Murió en poder de los soviéticos y ha sido declarado «justo entre las naciones»
Wilm Hosenfeld, el oficial alemán católico que salvó la vida al pianista de la película de Polanski
En la película El pianista (Roman Polanski, 2002) apenas aparece en algunas escenas, pero aun así al espectador no le queda la menor duda que ese oficial salvó la vida a Wladyslaw Szpilman. El oficial alemán se llamaba Wilm Hosenfeld.
Pero Wilm (Wilhelm) Hosenfeld no fue siempre un opositor a Hitler; como muchos otros, se sintió atraído por el resurgir nacional que prometía el nazismo tras el tratado de Versalles con el que terminó la Primera Guerra Mundial y que prácticamente toda la población alemana consideró un oprobio para Alemania. Hosenfeld ingresó en el partido NSDAP [Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei, Partido Nacionalsocialista de los Trabajadores Alemanes] en 1935 e incluso asistió a la Convención del Partido en Núremberg, en 1936 y 1938.
Puntos de desacuerdo
No obstante, en todo momento hubo algunos aspectos del nazismo con los que no estaba de acuerdo: Wilm, que había nacido el 2 de mayo de 1895 in Mackenzell, provincia de Hessen-Nassau, en el seno de una familia católica, había seguido los estudios de Magisterio. Como profesor y padre –de su matrimonio con Annemarie Krummacher (1898-1972) nacieron cinco hijos: Helmut, Anemone, Detlev, Jorinde y Uta– no podía aceptar el principio nazi de la “educación autónoma” (“la juventud es dirigida por la juventud”), que en realidad lo que buscaba era sustraer a los hijos a sus padres y adoctrinarlos en las juventudes hitlerianas.
Además, la abierta hostilidad del nazismo hacia la Iglesia católica le decepcionó, pues Wilm participaba activamente en las actividades de su parroquia y mantenía contacto personal con el sacerdote.
Wilm Hosenfeld fue llamado a filas el 26 de agosto de 1939, con el grado que tenía al finalizar la Primera Guerra Mundial: sargento. Desde septiembre de 1939 hasta enero de 1945 –es decir, prácticamente toda la guerra– estuvo destinado en Polonia; durante las primeras semanas organizó un campo de prisioneros para unos diez mil soldados polacos.
Ya allí dio muestras de no tomarse las reglas muy estrictamente: permitió que los prisioneros recibieran visitas de sus mujeres, aunque estaba prohibido, e incluso liberó por su propia cuenta a algunos; con dos de ellos –Cieciora y Prut– y sus esposas llegó a forjar incluso amistad: cuando Annemarie iba a verle, visitaban a esas familias, algo realmente inaudito.
Pero su destino durante casi todos esos años fue el de “oficial de deportes” en Varsovia, quizá porque en la Primera Guerra había sido herido de gravedad. También aquí excedió sus estrictas obligaciones; por ejemplo, se ocupó de que los soldados alemanes sin estudios terminaran el bachillerato, para lo cual incluso hizo venir a profesores de Alemania.
Asimismo, se aprovechó de la relativa libertad de la que gozaba para emplear a varios polacos, tanto cristianos como judíos, lo que les salvó la vida. También pasó por alto la prohibición de “confraternizar” con la población polaca; además de visitar a familias polacas, asistía a Misa en parroquias polacas, incluso en uniforme.
Cartas que dicen mucho
De Wilm Hosenfeld se ha conservado una amplia correspondencia con su esposa, así como varios diarios, pues tuvo la clarividencia de entregarlos a su mujer cuando disfrutaba de vacaciones o cuando ella acudía a Varsovia. Editadas, ocupan casi 1.200 páginas, en un libro que tiene como significativo título Ich versuche, jeden zu retten [Intento salvar a todos], una anotación en su diario en el breve tiempo en que presidió un Tribunal militar, que enjuiciaba a miembros de la resistencia polaca. En contra de lo habitual –y de lo que se esperaba de él– Hosenfeld no dictó ni una sola sentencia de muerte.
En sus cartas y anotaciones destacan sobre todo tres temas: en primer lugar, su amor por la familia y la preocupación por estar lejos de mujer e hijos. El segundo es la práctica de la fe: “El domingo acudí pronto a la iglesia y me acerqué a comulgar. Estuve como unas dos horas en la iglesia, rezando entre otras cosas la letanía del Santo Nombre de Jesús”, escribe por ejemplo el 3 de agosto de 1942. De su diario se desprende que acudía frecuentemente a confesarse y a rezar, lo que le daba fuerzas para superar la situación.
El tercer aspecto se refiere a la liberación interior del nazismo. Fue un largo proceso, que se aprecia sobre todo en su correspondencia y en sus anotaciones de los años 1942-43, cuando comienza a conocer las crueldades nazis en Polonia y el holocausto judío.
Cuando habla de “atrocidades” que para él resultan “incomprensibles” llega a una conclusión que podría sorprender si no se conociera su finura de alma: “Cuando, el verano pasado, sucedieron las horribles matanzas de judíos, de niños y mujeres, entonces lo supe con toda claridad: ahora vamos a perder la guerra, pues con eso había perdido todo sentido una lucha que se legitimaba con búsqueda de alimentos y de suelo. Degeneró en un genocidio sin medida e inhumano, en contra de la cultura, que nunca podrá justificarse ante el pueblo alemán y que será condenado por todo el pueblo alemán” (14 de febrero de 1943).
Ya en julio de 1942, cuando se “vació” el gueto de Varsovia, había escrito: “Con este horrible asesinato de los judíos hemos perdido la guerra. Hemos cargado sobre nosotros una infamia imborrable, una maldición indeleble. No merecemos ninguna gracia; todos somos culpables. Me avergüenzo de ir por esta ciudad; todo polaco tiene derecho a escupir delante de nosotros”. Y también escribe que el pueblo alemán “algún día tendrá que expiar todas esas atrocidades (…) ¿Es cierto que el demonio ha tomado forma humana? Yo no dudo de ello”.
Ante tales crímenes, Hosenfeld por supuesto que se plantea la “cuestión de la Teodicea”; a su primogénito Helmut escribe el 18 de agosto de 1942: “Creo firmemente en que la Providencia de Dios dirige el destino de la historia universal y de la vida de los pueblos. Los hombres y los pueblos están en su mano; los mantiene o los deja caer según su sabio plan, cuyo sentido no podemos comprender en esta vida. Por ejemplo, ¡lo que está sucediendo ahora con el pueblo judío! Quieren aniquilarlo y lo están haciendo. Sale así a la luz la inmensidad de la maldad y el animalismo humanos. ¿Cuántos inocentes tienen que perecer? ¿Quién pregunta por el Derecho y la Justicia? ¿Tiene que suceder todo esto? ¿Por qué no, por qué no va a dejar Dios que afloren los bajos instintos de los hombres?: asesinaos, esforzaos, tenéis la mente y el talento para ambas cosas, para el odio y para el amor. Esto es lo que pensaría si mis criaturas se comportaran como alimañas. Lo que la sabiduría de Dios pretende para ellas, ¿quién lo sabe?“
El pianista
El encuentro con Wladyslaw Szpilman, de 33 años entonces, se produce poco antes de la entrada del Ejército Rojo en Varsovia: Hosenfeld, ya capitán, le descubrió el 17 de noviembre de 1944 en una casa abandonada de la Aleja Niepodległości 223.
El oficial alemán le ayudó a buscar un escondite en el edificio en que poco después se establecería la comandancia alemana, y le suministró alimentos que le ayudaron a sobrevivir los dos meses que mediaron hasta la conquista de Varsovia por la Unión Soviética en enero de 1945.
Adrien Brody encarnó a Szpilman en 'El pianista' (2022) de Roman Polanski.
Hosenfeld se despidió de Wladyslaw Szpilman el 12 de diciembre de 1944. Más tarde, el pianista declararía que Hosenfeld fue “la única persona en uniforme alemán” que él conoció. Como muestra de gratitud al oficial alemán que le salvó la vida, sin que él -a pesar de todos sus esfuerzos- pudiera conseguir que fuera liberado de la cautividad soviética, Wladyslaw Szpilman quiso abrir el primer concierto que dio en la Radio de Varsovia después de la guerra con el mismo Nocturno en C-menor de Chopin, que tocó espontáneamente el 17 de noviembre de 1944 a Wilm Hosenfeld en aquella casa abandonada de la Aleja Niepodległości 223.
Como todos los oficiales alemanes apresados por el Ejército Rojo, también Wilm Hosenfeld fue condenado a 25 años en campos de concentración. Y aunque Szpilman y muchas otras personas como el judío Leon Warm-Warczynski y el sacerdote Antoni Cieciora, miembro de la resistencia polaca, solicitaron su liberación, estas peticiones no fructificaron.
Cautividad y muerte
Fue trasladado a un campo especial para oficiales, en Minsk; más tarde pasó a Brobrujsk, donde el 27 de julio de 1947 sufrió un infarto cerebral, que le dejó paralizado el lado derecho y le dificultó el habla. Después de pasar unos meses en el lazareto de este campo, fue trasladado a comienzos de diciembre de 1947 a un hospital. Con otros 250 condenados, llegó a Stalingrado en agosto de 1950.
Por su mal estado de salud fue internado en el Hospital Especial 5771. Aunque mejoró e incluso pudo abandonar el hospital, esa situación no duró mucho: el 20 de febrero de 1952 sufrió un nuevo ataque. Ya no volvería a salir del hospital; el 13 de agosto sufrió una ruptura de la aorta, que le causó la muerte en cuestión de pocos minutos, a la edad de 57 años. Wilm Hosenfeld fue enterrado en un cementerio cercano al hospital.
El 16 de febrero de 2009, siguiendo una solicitud de Wladyslaw Szpilman de 1998 y después de varios años de esfuerzos por parte del hijo del “pianista”, Wilm Hosenfeld fue nombrado “justo entre las naciones” por el comité de Yad Vashem, el monumento memorial del holocausto en Jerusalén.
Lo extraordinario de este honor queda patente en un comunicado oficial de este comité: “Muy pocos oficiales del ejército nazi reciben este reconocimiento, porque el ejército alemán está íntimamente relacionado con la ‘solución final’ de Adolf Hitler: el genocidio de 6 millones de judíos”.