Lunes, 23 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Santa Eufrasia, virgen carmelita.

Ramón Rabre

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Santa Eufrasia y la piedra.
Santa Eufrasia y la piedra.

Santa Eufrasia, virgen carmelita. 13 de marzo y 25 de julio (Iglesias Griegas).

Eufrasia vivió en el siglo V, y era hija, según la leyenda, del gobernador de Licia, Antígono, y de su esposa, Eufrasia. Al nacer la niña, los padres se dijeron "ya que Dios no ha concedido una heredera, contentémonos con ella y vivamos en castidad, dedicados a las cosas de Dios". Y así fue, aunque Antígono murió justo al año. Al cumplir Eufrasia cinco años, el emperador San Teodosio I (17 de enero), que había tomado a la viuda y la niña bajo su protección, decidió ajustar un matrimonio ventajoso para ella en el futuro. Eligió para ello al hijo de un rico senador romano, la prometió y decidió se celebrase el matrimonio en cuanto Eufrasia (la niña) tuviera edad suficiente. Pero como sería esperar muchos años, el senador prefirió casarse con la madre, total, era guapa y también se haría con sus posesiones. Eufrasia (la madre) se negó rotundamente, incluso cuando la emperatriz se lo ordenó. Así que decidió retirarse a Egipto, donde conoció a eremitas y monjes de la Tebaida. Allí comenzó a visitar el monasterio de Santa María, fundado por San Cirilo de Alejandría (27 de junio) y Santa Sara (13 de julio) en 432, donde hizo amistad con las monjas, las beneficiaba y las socorría, y estas se prendaron de Eufrasia (la niña). Quiso Eufrasia (la madre), donar todos sus bienes a las monjas, pero estas se negaron, aduciendo que ya lo habían abandonado todo y que los bienes materiales serían precisamente los que harían que esa austeridad y santidad del monasterio se perdiesen para siempre. Aunque para no desairarla, aceptó una renta de aceite para las lámparas e incienso para el culto.

Un día, Sara, la abadesa, le preguntó en juego a la niña si la quería más que a su madre, tanto como para irse a vivir con ellas, a lo que Eufrasia respondió, muy en serio: "Yo sí, si no creyera que fuera a llorar mi madre. Y también está mi esposo que me espera". Le dijo Sara "¿que es lo que más amas, a tu esposo o a tus hermanitas?”. Eufrasia le dijo “nunca he visto a mi marido, ni mi marido nunca me ha visto, poco no podemos amar, por tanto. Pero yo te quiero mucho hermana, porque te conozco”. “Oh”, dijo Sara, y añadió: "te quiero mucho, Eufrasia, pero amo a Jesucristo por encima de todo”. A lo que Eufrasia contestó: "yo también te quiero mucho, pero amo a más a Jesucristo”.

Eufrasia (la madre) oía la conversación enternecida, pero aún así, pretendió llevarse a la niña, para que cmpliera su promesa de desposorio, convencida de que era un capricho infantil quedarse allí y que se cansaría pronto de la vida del claustro. Le dijeron que debía ayunar, vivir muy austeramente, aprender el Salterio de memoria y dormir en el duro suelo, pero Eufrasia (la niña), a pesar de las dificultades, dijo que estaba lista para todo ello y que no quería partir. La abadesa dijo a la madre, "deja a la niña con nosotras, porque la gracia de Dios está obrando en su corazón”. La madre, poniendo a la niña ante un Cristo, dijo llorando: "¡Señor Jesucristo, recibe esta niña bajo tu protección, ya que sólo te desea a ti”! Y luego bendijo a la niña, diciéndole: "Que el Señor, que hizo las montañas tan fuertes que no se pueden mover, te confirme en su santo temor". Al irse, iba llorando y las monjas con ella. A los pocos días Eufrasia fue llevada a la capilla, se le impuso el hábito religioso, y su madre, al ver que estaba feliz, dejó de llorar y se alegró con ella.

Pasaron los años, Eufrasia (la madre) murió y… el emperador escribió a Eufrasia (la niña, que ya tenía 12 años) instándola a que volviera a Constantinopla a casarse su prometido. Ella era de sangre imperial, y el emperador consideraba que, tras la muerte de su madre, la herencia de Eufrasia, debía ser suya. Ella le escribió una carta donde le imploraba le permitiera seguir su vocación, y que dispusiera sus bienes en beneficio de los pobres. Teodosio, convencido de su vocación, la dejó en paz y disolvió su compromiso. En plena adolescencia comenzó para ella otra lucha, la de las tentaciones: en plena juventud, comenzó a ser tentada con la vida opulenta que podría llevar, siendo noble, con los banquetes y halagos masculinos que podría recibir. Para desviar la atención, y probar su obediencia, la abadesa Sara le ordenó que moviera un gran montón de piedras, y las llevara a la cima de una colina, a cierta distancia (la piedra es su atributo característico). Eufrasia obedeció alegremente, moviendo las piedras hasta el lugar indicado. Al terminar, lo comunicó a la abadesa, que le dijo: "Tráelas todas de nuevo”. Y Eufrasia obedeció. Al día siguiente le dijo la abadesa "he cambiado de opinión, lleva las piedras de nuevo a la cima del montículo”. Y así, treinta días seguidos, pero Eufrasia siempre obedeció con alegría. Fue enviada a la cocina, a cortar la leña para el fuego, a cocer el pan y los alimentos. Aunque por estas duras tareas estaba exenta de asistir a los oficios de medianoche, nunca dejó de ir al coro con las demás.

A los veinte años, y a pesar de tanto trabajo y ayuno, era más alta y bella de las otras hermanas. Por esto era envidiada por otra monja, llamada Germana, que, rumoreaba contra ella, de ser una estafadora, que solo pretendía ganarse a las demás para ser abadesa. Enterada Eufrasia, se postró ante ella dándole gracias por reconocer su soberbia e intentar enmendarla. Enterada Sara, quiso echar a Germana por mentirosa, pero Eufrasia pidió no lo hiciera, e incluso le pidió fuera su compañera en las labores.

El demonio la tentaba constantemente con el trabajo y el ayuno, pero siempre salía victoriosa. En una ocasión llegó a herirla con un hacha, mientras cortaba leña, y otra vez hizo se clavara un palo en la frente mientras trabajaba. Una tercera vez volcó sobre su rostro la olla donde hacía la sopa de hierbas de las monjas, pero no sufrió quemaduras. En ningún caso dejó el oficio para ser socorrida, sino luego de terminarlo. Dios la favoreció con el don de hacer milagros, y echar malos espíritus. Sanó muchos enfermos y poseídos: como a un niño que no podía andar. especialmente fue paciente y caritativa en sanar a una monja enferma y endemoniada, que le hacía la vida imposible, la calumniaba y ofendía, pero la santa con caridad e invocando el nombre de Cristo, la sanó y libró del demonio. 

Cumplió Eufrasia treinta años y Sara tuvo una visión: Dos religiosos llegaron al monasterio y le pedían dejase ir con ellos a Eufrasia. Se negaba la abadesa, pero ellos tomaban de la mano a Eufrasia, y al llegar a una puerta, esta se abrió dejando ver el paraíso, a Cristo glorioso, que tomaba a Eufrasia por esposa. Así que entendió Sara, que Dios llamaba a su hija junto a Él. A los 9 días no pudo contener más y se lo contó a Eufrasia. Esta le imploró a la abadesa le ordenase no morir aún, sino le diera un año para hacer penitencia por sus pecados, pero esta le contó el premio que le esperaba y que ya estaba dispuesta su alma. Casi de inmediato enfermó de fiebres Eufrasia y cuando estaba a punto de morir, otra monja que le quería mucho, Santa Julia (17 de marzo), le pidió ser su compañera en el cielo, como lo habían sido en la tierra, y Eufrasia le reveló que la seguiría en breve. Fue enterrada Eufrasia junto a su madre. Y efectivamente, Julia lloró tres días sobre su tumba y al tercer día murió, siendo enterrada junto a Eufrasia. 30 años después, Sara se sintió morir y supo que era Eufrasia, que la llamaba junto a Dios, al cielo. Fue enterrada en el mismo nicho que Eufrasia y Julia.

San Juan Crisóstomo (27 de enero, traslación de las reliquias a Constantinopla; 30 de enero, Synaxis de los Tres patriarcas: Juan Crisóstomo, Gregorio y Basilio; 13 de septiembre, muerte; 13 de noviembre, Iglesia oriental; 15 de diciembre consagración episcopal) cita una vida suya, escrita en griego antiguo. San Juan Damasceno (4 de diciembre y 7 de mayo) trata de ella en su “Lección sobre las imágenes”. Luego del siglo VII se escribieron otras vidas, muy adornadas y más llenas de alabanzas que de hechos históricos. En la Biblioteca vaticana se encuentra un manuscrito del siglo VIII en griego, que parece ser el más antiguo conservado y que recogen los bolandistas, aunque sin darle crédito alguno como veraz. 

En el Breviario de las Galias aparece con oficio común de vírgenes, en 1640. En las capuchinas de Colonia se conserva una cabeza suya, junto a la de una tal Santa Serafia. Bolonia conserva otras supuestas reliquias. No está claro desde cuando la adoptaron los carmelitas como santa propia, ¿tal vez al organizarse como Orden, dotarse de Regla e historia propios?. Como sea, no tuvo mucho culto, aunque sí bastante iconografía. Fue carmelita hasta la reforma conciliar, cuando eliminaron varios santos de su calendario. De su rezo en la Orden del Carmen da testimonio Santa Teresa de Jesús (15 de octubre y 26 de agosto), que en una carta del 4 de junio de 1578 a la M. María de San José, tratando de una enferma caprichosa y difícil, le dice:

"Advierta en esto que ahora le diré, que lo menos que pudiere ser Vuestra Reverencia la vea, porque para ese mal de corazón es tan dañoso, que le podría venir a mucho mal, y mire que se lo mando; sino escoja dos de las que más corazón tuvieren, que tengan cuenta con ella, y las demás no hay para qué la ver casi nunca, ni dejen de andar alegres, ni se estén afligiendo, sino como si tuviesen otra enferma; y, en parte, a ella hay que haber menos lástima, porque las que están ansí no sienten el mal como las que tienen otros males. Estos días leíamos aquí de un monasterio de nuestra Orden, adonde era monja Santa Eufrasia, y tenían en él ansí una como esa hermana, y sola a la Santa se sujetaba, y, en fin, la sanó. Quizá habrá alguna a quien tema allá. Si en estos monesterios no hubiese trabajos de poca salud, sería cielo en la tierra, y no habría en qué merecer".

 

Fuentes:
-“Glorias del Carmelo”. Tomo III. P. JOSÉ ANDRÉS. S.I. Palma, 1860.
 -“Flores del Carmelo, vidas de los santos de N. S. del Carmen”. FR. JOSÉ DE SANTA TERESA. Madrid, 1678.
-"Vidas de los Santos". Tomo III. Alban Butler. REV. S. BARING-GOULD. 1916. 

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