«No olvidéis tomarla», dijo: ¡y se repartió en la Plaza!
Francisco, cual farmacéutico, saca una caja de Misericordina tras el Ángelus e invita a consumirla
Nuevo golpe de efecto de Francisco. Este domingo, tras el rezo del Ángelus, el Papa dijo que iba a recetar una medicina.
"¿Cómo? -pensaréis- ¿Es que el Papa se ha hecho farmacéutico?", bromeó mientras la Plaza de San Pedro, abarrotada como todos los domingos, reía. "No. Se trata de una medicina espiritual para mantener los frutos del Año de la Fe que ahora termina", aclaró: "Son 59 pastillas que ofrecen el amor, el perdón y la fraternidad".
Pero la caja era real, y la mostró tal cual es: se trata de la Miserikordyna, una idea que viene de Polonia con ocasión de la celebración de la Divina Misericordia y que incluye un rosario, con el que se puede rezar la coronilla de la Divina Misericordia. En total, 59 pastillas, esto es, 59 cuentas que el Papa invitó a consumir.
"¡No os olvidéis de tomarla!", pidió con una sonrisa, anunciando que iba a repartirse en la Plaza de San Pedro, como efectivamente se hizo con 20.000 unidades. La caja contiene un rosario, una imagen de la Divina Misericordia y un folleto con la posología, que añade: "Su eficacia está probada por las palabras de Jesús". "Tomadla, hace bien al corazón, al alma y a toda la vida", bromeó Francisco. (Ver abajo el vídeo.)
Más perseguidos que nunca
Antes del rezo del Ángelus, el Papa recordó a las personas perseguidas en todo el mundo por ser cristianos: "Son más que en los primeros siglos", dijo. Y les manifestó "la admiración de todos sus hermanos por su valentía y su testimonio". Al mismo tiempo, les recordó que "Jesucristo hace una promesa que es garantía de victoria", y que con "esperanza y con paciencia, esperando la salvación y el sentido profundo de la Historia", "el Señor conduce todo a su cumplimiento".
Texto íntegro de la alocución del Papa antes del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!
El Evangelio de este domingo (Lc 21, 519) consiste en la primera parte de un razonamiento de Jesús: el de los últimos tiempos. Jesús lo pronuncia en Jerusalén, cerca del templo; y la idea se la da precisamente la gente que hablaba del templo y de su belleza. ¡Porque era bello aquel templo!
Entonces Jesús dijo: “Esto que ven, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea derruida” (Lc 21, 6). Naturalmente le preguntan: ¿cuándo sucederá esto?, ¿cuáles serán los signos? Pero Jesús dirige la atención de estos aspectos secundarios – ¿cuándo será?, ¿cómo será? – la dirige a las verdaderas cuestiones. Y son dos:
Primero: no dejarse engañar por falsos mesías y no dejarse paralizar por el miedo. Segundo: vivir el tiempo de la espera como tiempo del testimonio y de la perseverancia. Y nosotros estamos en este tiempo de la espera, de la espera de la venida del Señor.
Esta alocución de Jesús es siempre actual, también para nosotros que vivimos en el Siglo XXI. Él nos repite: “Miren, no se dejen engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre” (v. 8).
Es una invitación al discernimiento. Esta virtud cristiana de comprender dónde está el Espíritu del Señor y dónde está el mal espíritu. También hoy, en efecto, hay falsos “salvadores”, que tratan de sustituir a Jesús: líderes de este mundo, santones, también brujos, personajes que quieren atraer a sí las mentes y los corazones, especialmente de los jóvenes. Jesús nos pone en guardia: “¡No los sigan!”. “¡No los sigan!”.
Y el Señor también nos ayuda a no tener miedo: frente a las guerras, a las revoluciones, pero también a las calamidades naturales, a las epidemias, Jesús nos libera del fatalismo y de las falsas visiones apocalípticas.
El segundo aspecto nos interpela precisamente como cristianos y como Iglesia: Jesús preanuncia pruebas dolorosas y persecuciones que sus discípulos deberán padecer, por su causa. Sin embargo asegura: “Pero no perecerá ni un cabello de su cabeza” (v. 18). ¡Nos recuerda que estamos totalmente en las manos de Dios!
Las adversidades que encontramos por nuestra fe y nuestra adhesión al Evangelio son ocasiones de testimonio; no deben alejarnos del Señor, sino impulsarnos a abandonarnos aún más en Él, en la fuerza de su Espíritu y de su gracia.
En este momento pienso y pensamos todos, eh, hagámoslo juntos, pensemos en tantos hermanos cristianos que sufren persecuciones a causa de su fe. ¡Hay tantos! Quizá más que en los primeros siglos. Jesús está con ellos. También nosotros estamos unidos a ellos con nuestra oración y nuestro afecto. También sentimos admiración por su coraje y su testimonio. Son nuestros hermanos y hermanas que en tantas partes del mundo sufren a causa de ser fieles a Jesucristo. Los saludamos de corazón y con afecto.
Al final, Jesús hace una promesa que es garantía de victoria: “Con su perseverancia salvarán sus almas” (v. 19). ¡Cuánta esperanza en estas palabras! Son un llamamiento a la esperanza y a la paciencia, a saber esperar los frutos seguros de la salvación, confiando en el sentido profundo de la vida y de la historia: las pruebas y las dificultades forman parte de un designio más grande; el Señor, dueño de la historia, lleva todo a su cumplimiento. ¡A pesar de los desórdenes y de los desastres que turban al mundo, el designio de bondad y de misericordia de Dios se cumplirá!
Y esta es nuestra esperanza. Ir así, por este camino, en el designio de Dios que se cumplirá. Es nuestra esperanza.
Este mensaje de Jesús nos hace reflexionar sobre nuestro presente y nos da la fuerza para afrontarlo con coraje y esperanza, en compañía de la Virgen, que camina siempre con nosotros.
"¿Cómo? -pensaréis- ¿Es que el Papa se ha hecho farmacéutico?", bromeó mientras la Plaza de San Pedro, abarrotada como todos los domingos, reía. "No. Se trata de una medicina espiritual para mantener los frutos del Año de la Fe que ahora termina", aclaró: "Son 59 pastillas que ofrecen el amor, el perdón y la fraternidad".
Pero la caja era real, y la mostró tal cual es: se trata de la Miserikordyna, una idea que viene de Polonia con ocasión de la celebración de la Divina Misericordia y que incluye un rosario, con el que se puede rezar la coronilla de la Divina Misericordia. En total, 59 pastillas, esto es, 59 cuentas que el Papa invitó a consumir.
"¡No os olvidéis de tomarla!", pidió con una sonrisa, anunciando que iba a repartirse en la Plaza de San Pedro, como efectivamente se hizo con 20.000 unidades. La caja contiene un rosario, una imagen de la Divina Misericordia y un folleto con la posología, que añade: "Su eficacia está probada por las palabras de Jesús". "Tomadla, hace bien al corazón, al alma y a toda la vida", bromeó Francisco. (Ver abajo el vídeo.)
Más perseguidos que nunca
Antes del rezo del Ángelus, el Papa recordó a las personas perseguidas en todo el mundo por ser cristianos: "Son más que en los primeros siglos", dijo. Y les manifestó "la admiración de todos sus hermanos por su valentía y su testimonio". Al mismo tiempo, les recordó que "Jesucristo hace una promesa que es garantía de victoria", y que con "esperanza y con paciencia, esperando la salvación y el sentido profundo de la Historia", "el Señor conduce todo a su cumplimiento".
Texto íntegro de la alocución del Papa antes del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!
El Evangelio de este domingo (Lc 21, 519) consiste en la primera parte de un razonamiento de Jesús: el de los últimos tiempos. Jesús lo pronuncia en Jerusalén, cerca del templo; y la idea se la da precisamente la gente que hablaba del templo y de su belleza. ¡Porque era bello aquel templo!
Entonces Jesús dijo: “Esto que ven, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea derruida” (Lc 21, 6). Naturalmente le preguntan: ¿cuándo sucederá esto?, ¿cuáles serán los signos? Pero Jesús dirige la atención de estos aspectos secundarios – ¿cuándo será?, ¿cómo será? – la dirige a las verdaderas cuestiones. Y son dos:
Primero: no dejarse engañar por falsos mesías y no dejarse paralizar por el miedo. Segundo: vivir el tiempo de la espera como tiempo del testimonio y de la perseverancia. Y nosotros estamos en este tiempo de la espera, de la espera de la venida del Señor.
Esta alocución de Jesús es siempre actual, también para nosotros que vivimos en el Siglo XXI. Él nos repite: “Miren, no se dejen engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre” (v. 8).
Es una invitación al discernimiento. Esta virtud cristiana de comprender dónde está el Espíritu del Señor y dónde está el mal espíritu. También hoy, en efecto, hay falsos “salvadores”, que tratan de sustituir a Jesús: líderes de este mundo, santones, también brujos, personajes que quieren atraer a sí las mentes y los corazones, especialmente de los jóvenes. Jesús nos pone en guardia: “¡No los sigan!”. “¡No los sigan!”.
Y el Señor también nos ayuda a no tener miedo: frente a las guerras, a las revoluciones, pero también a las calamidades naturales, a las epidemias, Jesús nos libera del fatalismo y de las falsas visiones apocalípticas.
El segundo aspecto nos interpela precisamente como cristianos y como Iglesia: Jesús preanuncia pruebas dolorosas y persecuciones que sus discípulos deberán padecer, por su causa. Sin embargo asegura: “Pero no perecerá ni un cabello de su cabeza” (v. 18). ¡Nos recuerda que estamos totalmente en las manos de Dios!
Las adversidades que encontramos por nuestra fe y nuestra adhesión al Evangelio son ocasiones de testimonio; no deben alejarnos del Señor, sino impulsarnos a abandonarnos aún más en Él, en la fuerza de su Espíritu y de su gracia.
En este momento pienso y pensamos todos, eh, hagámoslo juntos, pensemos en tantos hermanos cristianos que sufren persecuciones a causa de su fe. ¡Hay tantos! Quizá más que en los primeros siglos. Jesús está con ellos. También nosotros estamos unidos a ellos con nuestra oración y nuestro afecto. También sentimos admiración por su coraje y su testimonio. Son nuestros hermanos y hermanas que en tantas partes del mundo sufren a causa de ser fieles a Jesucristo. Los saludamos de corazón y con afecto.
Al final, Jesús hace una promesa que es garantía de victoria: “Con su perseverancia salvarán sus almas” (v. 19). ¡Cuánta esperanza en estas palabras! Son un llamamiento a la esperanza y a la paciencia, a saber esperar los frutos seguros de la salvación, confiando en el sentido profundo de la vida y de la historia: las pruebas y las dificultades forman parte de un designio más grande; el Señor, dueño de la historia, lleva todo a su cumplimiento. ¡A pesar de los desórdenes y de los desastres que turban al mundo, el designio de bondad y de misericordia de Dios se cumplirá!
Y esta es nuestra esperanza. Ir así, por este camino, en el designio de Dios que se cumplirá. Es nuestra esperanza.
Este mensaje de Jesús nos hace reflexionar sobre nuestro presente y nos da la fuerza para afrontarlo con coraje y esperanza, en compañía de la Virgen, que camina siempre con nosotros.
Comentarios