San Luis de Francia y el Carmelo.
Luis el santo, rey amado por todas las órdenes religiosas.
San Luis IX de Francia, rey, terciario carmelita. 25 de agosto.
Es San Luis un santo al que varias órdenes mendicantes le tienen por santo propio, tal vez sea caso único. Cuatro órdenes mendicantes y los cistercienses le contemplan como santo benefactor y casi religioso suyo. El Císter le debe, y a su madre, la construcción y dádivas de más de una abadía. Franciscanos lo tuvieron ciertamente por terciario, de hecho es patrono de la antes llamada Orden Tercera. Los dominicos y los trinitarios también le tuvieron como santo terciario, aunque los primeros hoy le han descartado, y los segundos sí que poseen su "acta de inscripción" como terciario. Pero, ¿y el Carmelo? ¿Hay alguna cercanía entre el santo rey y los carmelitas? La historia lo demuestra. San Luis entró a los carmelitas en Francia, luego de conocerlos en Chipre, y es de suponer que les ayudaría a establecerse. Pero, sabiendo como son las cosas, la leyenda carmelitana no podía dejar de adornar un poco esta relación.
Cuenta la obra “Glorias del Carmelo” que San Luis tomó el hábito de la Tercera Orden del Carmen en el mismo Monte Carmelo, cuando fue a la Conquista de Tierra Santa (conquista que por tres veces le resultó un fracaso). Navegaba el santo rey por aquellos mares cuando se levantó una tremenda tempestad, que fue empujando la nave hacia los peñascos sobre los que se alza el monasterio de la Stella Maris (que no se llamaría así hasta muchísimo después). Al llegar a la roca, la nave dio dos golpes con gran fuerza y se hundía, cuando de pronto se oyó una campana que llamaba a Maitines. El santo se levantó de la oración y preguntó al piloto que campana era aquella. Este le respondió “estamos juntos al promontorio del Monte Carmelo, y la campana es del convento de los carmelitas”.
Entonces el rey prometió a la Santísima Virgen visitar su convento con todos los de la comitiva. Y se calmó la tempestad inmediatamente. Así subió el rey y la tripulación al monasterio, donde quedó prendado al ver la solemnidad y sencillez de la oración de aquellos monjes de capa blanca y su devoción por la Madre de Dios. Decidió entonces tomar algunos religiosos y llevarlos a Francia, donde fundaron varias casas con el tiempo. A un grupo los llevó al palacio de Fontainebleau (en realidad estuvieron los trinitarios, y aún se conservan vestigios de su presencia) donde convivía con ellos como un religioso más, según los "Anales" de Juan Bautista Lezana O.Carm, en su apartado “Vitae S. Ludovici”.