Viernes, 22 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

En la audiencia en el Vaticano

Francisco: «Tenemos que sentir a Dios como la caricia de la cual ni la muerte nos puede separar»

Francisco invitó también a leer diariamente alguna frase del Evangelio y a meditarlo en familia rezando unos por otros

El Papa Francisco, en su audiencia de los miércoles, está tratando el tema de la familia
El Papa Francisco, en su audiencia de los miércoles, está tratando el tema de la familia

En este miércoles por la mañana del verano romano, el papa Francisco llegó a la Plaza de San Pedro en el jeep blanco para la audiencia general. Allí encontró a los fieles y peregrinos que le esperaban con cantos y aplausos. El Santo Padre se detuvo varias veces para saludar a los presentes y bendecir y besar a varios niños.

Tras la lectura en diversos idiomas del Evangelio que narraba el episodio de Marta y María, se dirigió a los presentes que le acogieron con un fuerte aplauso.

Después de haber reflexionado en las dos audiencias anteriores sobre la familia relacionandolos con la fiesta y el trabajo, ahora el Papa se centró en la oración.

El Santo Padre si bien reconoció que en las familias “a veces hay un desagrado sincero por no tener más tiempo para rezar”, invitó no solamente a rezar, sino a “desarrollar un amor afectivo hacia Dios” y a interrogarse si el pensamiento de Dios nos asombra.

El espíritu de la oración -- indicó el Papa-- se fundamenta en el gran mandamiento: «amaras al Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas». La oración se alimenta del afecto por Dios.

Porque, añadió, tenemos que sentir a Dios “como la caricia que nos tiene en vida y antes de la cual no hay nada, una carica de la cual ni la muerte nos puede separar”.

Porque es limitado entender a Dios “como un gran ser que hizo todo, el juez que controla cada cosa” o “”como el ser superior que da los mandamientos. Eso es verdad, dijo, pero solamente cuando existe el afecto se le entiende”. “El nos ama, es impresionante, que nos acaricie. Es tan bello”, dijo.

“Dios hace más --insistió Francisco-- nos acompaña en la vida, nos protege, nos ama”. Por ello indicó la necesidad de que el afecto por Dios “encienda el fuego del espíritu de la oración”, contrariamente serán muchas palabras como las de los paganos o las de los fariseos.

El Pontífice señaló la belleza de la oración espontánea, como la de una invocación o un pensamiento, o como un beso enviado se vuelve una oración. “Es lindo cuando las mamás enseñan a sus hijos a enviarle un beso a Jesús o a la Virgen”, dijo.

Porque “es el Espíritu Santo quien nos enseña a decir 'Abba Padre', como lo decía Jesús” y con este don no nos podremos nunca encontrar solos, dijo. Un don, añadió, que se debe aprender en familia, con la misma naturalidad con la que se dice papá o mamá.

Y si bien reconoció que en las familias siempre falta el tiempo, el espíritu de la oración da el tiempo a Dios, encuentra la paz de las cosas necesarias y la alegría de los dones inesperados.

Refiriéndose a la lectura del Evangelio de hoy, precisó que Marta y María, aprendieron de Dios la armonía de los ritmos familiares. La fiesta, el trabajo y la oración. Y que un día Marta aprendió que el trabajo del hogar no era todo, sino que la parte mejor era la oración.

Así invitó a leer cada día alguna párrafo del Evangelio. E interrogó: ¿Tenemos en casa el Evangelio, lo abrimos para leerlo juntos? Lo meditamos rezando el rosario, porque es un pan bueno que nutre a todos.

Y concluyó indicando que ha visto en las ciudades que hay niños que no saben hacer la señal de la cruz. Papá y mamá, enseña a tu hijo a persignarse, y este es una tarea hermosa de papá y mamá.   

En los saludos en idiomas, en español dijo: "Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los venidos de España y Latinoamérica. Invito a todos a descubrir la belleza de la oración en familia para que rezando unos por otros seamos protegidos por el amor de Dios. Muchas gracias".(26 de agosto de 2015).



Texto completo de las palabras del Santo Padre durante la audiencia:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Después de haber reflexionado sobre cómo la familia vive los tiempos de la fiesta y del trabajo, consideramos ahora el tiempo de la oración. La queja más frecuente de los cristianos consiste precisamente en el tiempo: “Debería rezar más…: quisiera hacerlo, pero a menudo me falta el tiempo”. Lo escuchamos continuamente.

La pena es sincera, ciertamente, porque el corazón humano busca siempre la oración, incluso sin saberlo; y si no la encuentra, no tiene paz. Pero para que se encuentren, es necesario cultivar en el corazón un amor ‘cálido’ por Dios, un amor afectivo.

Podemos hacernos una pregunta muy sencilla. Está bien creer en Dios con todo el corazón, está bien esperar que nos ayude en las dificultades, está bien sentir el deber de agradecerle. Todo bien. Pero ¿Queremos también un poco al Señor? ¿El pensamiento de Dios nos conmueve, nos asombra, nos enternece?

Pensamos a la formulación del gran mandamiento, que sostiene todos los otros: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu» (Dt 6,5; cfr Mt 22, 37). La fórmula usa el lenguaje intenso del amor, reversándolo en Dios. Aquí, el espíritu de oración vive principalmente aquí. Y si vive aquí, vive todo el tiempo y no se va nunca. ¿Conseguimos pensar en Dios como la caricia que nos tiene en vida, antes de la cual no hay nada? ¿Una caricia de la cual nada, ni siguiera la muerte, nos puede despegar? ¿O lo pensamos solamente como el gran Ser, el Todopoderoso que ha hecho cada cosa, el Juez que controla cada acción? Todo es verdad, naturalmente. Pero sólo cuando Dios es el afecto de todos nuestros afectos, el significado de estas palabras se hace pleno. Entonces nos sentimos felices, y también un poco confundidos, porque Él piensa en nosotros. Pero sobretodo ¡nos ama! ¿No es impresionante esto? ¿No es impresionante que Dios nos acaricie con amor de padre? Es muy bello, muy bello.

Podía simplemente darse a conocer como el Ser supremo, dar sus mandamientos y esperar los resultados. En cambio Dios ha hecho y hace infinitamente más que eso. Nos acompaña en el camino de la vida, nos protege, nos ama.

Si el afecto por Dios no enciende el fuego, el espíritu de la oración no calienta el tiempo. Podemos también multiplicar nuestras palabras, “como hacen los paganos” decía Jesús; o también mostrar nuestros ritos, “como hacen los fariseos” (cfr Mt 6,5.7). Un corazón habitado por el afecto por Dios convierte en oración incluso un pensamiento sin palabras, o una invocación delante de una imagen sagrada, o un beso enviado hacia la iglesia. Es bello cuando las madres enseñan a los hijos pequeños a mandar un beso a Jesús o a la Virgen. ¡Cuánta ternura hay en eso!

En aquel momento el corazón de los niños se transforma en lugar de oración. Y es un don del Espíritu Santo. ¡No olvidemos nunca pedir este don por cada uno de nosotros! Porque el Espíritu de Dios tiene su modo especial de decir en nuestros corazones “Abbà”, es decir, “Padre”, nos enseña a decir padre, propio como lo decía Jesús, un modo que no podremos nunca encontrar solos (cfr Gal 4, 6). Este don del Espíritu es en familia donde se aprende a pedirlo y a apreciarlo. Si lo aprendes con la misma espontaneidad con la cual aprendes a decir “papá” y “mamá”, lo has aprendido para siempre. Cuando esto sucede, el tiempo de la entera vida familiar viene envuelto en el vientre del amor de Dios, y busca espontáneamente el tiempo de la oración.

El tiempo de la familia, lo sabemos bien, es un tiempo complicado y lleno de gente, ocupado o preocupado. Siempre es poco, nunca basta, hay tantas cosas por hacer. Quien tiene una familia aprende pronto a resolver una ecuación que ni siquiera los grandes matemáticos saben resolver: ¡dentro de las veinticuatro horas hace entrar el doble! Es así eh. ¡Existen mamás y papás que podrían vencer el Nobel por esto! ¿eh? ¡En 24 horas hacen 48! No sé cómo hacen pero se mueven y hacen, hay tanto trabajo en familia.

El espíritu de la oración restituye el tiempo a Dios, sale de la obsesión de una vida a la cual le falta siempre el tiempo, reencuentra la paz de las cosas necesarias y descubre la alegría de los dones inesperados. Buenas guías para esto son las dos hermanas Marta y María, de quienes habla el Evangelio que hemos escuchado; ellas aprendieron de Dios la armonía de los ritmos familiares: la belleza de la fiesta, la serenidad del trabajo, el espíritu de oración (cfr Lc 10, 38-42). La visita de Jesús, a quien querían bien, era su fiesta. Un día, pero, Marta aprendió que el trabajo de la hospitalidad, si bien es importante, no es todo, pero que escuchar al Señor, como hacía María, era la cosa verdaderamente esencial, la “parte mejor” del tiempo. Que la oración brote de la escucha de Jesús, de la lectura del Evangelio, no olviden, cada día leer un pasaje del Evangelio. La oración brote de la confianza con la Palabra de Dios. ¿Hay esta confianza en nuestra familia? ¿Tenemos en casa el Evangelio? ¿Lo abrimos alguna vez para leerlo juntos? ¿Lo meditamos rezando el Rosario? El Evangelio leído y meditado en familia es como un pan bueno que nutre el corazón de todos. Y en la mañana y en la noche, y cuando nos sentamos en la mesa, aprendemos a decir juntos una oración, con mucha sencillez: es Jesús que viene entre nosotros, como iba en la familia de Marta, María y Lázaro. Una cosa que tengo en el corazón, que he visto en las ciudades: ¡hay niños que no han aprendido a hacer la señal de la Cruz! Tú mamá, papá, enseña al niño a rezar, a hacer la señal de la Cruz, esta es una tarea bella de las mamás y de los papás.

En la oración de la familia, en sus momentos fuertes y en sus pasajes difíciles, somos confiados los unos a los otros, para que cada uno de nosotros en familia sea cuidado por el amor de Dios. Gracias.

(Traducción del italiano – Mercedes De La Torre – RV)

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