Viernes, 22 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Enumera las siete «exterminios» del siglo XX

El Papa condena el genocidio armenio y a quienes «mantienen una herida sangrante sin medicación»

Juan Vicente Boo / Abc

El Papa Francisco, quizá para aclarar malentendido, ha insistido en el valor de las familias numerosas y ha negado que tener hijos sea una causa de pobreza para un país
El Papa Francisco, quizá para aclarar malentendido, ha insistido en el valor de las familias numerosas y ha negado que tener hijos sea una causa de pobreza para un país
En una ceremonia solemne, celebrada en la basílica de San Pedro ante las máximas autoridades políticas y religiosas de Armenia, el Papa Francisco ha lamentado este domingo «el primer genocidio del siglo XX», como había llamado ya san Juan Pablo II al que sufrieron los armenios y otros cristianos de Turquía hace exactamente un siglo.

Sin miedo a la irritación y a las posibles las represalias de las autoridades turcas, el Papa conmemoró el centenario del «martirio», el «Metz Yeghern» de los armenios y declaró doctor de la Iglesia a san Gregorio de Narek.

Le escuchaban en primera fila, el presidente de Armenia, Serz Sargsyan, y los dos patriarcas, Karekin II, de Todos los Armenios y Aram I, de la Gran Casa de Cilicia, junto con el patriarca de los armenios católicos Nerses Bedros XIX.

En una basílica de San Pedro repleta de fieles, en su mayoría armenios de los diez millones que componen la diáspora, el Papa abordó el «despiadado exterminio» de sus compatriotas en un vigoroso discurso previo al comienzo de la misa.

Una tercera guerra mundial ‘a trozos’
Francisco denunció que «estamos viviendo un tiempo de guerra, una tercera guerra mundial ‘a trozos’, en la que asistimos cada día a crímenes despiadados, a matanzas sangrientas y a una locura de destrucción».

Entre las víctimas, «sentimos el grito sofocado e ignorado de tantos hermanos y hermanas nuestros inermes, que por su fe en Cristo o por su pertenencia étnica son asesinados atrozmente en público –decapitados, crucificados, quemados vivos- , o forzados a abandonar su tierra». Con todo vigor, el Santo Padre denunció que «hoy estamos viviendo una especie de genocidio causado por la indiferencia general colectiva y el silencio cómplice de Caín, que exclama: ‘Y a mí, ¿qué me importa?’ ‘¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano?’».

Tragedias humanas inauditas
El Papa recordó que «nuestra humanidad ha vivido en el siglo pasado tres grandes tragedias inauditas: la primera fue aquella que generalmente se considera ‘el primer genocidio del siglo XX’, en palabras de Juan Pablo II y el patriarca armenio Karekin II en el 2001. Castigó vuestro pueblo armenio, la primera nación cristiana, junto con los sirios católicos y ortodoxos, los asirios, los caldeos y los griegos».

Francisco citaba a todos los cristianos de las distintas iglesias y ritos víctimas del régimen turco, precisando que «fueron asesinados obispos, sacerdotes, religiosos, mujeres, hombres, ancianos e incluso niños y enfermos indefensos». Para poner la tragedia en contexto, el Obispo de Roma recordó también «los otros dos grandes genocidios, perpetrados por el nazismo y el estalinismo y, más recientemente, otros exterminios masivos como los de Camboya, Ruanda, Burundi y Bosnia».

Una indiferencia colectiva
El Papa lamento enérgicamente la indiferencia colectiva, pues «parece que el entusiasmo surgido al final de la Segunda Guerra Mundial esté desapareciendo y disolviéndose. Parece que la familia humana se niega a aprender de sus propios errores causados por la ley del terror, e incluso hoy hay quien trata de eliminar a sus propios semejantes, con la ayuda de algunos y el silencio cómplice de otros»

Volviendo al caso de Armenia en 1915, el Papa afirmó que «hoy recordamos con el corazón traspasado de dolor el centenario de aquel trágico acontecimiento, de aquel exterminio despiadado y loco, que sufrieron cruelmente vuestros antepasados».

Recordasr es necesario...
En palabras muy fuertes, dirigidas claramente a Turquía, Francisco advirtió que «recordarlo es necesario. Es más, es un deber, pues donde no vive la memoria significa que el mal tiene todavía abierta la herida. ¡Esconder o negar el mal es como dejar que una herida continúe sangrando, sin medicación!».

Posteriormente, en la homilía, el Papa se preguntó «¿por qué?» y fue presentando las respuestas bíblicas al mal para concluir recordando que «los santos nos enseñan que el mundo se cambia empezando por la conversión del propio corazón, y esto sucede gracias a la misericordia de Dios», cuya fiesta, instituida por san Juan Pablo II, se celebra precisamente ese domingo.

Texto íntegro del saludo del Papa Francisco a los fieles armenios antes de la celebración de la Santa Misa:

Queridos hermanos y hermanas armenios; queridos hermanos y hermanas:

En varias ocasiones he definido este tiempo como un tiempo de guerra, como una tercera guerra mundial “por partes”, en la que asistimos cotidianamente a crímenes atroces, a sangrientas masacres y a la locura de la destrucción. Desgraciadamente todavía hoy oímos el grito angustiado y desamparado de muchos hermanos y hermanas indefensos, que a causa de su fe en Cristo o de su etnia son pública y cruelmente asesinados –decapitados, crucificados, quemados vivos–, o bien obligados a abandonar su tierra.

También hoy estamos viviendo una especie de genocidio causado por la indiferencia general y colectiva, por el silencio cómplice de Caín que clama: «¿A mí qué me importa?», «¿Soy yo el guardián de mi hermano?» (Gn 4,9; Homilía en Redipuglia, 13 de septiembre de 2014).

La humanidad conoció en el siglo pasado tres grandes tragedias inauditas: la primera, que generalmente es considerada como «el primer genocidio del siglo XX» (Juan Pablo II y Karekin II, Declaración conjunta, Etchmiazin, 27 de septiembre de 2001), afligió a su pueblo armenio – primera nación cristiana – junto a los sirios católicos y ortodoxos, los asirios, los caldeos y los griegos. Fueron asesinados obispos, sacerdotes, religiosos, mujeres, hombres, ancianos e incluso niños y enfermos indefensos. Las otras dos fueron perpetradas por el nazismo y el estalinismo. Y más recientemente ha habido otros exterminios masivos, como los de Camboya, Ruanda, Burundi, Bosnia.

Y, sin embargo, parece que la humanidad no consigue dejar de derramar sangre inocente. Parece que el entusiasmo que surgió al final de la segunda guerra mundial está desapareciendo y disolviéndose. Da la impresión de que la familia humana no quiere aprender de sus errores, causados por la ley del terror; y así aún hoy hay quien intenta acabar con sus semejantes, con la colaboración de algunos y con el silencio cómplice de otros que se convierten en espectadores. No hemos aprendido todavía que «la guerra es una locura, una masacre inútil» (cf. Homilía en Redipuglia, 13 de septiembre de 2014).

Queridos fieles armenios, hoy recordamos, con el corazón traspasado de dolor, pero lleno de esperanza en el Señor Resucitado, el centenario de aquel trágico hecho, de aquel exterminio terrible y sin sentido, que sus antepasados padecieron cruelmente. Es necesario recordarlos, es más, es obligado recordarlos, porque donde se pierde la memoria quiere decir que el mal mantiene aún la herida abierta; esconder o negar el mal es como dejar que una herida siga sangrando sin curarla.

Los saludo con afecto y les agradezco su testimonio.

Saludo y agradezco la presencia del señor Serž Sargsyan, Presidente de la República de Armenia.

Saludo cordialmente también a mis hermanos Patriarcas y Obispos: Su Santidad Karekin II, Patriarca supremo y Catolicós de todos los armenios; Su Santidad Aram I, Catolicós de la Gran Casa de Cilicia; Su Beatitud Nerses Bedros XIX, Patriarca de Cilicia de los Armenios Católicos; los dos Catolicosados de la Iglesia Apostólica Armenia y el Patriarcado de la Iglesia Armenio-Católica. 

Con la firme certeza de que el mal nunca proviene de Dios, infinitamente Bueno, y firmes en la fe, profesamos que la crueldad nunca puede ser atribuida a la obra de Dios y, además, no debe encontrar, en ningún modo, en su santo Nombre justificación alguna. Vivamos juntos esta celebración con los ojos fijos en Jesucristo Resucitado, Vencedor de la muerte y del mal.
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