Sábado, 23 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Francisco pidió «cercanía a las víctimas del terrorismo»

Cristo resucitado lleva esperanza «a quienes en nuestras sociedades han perdido el gusto de vivir»

Entre los países en conflicto mencionados, Francisco incluyo una mención especial a Venezuela.
Entre los países en conflicto mencionados, Francisco incluyo una mención especial a Venezuela.

ReL

En el domingo de la Pascua de la Resurrección del Señor, el Papa Francisco presidió, en el atrio de la Basílica Vaticana, la solemne celebración de la misa en la plaza de San Pedro. En la eucaristía, que comenzó con el rito del Resurrexit, participaron fieles romanos y peregrinos procedentes de todas las partes del mundo. Miles de flores de muchos colores decoraban el atrio de la Basílica, dando así color al día que la Iglesia católica celebra la Resurrección de Jesús. El Santo Padre no pronunció la homilía tras la lectura del Evangelio, porque al finalizar la misa hizo la bendición Urbi et Orbi con el Mensaje pascual.

Al concluir la eucaristía, el Papa subió al papamóvil y dio una vuelta por la plaza y por vía de la Conciliación, para saludar de cerca a los presentes. A continuación, entró en la Basílica para asomarse a la ventana de la loggia central desde donde leyó el mensaje.



Francisco invitó a confiar totalmente en Dios y darle gracias porque “ha descendido por nosotros hasta el fondo del abismo”. Ante las simas espirituales y morales de la humanidad, ante al vacío que se crea en el corazón y que provoca odio y muerte, “solamente una infinita misericordia puede darnos la salvación”, aseguró. También subrayó que Jesús nos concede su mirada de ternura y compasión “hacia los hambrientos y sedientos, los extranjeros y los encarcelados, los marginados y descartados, las víctimas del abuso y la violencia”.

A propósito, el Papa observó que el mundo está lleno de personas que sufren en el cuerpo y en el espíritu, mientras que las crónicas diarias están repletas de informes sobre delitos brutales, tanto en el ámbito doméstico, como conflictos armados a gran escala.

Y así, dedicó unas palabras para la “querida Siria”, a la que Cristo resucitado indica caminos de esperanza, “un país desgarrado por un largo conflicto, con su triste rastro de destrucción, muerte, desprecio por el derecho humanitario y la desintegración de la convivencia civil”. Por eso pidió encomendar al Señor resucitado “las conversaciones en curso”, para que, “se puedan recoger frutos de paz y emprender la construcción de una sociedad fraterna, respetuosa de la dignidad y los derechos de todos los ciudadanos”.



Del mismo modo manifestó su deseo de que se promueva un intercambio fecundo entre pueblos y culturas en las zonas de la cuenca del Mediterráneo y de Medio Oriente, en particular en Irak, Yemen y Libia. Para israelíes y palestinos en Tierra Santa deseó que se “fomente la convivencia” así como “la disponibilidad paciente y el compromiso cotidiano de trabajar en la construcción de los cimientos de una paz justa y duradera a través de negociaciones directas y sinceras”. También se acordó de la guerra de Ucrania para que alcance “una solución definitiva”, inspirando y apoyando también las iniciativas de ayuda humanitaria, incluida la de liberar a las personas detenidas.

Recordando los recientes atentados de Bélgica, Turquía, Nigeria, Chad, Camerún y Costa de Marfil, el Santo Padre pidió que se “avive en esta fiesta de Pascua nuestra cercanía a las víctimas del terrorismo, esa forma ciega y brutal de violencia que no cesa de derramar sangre inocente en diferentes partes del mundo”.

El Pontífice manifestó su deseo de que se lleve a buen término el fermento de esperanza y las perspectivas de paz en África; en particular, en Burundi, Mozambique, la República Democrática del Congo y en el Sudán del Sur. Que el mensaje pascual –añadió el papa Francisco– se proyecte cada vez más sobre el pueblo venezolano, en las difíciles condiciones en las que vive, así como sobre los que tienen en sus manos el destino del país, para que se trabaje en pos del bien común, buscando formas de diálogo y colaboración entre todos.



Unas palabras también para recordar a los emigrantes y refugiados, “hombres y mujeres en camino para buscar un futuro mejor”, “una muchedumbre cada vez más grande” que huye de la guerra, el hambre, la pobreza y la injusticia social. Al respecto el Papa expresó su deseo de que la cita de la próxima Cumbre Mundial Humanitaria no deje de poner “en el centro a la persona humana, con su dignidad”, y “desarrollar políticas capaces de asistir y proteger a las víctimas de conflictos y otras situaciones de emergencia”, especialmente “a los más vulnerables y los que son perseguidos por motivos étnicos y religiosos”.

Finalmente, dedicó unas palabras a “quienes en nuestras sociedades han perdido toda esperanza y el gusto de vivir”: Mira, hago nuevas todas las cosas… al que tenga sed yo le daré de la fuente del agua de la vida gratuitamente (Ap 21,5-6). Que este mensaje consolador de Jesús –concluyó el Pontífice– nos ayude a todos nosotros a reanudar con mayor vigor la construcción de caminos de reconciliación con Dios y con los hermanos.

Texto íntegro del mensaje de Pascua del Papa Francisco
«Dad gracias al Señor porque es bueno Porque es eterna su misericordia» (Sal 135,1)

Queridos hermanos y hermanas, ¡Feliz Pascua!
Jesucristo, encarnación de la misericordia de Dios, ha muerto en cruz por amor, y por amor ha resucitado. Por eso hoy proclamamos: ¡Jesús es el Señor!
Su resurrección cumple plenamente la profecía del Salmo: «La misericordia de Dios es eterna», su amor es para siempre, nunca muere. Podemos confiar totalmente en él, y le damos gracias porque ha descendido por nosotros hasta el fondo del abismo.

Ante las simas espirituales y morales de la humanidad, ante al vacío que se crea en el corazón y que provoca odio y muerte, solamente una infinita misericordia puede darnos la salvación. Sólo Dios puede llenar con su amor este vacío, estas fosas, y hacer que no nos hundamos, y que podamos seguir avanzando juntos hacia la tierra de la libertad y de la vida.

El anuncio gozoso de la Pascua: Jesús, el crucificado, «no está aquí, ¡ha resucitado!» (Mt 28,6), nos ofrece la certeza consoladora de que se ha salvado el abismo de la muerte y, con ello, ha quedado derrotado el luto, el llanto y la angustia (cf. Ap 21,4). El Señor, que sufrió el abandono de sus discípulos, el peso de una condena injusta y la vergüenza de una muerte infame, nos hace ahora partícipes de su vida inmortal, y nos concede su mirada de ternura y compasión hacia los hambrientos y sedientos, los extranjeros y los encarcelados, los marginados y descartados, las víctimas del abuso y la violencia. El mundo está lleno de personas que sufren en el cuerpo y en el espíritu, mientras que las crónicas diarias están repletas de informes sobre delitos brutales, que a menudo se cometen en el ámbito doméstico, y de conflictos armados a gran escala que someten a poblaciones enteras a pruebas indecibles.

Cristo resucitado indica caminos de esperanza a la querida Siria, un país desgarrado por un largo conflicto, con su triste rastro de destrucción, muerte, desprecio por el derecho humanitario y la desintegración de la convivencia civil. Encomendamos al poder del Señor resucitado las conversaciones en curso, para que, con la buena voluntad y la cooperación de todos, se puedan recoger frutos de paz y emprender la construcción una sociedad fraterna, respetuosa de la dignidad y los derechos de todos los ciudadanos. Que el mensaje de vida, proclamado por el ángel junto a la piedra removida del sepulcro, aleje la dureza de nuestro corazón y promueva un intercambio fecundo entre pueblos y culturas en las zonas de la cuenca del Mediterráneo y de Medio Oriente, en particular en Irak, Yemen y Libia. Que la imagen del hombre nuevo, que resplandece en el rostro de Cristo, fomente la convivencia entre israelíes y palestinos en Tierra Santa, así como la disponibilidad paciente y el compromiso cotidiano de trabajar en la construcción de los cimientos de una paz justa y duradera a través de negociaciones directas y sinceras. Que el Señor de la vida acompañe los esfuerzos para alcanzar una solución definitiva de la guerra en Ucrania, inspirando y apoyando también las iniciativas de ayuda humanitaria, incluida la de liberar a las personas detenidas.

Que el Señor Jesús, nuestra paz (cf. Ef 2,14), que con su resurrección ha vencido el mal y el pecado, avive en esta fiesta de Pascua nuestra cercanía a las víctimas del terrorismo, esa forma ciega y brutal de violencia que no cesa de derramar sangre inocente en diferentes partes del mundo, como ha ocurrido en los recientes atentados en Bélgica, Turquía, Nigeria, Chad, Camerún y Costa de Marfil; que lleve a buen término el fermento de esperanza y las perspectivas de paz en África; pienso, en particular, en Burundi, Mozambique, la República Democrática del Congo y en el Sudán del Sur, lacerados por tensiones políticas y sociales.

Dios ha vencido el egoísmo y la muerte con las armas del amor; su Hijo, Jesús, es la puerta de la misericordia, abierta de par en par para todos. Que su mensaje pascual se proyecte cada vez más sobre el pueblo venezolano, en las difíciles condiciones en las que vive, así como sobre los que tienen en sus manos el destino del país, para que se trabaje en pos del bien común, buscando formas de diálogo y colaboración entre todos. Y que se promueva en todo lugar la cultura del encuentro, la justicia y el respeto recíproco, lo único que puede asegurar el bienestar espiritual y material de los ciudadanos.

El Cristo resucitado, anuncio de vida para toda la humanidad que reverbera a través de los siglos, nos invita a no olvidar a los hombres y las mujeres en camino para buscar un futuro mejor. Son una muchedumbre cada vez más grande de emigrantes y refugiados -incluyendo muchos niños- que huyen de la guerra, el hambre, la pobreza y la injusticia social. Estos hermanos y hermanas nuestros, encuentran demasiado a menudo en su recorrido la muerte o, en todo caso, el rechazo de quien podrían ofrecerlos hospitalidad y ayuda. Que la cita de la próxima Cumbre Mundial Humanitaria no deje de poner en el centro a la persona humana, con su dignidad, y desarrollar políticas capaces de asistir y proteger a las víctimas de conflictos y otras situaciones de emergencia, especialmente a los más vulnerables y los que son perseguidos por motivos étnicos y religiosos.

Que, en este día glorioso, «goce también la tierra, inundada de tanta claridad» (Pregón pascual), aunque sea tan maltratada y vilipendiada por una explotación ávida de ganancias, que altera el equilibrio de la naturaleza. Pienso en particular a las zonas afectadas por los efectos del cambio climático, que en ocasiones provoca sequía o inundaciones, con las consiguientes crisis alimentarias en diferentes partes del planeta.

Con nuestros hermanos y hermanas perseguidos por la fe y por su fidelidad al nombre de Cristo, y ante el mal que parece prevalecer en la vida de tantas personas, volvamos a escuchar las palabras consoladoras del Señor: «No tengáis miedo. ¡Yo he vencido al mundo!» (Jn 16,33). Hoy es el día brillante de esta victoria, porque Cristo ha derrotado a la muerte y su resurrección ha hecho resplandecer la vida y la inmortalidad (cf. 2 Tm 1,10). «Nos sacó de la esclavitud a la libertad, de la tristeza a la alegría, del luto a la celebración, de la oscuridad a la luz, de la servidumbre a la redención. Por eso decimos ante él: ¡Aleluya!» (Melitón de Sardes, Homilía Pascual).

A quienes en nuestras sociedades han perdido toda esperanza y el gusto de vivir, a los ancianos abrumados que en la soledad sienten perder vigor, a los jóvenes a quienes parece faltarles el futuro, a todos dirijo una vez más las palabras del Señor resucitado: «Mira, hago nuevas todas las cosas… al que tenga sed yo le daré de la fuente del agua de la vida gratuitamente» (Ap 21,5-6). Que este mensaje consolador de Jesús nos ayude a todos nosotros a reanudar con mayor vigor la construcción de caminos de reconciliación con Dios y con los hermanos. Lo necesitamos mucho.

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