Francisco consuela en L'Aquila: Jesús «no deja caer una sola lágrima en vano, ni siquiera una»
Están siendo días muy intensos para el Papa. Tras los dos consistorios celebrados el sábado, para nombrar veinte nuevos cardenales y fijar fecha para dos canonizaciones, y antes del consistorio extraordinario de lunes y martes, Francisco realizó este domingo una visita pastoral a L'Aquila.
El Perdón Celestino
Allí, en el terremoto del 6 de abril de 2009, murieron 309 personas, 1700 resultaron heridas y setenta mil se quedaron si hogar. La ciudad italiana de los Abruzos es además sede de la Perdonanza o Perdón Celestino, una indulgencia plenaria perpetua que concedió en 1294 el Papa Celestino V un mes después de su coronación, y de la que pueden beneficiarse todos los que, habiendo confesado y comulgado, visiten la basílica de Santa María di Collemaggio los días 28 y 29 de agosto.
San Celestino V ha sido el único Papa de la historia, además de Benedicto XVI, que ha renunciado al pontificado, aunque en circunstancias muy distintas, pues era un monje al que prácticamente sacaron de su convento para forzarle a asumir el cargo tras más de dos años de sede vacante, y lo abandonó antes de seis meses.
Ni una lágrima perdida
La presencia de Francisco en ese lugar y en esa fecha, en semanas en las que tanto se ha hablado de que podría hacer lo mismo que estos dos Papas, concedía especial interés informativo al viaje, que comenzó con una visita al Duomo (la catedral), donde recorrió las obras de reconstrucción tras el seísmo. Luego se dirigió a las autoridades locales y a las víctimas del terremoto, cuya dignidad ante la tragedia ensalzó.
Francisco, en la plaza de la basílica de L'Aquila.
“Os agradezco vuestro testimonio de fe", dijo: "A pesar del dolor y el desconcierto propios de nuestra fe de peregrinos, habéis fijado vuestra mirada en Cristo, crucificado y resucitado, que con su amor ha redimido el dolor y la muerte del sinsentido". Jesús, les consoló, "no deja caer una sola lágrima en vano, ni siquiera una, sino que las recoge todas en su corazón misericordioso”.
Posteriormente dijo misa en la plaza de la basílica de Collemaggio, tras la cual rezó el Angelus y celebró el rito de apertura de la Puerta Santa del templo.
Humildad y perdón, para conocer la voluntad de Dios
En la homilía, Francisco tomó precisamente el ejemplo de Celestino V y su humildad para afirmar que "no hay otra manera de cumplir la voluntad de Dios que asumiendo la fuerza de los humildes”, que "parecen débiles y perdedores a los ojos de los hombres", pero son los verdaderos "ganadores" porque , pero "son los únicos que confían plenamente en el Señor".
La humildad no consiste en "desvalorizarnos", sino en "ese sano realismo que nos hace reconocer nuestro potencial y también nuestras miserias" para así "apartar la mirada de nosotros mismos y dirigirla a Dios", un Dios cuyo nombre es "Misericordia": "Este es el corazón mismo del Evangelio, porque la misericordia es saber amarnos en nuestra miseria. Ser creyente no significa acercarse a un Dios oscuro y aterrador”.
En efecto, "la misericordia es la experiencia de sentirse acogido, restaurado, fortalecido, curado, animado. Ser perdonado es experimentar aquí y ahora lo más parecido a la resurrección. El perdón es pasar de la muerte a la vida, de la experiencia de la angustia y la culpa a la de la libertad y la alegría”.
En una experiencia como la que vivieron los habitantes de L'Aquila "uno puede perderlo todo", lamentó Francisco, pero "también puede aprender la verdadera humildad. En tales circunstancias, uno puede dejarse enfurecer por la vida, o puede aprender la mansedumbre. La humildad y la mansedumbre, pues, son las características de quien tiene la tarea de custodiar y dar testimonio de la misericordia”.
Tras el Ángelus y la apertura de la Puerta Santa, el Papa se despidió de las autoridades y partió en helicóptero hacia el Vaticano, a unos 120 kilómetros de distancia.