Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

El Papa, en el Angelus

«Sin desear a Dios no lo conoceremos, sin esperarlo y buscarlo no lo encontraremos»

Benedicto XVI, este domigo.
Benedicto XVI, este domigo.

La visita de la Virgen María a Santa Isabel es el punto en el que se unen el Antiguo y el Nuevo Testamento, y no una simple cortesía, explicó.

ReL

En el Angelus de este domingo el Papa ha glosado el pasaje evangélico de la Visitación de la Virgen María a su prima Santa Isabel (segundo de los misterios gozosos del Rosario), estando ambas embarazadas de Jesús y de Juan el Bautista.

"Este episodio no representa solamente un gesto de cortesía", afirmó Benedicto XVI, "sino que describe con gran sencillez el encuentro del Antiguo con el Nuevo Testamento. Las dos mujeres, las dos embarazadas, encarnan en efecto la espera y el Esperado. La anciana Isabel simboliza a Israel que espera al Mesías, mientras la joven María lleva consigo el cumplimiento de tal espera, para bien toda la humanidad".
 
Isabel, acogiendo a María, reconoce que se está realizando la promesa de Dios a la humanidad y exclama: "¡Benditá tú entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!". Una expresión que, recuerda Benedicto XVI, se refiere en el Antiguo Testamento a Yael y a Judit, "dos mujeres guerreras que lucharon por salvar a Israel": "Ahora en cambio se ha dirigido a María, jovencita pacífica que está por generar al Salvador del mundo. Así también la alegría de Juan", que saltó en el seno de su madre, "recuerda la danza que el rey David hizo cuando acompañó el ingreso del Arca de la Alianza en Jerusalén", un Arca que "era el signo de la presencia de Dios en medio a su pueblo".
 
"La escena de la Visitación expresa también la belleza de la acogida: donde hay acogida recíproca, escucha, dar espacio al otro, allí está Dios y la alegría que viene de Él", sostiene el Papa, quien toma esta idea como motivo de meditación navideña: "Imitemos a María en el tiempo de Navidad, visitando a cuantos viven en dificultad, en particular los enfermos, los encarcelados, los ancianos y los niños".
 
"E imitemos también a Isabel que recibe al huésped como Dios mismo", concluye: "Sin desearlo, no conoceremos nunca al Señor, sin esperarlo no lo hallaremos, sin buscarlo no lo encontraremos".
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