Viernes, 22 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

El Papa, a los líderes de la UE: «Sin el cristianismo, los valores occidentales son incomprensibles»

C.L. / ReL

Francisco evocó ante los jefes de gobierno europeos el espíritu de los padres fundadores de la Unión.
Francisco evocó ante los jefes de gobierno europeos el espíritu de los padres fundadores de la Unión.
Ante los jefes de Estado y de gobierno de la Unión Europea, congregados para la celebración del 60º aniversario del Tratado de Roma, Francisco evocó el espíritu de los padres fundadores, a quienes citó con profusión durante su discurso, y animó a revitalizarlo en torno a una palabra: "Esperanza". (Ver abajo el discurso íntegro.)

"A quien gobierna compete discernir los caminos de la esperanza: ésa es la tarea de ustedes", dijo el Papa a los presentes tras escuchar los discursos de Antonio Tajani, presidente del Parlamento Europeo, y del primer ministro italiano, Paolo Gentiloni. Les escuchaban los representantes de los 27 países miembros de la Unión Europea, con la excepción de la británica Theresa May, tanto por la situación creada tras el atentado del miércoles en Londres como porque el Reino Unido activará el Brexit la semana que viene. Entre los presentes, François Hollande (quien besó dos veces al Papa en el breve saludo que recibió el pontífice de cada uno de ellos), Angela Merkel y Mariano Rajoy.


A la conclusión del acto, celebrado en la Sala Regia del palacio apostólico Vaticano, se tomó la foto de familia en la cercana Capilla Sixtina.

En la primera parte de su discurso, Francisco evocó con frecuencia a los jefes de Estado, de gobierno y de la diplomacia europeos que posibilitaron la firma del Tratado de Roma, embrión de la UE, y que respondía, dijo "a una particular concepción de la vida a medida del hombre, fraterna y justa": "Europa no es un conjunto de reglas que observar, no es un prontuario de protocolos y de procedimientos. Es una forma de vida, un modo de concebir el hombre a partir de su dignidad trascendente e inalienable y no sólo como un conjunto de derechos que hay que defender o de pretensiones que reclamar".

En ese sentido, recordó que ese concepto de la persona humana incluye "su fermento de fraternidad evangélica" y se articula en torno a la idea de "solidaridad" entre los pueblos europeos y con otros pueblos. El Papa hizo alusión en varias ocasiones al problema de los inmigrantes y de los refugiados, invitando a esa solidaridad con ellos.

Francisco recordó que el "denominador común" de los padres fundadores fue "el espíritu de servicio unido a la  pasión política", y a la conciencia del papel como fermento "que se encuentra en el cristianismo, sin el cual los valores occidentales de dignidad, libertad y justicia resultan incomprensibles".

El Papa lamentó la existencia en Europa tanto de tendencias "centrífugas" como "uniformizadoras", frente a lo cual apostó por la unidad en las diferencias: "Europa encuentra la esperanza en la solidaridad, que es la alternativa a los modernos populismos". Éstos "florecen por el egoísmo que se encuentra en un círculo estrecho y sofocante que no consiente superar la limitación del propio pensamiento". Y propuso una "esperanza" basada en que la historia de Europa "está determinada por el encuentro con otros pueblos y culturas. Su identidad siempre ha sido dinámica y multicultural".

Entre los valores constitutivos de esa identidad, el Papa citó la "familia como célula fundamental de la sociedad" y la defensa de "la vida en toda su sacralidad".

Francisco comprometió la "proximidad de la Santa Sede y de la Iglesia" a la edificación de Europa, "invocando para ella la bendición del Señor para que la proteja y le dé paz y progreso".



Discurso íntegro del Papa Francisco a los líderes de la UE

Distinguidos invitados:

A los Padres de Europa he dedicado esta primera parte de mi intervención, para que nos dejemos interpelar por sus palabras, por la actualidad de su pensamiento, por el apasionado compromiso en favor del bien común que los ha caracterizado, por la convicción de formar parte de una obra más grande que sus propias personas y por la amplitud del ideal que los animaba. Su denominador común era el espíritu de servicio, unido a la pasión política, y a la conciencia de que "en el origen de la civilización europea se encuentra el cristianismo",[12] sin el cual los valores occidentales de la dignidad, libertad y justicia resultan incomprensibles. "Y todavía en nuestros días ―afirmaba san Juan Pablo II― el alma de Europa permanece unida porque, además de su origen común, tiene idénticos valores cristianos y humanos, como son los de la dignidad de la persona humana, del profundo sentimiento de justicia y libertad, de laboriosidad, de espíritu de iniciativa, de amor a la familia, de respeto a la vida, de tolerancia y de deseo de cooperación y de paz, que son notas que la caracterizan".[13]

En nuestro mundo multicultural tales valores seguirán teniendo plena ciudadanía si saben mantener su nexo vital con la raíz que los engendró. En la fecundidad de tal nexo está la posibilidad de edificar sociedades auténticamente laicas, sin contraposiciones ideológicas, en las que encuentran igualmente su lugar el oriundo, el autóctono, el creyente y el no creyente. En los últimos sesenta años el mundo ha cambiado mucho. Si los Padres fundadores, que habían sobrevivido a un conflicto devastador, estaban animados por la esperanza de un futuro mejor y con una voluntad firme lo perseguían, para evitar que surgieran nuevos conflictos, nuestra época está más dominada por el concepto de crisis.

Está la crisis económica, que ha marcado el último decenio, la crisis de la familia y de los modelos sociales consolidados, está la difundida "crisis de las instituciones" y la crisis de los emigrantes: tantas crisis, que esconden el miedo y la profunda desorientación del hombre contemporáneo, que exigen una nueva hermenéutica para el futuro. A pesar de todo, el término «crisis» no tiene por sí mismo una connotación negativa. No se refiere solamente a un mal momento que hay que superar. La palabra crisis tiene su origen en el verbo griego crino (κρίνω), que significa investigar, valorar, juzgar. Por esto, nuestro tiempo es un tiempo de discernimiento, que nos invita a valorar lo esencial y a construir sobre ello; es, por lo tanto, un tiempo de desafíos y de oportunidades.

Entonces, ¿cuál es la hermenéutica, la clave interpretativa con la que podemos leer las dificultades del momento presente y encontrar respuestas para el futuro? Evocar las ideas de los Padres sería en efecto estéril si no sirviera para indicarnos un camino, si no se convirtiera en estímulo para el futuro y en fuente de esperanza. Cada organismo que pierde el sentido de su camino, que pierde este mirar hacia delante, sufre primero una involución y al final corre el riesgo de morir. ¿Cuál es la herencia de los Padres fundadores? ¿Qué prospectivas nos indican para afrontar los desafíos que nos aguardan? ¿Qué esperanza para la Europa de hoy y de mañana?

La respuesta la encontramos precisamente en los pilares sobre los que ellos han querido edificar la Comunidad económica europea y que ya he mencionado: la centralidad del hombre, una solidaridad eficaz, la apertura al mundo, la búsqueda de la paz y el desarrollo, la apertura al futuro. A quien gobierna le corresponde discernir los caminos de la esperanza, identificar los procesos concretos para hacer que los pasos realizados hasta ahora no se dispersen, sino que aseguren un camino largo y fecundo.

Europa encuentra de nuevo esperanza cada vez que pone al hombre en el centro y en el corazón de las instituciones. Considero que esto implica la escucha atenta y confiada de las instancias que provienen tanto de los individuos como de la sociedad y de los pueblos que componen la Unión. Desgraciadamente, a menudo se tiene la sensación de que se está produciendo una "separación afectiva" entre los ciudadanos y las Instituciones europeas, con frecuencia percibidas como lejanas y no atentas a las distintas sensibilidades que constituyen la Unión. Afirmar la centralidad del hombre significa también encontrar el espíritu de familia, con el que cada uno contribuye libremente, según las propias capacidades y dones, a la casa común. Es oportuno tener presente que Europa es una familia de pueblos[14] y, como en toda buena familia, existen susceptibilidades diferentes, pero todos podrán crecer en la medida en que estén unidos.

La Unión Europea nace como unidad de las diferencias y unidad en las diferencias. Por eso las peculiaridades no deben asustar, ni se puede pensar que la unidad se preserva con la uniformidad. Esa unidad es más bien la armonía de una comunidad. Los padres fundadores escogieron precisamente este término como punto central de las entidades que nacían de los Tratados, acentuando el hecho de que se ponían en común los recursos y los talentos de cada uno. Hoy la Unión Europea tiene necesidad de redescubrir el sentido de ser ante todo "comunidad" de personas y de pueblos, consciente de que "el todo es más que la parte, y también es más que la mera suma de ellas",[15] y por lo tanto "hay que ampliar la mirada para reconocer un bien mayor que nos beneficiará a todos"[16]. Los Padres fundadores buscaban aquella armonía en la que el todo está en cada una de las partes, y las partes están ―cada una con su originalidad― en el todo.

Europa vuelve a encontrar esperanza en la solidaridad, que es también el antídoto más eficaz contra los modernos populismos. La solidaridad comporta la conciencia de formar parte de un solo cuerpo, y al mismo tiempo implica la capacidad que cada uno de los miembros tiene para "simpatizar" con el otro y con el todo. Si uno sufre, todos sufren (cf. 1 Co 12,26). Por eso, hoy también nosotros lloramos con el Reino Unido por las víctimas del atentado que ha golpeado en Londres hace dos días. La solidaridad no es sólo un buen propósito: está compuesta de hechos y gestos concretos que acercan al prójimo, sea cual sea la condición en la que se encuentre.

Los populismos, al contrario, florecen precisamente por el egoísmo, que nos encierra en un círculo estrecho y asfixiante y no nos permite superar la estrechez de los propios pensamientos ni "mirar más allá". Es necesario volver a pensar en modo europeo, para conjurar el peligro de una gris uniformidad o, lo que es lo mismo, el triunfo de los particularismos. A la política le corresponde esa leadership ideal, que evite usar las emociones para ganar el consenso, para elaborar en cambio, con espíritu de solidaridad y subsidiaridad, políticas que hagan crecer a toda la Unión en un desarrollo armónico, de modo que el que corre más deprisa tienda la mano al que va más despacio, y el que tiene dificultad se esfuerce para alcanzar al que está en cabeza.

Europa vuelve a encontrar esperanza cuando no se encierra en el miedo de las falsas seguridades. Por el contrario, su historia está fuertemente marcada por el encuentro con otros pueblos y culturas, y su identidad "es, y siempre ha sido, una identidad dinámica y multicultural".[17] En el mundo hay interés por el proyecto europeo. Así ha sido desde el primer momento, como demuestra la multitud que abarrotaba la plaza del Campidoglio y los mensajes de felicitación que llegaban de otros Estados. Aún más interés hay hoy, empezando por los Países que piden entrar a formar parte de la Unión, como también de los Estados que reciben las ayudas que, con gran generosidad, se les ofrecen para afrontar las consecuencias de la pobreza, de las enfermedades y las guerras. La apertura al mundo implica la capacidad de "diálogo como forma de encuentro"[18] a todos los niveles, comenzando por el que existe entre los Estados miembros y entre las Instituciones y los ciudadanos, hasta el que se tiene con los muchos inmigrantes que llegan a las costas de la Unión.

No se puede limitar a gestionar la grave crisis migratoria de estos años como si fuera sólo un problema numérico, económico o de seguridad. La cuestión migratoria plantea una pregunta más profunda, que es sobre todo cultural. ¿Qué cultura propone la Europa de hoy? El miedo que se advierte encuentra a menudo su causa más profunda en la pérdida de ideales. Sin una verdadera perspectiva de ideales, se acaba siendo dominado por el temor de que el otro nos cambie nuestras costumbres arraigadas, nos prive de las comodidades adquiridas, ponga de alguna manera en discusión un estilo de vida basado sólo con frecuencia en el bienestar material. Por el contrario, la riqueza de Europa ha sido siempre su apertura espiritual y la capacidad de platearse cuestiones fundamentales sobre el sentido de la existencia. La apertura hacia el sentido de lo eterno va unida también a una apertura positiva, aunque no exenta de tensiones y de errores, hacia el mundo.

En cambio, parece como si el bienestar conseguido le hubiera recortado las alas, y le hubiera hecho bajar la mirada. Europa tiene un patrimonio moral y espiritual único en el mundo, que merece ser propuesto una vez más con pasión y renovada vitalidad, y que es el mejor antídoto contra la falta de valores de nuestro tiempo, terreno fértil para toda forma de extremismo. Estos son los ideales que han hecho a Europa, la "península de Asia" que de los Urales llega hasta el Atlántico.

Europa vuelve a encontrar esperanza cuando invierte en el desarrollo y en la paz. El desarrollo no es el resultado de un conjunto de técnicas productivas, sino que abarca a todo el ser humano: la dignidad de su trabajo, condiciones de vida adecuadas, la posibilidad de acceder a la enseñanza y a los necesarios cuidados médicos. "El desarrollo es el nuevo nombre de la paz",[19] afirmaba Pablo VI, puesto que no existe verdadera paz cuando hay personas marginadas y forzadas a vivir en la miseria. No hay paz allí donde falta el trabajo o la expectativa de un salario digno. No hay paz en las periferias de nuestras ciudades, donde abunda la droga y la violencia.

Europa vuelve a encontrar esperanza cuando se abre al futuro. Cuando se abre a los jóvenes, ofreciéndoles perspectivas serias de educación, posibilidades reales de inserción en el mundo del trabajo. Cuando invierte en la familia, que es la primera y fundamental célula de la sociedad. Cuando respeta la conciencia y los ideales de sus ciudadanos. Cuando garantiza la posibilidad de tener hijos, con la seguridad de poderlos mantener. Cuando defiende la vida con toda su sacralidad.

Distinguidos invitados:

Con el aumento general de la esperanza de vida, los sesenta años se consideran hoy como el tiempo de la plena madurez. Una edad crucial en la que estamos llamados de nuevo a revisarnos. También hoy, la Unión Europea está llamada a un replanteamiento, a curar los inevitables achaques que vienen con los años y a encontrar nuevas vías para continuar su propio camino. Sin embargo, a diferencia de un ser humano de sesenta años, la Unión Europea no tiene ante ella una inevitable vejez, sino la posibilidad de una nueva juventud. Su éxito dependerá de la voluntad de trabajar una vez más juntos y del deseo de apostar por el futuro. A vosotros, como líderes, os corresponde discernir el camino para un "nuevo humanismo europeo",[20] hecho de ideales y de concreción. Esto significa no tener miedo a tomar decisiones eficaces, para responder a los problemas reales de las personas y para resistir al paso del tiempo.

Por mi parte, renuevo la cercanía de la Santa Sede y de la Iglesia a Europa entera, a cuya edificación ha contribuido desde siempre y contribuirá siempre, invocando sobre ella la bendición del Señor, para que la proteja y le dé paz y progreso. Hago mías las palabras que Joseph Bech pronunció en el Campidoglio: Ceterum censeo Europam esse ædificandam, por lo demás, pienso que Europa merezca ser construida. Gracias.

_______________

[1] Discurso pronunciado con ocasión de la firma de los Tratados de Roma (25 marzo 1957).
[2] Ibíd.
[3] A. De Gasperi, Nuestra patria Europa. Discurso a la Conferencia Parlamentaria Europea (21 abril 1954), en: Alcide De Gasperi e la politica internazionale, Cinque Lune, Roma 1990, vol. III, 437-440.
[4] Cf. P.H. Spaak, Discurso, cit.
[5] Discurso pronunciado con ocasión de la firma de los Tratados de Roma (25 marzo 1957).
[6] Ibíd.
[7] Discurso pronunciado con ocasión de la firma de los Tratados de Roma (25 marzo 1957).
[8] Discurso pronunciado con ocasión de la firma de los Tratados de Roma (25 marzo 1957).
[9] P.H. Spaak, Discurso, cit.
[10] Discurso a los Miembros del Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede (9 enero 2017).
[11] Cf. P.H. Spaak, Discurso, cit.
[12] A. de Gasperi, La nostra patria Europa, cit.
[13] Acto Europeo en Santiago de Compostela (9 noviembre 1982): AAS 75/I (1983), 329.
[14] Cf. Discurso en el Parlamento Europeo, Estrasburgo (25 noviembre 2014): AAS 106 (2014), 1000.
[15] Exhort. Apost. Evangelii Gaudium, 235.
[16] Ibíd.
[17] Discurso en la entrega del Premio Carlo Magno (6 mayo 2016): L’Osservatore Romano, 6-7 de mayo de 2016, p. 4.
[18] Exhort. ap. Evangelii gaudium, 239.
[19] Carta enc. Populorum progressio (26 marzo 1967), 87: AAS 59 (1967), 299.
[20] Discurso en la entrega del Premio Carlo Magno (6 mayo 2016): L’Osservatore Romano, 6-7 de mayo de 2016, p. 5.
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