Dos franceses, también clérigos, perfeccionaron el sistema
Un benedictino y un sacerdote, ambos españoles, pioneros del lenguaje de signos para sordomudos
El benedictino Pedro Ponce de León (1513-1584), natural de Sahagún (León), fue el creador del primer lenguaje de signos para personas sordomudas e instaló en el monasterio de San Salvador de Oña (Burgos) la primera escuela donde se les enseñó a hablar, leer y escribir. Entre sus alumnos figuraba Francisco Tovar, cuyos derechos como sucesor del marquesado de Berlanga a pesar de su discapacidad defendía el conocido como Licenciado Lasso. El Tratado legal sobre los mudos (1550) de Lasso, quien trató con frecuencia a fray Pedro, es así una de las fuentes más sólidas para documentar la originalidad del trabajo del monje, cuya finalidad era eminentemente evangelizadora.
Un artículo publicado en National Geographic en mayo de 2019 reconocía esta realidad. En él, Inés Antón Dayas (comisaria en 2017 de una exposición en la Biblioteca Nacional sobre el lenguaje de signos) recordaba que Ponce de León se había basado para su lenguaje en los códigos de signos utilizados en su orden para no romper el silencio impuesto por la Regla de San Benito.
Monumento a fray Pedro Ponce de León en el Parque el Buen Retiro de Madrid, erigido en 1920, cuarto centenario de su nacimiento, aunque otros autores datan esa fecha, sobre la que no hay documentación cierta, en 1508, 1510 o 1513.
Aunque la obra de Ponce de León es hoy reconocida y ha sido homenajeado con varios monumentos, no fue así al principio. Durante las tres décadas posteriores, señalan los profesores de la Universidad de Extremadura María Paz González Rodríguez y Gaspar F. Calvo Población, no se conocen grandes avances en este terreno. Y afirman que a Ponce le motivaba "no solo comunicarse fácilmente con los sordomudos que se le acercaban, sino adentrarse en su personalidad y observar la normalidad de sus facultades, su capacidad de comprensión e inteligencia y sus deseos de comunicación y de aprendizaje".
El método de desmutización ideado por fray Pedro sería perfeccionado por Manuel Ramírez de Carrión (1579-1652) y divulgado por Juan Pablo Bonet (1573-1633), autor en 1620 del primer tratado pedagógico conocido sobre el tema: Reducción de la letras y arte para enseñar a hablar a los mudos. Pero ninguno de los dos, recuerda Luis Antequera, hizo nunca referencia a la "a la deuda contraída por el fraile".
Bonet era también sacerdote y creó un "alfabeto demostrativo" en el que cada letra era expresada mediante una figura de la mano derecha. "Este alfabeto, muy semejante al de la lengua de signos actual", explica Antón en otro artículo de National Geographic, "estaba inspirado en la mano aretina o mano musical, un sistema de signos creado por un monje italiano en la Edad Media para ayudar a los cantantes a leer a primera vista las notas musicales. El mudo debía identificar cada letra de este alfabeto con los sonidos que el maestro le enseñaba a emitir".
Páginas del 'Abecedario demostrativo' de Bonet. Imagen: Biblioteca Nacional.
La finalidad de este lenguaje no era solo comunicativa, también integradora e intelectualizadora, esto es, destinada a elevar el nivel de comprensión del sordo, y así el mismo Bonet recomendaba que, "en la casa donde hubiere mudo, todos los que supieren leer sepan este abecedario para hablar por él al mudo, y no por las señas".
En 1775, de nuevo un sacerdote, esta vez el francés Charles-Michel de l'Épée (1712-1789), daría un paso significativo en el lenguaje de signos. Creó su propio alfabeto y un diccionario de signos. Y, con la finalidad de que fuese una lengua completa, añadió preposiciones, conjunciones y otros elementos gramaticales.
El abbé Épée instruye a sus alumnos en presencia del rey Luis XVI. Tabla de Gonzague Privat (1875).
Épée escribió dos libros, una Instrucción de sordomudos mediante signos metódicos (1776) y un tratado sobre La verdadera manera de educar a los sordomudos, confirmada por una larga experiencia (1784). Logró establecer 21 escuelas con su sistema y creó en París el Instituto Real de Sordomudos. Su sistema se estandarizó y difundió por toda Europa: Austria, Italia, Suiza, Holanda y también España, donde se creó una escuela en 1795.
El abbé Cucurron Sicard trabajó también formas de comunicación basadas en la presión sobre los brazos.
Uno de sus discípulos fue el también sacerdote Roch-Ambroise Cucurron Sicard (1742-1822), quien, siendo director del Instituto Nacional de Sordomudos (el nombre cambió tras la Revolución Francesa), a su vez enseñó el método en 1814 a un filántropo norteamericano, Thomas Hopkins Gallaudet (1785-1851) que sería capital en su expansión. A su regreso a Estados Unidos, Gallaudet fundó en Hartford (Connecticut) la institución que durante cincuenta años más hizo para formar a los sordos en el país, para lo cual creó un lenguaje de signos distinto al europeo.
Toda la labor inmensa realizada desde entonces cuelga, pues, de una cuerda trenzada en sus distintos eslabones a lo largo de tres siglos por cuatro sacerdotes (Ponce, Bonet, Épée, Sicard).
Lo cual tampoco es casualidad. En épocas como el Renacimiento y la Ilustración ya no puede decirse, como en la Edad Media, que la ciencia y la pedagogía fuesen casi exclusivamente obra de la Iglesia. Pero lo que sí seguía siendo en exclusiva obra de la Iglesia era la atención a los más necesitados, y en el origen del interés de todos esos eclesiásticos por los sordomudos se encuentra la convicción de que podían y debían ser ayudados y merecían una consideración igual a sus semejantes que podían escuchar y hablar.
La actuación de Ponce fue, subrayan González y Calvo, fue, "por una parte, social, puesto que sirvió como defensa de los derechos sociales e individuales de los sordomudos -reivindicados, incluso, a contracorriente de las teorías aristotélicas, tan respetadas en la época-; y, por otra, pedagógica. Ponce de León creó escuela y un enfoque, tradicionalmente denominado oralista, que ha trascendido hasta el siglo XXI".
Publicado en ReL el 27 de agosto de 2019.