El camino sinodal pretende «la mundanización total de la Iglesia»
El cardenal Müller fulmina a la Iglesia alemana: teme la doctrina «como el diablo el agua bendita»
En su "camino sinodal" hacia el suicidio, la Iglesia alemana quiere arrastrar a toda la Iglesia universal, imponiéndole cambios en la fe. Un alemán, el cardenal Gerhard Müller, prefecto emérito de la Congregación para la Doctrina de la Fe (2012-2017), ha tomado la palabra para denunciar esa operación en un contundente artículo publicado en Il Timone:
La Iglesia se edifica por ser católica, no alemana
En la profesión de fe no aparece la Iglesia alemana. La Iglesia es una, santa, católica y apostólica. La Iglesia se llama católica porque es en Cristo como un sacramento que contiene, de manera absoluta, la voluntad salvífica universal de Dios (Lumen Gentium 1; 45; Gaudium et Spes, 45). Ella continúa la tarea y el envío (misión) del Hijo por parte del Padre para unir la multiplicidad de los pueblos en la comunión de la misma fe, de la misma esperanza y de una caridad dispuesta al sacrificio.
Aunque una Iglesia particular nacional sea, por tanto, lo opuesto a la esencia y la misión de la Iglesia, el establishment eclesial en Alemania reivindica para sí un papel de guía de la Iglesia universal a causa de la superioridad de su teología, del grado superior de organización de su estructura eclesial y de la dependencia de las Iglesias pobres del tercer mundo, o de los países que antaño estaban al otro lado del telón de acero, de las ayudas de fundaciones de la Iglesia alemana como Misereor, Adveniat, Missio y Renovabis.
No hay espacio para la humildad y para un examen de conciencia, ni siquiera ante el hecho de que solo el 5% de los católicos va a misa cada domingo, de que los seminarios están vacíos, de que la vida consagrada se está extinguiendo y de que hay cientos de miles de personas que cada año abandonan la Iglesia.
Un camino resbaladizo
La construcción teórica del llamado "camino sinodal" no es ni teológica ni canónicamente sostenible.
La relación [de la Iglesia alemana] con la Iglesia romana varía según el momento. O bien elogia al Papa Francisco en detrimento de su predecesor y le señala como la locomotora del tren sinodal cuando sus mensajes e iniciativas se corresponden, aparentemente, con el pensamiento dominante; o bien lo ignora o lo contempla con compasión, cual víctima de figuras oscurantistas, cuando habla de nueva evangelización o de misión dirigida al mundo.
Del mismo modo que el diablo teme el agua bendita, así se temen la catequesis y la doctrina, la Palabra de Dios y los sacramentos como medios de salvación, la oración y la Gracia, la esperanza en la vida eterna. Todo gira en torno al poder y su cesión a los funcionarios laicos, a la "bendición" de las parejas del mismo sexo, a la negación herética de una verdad de fe como la diferencia fundamental entre el sacerdocio sacramental y el sacerdocio bautismal (Lumen Gentium, 10). Se difama a los sacerdotes en virtud de su celibato y se los considera, en su conjunto, abusadores sexuales en potencia. También se difama a los obispos malquistos por sus "amados hermanos" en el episcopado, porque los consideran cómplices del encubrimiento de dichos abusos. Quienes instrumentalizan los medios de comunicación anticatólicos para liquidar a sus rivales, antes o después se darán cuenta de que no es posible transformar un tigre en un caballo embridado.
El relato iniciado con la Ilustración y la Revolución francesa, según el cual el catolicismo es un realidad cultural y sacramental que se convierte a sí misma en un gueto, ha llevado al callejón sin salida de la autosecularización.
El Concilio Vaticano II es considerado como la salida de ese aislamiento, como la reconexión con los ideales de libertad y progreso, emancipación y autodeterminación. Sin embargo, la incorporación de los católicos al tiempo presente solo puede considerarse realmente realizada si ya no se percibe a la Iglesia como un cuerpo ajeno al mundo actual. Se destierran entonces los dogmas incomprensibles de la Trinidad y la Encarnación, las especulaciones medievales sobre la presencia real y la transubstanciación, el carácter sacrificial de la misa, el sacerdote como representante consagrado de Cristo, la enseñanza sobre los sacramentos necesarios para la salvación.
El objetivo del "camino sinodal" no es otro que la mundanización total de la Iglesia. Es el programa exactamente opuesto a la "desmundanización de la Iglesia" que el Papa Benedicto XVI pidió 2011 en Friburgo, durante su viaje apostólico a Alemania. La superorganizada Iglesia alemana está gestionada por funcionarios que la administran como si fuera un organismo de beneficencia, "cuyo corazón no es alcanzado por la fe".
El papel de Benedicto XVI, en su patria y no solo
Así, no sorprende que el profesor de teología Joseph Ratzinger, después cardenal prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y, por último, Papa, se convirtiera después del Concilio Vaticano II en enemigo declarado de todos los que querían interpretar el Concilio como el inicio de la mundanización y descristianización de la Iglesia.
Aún hoy, quienes han sido desenmascarados en sus deshonestas intenciones y se sienten humillados en su "brillante" inteligencia, desahogan su rabia en películas, libros, artículos de periódicos, sitios web y blogs. Pero Ratzinger seguirá siendo, también en el futuro, garante de la recta fe católica. Lo que San Jerónimo escribió en el año 418, tras la superación de la herejía pelagiana, en una carta dirigida al más grande Padre de la Iglesia latina, San Agustín, puede aplicarse también hoy a su gran discípulo actual: "Los católicos te veneran y te consideran como el restaurador de la antigua fe. No solo. Hay un hecho que aumenta la medida de tu gloria: todos los herejes te tienen sobre los cuernos y te persiguen con un odio no pequeño. Nos matan con el deseo porque no pueden hacerlo con el hacha".
En su discurso de Navidad del 22 de diciembre de 2005 a la Curia romana, Ratzinger puso el dedo en la llaga más profunda de la Iglesia actual. ¿El Concilio significa ruptura de la Iglesia con su historia, o existe por el contrario una hermenéutica de la reforma y la continuidad?
A cada católico verdaderamente creyente le resulta evidente que la Revelación está contenida en la Sagrada Escritura y en la Tradición apostólica, que es fielmente custodiada y propuesta a través del Magisterio de la Iglesia. Los Apóstoles y sus sucesores en el ministerio episcopal no están autorizados a interpretar la fe revelada según su gusto y orientación personal.
La Iglesia es el Cuerpo de Cristo y el Templo del Espíritu Santo. No se la puede transformar en una organización religiosa en sintonía con el pensamiento dominante. Ni siquiera es posible "ir más allá en el desarrollo de la fe" -eufemismo con el cual se quiere ocultar la voluntad de contradecir el dogma-, porque la fe se realiza históricamente en toda su plenitud en el acontecimiento que es Cristo. Su comprensión puede crecer solo en la vida de oración, con la ayuda de una reflexión teológica asistida por el Espíritu Santo (Dei Verbum, 10).
Así, la denominada intercomunión u hospitalidad eucarística no es un desarrollo de la unión entre Iglesia y Eucaristía, sino su disolución. Si según la voluntad de Dios el matrimonio está constituido por la unión entre un hombre y una mujer, considerar matrimonio la unión estable entre personas del mismo sexo es contradecir la voluntad de Dios. Y bendecir dicha relación es blasfemo. Con la invitación que han dirigido al Papa para que cambie el catecismo en este sentido, los obispos alemanes le han pedido que abuse de su ministerio petrino para que lleve a cabo una apostasía respecto a la verdad revelada.
Una caricatura de la Iglesia
Dado que el sacerdocio católico y la sacramentalidad de la Iglesia son el objeto de la cólera destructiva de los progresistas, deseo remitir al libro, traducido en varios idiomas, Enseñar y aprender el amor de Dios [textos de Joseph Ratzinger/Benedicto XVI].
La mayor parte de los "compañeros de viaje sinodal" ponen en duda el fundamento bíblico del sacerdocio, aduciendo que en las Escrituras no se habla de una constitución jerárquica de la Iglesia (de la cual, sin embargo, trata el capítulo III de la Lumen Gentium). Por esta razón, en la Iglesia se debería introducir una constitución democrática, subdividiendo la soberanía en tres poderes. El poder ejecutivo podría seguir perteneciendo a los obispos en lo que atañe a la enseñanza de la fe y la moral. Un parlamento eclesial votaría lo que Dios puede revelar o no. Por último, un orden independiente asumiría el control jurídico. ¡Una caricatura absurda de la Iglesia, que está en total contradicción con la Revelación, en general, y con el Concilio Vaticano II, en particular!
El concepto de jerarquía eclesiástica aparece solo en el Pseudo Dionisio Areopagita (alrededor del 500 d. C.), pero no habla de soberanía -ierós (sacro), kratía (poder)-, sino del origen de la misión eclesial y del poder del obispo, del presbítero y del diácono en la esfera de lo sagrado -ierós (sacro), archía (gobierno)-. Se afirma la sacramentalidad de la Iglesia. Cristo concedió a los Apóstoles y, a través de ellos, a sus sucesores, la participación en su poder mesiánico de santificar al pueblo de Dios, de guiarlo como pastores y de anunciarle el Evangelio (cfr. Lumen Gentium, 18-21).
No es en absoluto un poder político ejercido por unos hombres sobre los demás hombres, poder que en la sociedad deriva del rey o del pueblo y deber ser limitado. En la Iglesia, la Gracia de Dios es transmitida eficazmente en los santos signos a través de los ministros elegidos, llamados y enviados por Cristo en la potencia del Espíritu Santo (Mc 3,13-18; 6-13; Jn 20,21f; Hch 20,28). El poder espiritual sirve para la salvación eterna y no para adquirir posiciones según los propios intereses y gustos.
De la Iglesia se predica que es católica, no que es alemana. En el siglo XVI se inició en Alemania la "reforma" que no renovó la Iglesia, sino que más bien, contra la voluntad de Dios, laceró la cristiandad.
Entonces, estimados alemanes de 500 años después, no queráis enseñar a los demás, sino aprended de Jesús que edifica su Iglesia sobre Pedro. Sin lazos con Roma todo irá de mal en peor, en detrimento de todos. Sentíos orgullos de ese Padre de la Iglesia, Ambrosio de Milán, que nació en Tréveris [ciudad alemana], y aprended de él que el vínculo con la Cátedra de Pedro es fundamental para ser católicos: Ubi Petrus, ibi ecclesia; ubi ecclesia, ibi nulla mors, sed vita aeterna ("Donde está Pedro, allí está la Iglesia; donde está la Iglesia no está la muerte, sino la vida eterna", Exposición sobre el Salmo 40, 30).
Traducción de Elena Faccia Serrano.