Lunes, 23 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Beata Isabel de Francia, la humilde.

"es mejor ser la última virgen consagrada, que ser la primera mujer del mundo".

Ramón Rabre

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Escultura en San Germán de París.
Escultura en San Germán de París.

Beata Isabel de Francia, princesa, virgen fundadora. 31 de agosto y 23 de febrero (orden franciscana).

Fue hija de Luis VIII de Francia y de la Beata Blanca de Castilla (2 de diciembre), y por tanto hermana de San Luis IX de Francia (25 de agosto). Nació en París, en 1225, y desde niña destacó como su hermano, en la piedad, el amor a la Santísima Virgen María, la oración y la caridad con los pobres. Además, pronto demostró inclinación a la soledad y la vida espiritual. Fue de ingenio despierto y amante de las letras, llegando a conocer muy pronto los salmos, el breviario y la liturgia de la Iglesia. Llegó a tener un conocimiento excelente del latín, tanto que en ocasiones veces corregía los yerros en las enseñanzas de sus capellanes.

Tuvo gran talento para el bordado, confeccionando hermosos ornamentos y paramentos para el culto, de los que alguno se conserva aún. En una ocasión, bordaba primorosamente una capa, y viéndola San Luis le pidió se la regalase. Isabel le respondió “esta es la obra primera que he hecho hilada por mi propia mano, por lo que se la debo a Jesucristo, a quien son debidas todas las primicias”. Se alegró su hermano, conformándose con ser obsequiado con la segunda. Ayunaba Isabel siempre que podía, obedecía puntualmente y jamás tomó parte de las diversiones de las damas de la corte, que, además, eran pocas, pues Blanca de Castilla no permitía diversiones peligrosas ni la ociosidad.

Ambos hermanos quedaron huérfanos muy pronto y su madre quedó como regente, lo cual le sirvió para preparar a su hijo para el trono y a su hija para igualmente tomara el trono de algún reino y fuera una santa esposa y gobernante. Pero Dios tenía otros planes. La pretendió Conrado IV, hijo del emperador Federico II, pero ella había decidido consagrarse totalmente a Dios, y eso a pesar de que el mismo papa Inocencio IV le aconsejó contraer ese matrimonio. Pero Isabel le respondió que “es mucho mejor ser la última de las vírgenes consagradas al servicio Divino, que ser Emperatriz y la primera mujer del mundo”, a lo que el papa le contestó con alabanzas y animándola a servir a Cristo.

En 1252, luego de la muerte de su madre, ocurrida mientras Luis estaba en las Cruzadas, redobló su piedad y oración. Una vez rescatado su piadoso hermano, junto a este fundó en 1257 en Longchamp el monasterio de “La Humildad de Santa María”, para el cual San Buenaventura (15 de julio) y otros franciscanos teólogos de la Universidad de París le adaptaron la Regla de Santa Clara. Llamó a sus religiosas “Hermanas Menores Encerradas”, para las que, además de esta adaptación, la misma Isabel escribió un reglamento. Alejandro IV y Urbano IV aprobaron esta regla, que más que en la pobreza material, “santa obsesión” de Santa Clara (11 de agosto y 23 de septiembre, invención de las reliquias), insiste en la humildad interior y exterior como primera instancia para vivir cualquier virtud, sean la pobreza, la obediencia o la castidad. A lo largo del tiempo, hasta el siglo XVI, otros monasterios de clarisas tomaron esta regla como norma de vida, en Francia, Inglaterra o Italia. Aunque durante siglos se le ha hecho monja clarisa, la verdad es que no llegó a profesar, sino que vivió en una sección del monasterio, siguiendo todos los oficios con las religiosas, pero sin ser una de ellas. Así podía seguir vida externa, dedicada a la caridad.

Sus confesores, todos franciscanos, declararon en el proceso de virtudes, que tuvo del Señor varios dones: contemplación, lágrimas, así como visiones y éxtasis. Fue muy penitente, no permitiéndose el más mínimo regalo al cuerpo, ni en vestidos o comidas. Las monjas, aún con ser pobres y mortificadas, vivían mejor que ella, al decir de los cronistas (Joinville, por ejemplo). Después de una vida consagrada a Cristo, murió el 22 ó 23 de febrero de 1270, a los 45 años y fue enterrada en la iglesia del monasterio. En el momento de su muerte, las monjas oyeron cánticos angélicos. En 1521 León X confirmó su culto, beatificándola por convalidación, y permitió la celebración de su memoria al monasterio de Longchamp. Aunque solo consta este permiso, desde el siglo XVI se le llama “santa” o “beata”, indistintamente. El permiso de culto sería extendido a toda la Orden franciscana en el XVIII por Inocencio XII. Inés de Harcourt, su principal dama de honor escribió una memoria elogiosa sobre ella, lo mismo hizo Joinville, amigo de San Luis, a quien también biografió.


Fuentes:

-“Año cristiano”. Febrero. Madrid, 2003.
-"Vidas de los Padres, Mártires y otros principales Santos". Tomo VIII. ALBAN BUTLER. Valladolid, 1791.

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