«También cuando nos reprocha, Dios lo hace con una caricia, no nos hiere», dice el Papa Francisco
Encomendémonos a Dios como un niño se encomienda en las manos de su papá: ese fue el tema central de la homilía del Papa Francisco en la misa matinal de la Residencia Santa Marta del martes 12 de noviembre.
El Papa reafirmó que el Señor jamás nos abandona y subrayó que incluso cuando nos reprocha, Dios no nos da una bofetada sino una caricia.
El diablo es el origen del mal
“Dios ha creado al hombre para la incorruptibilidad”, pero “por la envidia del diablo entró la muerte en el mundo”, recordó el Pontífice.
El Papa comentó en su homilía la Primera Lectura, correspondiente a un pasaje del Libro de la Sabiduría que recuerda los orígenes del ser humano.
La envidia del diablo, afirmó, ha hecho que comenzara esta guerra, “este camino que termina con la muerte”. Y reafirmó que esta última “ha entrado en el mundo y hacen experiencia de ella aquellos que le pertenecen”. Es una experiencia que todos hacemos.
"Todos debemos pasar por la muerte, pero una cosa es pasar por esta experiencia con una pertenencia al diablo y otra cosa es pasar por esta experiencia de la mano de Dios. Y a mí me gusta sentir esto: “Estamos en las manos de Dios”, pero desde el inicio. La Biblia nos explica la creación, usando una imagen bella: Dios que, con sus manos nos hace del fango, de la tierra a su imagen y semejanza. Han sido las manos de Dios que nos han creado: ¡el Dios artesano, eh! Como un artesano nos ha hecho. Estas manos del Señor… Las manos de Dios, que no nos han abandonado".
La Biblia, prosiguió explicando el Papa, narra que el Señor dice a su pueblo: “Yo he caminado contigo, como un papá con su hijo, llevándolo de la mano”. Son precisamente las manos de Dios, añadió, “las que nos acompañan en el camino”.
"Nuestro Padre, como un Padre con su hijo, nos enseña a caminar; nos enseña a ir por el camino de la vida y de la salvación. Son las manos de Dios que nos acarician en los momentos del dolor, nos consuelan. ¡Es nuestro Padre quien nos acaricia! Nos quiere tanto. Y también en estas caricias, tantas veces, está el perdón. Una cosa que a mí me hace bien pensarla. Jesús, Dios, ha llevado consigo sus llagas: las hace ver al Padre. Éste es el precio: ¡las manos de Dios son manos llagadas por amor! Y esto nos consuela tanto.
Tantas veces, prosiguió diciendo Francisco, oímos decir de personas que no saben en quien confiar: “¡Me encomiendo en las manos de Dios!”. Y observó que esto “es bello” porque “allí estamos seguros: es la máxima seguridad, porque es la seguridad de nuestro Padre que nos quiere”. “Las manos de Dios – comentó – también nos curan de nuestras enfermedades espirituales”:
Pensemos en las manos de Jesús, cuando tocaba a los enfermos y los curaba… Son las manos de Dios: ¡nos curan! ¡Yo no me imagino a Dios dándonos una bofetada! No me lo imagino. ¡Reprochándonos, sí me lo imagino, porque lo hace! Pero jamás, jamás, nos hiere. ¡Jamás! Nos acaricia. También cuando debe reprocharnos lo hace con una caricia, porque es Padre. “Las almas de los justos están en las manos de Dios”. Pensemos en las manos de Dios, que nos ha creado como un artesano, nos ha dato la salud eterna. Son manos llagadas y nos acompañan en el camino de la vida. Encomendémonos en las manos de Dios, como un niño se encomienda en la mano de su papá. ¡Esa es una mano segura!