Peregrinación a Medjugorje: 3. Mi iluminación
Con el discurso de Leo se me suavizó mucho la crisis sufrida aquella tarde durante la misa. Digamos que mi parte intelectual se liberó del absurdo en que se encontraba. Me di cuenta que había una teología y, además, una teología buena, carismática, basada en la gratuidad. Agradecí a los padres franciscanos, que han llevado esto desde el principio, que hubieran inyectado estas ideas en el desarrollo espiritual de este movimiento medjugoriano.
Ellos son carismáticos; yo conocí al P. Jozo y al P. Tomislav en un congreso internacional de la Renovación en Roma en mayo del 1981, pocos días antes de que le dispararan al Papa tres tiros en el vientre. Entonces no eran todavía conocidos. Pidieron oración especial por la situación en Yugoslavia. Entre los que oraron imponiéndoles las manos estaba el P. Emiliano Tardif, M.S.C. En esa oración el P. Emiliano recibió palabra profética en la que dijo: No se preocupen. Yo les enviaré a mi madre. Cuál no sería la sorpresa cuando un mes más tarde comenzaron las apariciones de Medjugorje.
Pese a que mi parte intelectual se aquietó, sin embargo yo seguía en mí mismo. Mi razón seguía inquiriendo y racionalizándolo todo. Si me hubiera vuelto a Madrid en aquel momento no habría entendido nada de lo importante de Medjugorje. Mis prejuicios seguían a la punta de los labios y lo que es peor del corazón. Juzgaba las cosas desde lo racional, desde mis criterios. Ahora bien, lo que más me duele -más tarde lo entendí- es que juzgaba desde mi teología, desde mi tradición, desde mi formación, desde mi experiencia religiosa y lo que es peor, desde el don que había recibido en la Renovación carismática, que no es un don racional sino de gratuidad y en el Espíritu. Me di cuenta que lo que sabemos y hemos experimentado de Dios es un gran obstáculo a veces para conocerle más. También los dones de Dios pueden transformarse en pretexto para la soberbia y para el endurecimiento del corazón.
La prueba la tengo en una visita que hicimos ese día a la Comunidad del Cenáculo de Sor Elvira. Ésta es una comunidad donde se recogen chicos salidos de la droga y de otras taras de la vida. Nos dieron testimonio dos jóvenes recogidos hace años de la calle. Me pareció una obra muy buena y meritoria pero desde la frialdad del corazón. Incluso llegué a pensar que, aunque ésta y otras obras benéficas como la de Sor Enmanuelle de la Comunidad de las Bienaventuranzas, que también visitamos, sean cosas muy buenas, no existe relación alguna entre ellas y los acontecimientos de Medjugorje. Pensé incluso que se aprovechaban del boom espiritual de Medjugorje para colarse allí.
Por la gracia de Dios todo eso pasó muy pronto y mi duro corazón fue tocado. Fue la misericordia de Dios encarnada en su madre la que tuvo misericordia conmigo, ya que yo jamás hubiera sido capaz de salir de mí mismo y de mis razones. Ahora veo claro lo peligroso que es uno para sí mismo. Sucedió a las tres de la tarde, en la sala amarilla, cerca de la iglesia. Allí nos iba a hablar Marija, una de las videntes. Llegamos con mucho tiempo. La sala repleta de gente, unas mil personas, casi todos italianos porque Marija iba a hablar en italiano traduciéndola al inglés. Más tarde hablaría en croato para traducirla a otras lenguas. Por eso la sala se vaciaba y llenaba según las lenguas. Yo la escuché y tomé apuntes en italiano.
No fue el discurso, ni las ideas, ni lo que dijo, ni la forma de decirlo. Ni su presencia ni sus dotes oratorias. Al fin y al cabo, en ese momento, era una mujer normal, de unos cuarenta y cinco años, casada y con hijos, que vive en Italia y viene de vez en cuando a este, su pueblo, de vacaciones y para ver a su familia, aprovechando para hablar a los peregrinos. No sé lo que fue. Lo único que sé es que yo jamás en mi vida vi y oí hablar a una persona así. Es una mujer tremendamente natural y suave, con una sonrisa sencilla, sin afectación de ninguna clase. La traductora inglesa, muy protagonista y prepotente, le comía siempre sus últimas palabras, cosa que a los que escuchábamos en italiano nos molestaba. Pues bien, Marija, tan tranquila e impertérrita.
A pesar de que el discurso no fue lo importante voy a tratar de trasmitir algo de lo que dijo. Lo cogí a mano, en apuntes. No lo pude grabar porque estaba lejos, a pesar de colocarme en las primeras filas. Comenzó diciendo:
Recemos un misterio del rosario para pedir al Espíritu Santo que ilumine las palabras que tenga que decir.
Así lo hicimos en medio de una expectación y silencio sepulcral. Después, con una suavidad y cercanía supercariñosa, siguió hablando:
Hoy no podéis decir que no es un día caluroso. Sin embargo, sois muy afortunados. Sois peregrinos con mucho confort, con aire acondicionado y todo. Recuerdo los sofocos de otras épocas cuando hablando en la sala verde todos nos derretíamos de sudor. Más de una vez creí que me iba a marear y no podría seguir hablando.
He tenido que hablar en muchos lugares del mundo. Por todas partes van floreciendo grupos de oración con el espíritu de Medjugorje. Un amigo que escribió un libro cita multitud de países incluso desconocidos como Mozambique, Honduras, Panamá, donde hay grupos de oración. Generalmente se componen de gente que ha pasado por aquí y ha sentido la necesidad de acercarse a la Virgen.
Yo siempre he sido católica y de familia católica. Antes de las apariciones ya nos sentíamos muy orgullosos de ser católicos. Pero cuando papá quería que fuéramos a misa, no éramos tan católicos. Por eso, él se imponía diciendo: “si no hay misa no hay comida”. Hoy los padres no tenemos la misma autoridad. No podemos con un niño de quince años, que piensa que la religión sólo consiste en mandar y prohibir. Ven que está prohibido robar, las relaciones sexuales, todos los pecados y lo rechazan fijándose sólo en eso. No saben que la riqueza de ser bautizados es una gracia maravillosa. Dios ha venido a recordarnos todo esto por medio de la Madonna. Para eso ha venido ella.
Al principio de las apariciones teníamos miedo; no sabíamos que aquello que veíamos era la Virgen. Yo un día perdí las zapatillas. Después ya se nos quitó el miedo. Rezábamos con ella y nos enamoramos de ella. Nos fue educando. Caminando con ella dejamos de pensar como niños y empezamos a ser como mayores porque creíamos en Dios. Nos dio permiso para tocarla y abrazarla. Cantamos con ella y hacíamos amistad. Día y noche sólo pensábamos en ella. No sabíamos los misterios, ni las meditaciones, ni rezar, pero repetimos tantos padrenuestros y avemarías que el rezarlos nos llegaba al corazón. Cuando rezábamos el padrenuestro ella nos acompañaba, en el avemaría se callaba y se volvía a unir con nosotros en el gloria. Le preguntamos un día por qué nos había escogido a nosotros y no a otros y nos respondió: “Dios me lo ha permitido y quise escogeros a vosotros”.
Se nos presentó como Reina de la paz. Un día cogimos flores de nuestro jardín y de los vecinos y se las presentamos, pero ella nos dijo que rezar el rosario era el mejor regalo. Le preguntamos: ¿Para qué vale rezar? Nos dijo: “Para mantener el corazón abierto y para que yo pueda interceder por vosotros delante de Dios”. Teníamos muchos deseos de convertirnos porque siempre nos decía que sólo en Dios se encuentra la alegría y la paz. Sólo a través de Dios se pueden conseguir. Cuando pronunciaba la palabra Dios entendíamos que la vida era pasajera, como las flores, y que sólo es un camino hacia la eternidad. Cuando comenzamos a sufrir, estos pensamientos nos valieron mucho.
En una aparición invitó a Jakov a irse con ella. El niño, lleno de miedo, le dijo que él no, que se llevara a Vicka porque él era hijo único y Vicka tenía siete hermanos más. Y entonces nos llevó a todos y pasamos por el paraíso y el purgatorio y el infierno. La Virgen nos ayudaba a clarificar las ideas. A veces la gente llevaba enfermos a nuestras casas y no sabíamos qué hacer con ellos. Ella nos decía que rezáramos y pusiéramos la Biblia en sitio visible para entender que Dios seguía trabajando. Queríamos que se curaran todos. Llorábamos con las madres que traían niños enfermos. A San Juan le dijo: “He ahí a tu madre”. Ahora es él el que nos la envía para que podamos profundizar en nuestra vida por medio de la oración. La oración lo puede todo.
Vivimos en un mundo en que se están perdiendo muchas cosas. ¿Qué imagen tenemos de nosotros mismos? ¿Somos cristianos? Estamos perdiendo nuestra identidad. En Europa ya no reconocemos nuestras raíces cristianas. No sabemos ni lo que somos ni lo que hacemos. Hay tantos jóvenes que no saben lo que es pecado y lo que no lo es. Hablan de libertad y sólo saben lo que han oído en la radio y en la televisión. ¿A dónde nos va a llevar todo esto? Nos estropean el fondo del alma y parece que todo es normal. Nuestros jóvenes van de vacaciones con sus novias -¿llevarán preservativos?- y todos dicen que es normal, que el mundo es así.
Despertémonos. No se trata de hacer la guerra sino de pensar en nosotros, porque la Virgen nos llama a cada uno de nosotros. No importa que seamos de una forma o de otra. Cada uno al escuchar el mensaje de paz, de oración, de ayuno, empieza a convertirse. Una vez la Virgen nos dijo que nos acercáramos para tocarla. Traed vuestras manos. Todos sentimos algo: unos calor, otros frío, otros perfume de rosas. Llorábamos. Le preguntamos por qué venía vestida de triste y nos respondió que era porque cada uno hacía su vida y no nos preocupábamos de confesarnos. Todas las familias de Medjugorje se fueron a confesar. Siempre nos decía que el encuentro con Dios debe ser en la verdad.
También nos hablaba mucho de la misa. No se puede cambiar por una obra de caridad. Para mejor oír misa es bueno rezar un rosario antes. Nuestro mejor amigo siempre será Jesús y hay que perder mucho tiempo para estar con él. Nosotros lo hacíamos así. A veces pasábamos la noche rezando. Comenzamos a hacer adoración toda la noche. No sabíamos bien qué hacer pero estábamos muy a gusto. Hacia las tres de la mañana en presencia de Dios y de las velas nos venía el sueño. Alguno de los videntes roncaba y los otros nos reíamos ante una “meditación tan profunda”. Al final de la noche siempre estábamos contentos y felices de haber entregado nuestro sueño y haber pasado el tiempo con Jesús. Sentíamos que nuestra fe aumentaba y que Jesús era nuestro amigo. Por la mañana seguíamos llenos de fuerza trabajando en lo que teníamos que hacer mientras que otros a la misma hora venían de las discotecas y, muertos de sueño, se iban a dormir. Yo, en la adoración, me acordaba mucho del cura de Ars, que tenía poco talento y poca iniciativa. Cuando le preguntaban qué hacía tanto tiempo en la iglesia respondía: “Yo le miro y él me mira”.
Con la protección de María y bajo su mirada descubrimos a Jesús. Algunas veces mientras hacíamos la adoración, la Virgen nos decía lo que teníamos que hacer. Jesús es lo más precioso que tenemos. Yo quiero con este testimonio ayudar a creer en él. Os invito a aprovecharos de estos días. Son tiempo de gracia. Orad mucho. Yo os recomendaré a la Señora para que os ayude a encontrar y ver a Jesús como un amigo. Ella os propiciará y arreglará esta gran oportunidad. Es madre. Sólo nos pide decir que sí. Ella siempre nos dice en las apariciones: “Gracias por haber respondido a mi llamada”. Yo os agradezco que estéis aquí y que hayáis escuchado este mensaje. Terminemos orando por todos los que se nos han encomendado”.
Como decía antes, no sé lo que fue. Perdonadme la palabra, pero no se me ocurre otra cosa que chute espiritual. Algo de eso me transmitió esa mujer. Es como si hablara para dentro y desde dentro. Salí tocado de allí. No fue el contenido del discurso lo que me llegó; fue otra cosa. Recibí una efusión de Espíritu Santo, como sucede en los carismáticos. Esta efusión me metió en el corazón de Medjugorje y empecé a entender.
La primera sensación fue de denuncia y, precisamente, en mi terreno, en el de la predicación. Sentí que yo siempre había hablado desde fuera. Había utilizado mi mente, mis pensamientos, mis sentimientos, mi alma, pero todo ello exterior. A lo más que había llegado en mi vida era a hablar con el alma. Y a todos los que había oído hablar en mi vida, a lo máximo, les había oído hablar con el alma. Esta mujer hablaba desde otra dimensión, desde una interioridad, encubierta por su pobreza, pero profundísima. Hablaba desde el espíritu. Me fue revelada su interioridad, no suya, sino creada por la Virgen a lo largo de los años dentro de ella con un trato tan continuo. La amé. Emitía una vibración distinta, producía electricidad. Metió la eternidad en el tiempo dentro de mi espíritu. Si en un momento de la charla se hubiera callado y nos hubiera dicho de repente: Silencio, la Virgen está aquí, nos hubiéramos volatilizado. ¡Qué comunión espiritual sentí con ella! San Juan de la Cruz dice que lo peor de la condenación es el toque de espíritu a espíritu entre el condenado y el demonio. Algo, al parecer, horroroso. Pues bien, pienso que la salvación es el toque espiritual entre Dios y los salvados y entre éstos.
Me di cuenta de que en Medjugorje actúa el Espíritu a nivel de don. Es inútil querer entender las cosas desde la razón aunque esté muy iluminada por la fe. Este nivel racional, en el que vive la mayoría de los cristianos no basta. Tienes que ser tocado y elevado al nivel del don[1]. Con la actuación del Espíritu superas todos tus razonamientos y eres iluminado de una manera nueva. Dejas de juzgar y empiezas a entender con el don de inteligencia. Es otra frecuencia de onda en la que emiten todas las cosas. Rezar el rosario ya no es lo mismo que antes. Orar, ayunar, sacrificarse, tiene un sentido muy distinto. Estas cosas dejan de pesar, de culpabilizar, se trasforman en regalo, en don, en algo gustosamente interior si eres llamado a ello. Ya no te defiendes, no te asustan.
Fue una gratísima sorpresa descubrir y experimentar el nivel del don en Medjugorje. Yo ya lo conocía por la Renovación carismática. Esto quiere decir que el Espíritu Santo actúa a tope, a nivel místico, en estas gentes. Un cristiano corriente vive su fe desde la razón, no una razón filosófica, sino desde una razón iluminada por la fe. Este cristianismo es todavía muy estrecho e infantil y está sujeto a todas las tentaciones del racionalismo. Ahora bien, cuando una persona o una comunidad es elevada al nivel del don, ya no se guía por razones sino por mociones del Espíritu Santo, por carismas, y se nutre de los dones del Espíritu Santo. Por lo tanto su entender y disfrutar de las cosas de Dios se hace cualitativamente otro. Al salir de allí sólo podía mirar para mis adentros. Llevaba el pecho y el estómago como embarazados. Entendía perfectamente lo que me había sucedido y me reproché haber sido tan carnal hasta entonces en mis juicios. Comencé a vivir Medjugorje con un tremendo y cariñoso respeto.
[1] El que quiera conocer más profundamente la diferencia entre estos dos niveles puede leer el libro:
Chus Villarroel, Crecimiento de la vida en el Espíritu, 2ª, Sereca, Madrid, 1998, Cp. IV, p. 89.
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