«Quien practica la misericordia no teme a la muerte», afirma Francisco en su audiencia del miércoles
"Les felicito porque ustedes son valientes, con este frío que hace en la plaza, son verdaderamente valientes!" Así comenzó el Papa la catequesis de su audiencia pública del miércoles 27 de noviembre.
El viento y frío intensos que estos días han llegado a Roma, no ha impedido que los fieles, con el entusiasmo que les caracteriza, hayan mostrado su cercanía una semana más el santo padre acudiendo a la plaza de San Pedro para escuchar su catequesis. (Ver abajo vídeo.)
Pasadas las 9.30 de la mañana, Francisco ha llegado la plaza y, protegido de las bajas temperaturas con abrigo blanco y bufanda, ha dedicado el mismo tiempo que cualquier otro miércoles para recorrer la plaza montado en el jeep, para hacer sentir su cercanía y bendecir a los presentes.
Como es habitual, varios han sido los niños que alzados en brazos por los hombres de seguridad, han recibido una caricia y una bendición del santo padre.
Unos panaderos le acercaron también un "panetone" de tamaño gigante, provocando su asombro y sonrisa.
Clausurado ya el Año de la Fe, hoy el Santo Padre ha finalizado con la serie de catequesis sobre el Credo, que a lo largo de estos meses, han hecho reflexionar a los fieles, frase a frase y concepto a concepto, la fe que profesan al recitar el Credo.
Hoy Francisco ha hablado de la ´resurrección de la carne´. Ha subrayado de forma especial una frase ´quien practica la misericordia no teme a la muerte´, por ello, ha invitado a los presentes a repetirlo con voz alta y con fuerza.
Como novedad esta mañana, ha habido un saludo especial dedicado a los peregrinos de lengua ucraniana, a los que Francisco se ha dirigido diciendo "saludo a los peregrinos ucranianos, guiados por el arzobispo mayor su beatitud Sviatoslav Shevchuk, los obispos con los fieles de la Iglesia greco-católica, venidos a las tumbas de los apóstoles para la conclusión del Año de la Fe y por el quincuagésimo aniversario de la traslación del cuerpo de san Josafat a la Basílica Vaticana".
El ejemplo de este santo - ha afirmado el papa - que ha dado la propia vida por el Señor Jesús y por la unidad de la Iglesia, es para todos una invitación a comprometerse cada día con la comunión entre los hermanos.
Resumen en lengua española de su catequesis
Queridos hermanos y hermanas:
Concluyendo ya las catequesis sobre el Credo, hoy quisiera detenerme en la "resurrección de la carne", y hablarles del sentido cristiano de la muerte y de la importancia de prepararnos bien para morir en Cristo.
Para quien vive como si Dios no existiese, la muerte es una amenaza constante, porque supone el final de todo en el horizonte cerrado del mundo presente. Por eso, muchos la ocultan, la niegan o la banalizan para vivir sin aprensión la vida de cada día.
Sin embargo, dentro de nosotros hay un deseo de vida dentro de nosotros, más fuerte incluso que el miedo a la muerte, que nos dice que no es posible que todo se quede en nada. La respuesta cierta a esta sed de vida es la esperanza en la resurrección futura.
La victoria de Cristo sobre la muerte no sólo nos da la serena certeza de que no moriremos para siempre, sino que también ilumina el misterio de la muerte personal y nos ayuda a afrontarla con esperanza. Para ser capaces de aceptar el momento último de la existencia con confianza, como abandono total en las manos del Padre, necesitamos prepararnos. Y la vigilancia cristiana consiste en la perseverancia en la caridad. Así, pues, la mejor forma de disponernos a una buena muerte es mirar cara a cara las llagas corporales y espirituales de Cristo en los más débiles y necesitados, con los que Él se identificó, para mantener vivo y ardiente el deseo de ver un día cara a cara las llagas transfiguradas del Señor resucitado.
A continuación, ha saludado a los peregrinos de lengua española diciendo: "Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España, México, Guatemala, Argentina y los demás países latinoamericanos. No olviden que la solidaridad fraterna en el dolor y en la esperanza es premisa y condición para entrar en el Reino de los cielos".
Después de los saludos en todas las lenguas y antes de finalizar, el pontífice ha dirigido un pensamiento afectuosos a los jóvenes, a los enfermos y recién casados. "Queridos jóvenes - ha dicho - preparad vuestros corazones para acoger a Jesús Salvador; queridos enfermos, ofreced vuestro sufrimiento para que todos reconozcan en la Navidad el encuentro del Cristo con la frágil naturaleza humana; y vosotros recién casado, vivid vuestro matrimonio como el reflejo del amor de Dios en vuestra historia personal".
Tras la bendición final, Francisco ha comenzado con los saludos habituales. Primero a los arzobispos y obispos, después ha descendido hacia la plaza para saludar a algunas personalidades y finalmente, ha dedicado un tiempo a los enfermos de las primeras filas. Con uno de ellos, el santo padre ha intercambiado la bufanda, la suya blanca por una gris y negra. Con gran termura, el papa Francisco ha abrazado y charlado con niños, adultos y ancianos.
Texto completo de la catequesis en italiano
Queridos hermanos y hermanas,
¡Felicidades porque son valientes, con el frío que hace en la plaza, son verdaderamente valientes!
Deseo llevar a término las catequesis sobre el Credo, desarrolladas durante el Año de la Fe, que concluyó el domingo pasado. En esta catequesis y en la próxima quisiera considerar el tema de la resurrección de la carne, deteniéndome en dos aspectos tal y como los presenta el Catecismo de la Iglesia Católica, es decir, nuestro morir y resucitar en Jesucristo. Hoy me detengo en el primer aspecto, el “morir en Cristo”.
1. Hay una forma equivocada de mirar la muerte. La muerte nos afecta a todos y nos interroga de modo profundo, especialmente cuando nos toca de cerca, o cuando afecta a los pequeños, a los indefensos de una forma que nos resulta “escandalosa”. Siempre me ha afectado la pregunta: ¿por qué sufren los niños?, ¿por qué mueren los niños? Si se entiende como el final de todo, la muerte asusta, aterroriza, se transforma en amenaza que rompe todo sueño, toda perspectiva, que rompe toda relación e interrumpe todo camino. Esto sucede cuando consideramos nuestra vida como un tiempo encerrado entre dos polos: el nacimiento y la muerte; cuando no creemos en un horizonte que va más allá de la vida presente; cuando se vive como si Dios no existiera. Esta concepción de la muerte es típica del pensamiento ateo, que interpreta la existencia como un encontrarse casualmente en el mundo y un caminar hacia la nada. Pero existe también un ateísmo práctico, que es un vivir sólo para los propios intereses y las cosas terrenas. Si nos dejamos llevar por esta visión errónea de la muerte, no tenemos otra opción que la de ocultar la muerte, negarla, o de banalizarla, para que no nos de miedo.
2. Pero a esta falsa solución se rebela el corazón del hombre, su deseo de infinito, su nostalgia de la eternidad. Y entonces, ¿cuál es el sentido cristiano de la muerte? Si miramos a los momentos más dolorosos de nuestra vida, cuando perdemos a una persona querida -los padres, un hermano, una hermana, un esposo, un hijo, un amigo– nos damos cuenta que, incluso en el drama de la pérdida, doloridos por la separación, surge del corazón la convicción de que no puede haber acabado todo, que el bien dado y recibido no ha sido inútil. Hay un instinto poderoso dentro de nosotros, que nos dice que nuestra vida no termina con la muerte. ¡Esto es verdad! ¡Nuestra vida no termina con la muerte!
Esta sed de vida ha encontrado su respuesta real y confiable en la resurrección de Jesucristo. La resurrección de Jesús no da sólo la certeza de la vida después de la muerte, sino que ilumina también el misterio mismo de la muerte de cada uno de nosotros. Si vivimos unidos a Jesús, fieles a Él, seremos capaces de afrontar con esperanza y serenidad también el paso de la muerte. La Iglesia de hecho reza: “Si bien nos entristece la certidumbre de tener que morir, nos consuela la promesa de la inmortalidad futura”. Una bonita oración de la Iglesia, esta. Una persona tiende a morir como ha vivido. Si mi vida ha sido un camino con el Señor, de confianza en su inmensa misericordia, estaré preparado para aceptar el momento último de mi existencia terrena como el definitivo abandono confiado en sus manos acogedoras, en la esperanza de contemplar cara a cara su rostro. Y esto es lo más bello que puede sucedernos, contemplar cara a cara el rostro maravilloso del Señor, verlo a él, tan hermoso, lleno de luz, lleno de amor, lleno de ternura. Nosotros vamos hacia allí, a encontrarnos con el Señor.
3. En este horizonte se comprende la invitación de Jesús de estar siempre preparados, vigilantes, sabiendo que la vida en este mundo se nos ha dado para prepararnos a la otra vida, con el Padre celeste. Y para esto hay siempre una vía segura: prepararse bien a la muerte, estando cerca de Jesús. ¿Y cómo estamos cerca de Jesús? Con la oración, en los sacramentos y también en la práctica de la caridad. Recordemos que Él está presente en los más débiles y necesitados.
Él mismo se identificó con ellos, en la famosa parábola del juicio final, cuando dice: “Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, era extranjero y me acogisteis, desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, estaba en la cárcel y vinisteis a verme. Todo lo que hicisteis con estos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis” (Mt25,35-36.40).
Por tanto, un camino seguro es recuperar el sentido de la caridad cristiana y de la compartición fraterna, curar las heridas corporales y espirituales de nuestro prójimo. La solidaridad en compartir el dolor e infundir esperanza es premisa y condición para recibir en herencia el Reino preparado para nosotros. Quien practica la misericordia no teme a la muerte. Pensad bien en esto. Quien practica la misericordia no teme a la muerte. ¿Estáis de acuerdo? ¿Lo decimos juntos para no olvidarlo? Quien practica la misericordia no teme a la muerte. Otra vez. Quien practica la misericordia no teme a la muerte. ¿Y por qué no teme a la muerte? Porque la mira a la cara en las heridas de los hermanos, y la supera con el amor de Jesucristo.
Si abrimos la puerta de nuestra vida y de nuestro corazón a los hermanos más pequeños, entonces también nuestra muerte se convertirá en una puerta que nos introducirá en el cielo, en la patria beata, hacia la que nos dirigimos, anhelando morar para siempre con nuestro Padre, con Jesús, María y los santos.