Un proceso frustrado por la unidad de Italia
María Cristina de Saboya, la reina Borbón que pudo (aún puede) ser santa
Murió a los 23 años en olor de santidad, pero eso no se reconoció hasta 1937. Luego todo se paró.
Un reciente artículo en el diario L´Avvenire, del que es propietaria la conferencia episcopal italiana, hablaba de una reina "oscurecida por la razón de Estado". Esa razón de Estado es, obviamente, la unidad de Italia, porque cuando murió en olor de santidad María Cristina de Saboya (18121836) faltaba poco para que se pusiese en marcha un proceso que ni políticamente (por su carácter revolucionario) ni religiosamente (por su impronta masonizante) admitía que una Borbón devota y piadosa fuese elevada a los altares y convertida en icono popular.
Y, sin embargo, el pueblo consideraba una santa a la esposa de Fernando II de las Dos Sicilias y en cuanto tal reina de un territorio que se anexionó en 1861 el nuevo reino unitario.
Merece el homenaje más que otros
Franco Cardini, sin embargo, autor del artículo, considera que la celebración del 150º aniversario de la unidad de Italia no debe hacer olvidar historias que hace 150 años se olvidaron.
Porque hay otros centenarios que celebrar. El 14 de noviembre, los dos siglos del nacimiento de María Cristina de Saboya. Si no lo festejan los pueblos sobre los que reinó (piamonteses, sardos, napolitanos) en cuanto tales, que lo hagan al menos en cuanto católicos: "Merece ser recordada más que tantos utopistas, políticos sin escrúpulos y aventureros que han construido Italia", dice Cardini. Apenas un libro publicado en 2000 (La reginella santa [La reinecita santa] de Luciano Regolo), la recuerda.
Ya desde 1817, cuando tenía 5 años, Francisco I, rey de Nápoles, había pensado en ella como posible esposa de su hijo Fernando. Y a éste, dos años mayor, le gustó la idea en cuanto empezó a pensar en ello como príncipe. Así que al subir al trono en 1830 empezó un tira y afloja diplomático (la madre de María Cristina, María Teresa de Austria-Este, se oponía por la epilepsia de Fernando) hasta que todos concordaron.
Todos, salvo María Cristina. A todos había insistido en que a las pompas del mundo prefería el retiro del claustro y la paz del corazón. Pero entendiendo que era su deber como hija y heredera, el 21 de noviembre de 1832 contrajo matrimonio en Génova.
Según Harold Acton (19041994), erudito británico estudioso de los Borbones de Nápoles, "cuando llegó la hora de vestirse, rompió en lágrimas y sus damas de honor no sabían cómo consolarla. María Cristina les explicó que no podía apartar de sí el terror al matrimonio, hacia el cual no sentía la más mínima inclinación". Sin embargo, durante toda la ceremonia mantuvo el tipo y el gesto correctos.
Fernando y ella fueron felices en su matrimonio, aunque la leyenda negra unitarista difamó esa verdad. María Cristina orientó a su esposo y rey hacia las obras de caridad. Muy devota, se había consagrado a la Virgen desde muy pequeña, y leía a diario la Biblia en la corte, donde procuraba que todos asistiesen a misa el domingo. No tenía respetos humanos, y cuando iba en su carroza y se cruzaba con un sacerdote que llevaba el viático en procesión a un enfermo, mandaba parar y se arrodillaba a su paso. Facilitó muchos matrimonios de personas pobres que no tenían dinero haciéndoles donativos, y su preocupación por los más necesitados la hacía muy querida por casi todos.
Los adversarios
Ese ´casi´ se reducía a los liberales más extremos, los futuros radicales de la unidad italiana, quienes la acusaban de supersticiosa, de estar en manos de los jesuitas y de ser un instrumento de la reacción clerical y monárquica.
Durante los tres primeros años de matrimonio, María Cristina y Fernando no tuvieron hijos, hasta que al final ella quedó embarazada en 1835. Tal vez algo presagiaba, porque poco antes del parto le dijo a su hermana: "Esta vieja se va a Nápoles a dar a luz y morir". Y así fue. El heredero nació el 16 de enero de 1836, y el día 31 María Cristina falleció por las complicaciones del parto. Dos días antes había tomado al niño y, entregándoselo a su marido, le había dicho: "Responderás de él ante Dios y ante el pueblo. Y cuando crezca dile que muero por él". Fue enterrada en la napolitana basílica de Santa Clara.
La fama de santidad con la que murió dio origen a la temprana incoación de un proceso de canonización. Al parecer, entre los documentos del mismo hay referencia a algún milagro obtenido por su intercesión. En cualquier caso, tras la unidad de Italia las presiones anticlericales hacían poco aconsejable elevar a los altares a una reina, y menos aún Borbón. No fue hasta 1937 que Pío XI decretó la heroicidad de sus virtudes y la declaró Venerable.
"Luego, todo se cerró", lamenta Cardini. Tal vez hasta que, el 14 de noviembre, con la evocación de su nacimiento, todo se ponga en marcha de nuevo.
Y, sin embargo, el pueblo consideraba una santa a la esposa de Fernando II de las Dos Sicilias y en cuanto tal reina de un territorio que se anexionó en 1861 el nuevo reino unitario.
Merece el homenaje más que otros
Franco Cardini, sin embargo, autor del artículo, considera que la celebración del 150º aniversario de la unidad de Italia no debe hacer olvidar historias que hace 150 años se olvidaron.
Porque hay otros centenarios que celebrar. El 14 de noviembre, los dos siglos del nacimiento de María Cristina de Saboya. Si no lo festejan los pueblos sobre los que reinó (piamonteses, sardos, napolitanos) en cuanto tales, que lo hagan al menos en cuanto católicos: "Merece ser recordada más que tantos utopistas, políticos sin escrúpulos y aventureros que han construido Italia", dice Cardini. Apenas un libro publicado en 2000 (La reginella santa [La reinecita santa] de Luciano Regolo), la recuerda.
Ya desde 1817, cuando tenía 5 años, Francisco I, rey de Nápoles, había pensado en ella como posible esposa de su hijo Fernando. Y a éste, dos años mayor, le gustó la idea en cuanto empezó a pensar en ello como príncipe. Así que al subir al trono en 1830 empezó un tira y afloja diplomático (la madre de María Cristina, María Teresa de Austria-Este, se oponía por la epilepsia de Fernando) hasta que todos concordaron.
Todos, salvo María Cristina. A todos había insistido en que a las pompas del mundo prefería el retiro del claustro y la paz del corazón. Pero entendiendo que era su deber como hija y heredera, el 21 de noviembre de 1832 contrajo matrimonio en Génova.
Según Harold Acton (19041994), erudito británico estudioso de los Borbones de Nápoles, "cuando llegó la hora de vestirse, rompió en lágrimas y sus damas de honor no sabían cómo consolarla. María Cristina les explicó que no podía apartar de sí el terror al matrimonio, hacia el cual no sentía la más mínima inclinación". Sin embargo, durante toda la ceremonia mantuvo el tipo y el gesto correctos.
Fernando y ella fueron felices en su matrimonio, aunque la leyenda negra unitarista difamó esa verdad. María Cristina orientó a su esposo y rey hacia las obras de caridad. Muy devota, se había consagrado a la Virgen desde muy pequeña, y leía a diario la Biblia en la corte, donde procuraba que todos asistiesen a misa el domingo. No tenía respetos humanos, y cuando iba en su carroza y se cruzaba con un sacerdote que llevaba el viático en procesión a un enfermo, mandaba parar y se arrodillaba a su paso. Facilitó muchos matrimonios de personas pobres que no tenían dinero haciéndoles donativos, y su preocupación por los más necesitados la hacía muy querida por casi todos.
Los adversarios
Ese ´casi´ se reducía a los liberales más extremos, los futuros radicales de la unidad italiana, quienes la acusaban de supersticiosa, de estar en manos de los jesuitas y de ser un instrumento de la reacción clerical y monárquica.
Durante los tres primeros años de matrimonio, María Cristina y Fernando no tuvieron hijos, hasta que al final ella quedó embarazada en 1835. Tal vez algo presagiaba, porque poco antes del parto le dijo a su hermana: "Esta vieja se va a Nápoles a dar a luz y morir". Y así fue. El heredero nació el 16 de enero de 1836, y el día 31 María Cristina falleció por las complicaciones del parto. Dos días antes había tomado al niño y, entregándoselo a su marido, le había dicho: "Responderás de él ante Dios y ante el pueblo. Y cuando crezca dile que muero por él". Fue enterrada en la napolitana basílica de Santa Clara.
La fama de santidad con la que murió dio origen a la temprana incoación de un proceso de canonización. Al parecer, entre los documentos del mismo hay referencia a algún milagro obtenido por su intercesión. En cualquier caso, tras la unidad de Italia las presiones anticlericales hacían poco aconsejable elevar a los altares a una reina, y menos aún Borbón. No fue hasta 1937 que Pío XI decretó la heroicidad de sus virtudes y la declaró Venerable.
"Luego, todo se cerró", lamenta Cardini. Tal vez hasta que, el 14 de noviembre, con la evocación de su nacimiento, todo se ponga en marcha de nuevo.
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