En la tarde de la festividad de la Inmaculada Concepción, el Papa rindió el tradicional homenaje a la estatua de la Purísima en la Piazza Spagna de Roma. «No es lo mismo ser pecadores y ser corruptos», le dijo Francisco a la Virgen: «Es muy diferente. Una cosa es caer, pero luego arrepentirse, con la ayuda de la misericordia de Dios. Otra cosa es la connivencia hipócrita con el mal, la corrupción del corazón, que por fuera resulta impecable, pero por dentro, está lleno de malas intenciones y egoísmo mezquino... Por esto, oh Virgen María, hoy te encomiendo a todos aquellos que, en esta ciudad y en todo el mundo, están oprimidos por el desánimo, por el desaliento a causa del pecado; a los que piensan que ya no hay esperanza para ellos, que sus culpas son demasiados y demasiado grandes, y que Dios no tiene tiempo que perder con ellos».