La sencillez de un mensaje papal
La receta del Papa para ser santo: ir a misa, rezar, amar al otro...
El Papa Benedicto XVI afirmó, ante los peregrinos reunidos en la plaza San Pedro para la Audiencia General, que la santidad es algo “sencillo” y al alcance de todos: vivir la vida cristiana.
Concretamente, subrayó que “lo esencial” es ir a misa los domingos, rezar cada día, e intentar vivir conforme a la voluntad de Dios, es decir, el amor a los demás.
El Papa quiso dedicar el encuentro a reflexionar sobre el hecho mismo de la santidad, cerrando con ello un ciclo sobre historias de santos que comenzó hace dos años, y en el que ha recorrido las biografías de teólogos, escritores, fundadores y doctores de la historia de la Iglesia.
En su meditación, el Pontífice subrayó que la santidad no es algo que el hombre pueda conseguir por sus fuerzas, sino que viene por la gracia de Dios.
“Una vida santa no es fruto principalmente de nuestro esfuerzo, de nuestras acciones, porque es Dios, el tres veces Santo, que nos hace santos, y la acción del Espíritu Santo que nos anima desde nuestro interior, es la vida misma de Cristo Resucitado, que se nos ha comunicado y que nos transforma”, explicó.
La santidad, afirmó, “tiene su raíz principal en la gracia bautismal, en el ser introducidos en el Misterio pascual de Cristo, con el que se nos comunica su Espíritu, su vida de Resucitado”.
Sin embargo, añadió, Dios “respeta siempre nuestra libertad y pide que aceptemos este don y vivamo s las exigencias que comportan, pide que nos dejemos transformar por la acción del Espíritu Santo, conformando nuestra voluntad a la voluntad de Dios”.
Partiendo de esta premisa, de que el amor de Dios ya ha sido dado por el bautismo, ahora se trata, explicó, de “hacerlo fructificar”.
“Para que la caridad como una buena semilla, crezca en el alma y nos fructifique, todo fiel debe escuchar voluntariamente la Palabra de Dios, y con la ayuda de su gracia, realizar las obras de su voluntad, participar frecuentemente en los sacramentos, sobre todo en la Eucaristía y en la santa liturgia, acercarse constantemente a la oración, a la abnegación de sí mismo, al servicio activo a los hermanos y al ejercicio de toda virtud”, explicó, citando la Gaudium et Spes.
Lejos del lenguaje solemne, el Papa propuso “ir a lo esencial”, que son tres puntos: el primero, “es encial es no dejar nunca un domingo sin un encuentro con el Cristo Resucitado en la Eucaristía, esto no es una carga, sino que es luz para toda la semana”.
El segundo es “no comenzar y no terminar nunca un día sin al menos un breve contacto con Dios”.
Y el tercero, “en el camino de nuestra vida, seguir las ´señales del camino´ que Dios nos ha comunicado en el Decálogo leído con Cristo, que es simplemente la definición de la caridad en determinadas situaciones”.
“Me parece que esta es la verdadera sencillez y grandeza de la vida de santidad: el encuentro con el Resucitado el domingo; el contacto con Dios al principio y al final de la jornada; seguir, en las decisiones, las “señales del camino” que Dios nos ha comunicado, que son sólo formas de la caridad”.
“De ahí que la caridad para con Dios y para con el prójimo se a el signo distintivo del verdadero discípulo de Cristo. Esta es la verdadera sencillez, grandeza y profundidad de la vida cristiana, del ser santos”, añadió.
“¡Qué grande y bella, y también sencilla, es la vocación cristiana vista desde esta luz!”, exclamó el Papa. “Todos estamos llamados a la santidad: es la medida misma de la vida cristiana”.
“Quisiera invitaros a todos a abriros a la acción del Espíritu Santo, que transforma nuestra vida, para ser, también nosotros, como piezas del gran mosaico de santidad que Dios va creando en la historia, para que el Rostro de Cristo resplandezca en la plenitud de su fulgor”.
Por ello, exhortó, “no tengamos miedo de mirar hacia lo alto, hacia la altura de Dios; no tengamos miedo de que Dios nos pida demasiado, sino que dejemos guiarnos en todas las acciones cotidianas por su Palabra, aun que si nos sintamos pobres, inadecuados, pecadores: será Él el que nos transforme según su amor”.
Los santos, afirmó el Papa, “nos dicen que es posible para todos recorrer este camino. En todas las épocas de la historia de la Iglesia, en toda latitud de la geografía del mundo, los santos pertenecen a todas las edades y a todo estado de vida, son rostros concretos de todo pueblo, lengua y nación. Y son muy distintos entre sí”.
En su opinión, “muchos santos, no todos, son verdaderas estrellas en el firmamento de la historia”, y no solo “los grandes santos que amo y conozco bien”, sino también “los santos sencillos, es decir las personas buenas que veo en mi vida, que nunca serán canonizados”.
“Son personas normales, por decirlo de alguna manera, sin un heroísmo visible, pero que en su bondad de todos los días , veo la verdad de la fe. Esta bondad, que han madurado en la fe de la Iglesia y para mi la apología segura del cristianismo y la señal de donde está la verdad”, concluyó.
Concretamente, subrayó que “lo esencial” es ir a misa los domingos, rezar cada día, e intentar vivir conforme a la voluntad de Dios, es decir, el amor a los demás.
El Papa quiso dedicar el encuentro a reflexionar sobre el hecho mismo de la santidad, cerrando con ello un ciclo sobre historias de santos que comenzó hace dos años, y en el que ha recorrido las biografías de teólogos, escritores, fundadores y doctores de la historia de la Iglesia.
En su meditación, el Pontífice subrayó que la santidad no es algo que el hombre pueda conseguir por sus fuerzas, sino que viene por la gracia de Dios.
“Una vida santa no es fruto principalmente de nuestro esfuerzo, de nuestras acciones, porque es Dios, el tres veces Santo, que nos hace santos, y la acción del Espíritu Santo que nos anima desde nuestro interior, es la vida misma de Cristo Resucitado, que se nos ha comunicado y que nos transforma”, explicó.
La santidad, afirmó, “tiene su raíz principal en la gracia bautismal, en el ser introducidos en el Misterio pascual de Cristo, con el que se nos comunica su Espíritu, su vida de Resucitado”.
Sin embargo, añadió, Dios “respeta siempre nuestra libertad y pide que aceptemos este don y vivamo s las exigencias que comportan, pide que nos dejemos transformar por la acción del Espíritu Santo, conformando nuestra voluntad a la voluntad de Dios”.
Partiendo de esta premisa, de que el amor de Dios ya ha sido dado por el bautismo, ahora se trata, explicó, de “hacerlo fructificar”.
“Para que la caridad como una buena semilla, crezca en el alma y nos fructifique, todo fiel debe escuchar voluntariamente la Palabra de Dios, y con la ayuda de su gracia, realizar las obras de su voluntad, participar frecuentemente en los sacramentos, sobre todo en la Eucaristía y en la santa liturgia, acercarse constantemente a la oración, a la abnegación de sí mismo, al servicio activo a los hermanos y al ejercicio de toda virtud”, explicó, citando la Gaudium et Spes.
Lejos del lenguaje solemne, el Papa propuso “ir a lo esencial”, que son tres puntos: el primero, “es encial es no dejar nunca un domingo sin un encuentro con el Cristo Resucitado en la Eucaristía, esto no es una carga, sino que es luz para toda la semana”.
El segundo es “no comenzar y no terminar nunca un día sin al menos un breve contacto con Dios”.
Y el tercero, “en el camino de nuestra vida, seguir las ´señales del camino´ que Dios nos ha comunicado en el Decálogo leído con Cristo, que es simplemente la definición de la caridad en determinadas situaciones”.
“Me parece que esta es la verdadera sencillez y grandeza de la vida de santidad: el encuentro con el Resucitado el domingo; el contacto con Dios al principio y al final de la jornada; seguir, en las decisiones, las “señales del camino” que Dios nos ha comunicado, que son sólo formas de la caridad”.
“De ahí que la caridad para con Dios y para con el prójimo se a el signo distintivo del verdadero discípulo de Cristo. Esta es la verdadera sencillez, grandeza y profundidad de la vida cristiana, del ser santos”, añadió.
“¡Qué grande y bella, y también sencilla, es la vocación cristiana vista desde esta luz!”, exclamó el Papa. “Todos estamos llamados a la santidad: es la medida misma de la vida cristiana”.
“Quisiera invitaros a todos a abriros a la acción del Espíritu Santo, que transforma nuestra vida, para ser, también nosotros, como piezas del gran mosaico de santidad que Dios va creando en la historia, para que el Rostro de Cristo resplandezca en la plenitud de su fulgor”.
Por ello, exhortó, “no tengamos miedo de mirar hacia lo alto, hacia la altura de Dios; no tengamos miedo de que Dios nos pida demasiado, sino que dejemos guiarnos en todas las acciones cotidianas por su Palabra, aun que si nos sintamos pobres, inadecuados, pecadores: será Él el que nos transforme según su amor”.
Los santos, afirmó el Papa, “nos dicen que es posible para todos recorrer este camino. En todas las épocas de la historia de la Iglesia, en toda latitud de la geografía del mundo, los santos pertenecen a todas las edades y a todo estado de vida, son rostros concretos de todo pueblo, lengua y nación. Y son muy distintos entre sí”.
En su opinión, “muchos santos, no todos, son verdaderas estrellas en el firmamento de la historia”, y no solo “los grandes santos que amo y conozco bien”, sino también “los santos sencillos, es decir las personas buenas que veo en mi vida, que nunca serán canonizados”.
“Son personas normales, por decirlo de alguna manera, sin un heroísmo visible, pero que en su bondad de todos los días , veo la verdad de la fe. Esta bondad, que han madurado en la fe de la Iglesia y para mi la apología segura del cristianismo y la señal de donde está la verdad”, concluyó.
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