Beatos Claudio Beguignot y Lázaro Tiersot, cartujos mártires.
De la cartuja al barco, y de allí al cielo. Y todo por Cristo.
Beatos Claudio Beguignot y Lázaro Tiersot, cartujos mártires. 16 de julio.
En 1789 estallaba la Revolución Francesa, en cuyo marco alcanrzarían la palma del martirio numerosos sacerdotes, religiosas y seglares que no admitieron vivir sin Dios. A partir de 1790 la persecución arreció luego de la "Constitución Civil del Clero". En 1792, con el infame y obligatorio juramento que toda persona consagrada debía firmar, concediendo al Estado el poder absoluto, la persecución llegó a sus extremos, pues la mayoría de obispos y presbíteros se negaron a firmarla. En Rochefort fueron hacinados en barcos 800 sacerdotes y religiosos que, supuestamente, serían deportados a las Guyanas, pero realmente les dejaron morir, o mejor dicho, vivir para siempre, algunos de ellos ya beatificados por su testimonio, contado por los supervivientes, liberados en 1795.
Entre los mártires tenemos a dos monjes cartujos. Del primero, Claudio Beguignot, se sabe que nació 1736 y que profesó sus votos en la cartuja de Bourgfontaine, en 1760. Era un buen monje, que al suprimirse su monasterio por la Revolución, al haberse negado a firmar la "Constitución Civil del Clero" se escondió en la cartuja de Rouen. Pero en 1791, ante la inminente persecución, los monjes de esta cartuja se dispersaron, escondiéndose en diversos sitios. Claudio fue apresado en casa de unos amigos en 1793, y se le condenó a la deportación en 1794. Fue llevado a un barco de los mencionados antes en Rochefort. Allí padeció unos meses innumerables sufrimientos y privaciones, que llevó con entereza. Falleció el 16 de julio de 1794, a la edad de 58 años.
De él dirá uno de los cartujos sobrevivientes a aquel calvario: "Este santo religioso falleció en el gran hospital, durante mi permanencia en él. Después de haber pasado santamente la mayor parte de su vida en la contemplación y en la práctica de todas las virtudes propias del claustro, la terminó aún más santamente en la profesión de la fe, en medio de las obras penosas de su ministerio sacerdotal, como confesor. Casi todos los enfermos acudían a él, aunque Dom Claudio estuviera tan enfermo como ellos. Tantos trabajos terminaron por enardecer su sangre. A esto se añadió el empeoramiento de una llaga que se había hecho en una pierna, y en tal forma que le ocasionó la muerte. Falleció como había vivido; con las señales de un verdadero predestinado, en el mes de julio de 1794. Con solo ver a este hombre de Dios, se sentía uno atraído por el amor a la penitencia. Llevaba la mortificación de Jesucristo en todo su cuerpo. Nunca se hubiera uno cansado de oírle hablar de Dios, tal era la unción con que lo hacía. (…) Los rasgos de su rostro tenían algo de parecido con los que los artistas acostumbran a representar a San José Benito Labre. Esta es la razón por la que habíamos dado ese mismo nombre a este gran siervo de Dios".
El Beato Lázaro Tiersot nació en 1739 y había profesado sus votos a los 30 años, en la bella cartuja de Fontenay. En 1790 hubo de abandonar su monasterio, para esconderse en Avallon, donde fue apresado en 1793 y encarcelado en Auxerre. Junto a otros 15 sacerdotes fue trasladado a los barcos de Rochefort en 1794. Murió el 10 de agosto del mismo año de fiebres. De él tenemos este testimonio: "El primero de nuestro departamento que cayó enfermo fue el Padre Tiersot, cartujo de Avallon, quien había ejercido en otro tiempo el cargo de Vicario en su Orden. Se atribuyó su enfermedad a la caritativa costumbre que había tomado de no acostarse durante cuatro días, para no molestar a sus vecinos que se quejaban de no disponer de cama. (…) El último día de su enfermedad, algunos de los nuestros le encontraron y le dijeron que pronto volvería a unirse a nosotros en el mismo departamento. Ante esta salida, sonrió y dijo: 'Mañana me toca a mí. Dentro de tres horas ya no estaré más en este mundo'. Es cierto que para nosotros fue motivo de alegría, ver que uno de los nuestros iba a recibir la recompensa que justamente había merecido por tantos sufrimientos tolerados por causa de la fe; sin embargo, fue también motivo de gran dolor, perder un hombre tan extraordinario. Su sola presencia era suficiente para infundirnos valor y constancia.
Cuando alguno se le quejaba del sufrimiento que tenía que soportar, el cartujo solía responder así: 'Esto no es nada; merecemos mucho más. Quienes eran condenados a las minas en los primero tiempos de la Iglesia, después de haberles cortado un pie o haberles sacado un ojo, por la confesión de Jesucristo, lo pasaban mucho peor que nosotros'. La dulzura de su carácter, su modestia y humildad, así como su tierna piedad, eran causa de que fuera querido y buscado por todos. Los recién venidos, que aún no le conocían, nos preguntaban al verle: '¿Quién es ese?' Y, sin esperar nuestra respuesta, añadían: '¡Ese Padre es un santo!' Yo tuve el gusto de conocerle en Auxerre y de permanecer en su compañía cerca de diez meses. No vi en él otra cosa, sino muchas y excelentes cualidades, sin ningún defecto. Me admiró, sobre todo, su fortaleza para superar cualquier sufrimiento; austero consigo mismo e indulgente hacia los demás. En él se daban de la mano un gran sentido común, con un profundo conocimiento de la teología".
Las reliquias de ambos santos mártires son veneradas en la isla de Aix. Fueron beatificados el 1 de octubre de 1995 por Juan Pablo II, junto a otros 72 mártires de Rochefort.
Fuente:
"Santos y Beatos de la Cartuja". JUAN MAYO ESCUDERO. Puerto de Santa María, 2000.
Sobre otros mártires de este período podéis leer:
Beata Teresa de San Agustín y compañeras mártires.
Beata Margarita Rutan, Hija de la Caridad y mártir.
Beata Josefina Leroux, clarisa mártir.
A 16 de julio además se celebra a
Nuestra Señora, la Virgen del Carmen.
Santa María Magdalena Postel, virgen fundadora.
San Heller, mártir.