El Papa avisa al cuerpo diplomático: la pérdida de identidad de Occidente favorece a los extremismos
Sólo una forma ideológica y desviada de religión puede pensar que se hace justicia en nombre del Omnipotente masacrando deliberadamente a personas indefensas, como ocurrió en los sanguinarios atentados terroristas de los últimos meses en África, Europa y Oriente Medio.
Así lo ha indicado el papa Francisco al recibir en la mañana del lunes 11 de enero a los miembros del cuerpo diplomático ante la Santa Sede para la tradicional felicitación por el año nuevo.
Durante su profundo y detallado discurso, el Pontífice ha recordado que “toda experiencia religiosa auténticamente vivida promueve la paz”.
A propósito ha asegurado que el misterio de la Encarnación “nos muestra el verdadero rostro de Dios, para quien el poder no significa fuerza y destrucción, sino amor; la justicia no significa venganza, sino misericordia”.
Y en esta perspectiva, ha asegurado Francisco, ha querido situar el Jubileo extraordinario de la Misericordia, inaugurado en República Centroafricana, durante su viaje apostólico a África.
Al respecto, el Santo Padre ha señalado que la apertura de la Puerta Santa de la Catedral de Bangui “pretendía ser un signo de aliento para alzar la mirada, para retomar el camino y para volver a encontrar las razones para el diálogo”.
Por otro lado, el Papa ha explicado que la misericordia ha sido el «hilo conductor» que ha guiado sus viajes apostólicos durante el año pasado. Así, ha recordado su visita a Sarajevo, Bolivia, Ecuador y Paraguay, Cuba y a los Estados Unidos de América.
También ha hecho referencia a la importancia de la familia, “que es la primera y más importante escuela de la misericordia, en la que se aprende a descubrir el rostro amoroso de Dios y en la que nuestra humanidad crece y se desarrolla”.
El Pontífice ha advertido que “hoy existe un miedo generalizado a la estabilidad que la familia reclama y quienes pagan las consecuencias son sobre todo los más jóvenes, a menudo frágiles y desorientados, y los ancianos que terminan siendo olvidados y abandonados”.
Asimismo, ha precisado que “un espíritu individualista es terreno fértil para que madure el sentido de indiferencia hacia el prójimo, que lleva a tratarlo como puro objeto de compraventa, que induce a desinteresarse de la humanidad de los demás y termina por hacer que las personas sean pusilánimes y cínicas”.
El Santo Padre se ha detenido para reflexionar sobre la grave emergencia migratoria que estamos afrontando. Así, ha hecho referencia a la voz de los miles de personas que lloran huyendo de guerras espantosas, de persecuciones y de violaciones de los derechos humanos, o de la inestabilidad política o social, que hace imposible la vida en la propia patria.
Y duele constatar, ha advertido, que a menudo estos emigrantes no entran en los sistemas internacionales de protección en virtud de los acuerdos internacionales.
De este modo, el Papa ha asegurado que es grave acostumbrarse a estas situaciones de pobreza y necesidad, al drama de tantas personas, y considerarlas como ‘normales’.
Por eso, Francisco ha indicado que se hace necesario “un compromiso común que acabe decididamente con la cultura del descarte y de la ofensa a la vida humana, de modo que nadie se sienta descuidado u olvidado, y que no se sacrifiquen más vidas por falta de recursos y, sobre todo, de voluntad política”.
En esta misma línea, el Pontífice ha hablado de la arrogancia de los poderosos que, con fines egoístas o cálculos estratégicos y políticos, instrumentalizan a los débiles y los reducen a objetos, haciendo referencia a quines practican la trata o el contrabando de seres humanos.
En este sentido, el Papa ha renovado una vez más “el llamado a detener el tráfico de personas, que convierte a los seres humanos en mercancía, especialmente a los más débiles e indefensos”.
Permanecerán siempre indelebles en nuestra mente y en nuestro corazón --ha advertido-- las imágenes de los niños ahogados en el mar, víctimas de la falta de escrúpulos de los hombres y de la inclemencia de la naturaleza.
También ha mencionado a los cristianos del Medio Oriente, “deseosos de contribuir, como ciudadanos a pleno título, al bienestar espiritual y material de sus respectivas naciones”.
Al reflexionar sobre las causas que provocan la emigración, el Santo Padre ha observado que “se podían haber ya afrontado desde hace tiempo”. Todavía ahora, “se puede hacer mucho para detener las tragedias y construir la paz”.
Pero para ello, ha advertido el Papa, habría que poner en discusión costumbres y prácticas consolidadas, “empezando por los problemas relacionados con el comercio de armas, el abastecimiento de materias primas y de energía, la inversión, la política financiera y de ayuda al desarrollo, hasta la grave plaga de la corrupción”. Son necesarios planes a medio y largo plazo que no se queden en la simple respuesta a una emergencia.
El Santo Padre ha dedicado una reflexión especial a Europa. Así, ha indicado que ante la magnitud de los flujos y sus inevitables problemas asociados han surgido muchos interrogantes acerca de las posibilidades reales de acogida y adaptación de las personas, sobre el cambio en la estructura cultural y social de los países de acogida, así como sobre un nuevo diseño de algunos equilibrios geopolíticos regionales.
La actual ola migratoria --ha observado-- parece minar la base del «espíritu humanista» que desde siempre Europa ha amado y defendido. Sin embargo, ha asegurado el Pontífice, “no podemos consentir que pierdan los valores y los principios de humanidad, de respeto por la dignidad de toda persona, de subsidiariedad y solidaridad recíproca, a pesar de que puedan ser, en ciertos momentos de la historia, una carga difícil de soportar”.
De este modo, el Santo Padre ha reiterado su convicción de que Europa tiene los instrumentos necesarios para defender la centralidad de la persona humana y encontrar un justo equilibrio entre el deber moral de tutelar los derechos de sus ciudadanos, por una parte, y, por otra, el de garantizar la asistencia y la acogida de los emigrantes.
El Papa ha expresado también su gratitud por todas las iniciativas que se han adoptado para facilitar una acogida digna de las personas. Del mismo modo ha asegurado que las migraciones constituirán un elemento determinante del futuro del mundo y que las respuestas sólo vendrán como fruto de un trabajo común, que respete la dignidad humana y los derechos de las personas.
Según ha indicado el Pontífice en su discurso, para afrontar el tema de la emigración es importante que se preste atención a sus implicaciones culturales, empezando por las que están relacionadas con la propia confesión religiosa. Al respecto ha observado que “el extremismo y el fundamentalismo se ven favorecidos, no sólo por una instrumentalización de la religión en función del poder, sino también por la falta de ideales y la pérdida de la identidad, incluso religiosa, que caracteriza dramáticamente al así llamado Occidente”.
La acogida --ha asegurado-- puede ser una ocasión propicia para una nueva comprensión y apertura de mente, tanto para el que es acogido, y tiene el deber de respetar los valores, las tradiciones y las leyes de la comunidad que lo acoge, como para esta última, que está llamada a apreciar lo que cada emigrante puede aportar en beneficio de toda la comunidad.
Para concluir su extensa y completa intervención, Francisco ha apreciado los importantes acuerdos internacionales, que son un buen augurio para el futuro. De este modo ha mencionado los acuerdo sobre el programa nuclear iraní y sobre el clima en la Conferencia de París.
También ha indicado las últimas tensiones que han aparecido en el horizonte: en el Golfo Pérsico o la península coreana. Por eso ha manifestado su deseo de que los antagonismos abran paso a la voz de la paz y de la buena voluntad en la búsqueda de acuerdos.
Finalmente, ha asegurado que el reto principal que nos espera es el de vencer la indiferencia para construir juntos la paz, que es un bien que hay que perseguir siempre.
Así lo ha indicado el papa Francisco al recibir en la mañana del lunes 11 de enero a los miembros del cuerpo diplomático ante la Santa Sede para la tradicional felicitación por el año nuevo.
Durante su profundo y detallado discurso, el Pontífice ha recordado que “toda experiencia religiosa auténticamente vivida promueve la paz”.
A propósito ha asegurado que el misterio de la Encarnación “nos muestra el verdadero rostro de Dios, para quien el poder no significa fuerza y destrucción, sino amor; la justicia no significa venganza, sino misericordia”.
Y en esta perspectiva, ha asegurado Francisco, ha querido situar el Jubileo extraordinario de la Misericordia, inaugurado en República Centroafricana, durante su viaje apostólico a África.
Al respecto, el Santo Padre ha señalado que la apertura de la Puerta Santa de la Catedral de Bangui “pretendía ser un signo de aliento para alzar la mirada, para retomar el camino y para volver a encontrar las razones para el diálogo”.
Por otro lado, el Papa ha explicado que la misericordia ha sido el «hilo conductor» que ha guiado sus viajes apostólicos durante el año pasado. Así, ha recordado su visita a Sarajevo, Bolivia, Ecuador y Paraguay, Cuba y a los Estados Unidos de América.
También ha hecho referencia a la importancia de la familia, “que es la primera y más importante escuela de la misericordia, en la que se aprende a descubrir el rostro amoroso de Dios y en la que nuestra humanidad crece y se desarrolla”.
El Pontífice ha advertido que “hoy existe un miedo generalizado a la estabilidad que la familia reclama y quienes pagan las consecuencias son sobre todo los más jóvenes, a menudo frágiles y desorientados, y los ancianos que terminan siendo olvidados y abandonados”.
Asimismo, ha precisado que “un espíritu individualista es terreno fértil para que madure el sentido de indiferencia hacia el prójimo, que lleva a tratarlo como puro objeto de compraventa, que induce a desinteresarse de la humanidad de los demás y termina por hacer que las personas sean pusilánimes y cínicas”.
El Santo Padre se ha detenido para reflexionar sobre la grave emergencia migratoria que estamos afrontando. Así, ha hecho referencia a la voz de los miles de personas que lloran huyendo de guerras espantosas, de persecuciones y de violaciones de los derechos humanos, o de la inestabilidad política o social, que hace imposible la vida en la propia patria.
Y duele constatar, ha advertido, que a menudo estos emigrantes no entran en los sistemas internacionales de protección en virtud de los acuerdos internacionales.
De este modo, el Papa ha asegurado que es grave acostumbrarse a estas situaciones de pobreza y necesidad, al drama de tantas personas, y considerarlas como ‘normales’.
Por eso, Francisco ha indicado que se hace necesario “un compromiso común que acabe decididamente con la cultura del descarte y de la ofensa a la vida humana, de modo que nadie se sienta descuidado u olvidado, y que no se sacrifiquen más vidas por falta de recursos y, sobre todo, de voluntad política”.
En esta misma línea, el Pontífice ha hablado de la arrogancia de los poderosos que, con fines egoístas o cálculos estratégicos y políticos, instrumentalizan a los débiles y los reducen a objetos, haciendo referencia a quines practican la trata o el contrabando de seres humanos.
En este sentido, el Papa ha renovado una vez más “el llamado a detener el tráfico de personas, que convierte a los seres humanos en mercancía, especialmente a los más débiles e indefensos”.
Permanecerán siempre indelebles en nuestra mente y en nuestro corazón --ha advertido-- las imágenes de los niños ahogados en el mar, víctimas de la falta de escrúpulos de los hombres y de la inclemencia de la naturaleza.
También ha mencionado a los cristianos del Medio Oriente, “deseosos de contribuir, como ciudadanos a pleno título, al bienestar espiritual y material de sus respectivas naciones”.
Al reflexionar sobre las causas que provocan la emigración, el Santo Padre ha observado que “se podían haber ya afrontado desde hace tiempo”. Todavía ahora, “se puede hacer mucho para detener las tragedias y construir la paz”.
Pero para ello, ha advertido el Papa, habría que poner en discusión costumbres y prácticas consolidadas, “empezando por los problemas relacionados con el comercio de armas, el abastecimiento de materias primas y de energía, la inversión, la política financiera y de ayuda al desarrollo, hasta la grave plaga de la corrupción”. Son necesarios planes a medio y largo plazo que no se queden en la simple respuesta a una emergencia.
El Santo Padre ha dedicado una reflexión especial a Europa. Así, ha indicado que ante la magnitud de los flujos y sus inevitables problemas asociados han surgido muchos interrogantes acerca de las posibilidades reales de acogida y adaptación de las personas, sobre el cambio en la estructura cultural y social de los países de acogida, así como sobre un nuevo diseño de algunos equilibrios geopolíticos regionales.
La actual ola migratoria --ha observado-- parece minar la base del «espíritu humanista» que desde siempre Europa ha amado y defendido. Sin embargo, ha asegurado el Pontífice, “no podemos consentir que pierdan los valores y los principios de humanidad, de respeto por la dignidad de toda persona, de subsidiariedad y solidaridad recíproca, a pesar de que puedan ser, en ciertos momentos de la historia, una carga difícil de soportar”.
De este modo, el Santo Padre ha reiterado su convicción de que Europa tiene los instrumentos necesarios para defender la centralidad de la persona humana y encontrar un justo equilibrio entre el deber moral de tutelar los derechos de sus ciudadanos, por una parte, y, por otra, el de garantizar la asistencia y la acogida de los emigrantes.
El Papa ha expresado también su gratitud por todas las iniciativas que se han adoptado para facilitar una acogida digna de las personas. Del mismo modo ha asegurado que las migraciones constituirán un elemento determinante del futuro del mundo y que las respuestas sólo vendrán como fruto de un trabajo común, que respete la dignidad humana y los derechos de las personas.
Según ha indicado el Pontífice en su discurso, para afrontar el tema de la emigración es importante que se preste atención a sus implicaciones culturales, empezando por las que están relacionadas con la propia confesión religiosa. Al respecto ha observado que “el extremismo y el fundamentalismo se ven favorecidos, no sólo por una instrumentalización de la religión en función del poder, sino también por la falta de ideales y la pérdida de la identidad, incluso religiosa, que caracteriza dramáticamente al así llamado Occidente”.
La acogida --ha asegurado-- puede ser una ocasión propicia para una nueva comprensión y apertura de mente, tanto para el que es acogido, y tiene el deber de respetar los valores, las tradiciones y las leyes de la comunidad que lo acoge, como para esta última, que está llamada a apreciar lo que cada emigrante puede aportar en beneficio de toda la comunidad.
Para concluir su extensa y completa intervención, Francisco ha apreciado los importantes acuerdos internacionales, que son un buen augurio para el futuro. De este modo ha mencionado los acuerdo sobre el programa nuclear iraní y sobre el clima en la Conferencia de París.
También ha indicado las últimas tensiones que han aparecido en el horizonte: en el Golfo Pérsico o la península coreana. Por eso ha manifestado su deseo de que los antagonismos abran paso a la voz de la paz y de la buena voluntad en la búsqueda de acuerdos.
Finalmente, ha asegurado que el reto principal que nos espera es el de vencer la indiferencia para construir juntos la paz, que es un bien que hay que perseguir siempre.
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