Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Pasolini sintió siempre su homosexualidad «como una herida, como un enemigo», dijo su gran amiga

Luigi Amicone / Tempi

Silvana Mauri ofrece perspectivas muy interesantes sobre la forma en la que Pier Paolo Pasolini veía su propia homosexualidad.
Silvana Mauri ofrece perspectivas muy interesantes sobre la forma en la que Pier Paolo Pasolini veía su propia homosexualidad.
[Este 2 de noviembre se cumplen cuarenta años de la muerte del escritor y cineasta friulano Pier Paolo Pasolini (19221975), asesinado en circunstancias aún no completamente aclaradas. Con este motivo, reproducimos la entrevista que ha recuperado el 31 de octubre la revista Tempi, concedida en 1995 a esta misma publicación por Silvana Mauri (1920-2006), íntima amiga del director italiano, que era comunista, ateo y homosexual y sin embargo firmemente contrario al aborto. En 1964 rodó la discutida El Evangelio según San Mateo, una seca y fría pero fiel narración fílmica del texto del primer evangelista. La entrevista muestra la problemática relación del artista con su propia homosexualidad.]

Silvana Mauri, 76 años, esposa del escritor Ottiero Ottieri, vive apartada del caos metropolitano en una callejuela situada entre San Babila y los bastiones de Porta Venezia, entre los pliegues de la Milán bien, en uno de esos palacios del siglo XIX que parecen anclados melancólicamente a un tiempo pasado, el de la laboriosa y discreta burguesía lombarda, que tal vez ya no existe. Romana de nacimiento pero milanesa de adopción, Silvana Mauri es la mujer que compartió con Pier Paolo Pasolini los afectos más íntimos, las confidencias más secretas.



Por esto no ha colaborado con la prensa hablando sobre Pasolini y, fiel a la consigna que se impuso a sí misma, ha permanecido en silencio evitando todos los debates y celebraciones del poeta de Casarsa. En más de cincuenta años de actividad, cuarenta de los cuales pasados en la Editorial Bompiani, aunque ha seguido trabando en el campo editorial, Silvana no se ha dejado implicar en la que ella llama la "furia biográfica" que ha arrollado la figura de Pasolini. Por este motivo nuestra conversación nos parece un milagro y nos retiramos con gusto de la escena dejando que hable ella, Silvana Mauri, a través de los apuntes recogidos en el diálogo que tuvimos durante un lluviosa mañana de un domingo de otoño.

Una pasión sin sexo
"Conocí a Pier Paolo Pasolini en Bolonia, la ciudad donde su familia y la mía se habían establecido de manera provisional. Vino un día a casa con mi hermano Fabio. Se habían conocido en la redacción de un periódico juvenil, Il Setaccio. Teníamos veinte años. Los modernos no pueden entender lo que nos unió. Fue una pasión única, irrepetible. La mentalidad contemporánea no puede imaginar ciertas cosas, esa pasión gratuita por la cual entre un hombre y una mujer no hay inmediatamente sexo. En cambio, así fue entre Pier Paolo y yo. ¿Me entiende? No sé si me entiende de verdad… De todas formas, a partir de ese día en mi casa de Bolonia no nos perdimos nunca de vista. Nos seguíamos, incluso a distancia, con la misma ternura y dulzura de esos veinte años en Bolonia y en Casarsa".

"Siempre nos hemos querido, siempre. Nos unía una especie de avidez de lo real. Una dulzura que se nutría de la alegría de ver las cosas juntos. Lo he escrito en alguna parte: la avidez de acumular juntos lo real, culturas, criaturas, naturalezas, ha sido el punto más alto y específico de nuestro encuentro".



"Para mí, que era una burguesa, diría incluso, una persona muy, muy burguesa, ciudadana, metropolitana, con él se me abrió el mundo criatural, campesino. Recuerdo que una vez viajé en tren durante doce horas para ir a verlo. Le agradezco a mi padre su gran liberalidad. Estuve un mes en Versuta. Pasábamos días enteros en el campo, en la playa de Tagliamento, noches enteras bailando. Dormía con él, en la misma y única habitación de esa casa de campesinos de la Pivetta".

"En las tardes de invierno bajábamos a calentarnos entre el heno, contándonos historias con los pies debajo de las vacas. Pier Paolo parecía el pequeño Jesús del pueblo, fascinaba y atraía a todos, chicos y chicas".

El gran secreto

"No sabía nada de su homosexualidad, ni lo intuí hasta que fue él mismo quien me lo reveló. Llevaba siempre consigo, en un bolsillo de la chaqueta, un pequeño cuaderno rojo. Me decía: ´Ahora te lo leo´. Pero después se lo pensaba mejor: ´No, eres demasiado pequeña para entender…´. Después supe que ese era el famoso diario donde iba revelando, tímidamente, con pudor, su homosexualidad. Homosexualidad que yo descubrí en  1950, a causa de un hecho particular. Mi hermano Fabio había caído en un profunda crisis mística, más allá de los límites del equilibrio. Recuerdo que estábamos de vacaciones en Macugnaga. Fabio salió y no volvió al llegar la noche. Empezamos a buscarlo por la montaña. Todo el pueblo se movilizó. Lo encontramos milagrosamente escondido en una gruta, en ayunas, cubierto de musgo, a dos mil metros de altura".

"Fabio quería ser santo eremita, separarse del mundo. Lo llevamos a casa y esa noche nos sentimos más cercanos que nunca. Al despedirnos nos abrazamos -él se dio cuenta, pero yo francamente no me di cuenta enseguida- con una calidez especial. Fue entonces cuando me escribió esa carta: ´No puedo seguir escondiéndote mi secreto´. Para mí no cambiaba nada. Sólo me dolía el hecho de que sabía que entraba en un destino que yo presentía sería de gran sufrimiento".

"Sin embargo, él nunca habría adherido a un Arcigay [organización lésbica y gay italiana fundada en 1985], como me escribió. Su diversidad la sintió siempre como una herida, como un enemigo. Estuve siempre muy cerca de él también en Roma, después de esa fuga por la noche de Casarsa".

Cartas jamás halladas
"Pier Paolo me reprochaba el que no escribiera. Siempre insistió sobre esto, también cuando me casé y tuve dos hijos. Le decía: ´Pier Paolo, no se puede hacer todo en la vida. Cada uno tiene su camino, el mío es el trabajo, mi marido, mi familia. No tengo tiempo para escribir libros´. Pero él seguía insistiendo. Me decía: ´Un día te cuelgo un micrófono en el cuello, tú hablas y yo grabo´”.

"En este hecho de que Pier Paolo quería que fuera escritora hay además un misterio. Un día me dijo: ´Si no escribes, publico tus cartas´. Y eran centenares. Porque a mi “Tarchetto” -así llamaba yo a Pier Paolo- le escribía todos los días, por la mañana, antes de empezar el trabajo en la oficina. Usted entiende, he trabajado, durante cuarenta años, en Bompiani. Bien, esas cartas no se han encontrado nunca".

En un colegio religioso

"¿Roma? Una libertad respecto al Friuli. Sospecho que para él significaba haber huido de una patria profunda, envolvente, pero que también lo encarcelaba. Nunca habría abandonado el Friuli. Las circunstancias lo arrojaron a otro mundo. Vivía en Rebibbia, que entonces era un zona suburbana caótica e informe. No era todavía la Roma hecha de cemento. Era la Roma de los cuchitriles y los acueductos imperiales. Iba a verle, pero en esa época las calles no estaban indicadas. No había nada, eran las chabolas del subproletariado".

"Recuerdo que los primeros años en la capital fueron para él durísimos. Como maestro había sido expulsado de todas las escuelas públicas, por lo que impartía clases en una escuela privada, de religiosos. Piense, iba todas las mañanas desde Rebibbia a Montemammolo. Y mientras tanto escribía, escribía como un loco".

"Los chicos de la vida hicieron que el gran público lo conociera. Después Pier Paolo descubrió el cine y triunfó con Accattone [película que dirigió en 1961]. Su actitud hacia el éxito fue siempre ambivalente: le importaba y, al mismo tiempo, lo detestaba. Su verdadera pasión no era el cine, sino la escritura".

El día, la noche, la muerte
"Recuerdo su primera casa en el barrio de Monteverde, cerca de la del [poeta Carlo Emilio] Gadda, a quien Pier Paolo estimaba mucho pero con el que no tenía mucha relación porque el escritor lombardo era muy esquivo. La vida de Pier Paolo estaba perfectamente organizada, su jornada era similar a la de un empleado. Visto que normalmente se acostaba tarde, hacia las dos o tres de la madrugada, se despertaba hacia las nueve de la mañana y trabajaba hasta las seis, seis y media de la tarde, interrumpiendo su trabajo sólo para comer la rica comida que le preparaba esa excelente cocinera que era su madre. Pier Paolo comía con el entusiasmo de un campesino que vuelve del campo después de una dura jornada de trabajo. Comía por hambre, como un chico sanísimo, física y psíquicamente. De hecho, no bebía, no fumaba, jugaba a menudo a fútbol. Era fuerte como un toro. (Por esto estoy convencida de que su asesino [Pino] Pelosi no podía estar solo…)».


Pino Pelosi, único condenado por el asesinato de Pier Paolo Pasolini.

"Después, hacia las siete, iba a ver al [escritor y periodista Alberto] Moravia, que lo consideraba casi como un hijo, a [la escritora] Elsa Morante, [al director y guionista] Sergio Citti, [la actriz y cantante] Laura Betti, [la escritora] Dacia Maraini, a mi hermano Fabio. Este era su círculo de amigos más íntimos. Salían a cenar, o bien comían en casa de Moravia o de Laura Betti. Sin embargo cada noche, a medianoche, como Cenicienta, Pier Paolo saludaba a sus amigos y desaparecía. Es la pendiente que lo llevó al infierno, hasta Petrolio [novela inacabada de Pasolini, publicada en 1992 por Einaudi, ndt]".

"Sin embargo, su vida era de una regularidad y una disciplina ejemplares. Nunca pisó un salón romano. Pero estoy segura de que no se sentía feliz con su vida nocturna. En los años de Pier Paolo en Roma, capté en él una progresiva tristeza y una profunda decepción de sus noches. Lo vi un mes antes de morir, con una herida en el pecho y un brazo vendado. Sabía que sus relaciones habían pasado a ser amenazadoras, experimentaba una escalada de violencia sobre él".

"Este era el origen de su tristeza: la suya se había convertido en una desilusión humana, esos chicos que había amado y ayudado se habían convertido en sinvergüenzas. No creo en el complot político; creo que fue un asesinato de grupo".

Publicado en Tempi.
Traducción de Helena Faccia Serrano, diócesis de Alcalá de Henares.
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