Francisco critica la ideología de género y el marxismo en el prefacio a un libro de Benedicto XVI
Este próximo viernes se presenta en el Senado de Italia un libro que reúne varios textos de Benedicto XVI que tratan sobre la relación entre política y fe. Se titula Liberar la libertad. Fe y política en el tercer milenio (Editorial Cantagalli), y será presentado entre otros por el secretario del Papa emérito, Georg Gänswein; el presidente del Parlamento Europeo, Antonio Tajani; o la presidenta del Senado italiano, Maria Elisabetta Casellati.
Además, el prefacio ha sido firmado por el Papa Francisco, que en su escrito ataca tanto al marxismo como a la ideología de género.
El Pontífice resalta el contraste entre el marxismo y el cristianos, que “no se da, ciertamente, en la atención preferencial del cristiano por los pobres” sino en el totalitarismo de la ideología marxista y “en la negación de que el hombre es criatura de Dios, hecho amorosamente por Él a su imagen y a quien el hombre anhela como la cierva a los manantiales”.
Francisco recuerda el entonces cardenal Ratzinger propuso junto con Juan Pablo II “una visión cristiana de los derechos humanos capaz de poner en discusión a nivel teórico y práctico la pretensión totalitaria del Estado marxista y de la ideología atea sobre la que se fundaba”.
Del mismo modo, el Papa critica la ideología de género y se refiere a ella como una “colonización de las conciencias por parte de una ideología que niega la certeza profunda según la cual el hombre existe como varón y hembra”.
El prefacio ha sido adelantado por Vatican Insider. Esto es lo que escribe Francisco:
La relación entre la fe y la política es uno de los grandes temas que siempre ha estado en el centro de la atención de Joseph Ratzinger / Benedicto XVI, y atraviesa todo su camino intelectual y humano: la experiencia directa del totalitarismo nazi lo llevó, como joven estudioso, a reflexionar sobre los límites de la obediencia al Estado a favor de la libertad de la obediencia a Dios: «El Estado –escribe en este sentido en uno de los textos propuestos– no es la totalidad de la existencia humana y no abarca toda la experiencia humana. El hombre y su esperanza van más allá de la realidad del Estado y más allá de la acción política. Esto no solo vale para un Estado que se llama Babilonia, sino para cualquier tipo de Estado. El Estado no es la totalidad. Esto aligera el peso al hombre político y le abre el camino a una política racional. El Estado romano era falso y anticristiano precisamente porque quería ser el “totum” de las posibilidades y de las esperanzas humanas. Así pretende lo que no puede; así falsifica y empobrece al hombre. Con su mentira totalitaria se vuelve demoníaco y tiránico».
Posteriormente, también con estos fundamentos, al lado de San Juan Pablo II él elabora y propone una visión cristiana de los derechos humanos capaz de poner en discusión a nivel teórico y práctico la pretensión totalitaria del Estado marxista y de la ideología atea sobre la que se fundaba.
Porque para Raztinger el auténtico contraste entre el marxismo y el cristianismo no se da, ciertamente, en la atención preferencial del cristiano por los pobres: «Debemos aprender –una vez más, no solo a nivel teórico, sino en la forma de pensar y actuar– que al lado de la presencia real de Jesús en la Iglesia y en el sacramento, existe otra presencia real de Jesús en los pequeños, en los pisoteados de este mundo, en los últimos, en quienes Él quiere ser hallado por nosotros», escribió Ratzinger en los años setenta con una profundidad teológica y con una accesibilidad inmediata que son propias del pastor auténtico. Y ese contraste no se da tampoco, como él subrayó a mediados de los años ochenta, debido a la falta en el Magisterio de la Iglesia del sentido de equidad y solidaridad; y, como consecuencia, «en la denuncia del escándalo de las evidentes desigualdades entre ricos y pobres –sean desigualdades entre países ricos y países pobres o bien desigualdades entre clases sociales en el ámbito del mismo territorio nacional–, que ya no es tolerado».
El profundo contraste, nota Ratzinger, se da, por el contrario (y aún antes que la pretensión marxista de colocar el cielo en la tierra, la redención del hombre en el “más acá”), en la diferencia abismal que subsiste en relación con la manera en la que la redención debe suceder: «¿La redención se da mediante la liberación de cualquier dependencia, o la única vía que lleva a la liberación es la completa dependencia del amor, dependencia que sería luego la verdadera libertad?».
Y así, con un salto de treinta años, él nos acompaña en la comprensión de nuestro presente, como atestiguan la inmutable frescura y vitalidad de su pensamiento. Hoy en día, efectivamente y más que nunca, se vuelve a presentar la misma tentación del rechazo de cualquier dependencia del amor que no sea el amor del hombre por el propio ego, por «el yo y sus deseos»; y, como consecuencia, el peligro de la «colonización» de las conciencias por parte de una ideología que niega la certeza profunda según la cual el hombre existe como varón y hembra, a quienes ha sido asignada la tarea de la transmisión de la vida; esa ideología que llega a la producción planificada y racional de seres humanos y que –tal vez por algún fin considerado “bueno”– llega a considerar lógico y lícito cancelar lo que ya no se considera creado, donado, concebido y generado, sino hecho por nosotros mismos.
Estos aparentes “derechos” humanos, que se orientan hacia la autodestrucción del hombre (y nos lo demuestra con fuerza y eficacia Joseph Ratzinger) tienen un único común denominador que consiste en una única, gran negación: la negación de la dependencia del amor, la negación de que el hombre es criatura de Dios, hecho amorosamente por Él a Su imagen y a quien el hombre anhela como la cierva a los manantiales (Sal. 41). Cuando se niega esta dependencia entre criatura y creador, esta relación de amor, se renuncia en el fondo a la verdadera grandeza del hombre, al bastión de su libertad y de su dignidad.
Así, la defensa del hombre y de lo humano en contra de las reducciones ideológicas del poder pasa en la actualidad de establecer en la obediencia del hombre a Dios un límite de la obediencia al Estado. Aceptar este desafío, en el verdadero cambio de época que estamos viviendo, significa defender la familia. Por lo demás, ya San Juan Pablo II había comprendido muy bien el alcance de la cuestión: llamado con razón el “Papa de la familia”, no por nada subrayaba que «el porvenir de la humanidad pasa a través de la familia» (Familiaris consortio, 86). Y por esta línea también yo he insistido en que «el bien de la familia es decisivo para el futuro del mundo y de la Iglesia» (Amoris laetitia, 31).
Por ello, estoy particularmente feliz de poder introducir este segundo volumen de los textos elegidos de Joseph Ratzinger sobre el tema “fe y política”. Que puedan, junto con su poderosa Opera omnia, ayudarnos no solo a todos nosotros a comprender nuestro presente y a encontrar una sólida orientación para el futuro, sino también ser verdadera fuente de inspiración para una acción política que, poniendo la familia, la solidaridad y la equidad en el centro de su atención y de su programación, mire el futuro verdaderamente con clarividencia.