Viernes, 27 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Floribeth Mora tenía un aneurisma cerebral

La mujer de Costa Rica que se curó con las reliquias de Juan Pablo II detalla su testimonio

Juan Pablo II, al inicio de su pontificado
Juan Pablo II, al inicio de su pontificado
«Salí de ese parque sanada».

Con esta naturalidad Floribeth Mora relata cómo se curó por intercesión de Juan Pablo II.

Esta mujer costarricense que vive en la localidad de Tres Ríos de Cartago es la protagonista del milagro que podría llevar a los altares al Papa polaco, después de que el pasado martes la comisión teológica de la Congregación para la Causa de los Santos diera fe de lo ocurrido, como ya lo hicieran en el mes de abril los médicos que reconocieron que, de forma inexplicable, Flory –como la llaman sus familiares y amigos–superó un aneurisma cuando ya estaba desahuciada por los médicos.

Flory escribió su testimonio
Todo comenzó el 8 de abril de 2011 al despertar. «Me dio un dolor de cabeza tan fuerte que pensé que me reventaría la cabeza. Le pedí a mi esposo que me llevara al hospital porque me sentía bastante mal. Cuando llegué me encontraba muy mal por los vómitos y el dolor de cabeza», relata esta mujer en un testimonio escrito por ella misma hace un año, recogido ahora por LA RAZÓN y confirmado a este diario por uno de los partícipes del milagro.

En aquella primera visita al médico, le diagnosticaron estrés y presión alta. Al comprobar a lo largo de los días posteriores que su estado de salud no mejoraba, decidió acudir a un hospital en San José, la capital del país.

«Tras varios exámenes me dijeron que tenía un pequeño derrame de sangre en mi cerebro, luego me hicieron un TAC y descubrieron que se trataba de un aneurisma cerebral en el lado derecho».

Los médicos desistieron
De inmediato la trasladaron a otro centro, mientras los facultativos se mostraban sorprendidos por su aguante. Tras varios intentos por cerrar el goteo de sangre que sufría en su cerebro, el equipo médico que la atendía tuvo que desistir al encontrarse la dilatación en un lugar de difícil acceso.

A partir de este momento, la situación empeoró sobremanera. Tras pasar unos días en observación, las limitaciones del sistema sanitario costarricense impidieron llevar a cabo una operación.

«Se cerraban así mis posibilidad de sobrevivir a tan fatal diagnóstico», recuerda esta madre de cuatro hijos, abuela de cuatro nietos y esposa de un ex oficial de la Policía nacional.

Tal era la gravedad de su situación que regresó a casa con un aviso claro a su familia: sólo le quedaba un mes de vida. Sin embargo, a pesar de la desesperación que en un primer momento les generó pensar en el desenlace de la historia, «nos llenamos de mucha fe, pero no puedo negar el miedo tan grande que sentía al ver lo que me estaba sucediendo».

Juan Pablo II, beato
No se cumplía ni un mes de aquella mañana en la que su vida se truncó, cuando tuvo lugar otro giro inesperado. El 1 de mayo de 2011, en la plaza de San Pedro, más de un millón de personas participan en la beatificación de Juan Pablo II.

Benedicto XVI proclamaba beato al Papa polaco destacando en primera persona cómo vivió la santidad de su predecesor en la sede de Pedro: «Durante 23 años pude estar cerca de él y venerar cada vez más su persona. Su profundidad espiritual y la riqueza de sus intuiciones sostenían mi servicio. El ejemplo de su oración siempre me ha impresionado y edificado: él se sumergía en el encuentro con Dios, aun en medio de las múltiples ocupaciones de su ministerio». Cuando amanecía en Costa Rica, Juan Pablo II ya había sido beatificado.

Jesús Sacramentado, en procesión
Como todos los domingos, la familia de Floribeth acudió a misa a la parroquia. Con pocas fuerzas, pero de nuevo animada por su esposo, acudieron al centro del barrio porque se estaba celebrando una procesión.

«En ese momento estaba pasando una carroza con la imagen de Jesús Sacramentado y sentí un frío en el cuerpo. Me bajé del coche y fui hasta allí».

Entonces, el sacerdote que acompañaba a la procesión declamaba una oración: «¡Oh, Señor! Hay una sanación».

La mujer se detuvo y se puso a rezar: «Le pedimos a nuestro Papa Juan Pablo que nos ayudara a pedirle a Dios que me ayudara».

Y en ese preciso instante, algo empezó a cambiar. «Salí de ese parque con la fe de que yo fui la sanada», apunta esta madre de familia que desde entonces centra las miradas de sus vecinos y amigos. A partir de ahora, de todo el orbe católico.

Reliquias del Papa en un santuario
Unos días después de aquel hecho, Floribeth, consciente de que al Santuario de la Virgen de Ujarrás –cercano a su domicilio– había recibido unas reliquias del Papa polaco, decidió acudir a rezar. «De nuevo, un milagro», apostilla.

Se trataba de un relicario que contiene muestras de sangre de Juan Pablo II, extraídas un día antes de morir.

Sin embargo, a pesar del esfuerzo realizado, cuando llegó ya había terminado la exposición. Aun así, el padre Dónald Solano hizo una excepción.

«Me la enseñó y la toqué. Seis meses después me hicieron otro examen en el cerebro y me indicaron que el aneurisma había desaparecido para la honra y la gloria de mi Dios», subraya esta mujer, que haría posible que Juan Pablo II sea proclamado santo, quizá, el próximo 20 de octubre, cuando se cumplen 35 años del inicio de su Pontificado.

El neurocirujano, sin explicación
Según publicó el jueves 20 de junio el diario «La Nación» de Costa Rica, el neurocirujano Alejandro Vargas Román, que atendió a Floribeth Mora durante su enfermedad, confirmó estos días que no encontró explicación científica a la desaparición repentina del aneurisma que padecía cuando analizaron exámenes posteriores a aquel 1 de mayo de 2011.

Además, Vargas reveló que funcionarios de la Santa Sede le consultaron sobre los detalles del caso durante la fase diocesana del proceso de canonización, la primera antes de que los informes sean remitidos a Roma y examinados por las diferentes comisiones de la Congregación para la Causa de los Santos.

«Médicamente, en teoría, nunca les va a desaparecer un aneurisma a las personas porque es una dilatación. Científicamente yo no le tengo ninguna explicación del por qué desapareció», comenta el doctor, que vivió en primera persona lo ocurrido en el hospital Calderón Guardia.
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