«Si se fortalece la familia la educación irá mucho mejor», dice un profesor tras 30 años dando clase
José Ignacio Moreno Iturralde es doctor en Historia y profesor desde hace treinta años. En su último libro, Educar con cabeza y corazón. Sugerencias para profesores (Digital Reasons), reflexiona sobre cuestiones que preocupan en el día a día de profesores y padres.
-Con más de 30 años de experiencia, acaba de publicar Educar con cabeza y corazón, ¿sigue haciéndolo como dice su título?
-Asistí hace tiempo a una conferencia del que fue la primera persona que obtuvo, en España, el título de doctor en Pedagogía: Víctor García Hoz. Comentó una sencilla historia: un chaval llegaba a casa, después del día en el colegio. Su madre le preguntó que cómo había ido la jornada; y el muchacho respondió: “Hoy no lo he hecho bien, pero mañana lo voy a hacer mejor”. Me siento muy identificado con ese chico. Procuro hacer lo mismo: con la cabeza y con el corazón.
Víctor García Hoz (19111998), uno de los primeros maestros de la Pedagogía en España.
-A su juicio, ¿qué características debe tener el oficio de ser "profe"?
-Pienso que hay que saber bastante de la asignatura que se explica. Esto ayuda a ilusionarse con la materia y a transmitirla de un modo vivo y ordenado. También hay que procurar ganarse el respeto de los alumnos. Otra cuestión es actualizarse en métodos de enseñanza. Estamos en un momento clave de renovación de la enseñanza, con un horizonte enriquecedor de comunicación de conocimientos, gracias a las posibilidades tecnológicas. Por otra parte, hay que procurar querer a los alumnos, preocupándonos sinceramente por sacarles adelante. En este sentido, es conveniente charlar de vez en cuando con alguno de ellos y hablar en alguna ocasión con sus familias. Muchos colegios tienen un sistema organizativo que permite hacer posible esta idea con todos los alumnos y alumnas. ¡Ah!, otra muy importante: luchar por no desanimarse. Convencerse de la enorme importancia que tiene un buen profesor para la vida de mucha gente.
-En tres décadas, habrá observado el cambio radical de los alumnos con respecto a su disposición para aprender. ¿Usted es de los que lucha por mantener la disciplina en clase?
-A mí no me parece que exista un cambio tan radical. A la edad de ellos, cuando era alumno, había algunos tipos especialmente gamberros y conflictivos: yo mismo. Hay edades que exigen especial autoridad y disciplina: esto es clave. Pero chicos y chicas saben si les aprecias o no. Es compatible exigir al alumno, por supuesto también en disciplina, y querer sacar lo mejor de él.
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-¿Cree que existe interés de los alumnos por aprender u opina, como muchos profesores, que están desactivados para adquirir conocimientos?
-Los alumnos están deseando hacer una cosa grande con su vida. Necesitan ánimo y exigencia para hacerles ver lo hermosa que es la aventura del saber, y la libertad y seguridad que ofrece. Hay que poner en juego su libertad. Un ejemplo: cuando hay algo de una asignatura que yo no entiendo, les hago llegar a tener los conocimientos que les sitúan en mi duda. Entonces les pregunto cómo lo resolverían. Siempre me han ofrecido respuestas muy interesantes.
-En línea con lo anterior, ¿qué tres o cuatro factores propondría para mejorar el interés de los alumnos en su propia enseñanza?
-Empezaría con saber aprender de tantos buenos profesores que se cruzan en nuestra vida. Seguiría por sugerir que el profesor “viva su asignatura”, que transmita algo entusiasmante. Es importante poner en relación la materia con la vida cotidiana de los alumnos, al menos de vez en cuando. Luego está la exigencia de hacerles trabajar en tareas más monótonas, pero necesarias. El profesor tampoco puede estar en un entusiasmo constante, porque acabaría agotado. También destacaría la necesidad de hacerles participar con sus trabajos en el transcurso de las clases. Esto puede lograrse con trabajo cooperativo, con exposiciones de ellos en el aula, y con preguntas que pongan a juego su ingenio.
-En su libro, subraya que ha compartido muchos momentos lúdicos con sus alumnos. Ese "colegueo" ¿cómo favorece o perjudica la relación profesor-alumno?
-Un profesor puede ser amigo de sus alumnos con amistad de profesor, que no es la misma que la amistad entre iguales. La amistad es posible cuando hay objetivos comunes, y esto es real entre alumnos y profesores. Lo que sería buscar una amistad como si el profesor fuera un joven o adolescente más.
-Se habla mucho de insuflar valores en la educación, pero observamos por los medios de comunicación muchas conductas asociales (acoso escolar, violaciones...). ¿Qué cree que está fallando?
-Estoy convencido que el instituto o colegio solo puede secundar a las familias. Padre y madre son insustituibles. Si se ayuda más a las familias a conservarse fuertes, la educación irá mucho mejor. Por otra parte, los medios de comunicación –a los que debemos muchas cosas buenas– suelen centrarse en lo que hace ruido, en lo llamativo; con frecuencia se trata de cosas negativas. No es noticia que millones de madres y padres lo pasen estupendamente con sus hijos muchas veces; pero es algo muy real.
-Subraya en su libro que estar en el mundo es algo muy positivo y que, a veces, los chicos y chicas reciben mensajes sobre el sinsentido de la vida o sobre buscar solo el provecho propio, ¿en qué hay que incidir para revertir estos enfoques?
-Le pondré un ejemplo. Volviendo de una larga excursión en el monte había una hilera de pinos. Uno era deforme: su tronco subía un poco, luego se ponía paralelo al suelo, y después volvía a subir en vertical. Era el único pino en el que el caminante se podía sentar; el pino más útil de todos. Pienso que una frase clave de la vida es esta: “Resulta que es al revés”. Los chicos entienden y valoran este mensaje.
-Como cristiano que es, ¿cree que los valores cristianos siguen teniendo interés para proponer a los educandos? ¿Usted cómo lo hace?
-Cuando uno está hasta las narices de tal o cual alumno, a mí me viene bien preguntarme… ¿y lo que me aguantan a mí? El cristianismo cree en un Dios que nos quiere y perdona. Por este motivo hay que saber perdonar y pedir perdón: se trata de un factor liberador. Esto educa con fuerza a los alumnos. Pienso que también el cristianismo ofrece un realismo propicio para el buen humor; algo que se agradece en la enseñanza y en cualquier tarea.
-Con más de 30 años de experiencia, acaba de publicar Educar con cabeza y corazón, ¿sigue haciéndolo como dice su título?
-Asistí hace tiempo a una conferencia del que fue la primera persona que obtuvo, en España, el título de doctor en Pedagogía: Víctor García Hoz. Comentó una sencilla historia: un chaval llegaba a casa, después del día en el colegio. Su madre le preguntó que cómo había ido la jornada; y el muchacho respondió: “Hoy no lo he hecho bien, pero mañana lo voy a hacer mejor”. Me siento muy identificado con ese chico. Procuro hacer lo mismo: con la cabeza y con el corazón.
Víctor García Hoz (19111998), uno de los primeros maestros de la Pedagogía en España.
-A su juicio, ¿qué características debe tener el oficio de ser "profe"?
-Pienso que hay que saber bastante de la asignatura que se explica. Esto ayuda a ilusionarse con la materia y a transmitirla de un modo vivo y ordenado. También hay que procurar ganarse el respeto de los alumnos. Otra cuestión es actualizarse en métodos de enseñanza. Estamos en un momento clave de renovación de la enseñanza, con un horizonte enriquecedor de comunicación de conocimientos, gracias a las posibilidades tecnológicas. Por otra parte, hay que procurar querer a los alumnos, preocupándonos sinceramente por sacarles adelante. En este sentido, es conveniente charlar de vez en cuando con alguno de ellos y hablar en alguna ocasión con sus familias. Muchos colegios tienen un sistema organizativo que permite hacer posible esta idea con todos los alumnos y alumnas. ¡Ah!, otra muy importante: luchar por no desanimarse. Convencerse de la enorme importancia que tiene un buen profesor para la vida de mucha gente.
-En tres décadas, habrá observado el cambio radical de los alumnos con respecto a su disposición para aprender. ¿Usted es de los que lucha por mantener la disciplina en clase?
-A mí no me parece que exista un cambio tan radical. A la edad de ellos, cuando era alumno, había algunos tipos especialmente gamberros y conflictivos: yo mismo. Hay edades que exigen especial autoridad y disciplina: esto es clave. Pero chicos y chicas saben si les aprecias o no. Es compatible exigir al alumno, por supuesto también en disciplina, y querer sacar lo mejor de él.
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-¿Cree que existe interés de los alumnos por aprender u opina, como muchos profesores, que están desactivados para adquirir conocimientos?
-Los alumnos están deseando hacer una cosa grande con su vida. Necesitan ánimo y exigencia para hacerles ver lo hermosa que es la aventura del saber, y la libertad y seguridad que ofrece. Hay que poner en juego su libertad. Un ejemplo: cuando hay algo de una asignatura que yo no entiendo, les hago llegar a tener los conocimientos que les sitúan en mi duda. Entonces les pregunto cómo lo resolverían. Siempre me han ofrecido respuestas muy interesantes.
-En línea con lo anterior, ¿qué tres o cuatro factores propondría para mejorar el interés de los alumnos en su propia enseñanza?
-Empezaría con saber aprender de tantos buenos profesores que se cruzan en nuestra vida. Seguiría por sugerir que el profesor “viva su asignatura”, que transmita algo entusiasmante. Es importante poner en relación la materia con la vida cotidiana de los alumnos, al menos de vez en cuando. Luego está la exigencia de hacerles trabajar en tareas más monótonas, pero necesarias. El profesor tampoco puede estar en un entusiasmo constante, porque acabaría agotado. También destacaría la necesidad de hacerles participar con sus trabajos en el transcurso de las clases. Esto puede lograrse con trabajo cooperativo, con exposiciones de ellos en el aula, y con preguntas que pongan a juego su ingenio.
-En su libro, subraya que ha compartido muchos momentos lúdicos con sus alumnos. Ese "colegueo" ¿cómo favorece o perjudica la relación profesor-alumno?
-Un profesor puede ser amigo de sus alumnos con amistad de profesor, que no es la misma que la amistad entre iguales. La amistad es posible cuando hay objetivos comunes, y esto es real entre alumnos y profesores. Lo que sería buscar una amistad como si el profesor fuera un joven o adolescente más.
-Se habla mucho de insuflar valores en la educación, pero observamos por los medios de comunicación muchas conductas asociales (acoso escolar, violaciones...). ¿Qué cree que está fallando?
-Estoy convencido que el instituto o colegio solo puede secundar a las familias. Padre y madre son insustituibles. Si se ayuda más a las familias a conservarse fuertes, la educación irá mucho mejor. Por otra parte, los medios de comunicación –a los que debemos muchas cosas buenas– suelen centrarse en lo que hace ruido, en lo llamativo; con frecuencia se trata de cosas negativas. No es noticia que millones de madres y padres lo pasen estupendamente con sus hijos muchas veces; pero es algo muy real.
-Subraya en su libro que estar en el mundo es algo muy positivo y que, a veces, los chicos y chicas reciben mensajes sobre el sinsentido de la vida o sobre buscar solo el provecho propio, ¿en qué hay que incidir para revertir estos enfoques?
-Le pondré un ejemplo. Volviendo de una larga excursión en el monte había una hilera de pinos. Uno era deforme: su tronco subía un poco, luego se ponía paralelo al suelo, y después volvía a subir en vertical. Era el único pino en el que el caminante se podía sentar; el pino más útil de todos. Pienso que una frase clave de la vida es esta: “Resulta que es al revés”. Los chicos entienden y valoran este mensaje.
-Como cristiano que es, ¿cree que los valores cristianos siguen teniendo interés para proponer a los educandos? ¿Usted cómo lo hace?
-Cuando uno está hasta las narices de tal o cual alumno, a mí me viene bien preguntarme… ¿y lo que me aguantan a mí? El cristianismo cree en un Dios que nos quiere y perdona. Por este motivo hay que saber perdonar y pedir perdón: se trata de un factor liberador. Esto educa con fuerza a los alumnos. Pienso que también el cristianismo ofrece un realismo propicio para el buen humor; algo que se agradece en la enseñanza y en cualquier tarea.
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