Domingo, 24 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Carlos Blanco: «Es probable que Leonardo creyera en Dios, aunque no en la acepción judeo-cristiana»

Carmelo López-Arias / ReL

Carlos Blanco se mete en la piel de Leonardo para comprender su anhelo de infinito y el sufrimiento por la insatisfacción de no alcanzarlo.
Carlos Blanco se mete en la piel de Leonardo para comprender su anhelo de infinito y el sufrimiento por la insatisfacción de no alcanzarlo.
La fascinación de Carlos Blanco por Leonardo da Vinci (14521519) viene de lejos. Si en alguna ocasión le caracterizó como "genio universal", ahora le consagra un volumen específico como "un titán del espíritu que manifestó un esmero casi divino por entender y mejorar el mundo que lo envolvía": "Avasallado por un vigoroso anhelo de sabiduría, su sed insaciable de conocimiento y su reveladora hambre de hermosura lo impulsaron a pintar algunos de los cuadros más sobresalientes del arte occidental, a diseñar máquinas visionarias que se adelantaron varios siglos al estado de la técnica, a explorar los intrincados misterios de la anatomía, a investigar la naturaleza de la luz y las propiedades del agua, así como a propugnar una hipótesis que se anticipaba, notablemente, a la moderna teoría sobre la tectónica de las plactas terrestres".

Penetrar en esa mente para explicar ese genio (a quien Blanco sólo encuentra parangón en el "ímpetu universal" de figuras como Aristóteles, Newton, Leibniz, Pascal, Goethe o Einstein), imaginar el Leonardo más íntimo, de carne y hueso, es el objetivo, bien conseguido, de Leonardo da Vinci o la tragedia de la perfección (De Buena Tinta).

"No es una biografía de Leonardo, sino un intento de penetrar en su mente, desafiando divisiones artificiales entre géneros literarios, pues esta obra combina poesía, novela y filosofía con un único objetivo: aproximarse al genio desde la belleza", nos explica: "A Leonardo lo tomo como un ejemplo, como la encarnación por antonomasia de la genialidad y de la excelencia más sublimes. Por ello, este libro constituye una meditación en torno al genio, en torno a sus glorias y sus tribulaciones".



Blanco está bien capacitado para esa tarea, pues tiene una trayectoria brillante y polivalente como pocas: madrileño de 29 años, a los 21 se licenció simultáneamente en Química, Filosofía y Teología, ha ganado dos doctorados y habla una docena de idiomas; con 12 años ya tenía fama como egiptólogo y se convirtió en una estrella de la televisión, con la misma naturalidad con la que, una década después, fue dos años visiting fellow en Harvard. Ha publicado ya una decena de libros, desde best sellers de divulgación científica, como Mentes maravillosas que cambiaron la Humanidad, a monografías de calado en metafísica (Conciencia y mismidad), filosofía de la Historia (Filosofía, teología y el sentido de la Historia) e historia de la religión (El pensamiento de la apocalíptica judía).

La religión como expresión del hombre es precisamente una de sus áreas de trabajo, así que es obligado preguntarle por una gran incógnita sobre Leonardo: su fe.



"No hay suficientes datos" para saber si vivió cristianamente: "Personalmente creo que Leonardo participó de la atmósfera naturalista del Renacimiento italiano. Ignoro si en la línea de la recuperación de Lucrecio y del atomismo de su De Rerum Natura o en sintonía con la vuelta al platonismo que propugnaban humanistas como Pico della Mirandola, pero no es descartable que su visión de la naturaleza y de lo divino fuera cercana a la del naturalismo clásico. Es probable que Leonardo creyera en Dios, aunque seguramente lo concibiera como la armonía suprema del universo y no en la acepción providencialista judeo-cristiana. En un ambiente renacentista, pero todavía regido en lo fundamental por el cristianismo, es inevitable que un hombre como Leonardo también albergara determinadas esperanzas infundidas por la cosmovisión bíblica".

La tragedia de conocer

¿Cómo es posible que ese anhelo de conocimento se convierta en la "tragedia" que sugiere el título del Leonardo... de Carlos Blanco? "Creo que la tragedia estriba en dos fatalidades: nuestra finitud y nuestro incesante deseo de perfección", responde el autor: "El hombre no puede desprenderse de su finitud, de su inherente imperfección, pero tampoco puede desasirse de ese anhelo, de esa sombra acuciosa que nos lleva a aspirar a lo infinito. Es un eterno insatisfecho, un irredento Fausto, pero justamente de este entrelazamiento de deseo y angustia existencial creo que brota lo más bello de la condición humana, su rosa y su cruz. En el genio, esta contradicción insumisa alcanza las máximas cotas, y por ello las grandes mentes de la historia son también las que más sufren, las que perciben soledad, incomprensión y, sobre todo, imperfección, sin que nunca se sientan saciadas por sus logros. Leibniz pensaba que en la inexorable finitud humana hundía sus raíces un mal metafísico que ni el mismísimo Dios podía extirpar".

En cada página de la obra de Blanco se percibe esa tensión, merced a una difícil pero muy lograda triple perspectiva (en segunda/tercera persona del narrador y primera del imaginario epistolario de Leonardo) que objetiva y subjetiviza al mismo tiempo al personaje.

"¿Podemos imaginarnos las dimensiones del sufrimiento de alguien que se lanzó, él solo, a explorar territorios por los que la humanidad no había transitado?", reflexiona Carlos: "Ante él, la vastedad de lo desconocido, la incertidumbre de los resultados y, sobre todo, la casi absoluta imposibilidad de compartir sus ideas, pues ¿quién podría entenderlas en su época? En lo que respecta a su arte, alguien que vislumbraba la perfección y que no cesaba de buscarla tuvo que sufrir mucho al comprobar, con cada trazo, que era imposible materializar esa idea avistada por su mente".

En ese anhelo de perfección y felicidad todos podemos sentirnos reflejados, y entonces algo del sufrimiento de Leonardo nos es propio: "Sigo creyendo", apostilla Carlos Blanco, "que la mente humana ha llegado a dos dioses, hoy por hoy no reconciliados: el Dios de la razón (la suprema inteligencia del universo, la magnificencia de sus leyes y de su fuerza creadora, que ha llevado la materia hasta la vida consciente) y el Dios del corazón, el Dios que se preocupa por el hombre. Desde esta perspectiva, las grandes religiones representan una exhortación a que la humanidad se eleve éticamente y venza sus pulsiones más destructivas. Es la tentativa de construir, en la Tierra, el mismo esplendor y la misma belleza que teóricamente deberían presidir el templo invisible de Dios, del que nos llegan tímidos destellos cuando estudiamos la armonía matemática del cosmos y cuando nos esforzamos por conquistar el amor y la belleza".

 FICHA TÉCNICA  COMPRA ONLINE
Título: Leonardo da Vinci o la tragedia de la perfección Ocio Hispano
Autor: Carlos Blanco  
Editorial: De Buena Tinta  
Páginas: 294 páginas  
Precio 19,00 €  

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