El funeral de Joaquín Navarro-Valls y el homenaje de su sucesor, Lombardi: hombre de fe y leal
Este viernes 7 de julio se celebró en Roma el funeral por Joaquín Navarro-Valls, quien fuera director de la Sala de Prensa de la Santa Sede entre 1984 y 2006. Laico (el primero en esta función) y miembro del Opus Dei, le sucedió en el cargo el sacerdote jesuita Federico Lombardi.
Mariano Fazio, Vicario General de la Prelatura del Opus Dei, presidió el funeral y en su homilía describió a Navarro-Valls como "un hombre de fe, y durante toda su vida procuró ser consecuente con lo que creía”.
En su homilía, el Vicario General del Opus Dei reflexionó en torno a “tres ideas que pueden resumir una vida plena, lograda, llena de amor a Dios y de servicio a los demás”. Las tres ideas son lealtad, profesionalidad y entrega o don de sí.
Un hombre leal
“Joaquín era, ante todo, un hombre leal”, aseguró Fazio. “Leal a Dios, a quien aprendió a amar desde pequeño en el seno de una familia cristiana; leal a su vocación al Opus Dei para santificarse en medio del mundo; leal en el servicio a la Iglesia, de modo particular cuando san Juan Pablo II lo llamó a desempeñar cargos de alta responsabilidad en la comunicación de la Santa Sede. Puso su vida al servicio de su misión, en las distintas etapas de su existencia”. En este sentido recordó que “el Señor alaba a quienes le son leales”.
Una gran profesionalidad
En segundo lugar, subrayó que “su lealtad se manifestó en su profesionalidad. Puso al servicio de la verdad toda su capacidad y ciencia comunicativa, primero en la Oficina de Prensa del Opus Dei, trabajando con san Josemaría, de quien aprendió tanto; después, en medios de importancia internacional y como presidente de la Asociación de la Prensa extranjera en Roma; más adelante, como director de la Oficina de Prensa del Vaticano”. Joaquín Navarro-Valls “tuvo iniciativa, espíritu innovador, apertura para entender los nuevos desafíos que presentaba el desarrollo del siempre cambiante mundo de la comunicación. Los frutos de su trabajo son patentes”.
Una vida entregada y desprendida
Mariano Fazio señaló que “Joaquín hizo de su vida un don sincero de sí”. “Su lealtad y su profesionalidad eran vividas con un interior desprendimiento de sí mismo, con un deseo sincero y eficaz de servir a los demás”.
“En las distintas etapas de su existencia –continuó– procuró acercar a Dios a sus innumerables amigos, pues era un hombre que quería y se hacía querer”.
Mariano Fazio concluyó la homilía explicando que la vida de Joaquín Navarro-Valls “estaba basada en su intimidad con Jesús. Todos los días, hasta el último, dedicaba tiempo para dialogar con el Señor en su oración, recitaba el Rosario con gran afecto por su Madre la Virgen. Sobre todo, lo fortalecía la recepción diaria del sacramento de la Eucaristía. Esa era su verdadera fortaleza, no sus abundantes talentos naturales”.
El homenaje de su sucesor Lombardi
El padre Federico Lombardi publicó en Radio Vaticana un testimonio escrito explicando cómo fue su relación y admiración por su predecesor, que reproducimos a continuación.
Navarro-Valls, maestro de la comunicación al servicio de la Iglesia
Conocí personalmente al Dr. Navarro-Valls cuando vine a trabajar en el Vaticano como Director de Programación de Radio Vaticana al inicio de 1991. Desde entonces, comencé a seguir regularmente la actividad de la Oficina de Prensa como fuente imprescindible de información y a participar en diversos viajes de Juan Pablo II, integrándome en aquella original comunidad que es el “séquito papal”, del cual obviamente Navarro era un componente estable e importante, pero también agradable, amigable y cordial.
Naturalmente ya lo conocía por fama como brillante y competente ‘portavoz’ del Papa. Aunque esta no era la dicción oficial de su trabajo – que sería más bien “Director de la Oficina de Prensa” – es necesario decir que en su caso era una denominación completamente apropiada.
De hecho Navarro, como nos explicó varias veces, desde el comienzo fue muy claro con quien lo había llamado al nuevo servicio en el Vaticano, haciendo entender que retenía absolutamente necesario poder tener – y tener efectivamente – una relación directa con el Papa, para poder conocer con seguridad y claridad su pensamiento y su línea, y poderse presentar al mundo de la prensa y de la opinión pública como intérprete acreditado de tal pensamiento y no sólo por conocimiento indirecto.
No cabe duda que en todo el larguísimo servicio que él desarrolló durante el pontificado de Juan Pablo II, desde 1984 hasta la muerte en el 2005, haya estado efectivamente muy cerca del Papa, tanto que fue considerado una de las figuras importantes de aquel pontificado extraordinario, no sólo por su evidente visibilidad pública, sino también por su papel de intervención y de consejo. Ciertamente Juan Pablo II tuvo gran confianza en él y consideró mucho su servicio.
No por nada él fue también incluido como miembro efectivo de varias delegaciones de la Santa Sede en Conferencias mundiales de las Naciones Unidas de particular resonancia donde, gracias a su experiencia y capacidad comunicativa, desarrolló efectivamente un papel de relevancia primaria. Así, también tuvo varias veces un papel ‘diplomático’, por ejemplo, en la preparación o en el desarrollo de viajes de importancia histórica, como aquel del card. Casaroli en Rusia en el 1988 o el de Juan Pablo II a Cuba.
Su inteligencia, elegancia y capacidad de relaciones eran eminentes. A ello se agregaban un óptimo conocimiento de las lenguas y una verdadera genialidad en el presentar noticias y contenidos informativos de manera brillante, atractiva y concisa. Todas dotes que hacían de él un personaje ideal como punto de referencia vaticano para los agentes de la información internacional, pero también para las relaciones – públicas, pero no sólo – con muchas personalidades de gran relevancia e influencia en el mundo de las comunicaciones, de la política, de los negocios.
La elección del Dr. Navarro como Director de la Oficina de Prensa por parte de Juan Pablo II fue indudablemente una elección muy acertada. A diferencia de sus predecesores en aquella tarea, se trataba de un laico – y ya esto era, en cierto sentido, un mensaje – y de un laico profesionalmente competente y apreciado por los colegas periodistas: ya había sido Presidente de la Asociación Prensa extranjera de Roma. Al mismo tiempo, como numerario del Opus Dei, era una persona sobre cuya dedicación y amor fiel a la Iglesia y al Papa se podía verdaderamente contar, por la disponibilidad efectiva ya sea de tiempo que de corazón.
La duración excepcional del servicio del Dr. Navarro como Director de la Oficina de Prensa vaticana, su autoridad, la eficiencia y la cualidad universalmente reconocida de su trabajo, nos hacen pensar espontáneamente en su dirección como en una época que permanecerá probablemente única en la historia de la Oficina de Prensa y de las comunicaciones vaticanas. Ciertamente, la dimensión de la comunicación y de las públicas relaciones en el inmenso pontificado de Juan Pablo II no puede ser de ninguna manera comprendida prescindiendo de la obra y de la personalidad del Dr. Navarro. Ha sido un servicio a la Iglesia de un valor incalculable.
Personalmente he estado siempre agradecido al Dr. Navarro por la cortesía y la atención en el curso de los quince años en los que hemos colaborado – diría siempre bien, serenamente y amigablemente – con funciones diversas en el campo de las comunicaciones vaticanas. Lo he considerado siempre un maestro en el modo de desarrollar su servicio y nunca me hubiera imaginado que habría sido llamado para sucederlo.
Era evidente que, bajo muchos puntos de vista, era para mí completamente inimitable: no podía imitarlo y no debía ni siquiera probar. En el contexto de un pontificado diverso, traté entonces de interpretar y desarrollar la tarea que me asignaron como mejor sabía, pero conservando, por lo que me era posible, su valiosa herencia. Navarro permaneció siempre un amigo para mí, un ejemplo de vida espiritual discreta, verdadera y profunda, plenamente integrada con su trabajo, un modelo de dedicación al servicio del Papa y de la Iglesia, un maestro de la comunicación, aunque para mí – como ya dije, pero repito con gusto - inimitable”.
Mariano Fazio, Vicario General de la Prelatura del Opus Dei, presidió el funeral y en su homilía describió a Navarro-Valls como "un hombre de fe, y durante toda su vida procuró ser consecuente con lo que creía”.
En su homilía, el Vicario General del Opus Dei reflexionó en torno a “tres ideas que pueden resumir una vida plena, lograda, llena de amor a Dios y de servicio a los demás”. Las tres ideas son lealtad, profesionalidad y entrega o don de sí.
Un hombre leal
“Joaquín era, ante todo, un hombre leal”, aseguró Fazio. “Leal a Dios, a quien aprendió a amar desde pequeño en el seno de una familia cristiana; leal a su vocación al Opus Dei para santificarse en medio del mundo; leal en el servicio a la Iglesia, de modo particular cuando san Juan Pablo II lo llamó a desempeñar cargos de alta responsabilidad en la comunicación de la Santa Sede. Puso su vida al servicio de su misión, en las distintas etapas de su existencia”. En este sentido recordó que “el Señor alaba a quienes le son leales”.
Una gran profesionalidad
En segundo lugar, subrayó que “su lealtad se manifestó en su profesionalidad. Puso al servicio de la verdad toda su capacidad y ciencia comunicativa, primero en la Oficina de Prensa del Opus Dei, trabajando con san Josemaría, de quien aprendió tanto; después, en medios de importancia internacional y como presidente de la Asociación de la Prensa extranjera en Roma; más adelante, como director de la Oficina de Prensa del Vaticano”. Joaquín Navarro-Valls “tuvo iniciativa, espíritu innovador, apertura para entender los nuevos desafíos que presentaba el desarrollo del siempre cambiante mundo de la comunicación. Los frutos de su trabajo son patentes”.
Una vida entregada y desprendida
Mariano Fazio señaló que “Joaquín hizo de su vida un don sincero de sí”. “Su lealtad y su profesionalidad eran vividas con un interior desprendimiento de sí mismo, con un deseo sincero y eficaz de servir a los demás”.
“En las distintas etapas de su existencia –continuó– procuró acercar a Dios a sus innumerables amigos, pues era un hombre que quería y se hacía querer”.
Mariano Fazio concluyó la homilía explicando que la vida de Joaquín Navarro-Valls “estaba basada en su intimidad con Jesús. Todos los días, hasta el último, dedicaba tiempo para dialogar con el Señor en su oración, recitaba el Rosario con gran afecto por su Madre la Virgen. Sobre todo, lo fortalecía la recepción diaria del sacramento de la Eucaristía. Esa era su verdadera fortaleza, no sus abundantes talentos naturales”.
El homenaje de su sucesor Lombardi
El padre Federico Lombardi publicó en Radio Vaticana un testimonio escrito explicando cómo fue su relación y admiración por su predecesor, que reproducimos a continuación.
Navarro-Valls, maestro de la comunicación al servicio de la Iglesia
Conocí personalmente al Dr. Navarro-Valls cuando vine a trabajar en el Vaticano como Director de Programación de Radio Vaticana al inicio de 1991. Desde entonces, comencé a seguir regularmente la actividad de la Oficina de Prensa como fuente imprescindible de información y a participar en diversos viajes de Juan Pablo II, integrándome en aquella original comunidad que es el “séquito papal”, del cual obviamente Navarro era un componente estable e importante, pero también agradable, amigable y cordial.
Naturalmente ya lo conocía por fama como brillante y competente ‘portavoz’ del Papa. Aunque esta no era la dicción oficial de su trabajo – que sería más bien “Director de la Oficina de Prensa” – es necesario decir que en su caso era una denominación completamente apropiada.
De hecho Navarro, como nos explicó varias veces, desde el comienzo fue muy claro con quien lo había llamado al nuevo servicio en el Vaticano, haciendo entender que retenía absolutamente necesario poder tener – y tener efectivamente – una relación directa con el Papa, para poder conocer con seguridad y claridad su pensamiento y su línea, y poderse presentar al mundo de la prensa y de la opinión pública como intérprete acreditado de tal pensamiento y no sólo por conocimiento indirecto.
No cabe duda que en todo el larguísimo servicio que él desarrolló durante el pontificado de Juan Pablo II, desde 1984 hasta la muerte en el 2005, haya estado efectivamente muy cerca del Papa, tanto que fue considerado una de las figuras importantes de aquel pontificado extraordinario, no sólo por su evidente visibilidad pública, sino también por su papel de intervención y de consejo. Ciertamente Juan Pablo II tuvo gran confianza en él y consideró mucho su servicio.
No por nada él fue también incluido como miembro efectivo de varias delegaciones de la Santa Sede en Conferencias mundiales de las Naciones Unidas de particular resonancia donde, gracias a su experiencia y capacidad comunicativa, desarrolló efectivamente un papel de relevancia primaria. Así, también tuvo varias veces un papel ‘diplomático’, por ejemplo, en la preparación o en el desarrollo de viajes de importancia histórica, como aquel del card. Casaroli en Rusia en el 1988 o el de Juan Pablo II a Cuba.
Su inteligencia, elegancia y capacidad de relaciones eran eminentes. A ello se agregaban un óptimo conocimiento de las lenguas y una verdadera genialidad en el presentar noticias y contenidos informativos de manera brillante, atractiva y concisa. Todas dotes que hacían de él un personaje ideal como punto de referencia vaticano para los agentes de la información internacional, pero también para las relaciones – públicas, pero no sólo – con muchas personalidades de gran relevancia e influencia en el mundo de las comunicaciones, de la política, de los negocios.
La elección del Dr. Navarro como Director de la Oficina de Prensa por parte de Juan Pablo II fue indudablemente una elección muy acertada. A diferencia de sus predecesores en aquella tarea, se trataba de un laico – y ya esto era, en cierto sentido, un mensaje – y de un laico profesionalmente competente y apreciado por los colegas periodistas: ya había sido Presidente de la Asociación Prensa extranjera de Roma. Al mismo tiempo, como numerario del Opus Dei, era una persona sobre cuya dedicación y amor fiel a la Iglesia y al Papa se podía verdaderamente contar, por la disponibilidad efectiva ya sea de tiempo que de corazón.
La duración excepcional del servicio del Dr. Navarro como Director de la Oficina de Prensa vaticana, su autoridad, la eficiencia y la cualidad universalmente reconocida de su trabajo, nos hacen pensar espontáneamente en su dirección como en una época que permanecerá probablemente única en la historia de la Oficina de Prensa y de las comunicaciones vaticanas. Ciertamente, la dimensión de la comunicación y de las públicas relaciones en el inmenso pontificado de Juan Pablo II no puede ser de ninguna manera comprendida prescindiendo de la obra y de la personalidad del Dr. Navarro. Ha sido un servicio a la Iglesia de un valor incalculable.
Personalmente he estado siempre agradecido al Dr. Navarro por la cortesía y la atención en el curso de los quince años en los que hemos colaborado – diría siempre bien, serenamente y amigablemente – con funciones diversas en el campo de las comunicaciones vaticanas. Lo he considerado siempre un maestro en el modo de desarrollar su servicio y nunca me hubiera imaginado que habría sido llamado para sucederlo.
Era evidente que, bajo muchos puntos de vista, era para mí completamente inimitable: no podía imitarlo y no debía ni siquiera probar. En el contexto de un pontificado diverso, traté entonces de interpretar y desarrollar la tarea que me asignaron como mejor sabía, pero conservando, por lo que me era posible, su valiosa herencia. Navarro permaneció siempre un amigo para mí, un ejemplo de vida espiritual discreta, verdadera y profunda, plenamente integrada con su trabajo, un modelo de dedicación al servicio del Papa y de la Iglesia, un maestro de la comunicación, aunque para mí – como ya dije, pero repito con gusto - inimitable”.
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