El 18 de abril, cuando España estaba en medio del más duro y más largo confinamiento decretado por un gobierno para frenar la expansión del coronavirus, el escritor Juan Manuel de Prada dio comienzo en ABC a una serie de artículos titulada Cartas del sobrino a su diablo, donde ha ofrecido una visión nada convencional de los acontecimientos vinculados a la pandemia.
"No se me escapa, dilectísimo tito Escrutopo, que pensabas que iba a fracasar cuando propusiste que fuese yo, tu bisoño sobrino Orugario, quien se encargara de aprovechar las consecuencias de la plaga coronavírica que devasta España. Como eres un carcamal, creías que España era todavía la tierra que en épocas pretéritas defendió con ardor a nuestro Enemigo. Pero la España contemporánea es un pudridero apóstata, más lastimoso que los pudrideros paganos de antaño. Pues no en vano España fue elegida durante siglos por nuestro Enemigo como general de su ejército; y quien rechaza ese honor tiene necesariamente que comerse las algarrobas de los puercos": así arrancaba aquel primer artículo, donde el lector de C.S. Lewis (1898-1963) reconocía enseguida a los demonios que han copado su columna durante tres meses y medio de análisis.
En Cartas del diablo a su sobrino de Lewis, Escrutopo instruye a Orugario sobre la forma de tentar y corromper a los hombres, ingenioso ardid ideado por Lewis para una de las más sugerentes presentaciones de la moral cristiana de la literatura del siglo XX.
En Cartas del sobrino a su diablo, Prada invierte la relación y adopta la personalidad de Orugario quien, bien aprendidas las lecciones recibidas, va presumiendo ahora ante su tío de sus logros. Ha conseguido la postración de la clase dirigente y del propio pueblo español como consecuencia de un virus destinado a humillarlos, con tanta más saña cuanto más se alejaban sus reacciones a la pandemia de las propias de una sociedad cristiana.
Juan Manuel de Prada, novelista y columnista en ABC, donde ha publicado a lo largo de tres meses y medio la serie "Cartas del sobrino a su diablo".
Con esta peculiar óptica, Prada ha ofrecido semana tras semana (lunes y sábados) una perspectiva de la crisis que, prescindiendo de apariencias y capas superficiales, ha ido a las raíces metapolíticas y teológicas de lo que iba sucediendo. O, para ser más precisos, de las respuestas a lo que iba sucediendo por parte de los principales actores sociales, como los gobernantes, los medios, los científicos... y los pastores de almas.
En el penúltimo capítulo de la serie, Orugario celebraba sus éxitos con los obispos que peroran sobre cualquier "paparrucha sistémica" y confunden "la mansedumbre evangélica con el escaqueo, la defección y la cagalera". Y anunciaba a su tío su intención de dar la puntilla a su labor destructora de la Iglesia liquidando la resistencia de uno de los prelados inmunes a tales males, el de Alcalá de Henares (Madrid), diócesis donde "el virus de la fe rebrota peligrosamente".
La alusión a Juan Antonio Reig Pla ha tenido su desarrollo en la última entrega de estas Cartas del sobrino a su diablo, que publica ABC hoy sábado. El prelado al frente de la diócesis complutense ha sido de los muy pocos en España que han mantenido abiertos los templos, y con culto público, durante todo el confinamiento, con pleno respeto a las normas indicadas por las autoridades sanitarias.
Él mismo explicó recientemente que lo hizo así para "custodiar el derecho de los fieles" y "salvaguardar la libertad de la Iglesia".
Hay que recordar que en España, a diferencia de Francia, Italia o diversos países americanos y estados de Estados Unidos, el Gobierno nunca obligó a cerrar los templos ni prohibió las misas con asistencia de fieles, aunque las dificultades de circulación en las semanas más duras del confinamiento lo hacían muy complicado en la práctica. En España fue decisión libre de los obispos mantener sus centros abiertos o cerrados y con o sin culto público, y aunque se dieron algunos abusos por orden de autoridades políticas locales, en general así fue respetado.
En el artículo de Prada, Orugario confiesa las intenciones que tenía para Alcalá de Henares: "Llegué envanecido con la pretensión de destruir a ese obispo que osó contravenir arrogantemente mis indicaciones cuando se desató la plaga coronavírica". ¿Su objetivo? Nada menos que la posesión diabólica del obispo para "desalentar y amargar" a quienes percibieran el cambio: "Sus feligreses se desesperarían, considerando que la naturaleza humana es en realidad vil e inmunda, más vil e inmunda incluso que la naturaleza de las bestias; y, llegados a esta conclusión, los feligreses del obispo poseso se entregarían a la vida propia de las bestias".
Juan Antonio Reig Pla, obispo de Alcalá de Henares (Madrid), durante la celebración del Corpus Christi de 2020, realizada públicamente y con total respeto a las normas de las autoridades sanitarias.
Pero al entrar disfrazado en la catedral, Orugario se da de bruces con una de las prácticas más fomentadas por Reig Pla: la Adoración Eucarística, momento central, por ejemplo, en la visita que los Reyes Magos hacen a los niños de la ciudad en ese templo cada víspera de la festividad de la Epifanía del Señor, el 6 de enero.
Frente a frente al "Enemigo", a quien encuentra "presidiendo el altar mayor, con una custodia coruscante que vestía la Hostia de hermosura y luz no usada", Orugario tiembla. Y en un momento álgido de la narración, donde asoma el talento del Prada novelista, tiene lugar un encuentro muy especial con el obispo.
Ahí el demonio experimenta una "nostalgia abrumadora" de lo que él fue antes del Non serviam [No serviré] de los demonios encabezados por Lucifer: "Recordé que yo también fui creado -allá en el origen de los tiempos- amorosamente para que, a mi vez, obrase con amor hacia los demás; recordé que yo también fui destinado al eterno banquete celestial, donde los hombres al fin se convertirán en hermanos gloriosos de los ángeles, lavados de sus pecados y sus coronavirus".
Nostalgia desgraciadamente estéril, porque Orugario es consciente de que su privación de Dios es irreversible: "Al recordar que yo no puedo arrepentirme, lloré lágrimas de azufre".
Triste final para un demonio a quien, a lo largo de treinta y un capítulos de la serie, hemos visto pavonearse orgulloso sobre la desgracia de los miles de muertos y de la conmoción social, convencido de ser el dueño de la situación. Juan Manuel de Prada remata las Cartas del sobrino a su diablo mostrándonos que no es así, que el dueño de la situación es Otro, ese Otro de la "custodia coruscante" que se ofrece para adoración en el templo... y necesita, eso sí, que el responsable de las puertas del templo las mantenga abiertas.