Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Sucedió hace veinticinco años y no consigue olvidar

El deterioro de los hombres que «abortan»: un padre llora a la hija a quien nunca encontró

Un encuentro que nunca se produjo en este mundo.
Un encuentro que nunca se produjo en este mundo.

C.L. / ReL

Muchos hombres son responsables directos del aborto -ante el silencio feminista-, por no querer hacerse cargo de sus responsabilidades e inducir a la madre a matar al hijo común. Otros -como el caso que recogía ReL recientemente- se ven impotentes cuando querrían tenerlos, pero la ley no les concede ningún derecho si la decisión de la mujer se inclina por la supresión del embarazo.

Una historia de sufrimiento

El caso que recoge la bloguera católica Rebecca Frech parece responder a una tercera tipología: cuando el aborto se produce por consentimiento común de la pareja. Y también en este caso los efectos sobre la conciencia son devastadores.

Rebecca estaba hablando con un "viejo y querido amigo" sobre la pérdida de su hija Bernadette, cuando ese amigo se vino abajo: "Empezó a llorar y a hablarme sobre su propia pequeña. La niña que nunca conoció y a quien ama sin reservas".

Frech pidió al hombre que escribiese su testimonio de vida en silencio como "padre postaborto", y reproduce en uno de sus últimos posts la historia de esa tragedia.

Un día de agosto de 1988
"Amo a la niña que nunca encontré. Jamás la llevé de la mano, ni le revolví el pelo, ni le canté canción alguna. Pero la amo igualmente": así comienza la historia, anónima, del amigo de Rebecca. Quien lamenta: "No sé si es alta o baja, y los rasgos de su rostro existen sólo en mi imaginación. Estoy seguro de que el tono de su voz y la alegría de su risa rivalizan con el coro de los ángeles. Sus ojos, brillantes, serán marrones, tal vez color avellana. Pero todo eso me lo he perdido. Todo lo que tengo son memorias irreales de cuanto pudo haber sido".

Explica que hace veinticinco años, en el mes de agosto, esa niña a la que hoy ama "fue abortada": "Mi pequeña. Mi única hija. Una niña que agarra mi dedo hasta hoy, pero que nunca me llamará papá. Una niña que nunca sintió el abrazo protector de su padre, porque su padre le falló en el momento en el que más le necesitaba".

Arrepentido y reconciliado con Dios
El hombre que escribe esta historia habla brevemente de sí mismo, aunque afirma ya no ser el que era entonces, ese niño que asistió a un colegio católico, ese adolescente convertido "en un idiota que acudía a las fiestas a emborracharse".

Ya ha dejado atrás los "Si al menos hubiera..." o los "Debería haber hecho...": "Admito que lo que hice, lo que permití que pasara, fue un error. Me he arrepentido y cumplido mi penitencia. Estoy reconciliado con la Iglesia".

Pero "la reconciliación, aunque borra el pecado, no quita la pena": "En mi corazón hay un agujero con forma de niña, y ese agujero nunca será colmado en esta vida".

Diferente actitud de la madre
Dos años después del aborto, el hombre contrajo matrimonio con la chica: "Me casé con la madre de mi hija. Tal vez penséis que me habría ahorrado mucho sufrimiento casándome con otra persona, y no os lo discuto, pero en aquellos días yo estaba convencido de que el aborto no era cosa mía, que yo no era el responsable. No tenía nada que ver conmigo. Fue al pasar el tiempo cuando me enfrenté al  hecho de que yo sí era responsable, de que yo era padre, y necesitaba redención".

El aborto que cometieron sigue siendo, sin embargo, "un tema tabú" entre ellos, "una pared invisible e infranqueable, que sólo se rompió dos veces en los últimos veinticinco años".

"No voy a profundizar en lo que pasó", continúa, "salvo para decir que la única persona que podria ayudarme a soportar el dolor y la pena es la misma persona que rechaza admitir que tengo razones para el dolor y la pena. Ella no quiere o no puede admitir que mató a su hija. Pero es algo de lo que yo tengo que hablar. Seguir adelante sin hablarlo con nadie es más de lo que puedo soportar".

Síndrome postaborto, también en los padres
El amigo de Rebecca afirma que "hay muchos padres que lamentan el aborto y son incapaces de hablar de ello: la culpa, la vergüenza, la inadaptación, el haber fallado en proteger a los débiles, la soledad, el desapego, la incapacidad de establecer relaciones estables, la tensión de la que no se habla, las heridas emocionales... son pesos invisibles que acongojan sus almas. Aman a niños que existen sólo en su corazón, un amor desolado y no correspondido. Lo sé porque lo he vivido".

Y explica cómo y cuándo: "He derramado muchas lágrimas en la soledad de una habitación vacía, en Navidad, cuando todo el mundo se había ido a la cama. Algunas canciones me evocan fuertes emociones, como cuando Fantine canta en Los Miserables «I dreamed a dream» y dice: «Soñé que mi vida podía ser tan diferente del infierno que estoy viviendo». Y algunas escenas de película son devastadoras, como cuando en Salvar al soldado Ryan el capitán John Miller, al morir sobre el puente de la ciudad francesa, le dice al soldado Ryan: «Earn this! ¡Haz que esto valga la pena!». Y él hizo que valiera la pena, pero yo me quedo preguntándome si valió la pena la decisión que tomé en mi vida. He visto a mis hermanos con sus hijas el día de sus bodas, y pienso que yo nunca seré ese padre. Me he postrado en adoración en el suelo de las iglesias ante Dios bendito, rogándole Su paz, pidiéndoLe ayuda para librarme del dolor. Y Él siempre me da paz, pero el agujero en mi vida con forma de niña continúa".

Rezar por intercesión de la pequeña

"Pero no quiero que desaparezca", advierte: "Sé que suena raro, pero es la verdad. En otro tiempo intenté llenar esa ausencia con otras cosas, y sin embargo ahí permanecía. Durante años intenté dar a otros propósitos (algunos buenos, otros no tanto) el amor que era para mi hija, pero ahora comprendo que eso no podía funcionar. Me di cuenta de que el amor nunca quedará satisfecho. Ahora rezo con ella, y pido cosas por su intercesión. Eso es lo que me ha quedado".

Concluye explicando que no busca alivio en la autocompasión: "Lamento con cada fibra de mi ser lo que sucedió aquel día de agosto de 1988, pero no fantaseo sobre lo que pudo haber sido. Hice la elección [choice] del aborto, y sufro las consecuencias de esa elección [choice]. Como también mi esposa, aunque su rechazo a admitir que se equivocó gravemente impide una sanación completa entre los dos. La quiero,  y la he perdonado. No guardo ningún resentimiento hacia ella, y ruego a Dios que ablande su corazón para que pueda empezar a redimirse. Puesto que es la madre de todos mis hijos, he decidido mantener el compromiso hasta el final, sea cual sea el final".

"Por último", concluye, "creo que mi hija nos ha perdonado, y eso me ha ayudado mucho. E incluso espero, por la inexplicable misericordia y bondad de Dios, que Él mismo es también Padre, que finalmente nos encontraremos. Un encuentro entre extraños que siempre se han amado mutuamente, y en el que por fin podré escucharla decir ¡Papá!".
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