escolar, cuatro colegios, no había visto a nadie que me quisiera, porque yo era ciego para ver el amor de mis padres. Tenía 16 años, y de repente, me preguntaba, ¿esto es la vida? ¿Para qué seguir? La idea no me abandonaba (…). Y me intenté suicidar”.
Sin embargo, “dos ángeles”, sus padres, lo impidieron. Pachús recuerda que sus “padres rezaron, hicieron penitencia y mi madre viéndome tan incompleto se me tiró de rodillas y me pidió que fuéramos a una parroquia”. Ya sin nada que perder decidió ir.
El encuentro radical con Cristo
Llegó a la parroquia y llegó la primera sorpresa. El párroco le recibió feliz y sonriente. Hasta ese momento, los sacerdotes eran para él horribles, en el internado habían pegado a curas e incluso habían roto crucifijos delante de ellos…
“Sólo esta actitud del sacerdote ya me cambió. Dios se sirvió de esto. ‘¿Quién eres?’ Soy Pachús… y me dio un abrazo. Nadie me había dado un abrazo en mi vida. En ese momento rompí a llorar y empezó a escucharme. Le conté todo y fue la primera persona a la que no mentí. Me quité el disfraz. Me sorprendió su mirada. No fue una mirada de juicio como me había prometido el demonio, fue la mirada de Dios, me dejó descolocado”, explica Ramón.
No ha dejado de comulgar ni un solo día
Cuando terminó de contarle todo el mal que había hecho, este sacerdote le volvió a sorprende: ‘¿Y qué?’, le espetó a este joven. Y completó la frase: ‘más grande es la misericordia de Dios’.
De aquel momento recuerda que “la gratitud a Dios me hizo explotar. ¿El cielo es para mí? Entonces entendí quien era Dios. En esa misma confesión entendí que Dios era mi padre”.
Su vida no cambió de manera progresiva. Fue un cambio radical. Había descubierto algo nuevo y no quería que nadie ni nada se lo arrebatara. “Quería estar como una lapa con Jesús. Empecé a ir a misa todos los días. Desde entonces he comulgado todos los días de mi vida”.
Una vocación imposible que se hizo posible
Dejó todas las malas amistades que tenía y su ambiente pasó a ser el de la parroquia. Afirma que “me iba enamorando y enamorando de Jesús, y el cura veía vocación en mí, pero yo lo veía imposible”.
Hasta que finalmente un día tuvo claro que Dios le llamaba. Se lo dijo a sus padres, que no paraban de llorar de la emoción. Habían visto a su hijo muerto en vida y ahora le veían como una nueva criatura. Y pese a que los años del seminario no fueron fáciles debido a los estudios y a que se sentía indigno para este ministerio, finalmente se ordenó y tocó el cielo al poder celebrar la misa.
Ahora es un activo sacerdote, con gran tirón entre los jóvenes y muy activo en la evangelización. Es un hombre nuevo.
Su camino hasta el sacerdocio no fue nada sencillo, pues antes renegó de Dios de una manera tan beligerante que le llevó a una rebeldía extrema, a la delincuencia, al consumo de drogas e incluso a la blasfemia, rompiendo y miccionando sobre un crucifijo. Incluso intentó suicidarse.
Una actitud que surgió en su infancia
Como otros muchos conversos fue al tocar fondo y gracias a la fe inquebrantable de su madre cuando decidió agarrarse a la única mano que seguía tendida, la de Dios. Y fue en la Iglesia donde descubrió un amor que él creía que no existía. Se confesó, comulgó y desde entonces no ha faltado un solo día a la Eucaristía.
En una entrevista en Mater Mundi TV, el padre Pachús relata que los problemas en él empezaron desde que era un niño. Tenía otros tres hermanos, pero en vez de verlos como un don para él eran una desgracia, pues Ramón pensaba que era Dios le había creado mal. Ellos eran todo lo que él no era: inteligentes, buenos deportistas, sociables…
Sin ilusión en su Comunión
Esto le hizo aislarse y tener pocos amigos. Pero al colegio llegó otro niño, con grandes problemas familiares, y se aprovechó de él, lo que le hizo encerrarse aún más. “Yo en mi comunión no tenía ilusión. O Dios no existía o era un traidor. Y empezó en mí una etapa muy egoísta".
Comenzó a moverse en el mundo del hip hop, y sus estudios seguían yendo fatal. Por ello, sus padres decidieron cambiarle de colegio y llevarle a uno religioso. Ahí Ramón explotó. “Duré tres meses, por dos razones. Una, porque era religioso y me reventaba. Y dos, porque era un colegio de pijos, todo lo contrario a lo que quería ser”, afirma.
Quemar el colegio con gasolina
No se relacionaba con los compañeros, empezó a fumar y a rodearse de malas compañías. Sus padres se convirtieron para él en sus grandes enemigos. Entonces llegó su bajada a los infiernos. Cuenta Ramón que “hubo un día que odiaba tanto que se me fue la cabeza, cogí un bidón de gasolina y prendí el pasillo del colegio. No quemé el edificio pero casi, tuvieron que venir los bomberos”. En ese periodo, también había robado todos los ahorros a un compañero del colegio.
No podía seguir en aquel centro. Entonces, sus padres pensaron que en un reformatorio de Sigüenza, Guadalajara. “El internado me sirvió para empeorar. Me acabaron echando también. Era un peligro vivir, se veían pistolas, navajas, cocaína, heroína…”, relata este sacerdote.
La bajada a los infiernos en el internado
Para él, era una “situación que me superaba por todas partes. No tenían piedad conmigo y fueron a por mí. Cada noche al final era una lucha para intentar que no abusaran de mí. Allí perdí toda la inocencia que tenía. Y entonces, una de dos, o dejaba que me destruyeran o me tenía que hacer peor que ellos. Y elegí la segunda”.
Ramón llegó a este punto a través de las drogas, pese a que apenas estaba empezando la adolescencia. Era, en su opinión, “el camino más sencillo, y también el más fácil para destruir la vida. Da dinero, traficar con ellos me daba mucho dinero y mucho prestigio. No te das cuenta de que te empiezas a enganchar”.
Drogas, delincuencia, Policía...
Este sacerdote cuenta a los jóvenes de su parroquia esta experiencia con la droga, cómo ha enterrado a varios amigos por sobredosis, y cómo “es una rueda que está en cuesta hacia abajo, y no va a parar. En mi caso fue así”.
Su descenso a los infiernos continuó. Intentaron echarle del colegio, fue detenido por la Policía por realizar grafitis en un tren, le pillaron con droga… Al final tuvo que dejar el internado y volver a Madrid. Pero le volvieron a coger con drogas y también le expulsaron.
El intento de suicidio
“Tanto fracaso escolar, cuatro colegios, no había visto a nadie que me quisiera, porque yo era ciego para ver el amor de mis padres. Tenía 16 años, y de repente, me preguntaba, ¿esto es la vida? ¿Para qué seguir? La idea no me abandonaba (…). Y me intenté suicidar”.
Sin embargo, “dos ángeles”, sus padres, lo impidieron. Pachús recuerda que sus “padres rezaron, hicieron penitencia y mi madre viéndome tan incompleto se me tiró de rodillas y me pidió que fuéramos a una parroquia”. Ya sin nada que perder decidió ir.
El encuentro radical con Cristo
Llegó a la parroquia y llegó la primera sorpresa. El párroco le recibió feliz y sonriente. Hasta ese momento, los sacerdotes eran para él horribles, en el internado habían pegado a curas e incluso habían roto crucifijos delante de ellos…
“Sólo esta actitud del sacerdote ya me cambió. Dios se sirvió de esto. ‘¿Quién eres?’ Soy Pachús… y me dio un abrazo. Nadie me había dado un abrazo en mi vida. En ese momento rompí a llorar y empezó a escucharme. Le conté todo y fue la primera persona a la que no mentí. Me quité el disfraz. Me sorprendió su mirada. No fue una mirada de juicio como me había prometido el demonio, fue la mirada de Dios, me dejó descolocado”, explica Ramón.
No ha dejado de comulgar ni un solo día
Cuando terminó de contarle todo el mal que había hecho, este sacerdote le volvió a sorprende: ‘¿Y qué?’, le espetó a este joven. Y completó la frase: ‘más grande es la misericordia de Dios’.
De aquel momento recuerda que “la gratitud a Dios me hizo explotar. ¿El cielo es para mí? Entonces entendí quien era Dios. En esa misma confesión entendí que Dios era mi padre”.
Su vida no cambió de manera progresiva. Fue un cambio radical. Había descubierto algo nuevo y no quería que nadie ni nada se lo arrebatara. “Quería estar como una lapa con Jesús. Empecé a ir a misa todos los días. Desde entonces he comulgado todos los días de mi vida”.
Una vocación imposible que se hizo posible
Dejó todas las malas amistades que tenía y su ambiente pasó a ser el de la parroquia. Afirma que “me iba enamorando y enamorando de Jesús, y el cura veía vocación en mí, pero yo lo veía imposible”.
Hasta que finalmente un día tuvo claro que Dios le llamaba. Se lo dijo a sus padres, que no paraban de llorar de la emoción. Habían visto a su hijo muerto en vida y ahora le veían como una nueva criatura. Y pese a que los años del seminario no fueron fáciles debido a los estudios y a que se sentía indigno para este ministerio, finalmente se ordenó y tocó el cielo al poder celebrar la misa.
Ahora es un activo sacerdote, con gran tirón entre los jóvenes y muy activo en la evangelización. Es un hombre nuevo.
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