Viernes Santo en el Coliseo
Gesto del Papa en el Via Crucis del Vaticano a quienes llevan hoy realmente la cruz de Cristo
«Hemos revivido en lo profundo de nuestro corazón el drama de Jesús, cargado del dolor, del mal y del pecado del hombre», dijo Benedicto XVI.
En el Via Crucis conducido por el Papa este Viernes Santo en el Coliseo de Roma, llevaron la cruz este año personas que están viviendo realmente, en sus circunstancias personales o nacionales, un calvario muy singular.
De las catorce estaciones de la tradicional devoción de Semana Santa, en la primera y la última cargó con la cruz el vicario para la diócesis de Roma, el cardenal Agostino Vallini, quien se la entregó al Papa para que finalizase la oración, a la que asistieron miles de fieles con candelas, en un ambiente nocturno de gran recogimiento.
El resto de las estaciones la cruz la llevaron por turno una familia de Etiopia, dos padres franciscanos de Tierra Santa, una joven proveniente de Egipto (todos ellos provenientes de países donde la fe sufre hostilidad o persecución abierta), una familia romana, dos religiosas agustinianas y un enfermo en silla de ruedas.
"Ahora estamos sumidos en el silencio de esta noche, en el silencio de la cruz, en el silencio de la muerte. Es un silencio que lleva consigo el peso del dolor del hombre rechazado, oprimido y aplastado; el peso del pecado que le desfigura el rostro, el peso del mal. Esta noche hemos revivido, en lo profundo de nuestro corazón, el drama de Jesús, cargado del dolor, del mal y del pecado del hombre, dijo el Papa para explicar el sentido del Calvario.
Pero la Cruz no es un signo de derrota, sino de esperanza, precisamente porque significa que "Dios se ha inclinado ante nosotros, se ha abajado hasta llegar al rincón más oscuro de nuestra vida para tendernos la mano y alzarnos hacia Él, para llevarnos hasta Él".
E incluyó una exhortación final: "Fijemos nuestra mirada en Jesús crucificado y pidamos en la oración: Ilumina, Señor, nuestro corazón, para que podamos seguirte por el camino de la Cruz; haz morir en nosotros el hombre viejo, atado al egoísmo, al mal, al pecado, y haznos hombres nuevos, hombres y mujeres santos, transformados y animados por tu amor".
De las catorce estaciones de la tradicional devoción de Semana Santa, en la primera y la última cargó con la cruz el vicario para la diócesis de Roma, el cardenal Agostino Vallini, quien se la entregó al Papa para que finalizase la oración, a la que asistieron miles de fieles con candelas, en un ambiente nocturno de gran recogimiento.
El resto de las estaciones la cruz la llevaron por turno una familia de Etiopia, dos padres franciscanos de Tierra Santa, una joven proveniente de Egipto (todos ellos provenientes de países donde la fe sufre hostilidad o persecución abierta), una familia romana, dos religiosas agustinianas y un enfermo en silla de ruedas.
"Ahora estamos sumidos en el silencio de esta noche, en el silencio de la cruz, en el silencio de la muerte. Es un silencio que lleva consigo el peso del dolor del hombre rechazado, oprimido y aplastado; el peso del pecado que le desfigura el rostro, el peso del mal. Esta noche hemos revivido, en lo profundo de nuestro corazón, el drama de Jesús, cargado del dolor, del mal y del pecado del hombre, dijo el Papa para explicar el sentido del Calvario.
Pero la Cruz no es un signo de derrota, sino de esperanza, precisamente porque significa que "Dios se ha inclinado ante nosotros, se ha abajado hasta llegar al rincón más oscuro de nuestra vida para tendernos la mano y alzarnos hacia Él, para llevarnos hasta Él".
E incluyó una exhortación final: "Fijemos nuestra mirada en Jesús crucificado y pidamos en la oración: Ilumina, Señor, nuestro corazón, para que podamos seguirte por el camino de la Cruz; haz morir en nosotros el hombre viejo, atado al egoísmo, al mal, al pecado, y haznos hombres nuevos, hombres y mujeres santos, transformados y animados por tu amor".
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