Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

El director italiano, homosexual y creyente, falleció el sábado

Zeffirelli, el hombre que encontró un rostro para Jesús que ni Jim Caviezel ha podido hacer olvidar

Zeffirelli, el hombre que encontró un rostro para Jesús que ni Jim Caviezel ha podido hacer olvidar
Robert Powell tenía 33 años cuando interpretó el gran papel de su carrera.

ReL

Este sábado falleció, a los 96 años de edad, el florentino Franco Zeffirelli, uno de los grandes genios del cine, el teatro y la televisión en la Italia de la segunda mitad del siglo XX. Católico y políticamente conservador, vivió su homosexualidad con discreción, rechazando explícitamente la militancia gay. Dos de sus grandes obras fueron religiosas: Hermano Sol, hermana Luna (1972), sobre San Francisco de Asís, y la película para televisión Jesús de Nazaret (1977).

En esta última toma pie el escritor Rino Cammilleri para una apreciación general sobre Zeffirelli publicada en La Nuova Bussola Quotidiana:

Franco Zeffirelli fue senador con Forza Italia, el partido de Silvio Berlusconi, entre 1994 y 2001, como expresión de su compromiso político anticomunista.

Zeffirelli, el católico estético que nos regaló "el rostro"

Una noche, cenando en un restaurante italiano, el director polaco Krystzsof Zanussi me comentó su opinión sobre el Kolossal [colosal] zeffirelliano Jesús de Nazaret: “Verás”, me dijo, “cuando contemplas una estampa o un cuadro sagrado, comprendes enseguida que la imagen remite a Algo Distinto. Pero si ves a Jesús en una película, ese a quien ves es, para ti, Él”. Comprendí enseguida por qué, en las películas de Hollywood hasta Ben Hur incluida, Cristo siempre se había mostrado o de espaldas o de lejos, tan lejos que resultaba imposible apreciar sus rasgos.

El encuentro entre Juda Ben Hur y Jesucristo, en la película dirigida por William Wyler en 1959.

El encanto se rompió en 1961 con el Rey de reyes de Nicholas Ray, donde un guapísimo Jeffrey Hunter situaba el rostro de Jesús en primer plano. Pero el suyo era un rostro “americano”, rubio y con los ojos azules, y al final el resultado era una especie de profeta menor, no el Hijo de Dios.

Jeffrey Hunter en Rey de Reyes.

También lo intentó, como es bien conocido, Pasolini con su El Evangelio según Mateo.

El español Enrique Irazoqui fue Jesucristo en el discutido film de 1964 rodado por Pier Paolo Pasolini.

Luego vino La historia más grande jamás contada, donde Max von Sydow encarnaba a un Cristo más hierático.

Max von Sydow, en la película de George Stevens en 1965.

En ese momento fue Zeffirelli quien tomó las riendas de la situación y encontró al actor inglés Robert Powell, un rostro-de-Cristo aún no superado hasta hoy: ni siquiera Jim Caviezel en La Pasión era tan “parecido”.

Robert Powell, el Jesús de Nazaret de Zeffirelli. Tenía 33 años cuando rodó la película. Fue el primer y mejor papel de su carrera.

El Cristo de Zeffirelli impactó de tal manera el imaginario colectivo que todavía hoy es frecuente encontrar estampas o folletos de misa cuyos dibujos copian descaradamente aquel Jesús de 1977. El enorme sentido estético de Zeffirelli se derramó, en aquella obra ya lejana, en todos los detalles, tanto que todos los rostros, desde la Virgen a San Pedro, resultaban acertadísimos, incluso el expeditivo soldado Pilato (Rod Steiger).

Robert Powell y Franco Zeffirelli, durante el rodaje de Jesús de Nazaret.

En mi opinión, Zeffirelli alcanzó la cima de su arte en aquella obra. Obra que, también a mi parecer, no habría podido hacer con esa pericia si no hubiese sido él mismo un creyente.

Y no es casualidad que las dos mejores películas sobre la cuestión hayan sido la suya y la de Mel Gibson, es decir, dos directores creyentes. Creyentes a su modo, cierto, pero en estos tiempos no se puede pretender más de un artista. La época de Fra Angelico, ¡ay!, ya pasó.

Mel Gibson y Jim Caviezel durante el rodaje de La Pasión.

Gibson, más atormentado, sexual y alcohólicamente excesivo. Zeffirelli, homosexual pero discreto, un auténtico señor alejado de los escándalos y de las vulgaridades de la ideología. Un caso paralelo al de los estilistas Dolce & Gabbana, homosexuales pero católicos y respetuosos con la doctrina de la Iglesia, al menos hasta que el gay-system internacional les amenazó el bolsillo, obligándoles a plegarse a lo gaymente correcto.

Con Zeffirelli la cosa fue siempre distinta. Hasta el último momento, su vida privada fue asunto suyo y jamás quiso mezclarse con las algaradas del nuevo Sol de la izquierda. Quizá es que era demasiado anciano para hacerlo, pero no creo que fuera eso. Otros “grandes ancianos” se han comportado de otra forma ante lo nuevo-que-llega: basta pensar en el poeta Ungaretti y el 68.

La atracción fatal de Zeffirelli por el catolicismo se encuentra también en su Hermano sol, hermana luna, cuyas canciones todavía hoy se encuentran en los cancioneros de la misa en italiano. No es casualidad que encargase la banda sonora a Donovan, el juglar escocés (bautizado católico), que por aquellos años había rescatado la tradición sonora medieval.

Este tema de Hermano Sol, hermana Luna (1972), Dolce sentire, se interpreta aún hoy con frecuencia en Italia como música en las bodas. La cantó Claudio Baglioni, uno de los intérpretes italianos que entonces lograron grandes éxitos también en España.

¿Fue el suyo un catolicismo solo estético? Puede ser, pero el catolicismo también es eso. Durante siglos la Iglesia ha sido maestra de belleza, y ¡cuántos –auténticos– artistas han encontrado (o, al menos, intuido) el camino del Reino de los Cielos por medio de la belleza de la liturgia, del arte, del canto cristianos. Pensemos en el inventor mismo del decadentismo, Joris Karl Huysmans (1848-1907), convertido por las melodías gregorianas de las carmelitas de París. O en el poco sospechoso Andy Warhol, que asistía a la misa todos los días (sí, él).

“Tengo miedo de morir. Soy creyente y rezo mucho”: así dijo Zeffirelli en una de sus últimas entrevistas. Pero era también un declarado anticomunista, a diferencia de otros “estetas” como Pasolini o Visconti. Tanto como para aceptar un cargo en el entonces vituperadísimo, en su ambiente, partido de Berlusconi. Si no hubiese sido un genio, con estos hándicap (anticomunista, creyente…) no habría hecho la increíble carrera que hizo. Le echaremos de menos.

Traducción de Carmelo López-Arias.

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