Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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La Posesa Indócil

por Marcelo González

Desventuras de un Exorcista aggiornado, en dos pasos de comedia. Y dos rituales, uno de comedia.

Sonó el teléfono de la Casa Parroquial fuera del horario de atención al público: "Martes a Viernes de 9.30 a 11.30 y de 16 a 17.30. En caso de urgencias, avisar con siete días de anticipación". Sin embargo, el padre Salvador Maledicti, exorcista de la diócesis, estaba a mano y una inspiración apostólica lo movió a atender.

- Parroquia. Habla Maledicti.

Un silencio helado se dejó sentir en la otra punta de la línea. Luego de unos segundos de impaciencia, logró escuchar una voz titubeante...

- ¿Es ud. sacerdote?
- Sí, ¿qué desea?
- ¿Ud. es el exorcista?
- Sí.
- Padre, necesito deseperadamente su ayuda. Mi suegra está poseída por el demonio.

El P. Maledicti sonrió.

- ¿Cómo es su nombre?
- Me llamo Pedro Infidele.
- Dígame, Pedro, ¿su suegra va a misa regularmente?
- Sí, ella sí. Yo no... pero ella sí.
- ¿Y como sabe que está poseída...? Ella practica y ud. no. Me parece que hay una presunción a favor de su suegra, a pesar de que sea su suegra..., dijo el sacerdote con aire chistoso.
- Mire padre, y no practico desde hace mucho, pero creo en lo que dice la Iglesia. Ella va a misa, pero va también a una secta de espiritistas. Ella dice que el cura de allí, -disculpe- un padre de su parroquia le dijo que no había problema. A mi nunca me gustó que fuera allí, a la secta, digo. Pero el padre le dio la razón. O por lo menos eso dice ella. Después ella se puso cada vez más rara y hace ceremonias raras y acá todos tenemos miedo. Padre, por favor, venga.

Maledicti no creyó que hubiese nada grave en el asunto, pero movido por la caridad se comprometió a ir de inmediato.

II

Maledicti fue recibido por la mano temblorosa y fría de Pedro Infidele, que lo guió a la habitación donde la presunta posesa estaba sentada, taciturna, con cara de pocos amigos. Estaban también presentes la esposa de Infidele, y una vecina, con cierto aspecto de culpabilidad. Había en toda la casa fuerte aroma, francamente un olor repulsivo a sahumerio barato y velas de todos los colores.

- Lo dejamos con ella, padre.
- No, no. Quédense. Quiero que haya testigos. ¿Como se llama la señora?
- Perduta della Strada.
- ¿Cómo?
- Perduta. Della Strada es el apellido. Es italiano.
- Si, ya sé que es italiano. El nombre me llama la atención.
- Es que en el pueblo de ella veneraban una imagen de la Virgen, la Madonna de i Perdutti y los padres le pusieron de nombre Perduta.
- Bueno, silencio por favor. Señora Perduta, soy un sacerdote. Vengo a visitarla. ¿Me quiere recibir?
- Nessun problema.
- Bueno, sé que va la iglesia todos los días, de hecho su cara me resulta familiar.
- No, no tutti i giorni, pero dos o tre vece per la setimana.
- Entonces será una mujer piadosa.
- ¡Eh! El mío angelo me lo diche.
- ¿Como, su ángel le habla?
- Eco, veramente. Parlate al signore cura, angelotto. Parlate.

Pedro se puso más frío de lo que estaba al pricipio... Acercándose al cura le dijo:

- Ahora, padre, ahora es cuando cambia la voz.

Y en efecto, una voz de verdulero siciliano que hubiese fumado "avanti" durante medio siglo le dijo al cura:

- Tomátelas, no me podés hacer nada.

De más está comentar que el padre Maledicti empezó a temer que la cosa iba en serio. Por suerte tuvo la precaución de traer su Nuevo Ritual de exorcismos, su estola y su hisopo para asperjar.

- Te ordeno, ¡díme quien eres!

La voz respondió inmutable.

- ¡Tanta ceremonia para preguntar! Un demonio, quien voy a ser, ¿Caperucita Roja?

La respuesta sorprendió al exorcista, que sin perder la compostura prosiguió sus exortaciones.

- ¡Deja ya a esa mujer!
- Ni pienso. La paso bomba con la jovaina. Vamos a los espiritistas, donde charlo con viejos amigos. Después me pasea por todo el barrio y me encanta escuchar los chismes... ¡como despellejan a todo el mundo con la otra, esa que está allí, al lado tuyo! Esa está ocupada también, pero mi colega no habla demasiado. Usa una estrategia de "bajo perfil", para no asustar, viste.
- Jamás podrías entrar a la iglesia. La presencia de Nuestro Señor te resultaría intolerable.

- ¿Ah, todavía lo tienen ahí? Me dijeron que no estaba más. Yo nunca ví un sagrario...
- No te es lícito entrar en el cuerpo de esa inocente.
- ¿Quién, ésta? Esta es tan inocente como yo. Esta va a misa para recibir la hostia ¡ajj! en la mano y luego la usan con la otra para rendir culto al Jefe. Es trucha, es de las que no consagra tu colega. Ese no cree más y le da lo mismo decir misa que jugar al ping-pong. Yo le dije al jefe que querían engañarlo, pero él me dijo (y él sí que sabe) que era mejor dejar que se engañen solos...

El rostro del P. Maledicti se inmutó hasta la palidez cadavérica. Ahora la recordaba, estirando las manos para recibir la comunión. Solía verla entre semana, con un gesto que su instinto de exorcista le había señalado digno de atención. Ahora no había dudas. Era el momento de cargar con todo. Entonces, abrió el Nuevo Ritual y con voz de trueno empezó a recitar

- Te exorciso, espíritu inmundo...
- Pará, pará, no te gastés. Con ese librito no me sacás de acá hasta el fin de los tiempos. Te sería más fácil estudiar el Código Civil y hacerme juicio de desalojo. No perdamos tiempo, tomátelas que tengo que ir a la sesión espiritista con las jovainas.

Asperjó, entonces, Maledicti copiosamente con agua bendita a la mujer.

- ¡Ajj! ¡Qué inmundicia!

El sacerdote, viendo el efecto que causaba el agua se animó a increpar al demonio nuevamente:

- Te ordeno, en nombre de...
- Otra vez. Ya te dije que no me vas a sacar de acá.
- ¡Pero si acabo de verte retroceder ante el agua bendita...!
- Es por el cloro. Cada vez le ponen más. ¿Por qué no usan agua mineral?
- ¡Esto es agua bendita!, gritó el exorcista, al borde del desenfreno.
- Ese agua está tan bendita como yo. ¿De donde la sacaste? ¿Te la dió el otro cura que está en la parroquia con vos? Ese trabaja para mí. No viste que le dijo a la vieja que podía ir a los espiritistas. Te dió agua de la canilla.

El rostro del exorcista quedó demudado. Impotente, miró el rostro de la hija de Perduta, aterrorizada, y de su marido Pedro, más aterrorizado todavía.

- Con ese librito nuevo de Uds. y agua de la canilla esto es una jauja. Exorcismos eran los de antes. Había que bancarse el agua bendita, y la exortaciones en nombre de... del que no voy a nombrar. Había que ser un demonio hecho y derecho, tener los cuernos bien puestos. Ahora ya casi no hay exorcista, y cuando viene uno te mandan un gil como vos, con el librito cambiado... Esto ya es una falta de respeto.

Entonces el exorcista se acordó de lo que había dicho el P. Amorth, famoso exorcista de Roma, en una entrevista en la que criticaba el nuevo ritual... (francamente le había parecido que el buen hombre estaba gagá y deliraba). Y rememorando esos dichos que ahora le parecían luminosos, en pocos segundos tomó una determinación que cambiaría su vida.

- Tome las llaves de la parroquia, entre en despacho y tráigame los oleos, el agua bendita y el libro negro que está en el primer cajón del escritorio. ¡Corra!, le ordenó a Infidele.

Infidele corrió como alma que se lleva el diablo...

- Bueno, parece que esto viene en serio... Mejor que me prepare, murmuró el demonio.
- Ahora vas a ver de que lado está el poder... espíritu inmundo.

Esta vez la imprecación del sacerdote no le pareció tan divertida al demonio.

- Oiga, maestro, que le parece si arreglamos las cosas por las buenas, dialoguemos. Yo me retiro y dejo a la señora, acá, tranquila y...
- Eso nunca. Ahora voy a ver si es verdad lo del cambio de Rito. Y de qué lado queda el demonio en esta jugada.

El resto de la historia, aparentemente, fue desfavorable para el demonio. Y muy favorable para Salvador Maledicti.

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