Domingo, 24 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Pablo VI también consideró esa posibilidad

Juan XXIII pensó en renunciar durante una dramática conversación con su confesor

Juan XXIII y Pablo VI.
Juan XXIII y Pablo VI.

Marco Roncalli, sobrino del «Papa bueno», recibió este dato de su secretario, monseñor Capovilla, quien vive todavía y tiene 97 años.

ReL

Marco Roncalli es, además de periodista y escritor, el sobrino-nieto de Juan XXIII y su principal biógrafo. Ha sido, además, asesor histórico de diversas producciones para cine y televisión sobre la vida de los últimos papas. Con motivo de la renuncia al papado, Roncalli ha publicado un importante testimonio en el diario Il Corriere della Sera, donde asegura que la posibilidad de la renuncia al ministerio no solo es un eco histórico de papas medievales, sino que fue fuertemente considerado por dos grandes pontífices muy cercanos en el tiempo: Pablo VI y Juan XXIII.

Una cuestión histórica
“Si echamos la vista atrás –explica Roncalli– es necesario dirigir la mirada hacia un par de papas de la antigua comunidad cristiana: Clemente I (el primero que renunció, en el año 97) o a Ponciano (pontífice desde el 230 al 235, que dimitió para dejar paso a otro); pero para tener alguna referencia más significativa es necesario remontarse a Celestino V, un papa que, al no soportar más el peso de las “llaves” y considerando la necesidad de un guía más vigoroso, renunció al ministerio petrino. Mucho más “políticas” fueron las renuncias de Benedicto IX, que cedió su puesto al Papa Gregorio VI en 1045, o la de Gregorio XII que dejó de ser vicario de Pedro en 1415”.

El problema del doble Papa
Roncalli recuerda que la cuestión de la renuncia está contemplada por el derecho canónico (el canon 332, 2 dice que en el caso de que el Romano Pontífice renuncie a su ministerio se requiere para su validez que la renuncia sea hecha libremente, y que sea debidamente manifestada, sin necesidad de que nadie la acepte), pero que las renuncias solo son algo sencillo en la teoría, no en la práctica.

Corrieron ríos de tinta allá por el año 2000 cuando, a raíz de la enfermedad de Juan Pablo II, se leyeron constantes referencias a esta hipótesis. Roncalli recupera las declaraciones que ya en 1996 hizo el cardenal Franz Koenig cuando se le preguntó sobre esta posibilidad: “El Papa sabe, y ha dicho, que la elección de un nuevo pontífice cuando el anterior está todavía vivo sería un problema. Con un Papa ´jubilado´ y otro en el Vaticano la gente se preguntaría cuál de los dos cuenta”, afirmaba.

Pablo VI ya se lo planteó
Recuerda Roncalli que el papa Pablo VI ya consideró seriamente la hipótesis de la renuncia al papado, aunque no lo hizo público. Casi veinte años después de la muerte del papa Montini, su confesor, el cardenal Paolo Dezza, desveló: “Pablo VI habría renunciado si hubiera podido, pero me decía: “Sería un trauma para la Iglesia”, y no tuvo el coraje de hacerlo”. La señal sobre la decisión final tomada por Montini fue escrita en primera página del Osservatore Romano el 2 de septiembre de 1977, cuando el subdirector firmó un artículo titulado: “Por qué el Papa no puede dimitir”. Y la posibilidad de la renuncia desapareció para siempre.

La confesión de Juan XXIII
Pero lo que también desvela Roncalli, y que quizá es un hecho no tan conocido como el de Pablo VI, es que también Juan XXIII, el “Papa bueno”, en sus últimos meses de pontificado, considerando sus mermadas condiciones de salud y el peso de la responsabilidades del Concilio, fue tentado por la idea de abandonar la cátedra de Pedro. A Roncalli se lo reveló en su día el ex secretario del pontífice, monseñor Loris Francesco Capovilla –que hoy tiene 97 años y vive en Bérgamo– en una memoria inédita que el periodista incluyó en su biografía sobre Juan XXIII, recientemente reeditada en Italia.

En esa memoria, Capovilla recordaba: “Está nítidamente esculpida en mi memoria la conversación que mantuve la tarde de un viernes de cuaresma de 1963 con el obispo Alfredo Cavagna, confesor y consejero de Juan XXIII, y cuyo contenido puse inmediatamente por escrito. Monseñor Cavagna salió de la habitación del Papa después de haber escuchado su confesión y de haberse entretenido largo rato hablando con él sobre los esquemas del concilio. Me mandó llamar a la sala, suponiendo que quizá yo ya sabía algo, y, sin preámbulos, me dice que el Papa no puede renunciar. Que lo excluye Pío XII en la constitución De Sede apostolica vacante del 8 dicembre de 1945, y me cita el párrafo 99. Es evidente que durante el transcurso de la conversación Juan XXIII había considerado su estado de salud y en previsión de la enorme cantidad de trabajo necesaria para la prosecución del Concilio, debió de declararse dispuesto a renunciar al papado. Respondí a Monseñor Cavagna: ‘Conozco la constitución de Pío XII, leída durante el Cónclave en 1958. Con aquella exhortación, Pío XII alentaba al designado a aceptar el voto de los cardenales electores y a no sustraerse a la voluntad divina. Pero no toca en absoluto la tecla de la renuncia, monseñor’. Monseñor Cavagna no volvió a insistir y tampoco volvió a plantearme el argumento. Y el papa Juan XXIII, a mí, directamente, no me hizo declaración alguna en este sentido. En él, el abandono en Dios iba sólidamente unido a su fe. Voluntas Dei, pax Nostra, decía”.

Es decir, que realmente existió una conversación de Juan XXIII con su confesor en la que la posibilidad de renuncia al papado fue gravemente considerada. Y continúa la memoria de Capovilla: “A las personas que estaban tentadas de dimitir de sus cargos, Juan XXIII solía decirles: ‘El buen eclesiástico no presenta su dimisión. Somete su situación a la autoridad superior y deja que esta decida…’".

Volviendo a Benedicto XVI, Roncalli recuerda la entrevista de Seewald del libro Luz del mundo que citó ayer el padre Lombardi durante la primera rueda de prensa convocada en la sala Stampa, en la que el papa decía lo siguiente: “Si un papa se da cuenta con claridad de que ya no es capaz, física, psicológica o espiritualmente, de asumir los deberes de su ministerio, entonces, tiene el derecho, y, en algunas circunstancias, incluso la obligación, de renunciar”. Pero –se pregunta Roncalli– “¿son verdaderamente estas sus condiciones, en cuanto a vigor del cuerpo y del espíritu?”. “No cabe duda– concluye el periodista– de que para reflexionar con lucidez sobre los auténticos motivos que han llevado a Benedicto XVI a una elección tan decisiva, nunca vivida en la historia reciente de la Iglesia, tan largamente meditada y tomada, según sus propias palabras, por el bien de la Iglesia, será necesaria la perspectiva que solo otorga el paso del tiempo y una mente serena”.

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