Daniela tiene 25 años, pero como laica consagrada se dedica totalmente a anunciar el Evangelio
De una familia desestructurada, fiesta y alcohol a noches ante el Santísimo y evangelización total
Daniela Niño Giraldo tiene apenas 25 años pero pese a su corta edad esta joven tiene una fuerte experiencia de Jesucristo y tras formarse en una escuela de evangelización es ahora una laica consagrada que a través de la Comunidad Palabra Viva se dedica a evangelizar a tiempo y a destiempo.
Su vida no ha sido nada fácil. Proveniente de una familia desestructurada y marcada por el terrible drama de la muerte de un hermanastro se sobrepuso a todo ello gracias a conocer a Dios en la universidad. Allí cambió las noches de fiesta y alcohol por el Santísimo y supo que que estaba siendo llamada a propagar la fe por todo el mundo.
Para ser más efectiva en esta evangelización y tener más armas a su alcance para tal fin, Daniela estudia en estos momentos Filosofía y Teología en la Universidad de la Santa Cruz de Roma gracias a una beca de la Fundación CARF (Centro Académico Romano Fundación). Ella misma cuenta en primera persona su historia de conversión, vocación y evangelización:
«Un poco de mi historia»
Tengo 25 años, nací en Bogotá, Colombia, dentro de una familia un poco diferente, con un papá que ya estaba casado y que tenía dos hijos y una mamá veinte años más joven y con una hija. De esta nueva unión, nació mi hermano Leonardo y dos años después nací yo. Teníamos «todo lo que necesitábamos”, una empresa establecida a nivel nacional, una casa en una de las mejores zonas de Bogotá, viajes y aquello que creíamos, era esencial para ser felices. Hasta que llegó el día que jamás esperábamos, mi hermano Nicolás, de parte de papá, se accidentó en una moto y perdió la vida al instante. Mi papá entró en depresión, se alejó de todos por dos años y consecuentemente con esto, la empresa entró en bancarrota.
Mis papás no soportaron esta situación y decidieron separarse. Dentro de casa vivimos muchas dificultades económicas, desde luchar por la comida del día hasta haber pasado dos años sin luz y sin agua. A pesar de esto, mis papás hicieron el gran esfuerzo de mantenernos en uno de los mejores colegios de la ciudad. Recuerdo que siempre lo amé, era el lugar donde era feliz.
A mis seis años nace una hermanita, fruto de una nueva unión de mi mamá. Desde los nueve años y con mayor conciencia de la realidad de mi casa, comencé a vender dulces para ganar algún dinero y desde aquella época decidí algo que llegó a influenciarme hasta los días de hoy. Decidí que no quería depender de nadie para nada y que yo debía solucionar todo sola. Así pues, desde muy pequeña busqué ser independiente y ser la mejor en todo lo que hiciera. Curiosamente, lo que más me impulsaba a alcanzar mis metas eran los “no es posible” y los “no vas a conseguir” que me decían.
Encuentro con Dios
Mi mamá siempre fue una persona muy dura y enfocada en el trabajo por lo que nunca tuve una relación muy cercana con ella. Por otro lado, mi papá estaba ausente. Creo que estas dos cosas fueron más difíciles que cualquier dificultad económica. Pero en medio de todo esto, mi mamá vivió un fuerte encuentro con Dios lo cual fue generando una transformación ella y en la familia.
Me gradué e ingresé a la Universidad para estudiar Negocios Internacionales, estudiaba de día y trabajaba de noche, practicaba fútbol, era la presidente del grupo de estudiantes y representante ante el consejo académico de la facultad de Negocios. Me apasionaba formar líderes, hacer algo que pudiese generar un impacto en la vida de los jóvenes pues no quería que se convirtieran en máquinas sino que pudiesen ser plenos.
De la «rumba» a noches de adoración
También participaba de un grupo de oración que conocí en 2012 y que fue la primera puerta por la cual pude encontrarme con Jesús, donde comencé a cambiar los viernes y sábados de “rumba” y alcohol sin medida para noches de adoración.
Me hacía muchas preguntas, quería entender cuál era el sentido de la vida, dónde estaba la felicidad ya que podía hacer muchas cosas pero aún me parecía poco, aun no me llenaba por completo.
Me enamoré del servicio, de la misión, y comenzó a nacer en mí una inquietud vocacional. A través de una amiga conocí la Comunidad Palabra Viva y tuve la bendición de visitar algunos consagrados en Europa durante un año que estuve estudiando en Francia, por una beca que me gané.
Podría decir que fue amor a primera vista, donde me marcó mucho el hecho de sentirme en familia desde el instante que los conocí y el ver la alegría y el brillo de sus ojos. En ese momento tenía una certeza… Ese era el lugar. Quizá aún no estaba tan segura de mi vocación pero pude tener una certeza, si era la vida consagrada, era en Palabra Viva.
Cuando terminé el año en Francia me dieron la posibilidad de hacer mis prácticas profesionales en la Escuela de Evangelización Palabra Viva. Esto para mí era matar dos pájaros de un solo tiro pues terminaba la carrera y salía de mis dudas vocacionales. Tomé la decisión de ir, conociendo las consecuencias.
Para mi familia fue un golpe muy duro, no solo pensaban que estaba perdiendo mi tiempo y mi “inteligencia” sino que los estaba abandonando en medio de muchas dificultades. Decidieron cerrarme las puertas y así salí de Colombia, con una maleta y 100 dólares en la billetera pero con un gran deseo de hacer la voluntad de Dios.
Creo que en este momento de mi vida enfrenté el mayor obstáculo, mi ego. La confianza con la cual caminé durante esos años de mi vida era una confianza en mí misma, en mis capacidades. Aun estando en la Comunidad pensaba que había llegado con mis fuerzas, con el dinero que había conseguido. Podía ser poco, pero lo poco lo había alcanzado yo (o eso creía dentro de mi ceguera).
Invertir mi tiempo en la evangelización
Poco a poco fui entendiendo que la pobreza a la cual estaba llamada a vivir no era solo vivir con lo necesario, sino que esto necesario viniera de Dios. Para mí era casi imposible pensar en la idea de pedir alguna donación para mí, prefería trabajar para conseguir el dinero necesario, pero Dios quería que invirtiera todo mi tiempo en la evangelización y El cuidaría del resto.
Por otro lado recibí la noticia de que mi papá tenía tres tumores que debían ser extirpados de inmediato. No sabía qué hacer, necesitaba tener el control y estando fuera de Colombia no lo tenía. Pensé entonces en volver, trabajar dos años, hacer alguna maestría, ayudar económicamente a mi familia y estar cerca de mi papá. Pero a decir verdad, con esto solo quería disfrazar mi falta de conversión, mi falta de confianza en Dios.
Entonces quebré mi orgullo y decidí enfrentar ese gigante delante del Sagrario. En pocos días, Dios me mostró su gran providencia.
Me regalaron unos billetes para ir a Colombia para mi grado de la Universidad lo cual coincidió con las fechas de la segunda cirugía de mi papá. Fuimos a la clínica, y al hacerle un nuevo examen vieron que las dos masas habían desaparecido. Mi papá no necesitó más de esa cirugía y Dios me mostró una vez más su infinita providencia. Entendí que Dios primero necesita de nuestro sí, de esa decisión impulsada por un acto de fe para que Sus gracias sean derramadas.
Un sueño hecho realidad
Continué entonces mirando hacia adelante. Llegó 2019 y dentro de mi cabeza estaba programada para estar un poco más de tiempo en la misión de Brasil pero una mañana, me llaman para estudiar Filosofía y Teología en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz.
Confieso que fue un sueño hecho realidad, desde el colegio me apasionaba la filosofía y cuando comencé a dar los primeros pasos dentro de la Iglesia crecía en mí una sed muy grande por contemplar la verdad, por contemplar a Jesucristo, pero no lo esperaba en ese momento. Por un lado me sentía indigna pues toda mi vida había estudiado por motivos errados, por soberbia y por otro lado me parecía ¡Otra locura! ¿Cómo iba a pagar esos gastos?
¡Visa, pasajes, matricula! Estaba simplemente fuera de la realidad, no tenía a nadie cercano que me ayudara con esos gastos. Pero bueno como bien dicen, para Dios no hay imposibles y aquí estoy hoy estudiando, por pura providencia Divina.
Este otro “no es posible” que decidí enfrentar en mi vida tuvo algo diferente, ya no era yo creyendo que iba a resolver con mis fuerzas sino que era yo, volviéndome pequeñita, como una niña que se lanza a los brazos del Padre para ser protegida. Así le entregué a Dios esta nueva etapa de mi vida y cada día veo con mayor nitidez Su mano poderosa sosteniéndome y confirmando esta misión que me ha confiado, de llevar Su Nombre, de llevar la Verdad hasta los confines de la tierra.
Hoy puedo ver la grandiosa bondad y amor de Dios, tanto en las pruebas con las cuales está purificando mi alma y a mi familia como en cada uno de ustedes benefactores, que se han vuelto respuesta viva de Dios en mi vida y en la de muchos más jóvenes que todos los días se levantan para combatir el buen combate, luchando por ser santos, por ser sal de la tierra y luz del mundo.
Esta historia de amor continua escribiéndose, pido al buen Dios que sea el pincel que la diseñe para que me haga cada día más humilde y fiel a Su llamado. ¡Tú eres respuesta de Dios en mi vida! Gracias por hacer parte de mi vocación, de esta misión que nos une y nos hace un solo cuerpo con Cristo como cabeza. ¡Estás en mis oraciones diarias!»