Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

El Cielo «no es un lugar, sino un estado, plenitud de ser sin mal ni muerte», dice el Papa Francisco

Rocío Lancho/Zenit

El Papa Francisco se detiene a saludar peregrinos también cuando llueve
El Papa Francisco se detiene a saludar peregrinos también cuando llueve
Este miércoles, el Papa Francisco, al finalizar la audiencia general, ha invitado a todos a rezar para que su visita a Turquía del fin de semana (del 28 al 30 de noviembre) "visita de Pedro al hermano Andrés, traiga frutos de paz, sincero diálogo entre las religiones y concordia a la nación turca".

La lluvia no ha impedido acudir a los peregrinos de todas las partes del mundo, que han gritado y alzado los brazos para saludar el Pontífice argentino, quien hoy ha salido con el jeep cubierto.

Entre paraguas, chubasqueros y capas de plástico, los fieles agitaban sus banderas y pancarta al paso del Papa. Aunque en esta mañana la plaza estaba más vacía respecto a otros miércoles, el entusiasmo de los presentes se oía con fuerza.

En la catequesis de esta semana, Francisco ha reflexionado sobre la Iglesia que peregrina hacia el Reino.

En el resumen hecho en español ha afirmado que "como bien afirma el Concilio Vaticano II, la Iglesia no es una realidad estática, sino que camina continuamente en la historia hacia la meta última y maravillosa que es el Reino de los Cielos, del cual la Iglesia es en la tierra su semilla e inicio. En este camino, es hermoso percibir la comunión entre la Iglesia del Cielo, que nos sostiene con su intercesión, y nosotros, que en la Eucaristía estamos invitados a ofrecer oraciones por las almas que se encuentran a la espera de la felicidad eterna. Desde la perspectiva cristiana, la distinción ya no es entre quien está muerto o quien no lo está, sino entre quien está con Cristo y quien no lo está; éste es el elemento fundamental y decisivo para nuestra felicidad.

Aunque no sabemos el tiempo en el que llegará el fin de todo lo creado, sabemos por la Revelación que Dios nos prepara una nueva tierra, donde habitará la justicia y la felicidad saciará de manera sobreabundante los deseos del corazón del hombre. Esto es el “Paraíso”, que no es un lugar sino un “estado”, donde nuestras esperanzas serán verdaderamente colmadas, en una nueva creación, con plenitud de ser, verdad y belleza, libre de todo mal y de la misma muerte".

A continuación, ha saludado a los peregrinos de lengua española, "en particular a los grupos provenientes de España, Argentina, México, así como a los venidos de otros países latinoamericanos. Conscientes del don maravilloso de pertenecer a la Iglesia, pidamos a la Virgen María, nuestra Madre del cielo, que nos acompañe siempre y nos ayude a ser, como ella, signo gozoso de esperanza para nuestros hermanos".

Al finalizar los saludos en todas las lenguas, el Santo Padre ha dirigido como cada semana, un pensamiento especial a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. A ellos ha recordado que el próximo domingo inicia el Tiempo litúrgico del Adviento. "Queridos jóvenes, la espera del Salvador llene vuestro corazón de alegría; queridos enfermos, no os canséis de adorar al Señor que viene también en la prueba; y vosotros, queridos recién casados, aprended a amar, sobre el ejemplo de aquel que por amor se ha hecho hombre para nuestra salvación".

Texto completo de la audiencia general del miércoles 26 de noviembre
El Santo Padre reflexiona sobre la Iglesia que peregrina hacia el Cielo, donde seremos revestidos de alegrí­a, de paz y del amor de Dios

Queridos hermanos y hermanas,
un poco feo el día ¿eh? Pero vosotros sois valientes. Esperemos rezar juntos hoy.

En el presentar la Iglesia a los hombres de nuestro tiempo, el Concilio Vaticano II tenía muy presente una verdad fundamental, que no hay que olvidar nunca: la Iglesia no es una realidad estática, quieta, un fin en sí mismo, sino que está continuamente en camino en la historia, hacia la meta última y maravillosa que es el Reino de los Cielos, del que la Iglesia en la Tierra es la semilla y el inicio.

Cuando nos dirigimos hacia este horizonte, nos damos cuenta que nuestras imaginación se para, descubriéndose capaz apenas de intuir el esplendor del misterio que sobrepasa nuestros sentidos.

Y surgen en nosotros algunas preguntas espontáneas: ¿cuándo sucederá este paso final? ¿Cómo será la nueva dimensión en la que entrará la Iglesia? ¿Qué será entonces de la humanidad? ¿Y de la creación que le rodea?

Pero estas preguntas no son nuevas, las habían hecho ya los discípulos a Jesús en aquel tiempo. ¿Cuando será esto? ¿Cuando será el triunfo del Espíritu sobre la creación...? Son preguntas humanas, preguntas antiguas. También nosotros hacemos estas preguntas.

La Constitución conciliar Gaudium et spes, frente a estas preguntas que resuenan desde siempre en el corazón del hombre afirma: "Ignoramos el tiempo en que se hará la consumación de la tierra y de la humanidad. Tampoco conocemos de qué manera se transformará el universo. La figura de este mundo, afeada por el pecado, pasa, pero Dios nos enseña que nos prepara una nueva morada y una nueva tierra donde habita la justicia, y cuya bienaventuranza es capaz de saciar y rebasar todos los anhelos de paz que surgen en el corazón humano".

Esta es la meta a la que tiende la Iglesia, como dice la Biblia: es la "Nueva Jerusalén", el "Paraíso". Más que de un lugar, se trata de un "estado" del alma en el que nuestras esperanzas más profundas serán cumplidas de forma sobreabundante y nuestro ser, como criaturas y como hijos de Dios, alcanzará la plena maduración. Seremos finalmente revestidos de la alegría, de la paz y del amor de Dios de forma completa, sin ningún límite, y estaremos cara a cara con Él.

Es bonito pensar esto. Pensar en el cielo. Pero todos nosotros nos encontraremos allí. Todos, todos... Es bonito, da fuerza al alma.

En esta perspectiva, es bonito percibir como hay una continuidad y una comunión de fondo entre la Iglesia celeste y la que aún está en camino en la tierra.

Los que ya viven a los ojos de Dios pueden de hechos sostenernos e interceder por nosotros, rezar por nosotros.

Por otro lado, también nosotros estamos siempre invitados a ofrecer obras buenas, oraciones y la misma Eucaristía para aliviar la tribulación de las almas que están aún en espera de la beatitud sin fin.

Sí, porque en la prospectiva cristiana la distinción ya no está entre quien esta ya muerto y quien no lo está aún, ¡sino entre quién está en Cristo y quien no lo está! Este es el elemento determinante realmente decisivo para nuestra salvación y para nuestra felicidad.

Al mismo tiempo, la Sagrada Escritura nos enseña que el cumplimiento de este diseño maravilloso no puede no interesar también todo lo que nos rodea y que ha salido del pensamiento y del corazón de Dios.

El apóstol Pablo lo afirma de forma explícita, cuando dice que "también la misma creación, toda la creación, será la libertad de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios".

Otros textos utilizan la imagen del "cielo nuevo" y de la "tierra nueva", en el sentido que todo el universo será renovado y será liberado una vez para siempre de todo rastro de mal y de la misma muerte.

Esta que se presenta, como cumplimiento de una transformación que en realidad está ya en acto a partir de la muerte y resurrección de Cristo, es por tanto una nueva creación; no por tanto una aniquilación del cosmos y de todo lo que nos rodea, sino un llevar cada cosa a su plenitud de ser, de verdad y de belleza. Este es el diseño que Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, desde siempre quiere realizar y está realizando.

Queridos amigos, cuando pensamos en estas realidades estupendas que nos esperan, nos damos cuanta de cuánto pertenecer a la Iglesia sea realmente un don maravilloso, ¡que lleva inscrita una vocación altísima! Pidamos a la Virgen María, Madre de la Iglesia, vigilar siempre nuestro camino y ayudarnos a ser, como Ella, signo alegre de confianza y de esperanza en medio de nuestros hermanos.
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