Santa Rosalina de Villenueve, virgen cartuja.
Del milagro de las rosas y de una abadesa reformadora.
Santa Rosalina de Villenueve, virgen cartuja. 20 de octubre.
Perteneció a una noble familia, y nació el 27 de enero de 1263. Se dice que todos los que se acercaban a su madre embarazada, sentían un fragante olor a rosas. Su misma madre la vio en sueños como una bella rosa sin espinas, cuyo olor llegaba al mundo entero y por ello decidió llamarla Rosalina (por tanto, la leyenda de Santa Rosa de Lima tiene su origen mucho antes). Recibió la educación propia de su época y familia y a los 7 años recibió la confirmación, en la que fue rodeada de grandes resplandores en el momento de ser signada en la frente.
Recibió la primera comunión ya adolescente e hizo voto de perpetua virginidad. Destacó por su caridad con los pobres, indigentes y enfermos. Muchas veces los curaba ella misma y vaciaba la despensa por darles de comer. Fue acusada por los criados y en una ocasión en que llevaba pan a los pobres y fue sorprendida por su padre, que le preguntó: "¿Qué llevas ahí?", a lo que respondió: "Padre mío, son rosas que acabo de cortar", extendió la falda y aparecieron las rosas, por lo que su padre la dejó hacer toda la caridad que quisiera. Curiosamente, en su iconografía del "milagro de las rosas", la santa siempre aparece como monja, cuando el hecho se data en su adolescencia. Cosas de la iconografía.
A los 16 años decidió ser monja cartuja, ya que conocía la austeridad y buena fama de esta orden. Eso y que su tía Juana era abadesa en la cartuja de Celle-Roubaud, fundada por su propio padre. Hizo el noviciado en San Andrés de Ramires, donde ocurrió este prodigio: estando ocupada de cocinar la cena, fue arrebatada en un éxtasis y los ángeles acudieron a cocinar. Llegada la hora de la comida, la Madre procuradora fue a supervisar la comida y halló a la novicia en éxtasis y los ángeles retirándose. Rosalina volvió del extasis y comenzó a pedir perdón por incumplir su deber, sin saber lo ocurrido.
Antes de hacer el noviciado fue destinada a la cartuja de Bertaud, en los Alpes, en medio del frío y el páramo . Su llegada tuvo efectos importantes (de hecho por ello fue mandada allí), pues la presencia de Rosalina y sobre todo la influencia de su padre restituyó la paz entre las monjas y la diócesis, que llevaban años de pugnas por cuestión de diezmos. Rosalina trajo a la comunidad la protección del príncipe de Provenza y la diócesis cedió. Hizo el noviciado y profesó en la Navidad de 1280, con 17 años. Al profesar, hizo el voto de estabilidad (voto que, en las órdenes monásticas, obliga a permanecer siempre en el monasterio donde se profesa, sin cambiar a otro) y debía quedar en los Alpes, pero su padre influyó y el General de la Orden la envió a Celle-Rouband, junto a su tía, para que su presencia allí ayudara en la influencia de la corte Provenzal, así como asistir a su tía, la abadesa, con vistas a sustituirla algún día.
En 1288 profesó solemnemente, recibiendo la consagración de las vírgenes y el orden del diaconado, por el obispo de Frejus. Vivió una vida de silencio, oración y penitencia, lamentando siempre tener que interrumpirla por asuntos ajenos al monasterio, trifulcas de la diócesis, de la corte. Tuvo el don de conciencias, por lo que conocía el estado de cada alma que se le acercaba, y lo puso de manifiesto muchas veces, alentando a los tibios y amonestando a los pecadores. Practicó grandes disciplinas y penitencias. Tuvo una visión de Jesucristo llagado, que le pedía se uniera a sus dolores por las revueltas y herejías que desgarraban a la Iglesia, los problemas típicos del Renacimiento.
En 1300 murió su tía y el General de la Orden la obligó a aceptar el cargo de abadesa, ya que ella se había negado a aceptar dignidad alguna. Presidió su entronización en la silla abacial el obispo Jaime de Russe, futuro papa Juan XXII. Fue abadesa durante 29 años, con gran caridad y fortaleza, fue ejemplo para todas sus religiosas. En 1329, presintiendo su muerte, pidió ser relevada del cargo, para dedicarse al encuentro con Dios. El 17 de enero de 1329 hizo una recomendación a sus religiosas, confesó sus faltas y recibió los sacramentos. Sus últimas palabras fueron: "Adiós, me voy a mi Creador". La leyenda dice que en el momento de su muerte vinieron la Virgen María con el Niño Jesús, San Bruno (6 de octubre), San Hugo de Lincoln (17 de noviembre) y San Hugo de Grenoble (1 de abril) a recibir su alma.
Fue sepultada en el cementerio de la comunidad, pero antes de ello, en sus funerales, que fueron públicos, algunos enfermos recuperaron la salud, la vista, la movilidad, al tocar sus reliquias. En 1334, Juan XXII ordenó la exhumación del cuerpo, con vistas a un proceso de canonización. El hermano de la santa, Eleazar de Villenueve, obispo de Dihne sacó el cuerpo, que apareció incorrupto. Los ojos aparecieron brillantes, como vivos. Su hermano se los sacó y los colocó en un relicario y aún se conservan, por esto es invocada en enfermedades oculares. El cuerpo se puso en la iglesia a la veneración pública, en una urna de cristal. En el siglo XV, las monjas abandonaron la cartuja, por las guerras de religión, pero antes fue escondido en una cripta, cuya memoria se perdió al desaparecer las monjas. En el siglo XVII los monjes cartujos tomaron la abadía para sí y en 1657 el abad, pariente lejano de la Santa, los encontró, los identificó y la devolvió a la veneración pública. En 1835 fue puesta en una de mármol y finalmente, en 1894, la trasladaron a una nueva caja de cristal, embalsamando antes el cuerpo, que se hallaba en mal estado, como puede venerarse actualmente.
Nunca se abrió proceso ni fue canonizada oficialmente, pero fue tenida como santa desde siempre. Solo en 1851 se autorizó el culto oficialmente para su diócesis y su monasterio (una beatificación equivalente) fijando la fiesta a 17 de enero. En 1857 el culto se amplió a toda la Orden Cartuja, que estableció la fiesta a 16 de octubre. En 1863 se fijó como solemnidad para las monjas. Hoy se celebra a 20 de octubre.
A 20 de octubre además se celebra a San Caprasio del Carmelo, abad.