Martes, 24 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Ver a María como modelo de la Iglesia puede acercarla a los protestantes, propone Cantalamessa

Radio Vaticana

Raniero Cantalamessa en sus predicaciones de Adviento al Papa y a la Curia
Raniero Cantalamessa en sus predicaciones de Adviento al Papa y a la Curia
La Capilla Redemptoris Mater del Palacio Apostólico del Vaticano, volvió a ser la mañana del viernes 18 de diciembre, el lugar en el que el Santo Padre Francisco, junto a los demás miembros de la Curia romana, escucharon la tercera y última predicación de Adviento, a cargo del Padre Raniero Cantalamessa, Predicador de la Casa Pontificia.

Tal como lo recordó el Predicador, el objeto de esta última meditación de Adviento fue el VIII capítulo de la Lumen gentium titulado “La Bienaventurada Virgen María, en el misterio de Cristo y de la Iglesia”. A la luz del tema elegido este año sobre “Cristo, luz de las gentes”, y basándose en esta Constitución Dogmática, en el quincuagésimo aniversario de la conclusión del Concilio Ecuménico Vaticano II, el Padre Cantalamessa abordó tres temas específicos que resumió en los siguientes conceptos:

-La mariología de la Lumen gentium;
-María, Madre de los creyentes desde una perspectiva ecuménica
-y María, madre e hija de la misericordia de Dios.

Ante todo, recordando lo que el Concilio dice al respecto, afirmó:

“La Santísima Virgen, predestinada desde toda la eternidad como Madre de Dios juntamente con la encarnación del Verbo, por disposición de la divina Providencia, fue en la tierra la Madre excelsa del divino Redentor, compañera singularmente generosa entre todas las demás criaturas y humilde esclava del Señor”.

Y explicó que junto al título de “Madre de Dios y de los creyentes”, la otra categoría fundamental que el Concilio usa para ilustrar el papel de María, es la de modelo, o figura de la Iglesia.

Puesto que de hecho, se lee: “La Virgen Santísima, por el don y la prerrogativa de la maternidad divina, que la une con el Hijo Redentor, y por sus gracias y dones singulares, está también íntimamente unida con la Iglesia”.

Por esta razón, el Predicador afirmó que la novedad más grande del tratado conciliar sobre la Virgen consiste, precisamente en el lugar en el que se la coloca en la Constitución sobre la Iglesia. Con lo cual el Concilio, no sin sufrimientos, realizaba una profunda renovación de la mariología con respecto a la de los últimos siglos.

En cuanto a la característica de María, como Madre de los creyentes desde una perspectiva ecuménica, el Padre Cantalamessa puso de relieve la importancia ecuménica de esta mariología del Concilio, es decir, cómo podría contribuir, y está contribuyendo, a acercar a católicos y protestantes sobre este delicado y controvertido terreno que es el de la devoción a la Virgen.

Tras formular la pregunta de cómo es posible que hayamos llegado a la situación actual de tanto desagrado por parte de los hermanos protestantes hacia María, hasta el punto de que en algunos ambientes se considera casi un deber disminuir a María, el Predicador recordó que no era ese el lugar para hacer una revisión histórica, sino que sólo quería referirse al camino que, a su juicio, le parece que sea la salida de esta triste situación sobre María.

Por último, el Padre Cantalamessa analizó si también el Año de la Misericordia nos ayudará a descubrir algo nuevo de la Madre de Dios, a quien se la invoca en una antigua oración como Madre de la misericordia a la que se le pide que dirija hacia nosotros sus ojos misericordiosos. Y destacó que en la Misa de apertura del Año Jubilar, que el Papa Francisco presidió en la Plaza de San Pedro, el pasado 8 de diciembre, junto al altar estaba expuesta una antigua imagen de la Madre de Dios, venerada en un santuario de los greco-católicos de Jaroslav, en Polonia, y conocida precisamente como “Puerta de la Misericordia”.

Y añadió, al concluir que María, quien en el Magníficat glorifica y agradece a Dios por su misericordia hacia ella, nos invita a hacer lo mismo en este Año de la Misericordia.

“Me permito invitarles a proclamar juntos, de pie, como oración final en el lugar de la antífona mariana, el cántico a la misericordia de Dios que es el Magníficat. “Mi alma glorifica al Señor... Santo Padre, venerables padres, hermanos y hermanas: ¡Feliz Navidad y Feliz Año de la Misericordia!”.

(Sobre el papel de María para la unidad católica-protestante lea también el testimonio del profesor ex-presbiteriano Kenneth Howell aquí)

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