Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Recordando el Holocausto, el Papa denuncia «esta máxima idolatría, haber despreciado nuestra carne»

Zenit / ReL

Francisco y dos jóvenes católicos vestidos de blanco ofrecen unas flores en la Sala Memorial de Yad Vashem
Francisco y dos jóvenes católicos vestidos de blanco ofrecen unas flores en la Sala Memorial de Yad Vashem
Después de la oración en el Muro de los Lamentos y del histórico abrazo con el rabino Skorka y el jeque Abboud, el Santo Padre viistó hacia las 10 de la mañana de este lunes el Memorial Yad Vashem y la tumba del fundador del sionismo político moderno, Theodor Herzl. 

Allí fue recibido por el presidente de Israel, Shimon Peres, y por el primer ministro, Benjamin Netanyahu.


En el mausoleo, ayudado por dos jóvenes cristianos, el Papa Francisco puso una corona de flores en al tumba de Theodor Herzl, fundador del Movimento Sionista en el Congreso de Basilea en 1897.

A continuación fue llevado en un auto hasta el perímetro del museo Yad Vashem, a la sala del Memorial del Holocausto.

Cuando la delegación llegó el coro del museo entonó un canto polifónico. Allí, se registraron varios momentos de profundo y sentido silencio, recordando a tantas víctimas.

Fueron leídos algunos relatos, y un rabino cantó una oración. A continuación el papa Francisco saludó a algunas personas, sobrevivientes de la tragedia.

Palabras del Santo Padre 
"Adán, ¿dónde estás?" (cf. Gn 3,9).
¿Dónde estás, hombre? ¿Dónde te has metido?
En este lugar, memorial de la Shoah, resuena esta pregunta de Dios: "Adán, ¿dónde estás?".
Esta pregunta contiene todo el dolor del Padre que ha perdido a su hijo.
El Padre conocía el riesgo de la libertad; sabía que el hijo podría perderse… pero quizás ni siquiera el Padre podía imaginar una caída como ésta, un abismo tan grande.


Ese grito: "¿Dónde estás?", aquí, ante la tragedia inconmensurable del Holocausto, resuena como una voz que se pierde en un abismo sin fondo…
Hombre, ¿dónde estás? Ya no te reconozco. 
¿Quién eres, hombre? ¿En qué te has convertido? 
¿Cómo has sido capaz de este horror? 
¿Qué te ha hecho caer tan bajo? 
No ha sido el polvo de la tierra, del que estás hecho.

El polvo de la tierra es bueno, obra de mis manos.
No ha sido el aliento de vida que soplé en tu nariz. Ese soplo viene de mí; es muy bueno (cf. Gn 2,7).
No, este abismo no puede ser sólo obra tuya, de tus manos, de tu corazón… ¿Quién te ha corrompido? ¿Quién te ha desfigurado? 
¿Quién te ha contagiado la presunción de apropiarte del bien y del mal? 
¿Quién te ha convencido de que eres dios?

No sólo has torturado y asesinado a tus hermanos, sino que te los has ofrecido en sacrificio a ti mismo, porque te has erigido en dios. 
Hoy volvemos a escuchar aquí la voz de Dios: "Adán, ¿dónde estás?".
 De la tierra se levanta un tímido gemido: Ten piedad de nosotros, Señor.
A ti, Señor Dios nuestro, la justicia; nosotros llevamos la deshonra en el rostro, la vergüenza (cf. Ba 1,15). 
Se nos ha venido encima un mal como jamás sucedió bajo el cielo (cf. Ba 2,2). Señor, escucha nuestra oración, escucha nuestra súplica, sálvanos por tu misericordia.

Sálvanos de esta monstruosidad.
 Señor omnipotente, un alma afligida clama a ti. Escucha, Señor, ten piedad.
Hemos pecado contra ti. Tú reinas por siempre (cf. Ba 3,1-2).
 Acuérdate de nosotros en tu misericordia. Danos la gracia de avergonzarnos de lo que, como hombres, hemos sido capaces de hacer, de avergonzarnos de esta máxima idolatría, de haber despreciado y destruido nuestra carne, esa carne que tú modelaste del barro, que tú vivificaste con tu aliento de vida.
¡Nunca más, Señor, nunca más!
"Adán, ¿dónde estás?".

Aquí estoy, Señor, con la vergüenza de lo que el hombre, creado a tu imagen y semejanza, ha sido capaz de hacer. 
Acuérdate de nosotros en tu misericordia.
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