Fue obispo en Mindong, y pasados lo siglos aún se mantiene en pie la fe que sembró
San Pedro de Sanz y Jordá: el santo dominico español del siglo XVIII ante al que rezan los chinos
Los dos enclaves más sagrados para los católicos de Mindong son un recuerdo tanto de la persecución que han sufrido aquí los seguidores de esta fe como de las raíces españolas de una comunidad que se expandió bajo el esfuerzo misionero de la orden de los Dominicos. Para los peregrinos que atraviesan casi a gatas la pequeña oquedad que da paso a la cueva donde se arrodillan a rezar a la memoria del religioso, el catalán San Pedro de Sanz y Jordá es el “obispo Bai”, al que “condujo una paloma hasta ese refugio”, según la leyenda que relata Huang, de 40 años, que regenta un tenderete de comida instalado en el inicio del singular viacrucis que conduce hasta el recinto subterráneo, señala Javier Espinosa en un artículo en el suplemento Crónica del diario El Mundo.
El propio recorrido es otro ejemplo de las complejas contrariedades que han tenido que afrontar los fieles locales durante siglos. El camino que serpentea entre colinas y un cementerio plagado de cruces fue erigido hace más de una década, pero cuando las autoridades se enteraron “amenazaron con destruir todas las estelas”, explica un religioso de la zona que no quiere ser identificado. El anonimato que exigen la mayoría de los interlocutores es un signo más del desasosiego que domina la vida diaria de los feligreses de esta región.
“Los vecinos decidieron proteger las estatuas tapiándolas con ladrillos”, añade el sacerdote. “Es que aquí no somos de la iglesia patriótica, sino de la auténtica, la que sigue al Papa”, puntualiza Huang.
Las 14 estaciones quedaron reducidas a monolitos de ladrillos cubiertos con cemento gris hasta que los locales percibieron que las autoridades volvían a ignorar sus actividades y decoraron las superficies con carteles que representan las diversas fases del recorrido de Jesucristo portando la cruz. En la primera parada hay apoyadas tres crucetas de madera a disposición de aquellos peregrinos que deseen acarrearlas hasta la “cueva de Bai”, apunta Huang.
Como cualquier otro domingo, el viacrucis se encuentra transitado por decenas de fieles que acuden en grupos a la pequeña caverna, a donde entran por turnos para orar. Allí se lavan los pies y rellenan las botellas en un manantial que, según su creencia, suministra agua “milagrosa”. “Mi familia es católica desde hace cinco generaciones. Venimos una vez al año. Es una tradición en esta región”, declara Fan Wenda, un agricultor de 77 años que, como el resto, recita el rosario con un ritmo monocorde. La supuesta presencia del obispo Sanz y Jordá en la gruta -un hecho que el acervo local sostiene como irrefutable- no le hizo evadir la terrible persecución que sufrieron los religiosos españoles en el siglo XVIII. El clérigo fue encarcelado por las fuerzas del emperador Qianlong y decapitado en 1747, la misma suerte que correrían un año más tarde otros cuatro dominicos de la misma nacionalidad.
La trágica muerte de los cinco misioneros sólo fue un episodio más de la atribulada implantación del catolicismo en Mindong, una región de la provincia sureña de Fujian que se cuenta entre los reductos más antiguos de esta fe en el territorio continental chino, gracias precisamente al esfuerzo de los religiosos españoles, que usaban las posiciones de Madrid en el norte de la cercana Isla Hermosa -ahora Taiwán- como trampolín para adentrarse en el imperio asiático.
Como recuerdan expertos como Eugenio Menegon, autor de un libro que abunda sobre los orígenes del catolicismo en Mindong, este territorio adquirió un especial simbolismo para el Vaticano. Fue el lugar natal del primer sacerdote católico chino, también la residencia de su primer obispo y finalmente se convirtió en uno de los reductos más firmes de dicha fe. “La presión del Estado iba y venía, pero las comunidades religiosas arraigaron sólidamente en la arena local a través de los lazos familiares”, argumenta Menegon por medio de un email.
La historia no fue generosa y el acoso que sufrieron los católicos durante la era imperial fue sustituido por la presión de las nuevas autoridades. “Los nacionalistas (Chiang Kai-Shek) en la última década de los años 20 y el maoísmo durante la guerra civil utilizaron las mismas técnicas y algunos de los mismos rumores que esparcieron los miembros de la aristocracia imperial sobre las costumbres bárbaras de los misioneros y cristianos. Decían que los misioneros (españoles) y las monjas asesinaban a los niños abandonados en los orfanatos para quitarles los órganos”, añade Menegon.
Pacto entre Roma y Pekín
El catolicismo local también sobrevivió a las razzias maoístas pero ahora se enfrenta a un enésimo desafío: el anunciado pacto entre el Vaticano y Pekín, que les obligaría a renunciar a su obispo más carismático para aceptar la tutela de otro clérigo leal a la Asociación Patriótica de Católicos Chinos (CCPA), establecida bajo los auspicios del Gobierno comunista en 1957. Desde la ruptura de relaciones diplomáticas en 1951, los cerca de 12 millones de católicos chinos permanecen divididos entre los que siguen al Vaticano -la apodada “iglesia subterránea”- y los que se agrupan en la CCPA, a la que los primeros acusan de ser un mero instrumento del Partido Comunista (PCC) para controlar a esta religión.
El Vaticano lleva casi 4 años negociando para intentar zanjar esta escisión en base a un acuerdo que ponga fin a la pugna que mantienen ambas capitales por el control de los obispos y sacerdotes católicos de China, fraccionados como la propia iglesia entre los que ha nombrado el Papa y los que ha recibido la ratificación de Pekín.
Según los datos filtrados por páginas especializadas católicas como UcaNews, el pacto que se anuncia como inminente contemplaría el reconocimiento por parte del Vaticano de los siete obispos “ilegales” de la CCPA, pese a que varios de ellos fueron excomulgados.
El convenio incluiría también el reemplazo de dos obispos leales al Pontífice -uno de ellos el de Mindong- por sus homólogos de la CCPA, incluso cuando uno de ellos, Joseph Huang, fue excluido del catolicismo en 2011 al ser ordenado sin la autorización papal.
A cambio, Pekín daría su refrendo a decenas de obispos de la “iglesia subterránea” y podría otorgar un papel clave al Vaticano en los sucesivos nombramientos de estos religiosos, algo que los dirigentes del catolicismo consideran como un hecho “histórico”.
En Luojiang, donde se encuentra ubicada la catedral de Nuestra Señora del Rosario, donde oficia el obispo de Mindong, Guo Xijin, la posibilidad de que este religioso sea sustituido por un clérigo de la CCPA ha sido acogida entre el estupor y la resignación.
“Queremos mucho al obispo Guo. No estamos de acuerdo con esa decisión. Si el obispo debe ceder su puesto a la iglesia patriótica, (nuestra iglesia) será controlada por el Partido Comunista”, reconoce Luo, propietario de un comercio situado en las inmediaciones de la catedral católica.
Todos los analistas concluyen que de los 80.000 católicos de Mindong, unos 70.000 se declaran afectos a la “iglesia auténtica” que aquí dirige el obispo Guo. El resto milita en las filas de la CCPA.
Los católicos de la iglesia “subterránea” lejos de ocultarse dejan constancia de su fe adornando las puertas de sus casas con explícitas cruces rojas y mensajes en caracteres chinos como los que dicen “Dios está con nosotros” o “Dios nos bendice con la paz”.
El pequeño restaurante de la señora Chang está decorado con imágenes de Jesucristo estampadas en las paredes, otra visión recurrente en torno a la catedral.
"¡No a la iglesia patriótica!"
La cocinera de 63 años recuerda que “en la década de los 80” la CCPA “envió a un obispo patriótico a dar la misa y los fieles le echaron”. “¡No a la iglesia patriótica!”, exclama. Sus palabras crean de inmediato un corrillo de viandantes que se pronuncian en los mismos términos. Todos recelan de la Iglesia Patriótica y uno afirma que “no irán a rezar si viene un obispo patriótico”, pero la mayor parte reconoce su impotencia.
“Si es un acuerdo entre el Papa y China ¿qué podemos hacer? Aquí vivimos en una dictadura”, asevera otro católico del mismo arrabal. El propio obispo Guo ha reconocido públicamente que aceptará cualquier decisión del Pontífice “si la vemos por escrito y con el sello oficial”, aclara uno de los clérigos de la catedral. “La división no es buena ni para la iglesia ni para el país”, apostilla.
Capaces de sortear la influencia omnipresente del Partido Comunista, los católicos de Hong Kong se han erigido en los críticos más vocales del hipotético pacto.
El cardenal retirado Joseph Zen llegó a equiparar el trato como una “rendición” ante “un régimen totalitario” o una hipotética componenda entre la figura bíblica de San José y Herodes.
“¿Está vendiendo el Vaticano a la Iglesia Católica en China? Definitivamente sí”, escribió en un blog el pasado mes de enero.
El santuario dedicado a la memoria de Miao Zishan en el villorrio de Shangwan es el segundo lugar más emblemático para los católicos de Mindong. La figura del religioso muerto en 1968 se ha visto revestida por la tradición local de la misma aureola que acompaña a la de San Pedro de Sanz y Jordá. Para ellos también es un “mártir” y proclaman que las infusiones con “un poco de tierra” de su tumba generan todo tipo de parabienes para la salud.
Según el relato popular, Miao Zishan fue encarcelado y torturado por los acólitos del maoísmo, “encerrado en una jaula” y condenado a prisión perpetua. “Le acusaron en un acto público al que asistieron 10.000 personas. Sólo le liberaron cuando ya estaba mortalmente enfermo”, relata un residente de Shangwan.
La opresión del catolicismo de Mindong no concluyó con el fin del maoísmo, aunque es cierto que el acoso se ha relajado en los últimos años, como incide Ke, un miembro de esta fe de 35 años.
“Durante los años 90 el Gobierno destruyó muchas iglesias. La de mi aldea (Baihu) se salvó porque la transformamos en una casa de retiro. No se me ha olvidado la imagen de cuando era niño y vi detener a un sacerdote”, rememora. El propio Guo Xijin sustituyó como obispo al difunto Vincent Huang Shoucheng, que pasó 35 años recluido en las prisiones y campos de trabajo comunistas.
Lin, una monja del poblado de Saiqi que se formó en Filipinas -como se hacía durante la época de las misiones españolas- precisa que pese a la mejoría en la relación con el poder las restricciones siguen siendo muy numerosas.
“Te ponen trabas a la hora de renovar iglesias o incluso de construirlas. En Qitou (una aldea de la región) decidimos derribar la vieja iglesia y reconstruirla, pero nos negaron el permiso. Ahora tenemos que rezar sobre los cimientos. Algo similar pasó en Xiapu. No nos dieron permiso para terminar la iglesia”, afirma. Como aducen los fieles, la religión católica en Mindong es una continua “historia de sacrificios”, en palabras de otra habitante de Shangwan. La prevista renuncia de Guo Xijin se entiende como un paso más en esta sucesión de avatares.
“Sólo somos creyentes. Si el Papa lo decide, tendremos que obedecer”, asevera una peregrina que acaba de concluir su plegaria frente a la imagen de Miao Zishan.
Sin embargo, la sumisión a los designios papales no esconde el hecho de que la mayoría de los feligreses de Mindong están “conmocionados, tristes y deprimidos”, como declara Ren Yanli, un investigador de la Academia de Ciencias Sociales de China
“Si los obispos ilegales son reconocidos la iglesia no auténtica (CCPA) se convertirá en auténtica y los esfuerzos y sacrificios que hicieron no habrán tenido ningún sentido”, razona el experto. “Nos preocupa que la autenticidad de la fe se vea dañada”, admite Lin, la monja de Saiqi.
“Recen por nosotros”, agrega antes de despedirse.
El propio recorrido es otro ejemplo de las complejas contrariedades que han tenido que afrontar los fieles locales durante siglos. El camino que serpentea entre colinas y un cementerio plagado de cruces fue erigido hace más de una década, pero cuando las autoridades se enteraron “amenazaron con destruir todas las estelas”, explica un religioso de la zona que no quiere ser identificado. El anonimato que exigen la mayoría de los interlocutores es un signo más del desasosiego que domina la vida diaria de los feligreses de esta región.
“Los vecinos decidieron proteger las estatuas tapiándolas con ladrillos”, añade el sacerdote. “Es que aquí no somos de la iglesia patriótica, sino de la auténtica, la que sigue al Papa”, puntualiza Huang.
Las 14 estaciones quedaron reducidas a monolitos de ladrillos cubiertos con cemento gris hasta que los locales percibieron que las autoridades volvían a ignorar sus actividades y decoraron las superficies con carteles que representan las diversas fases del recorrido de Jesucristo portando la cruz. En la primera parada hay apoyadas tres crucetas de madera a disposición de aquellos peregrinos que deseen acarrearlas hasta la “cueva de Bai”, apunta Huang.
Como cualquier otro domingo, el viacrucis se encuentra transitado por decenas de fieles que acuden en grupos a la pequeña caverna, a donde entran por turnos para orar. Allí se lavan los pies y rellenan las botellas en un manantial que, según su creencia, suministra agua “milagrosa”. “Mi familia es católica desde hace cinco generaciones. Venimos una vez al año. Es una tradición en esta región”, declara Fan Wenda, un agricultor de 77 años que, como el resto, recita el rosario con un ritmo monocorde. La supuesta presencia del obispo Sanz y Jordá en la gruta -un hecho que el acervo local sostiene como irrefutable- no le hizo evadir la terrible persecución que sufrieron los religiosos españoles en el siglo XVIII. El clérigo fue encarcelado por las fuerzas del emperador Qianlong y decapitado en 1747, la misma suerte que correrían un año más tarde otros cuatro dominicos de la misma nacionalidad.
La trágica muerte de los cinco misioneros sólo fue un episodio más de la atribulada implantación del catolicismo en Mindong, una región de la provincia sureña de Fujian que se cuenta entre los reductos más antiguos de esta fe en el territorio continental chino, gracias precisamente al esfuerzo de los religiosos españoles, que usaban las posiciones de Madrid en el norte de la cercana Isla Hermosa -ahora Taiwán- como trampolín para adentrarse en el imperio asiático.
Como recuerdan expertos como Eugenio Menegon, autor de un libro que abunda sobre los orígenes del catolicismo en Mindong, este territorio adquirió un especial simbolismo para el Vaticano. Fue el lugar natal del primer sacerdote católico chino, también la residencia de su primer obispo y finalmente se convirtió en uno de los reductos más firmes de dicha fe. “La presión del Estado iba y venía, pero las comunidades religiosas arraigaron sólidamente en la arena local a través de los lazos familiares”, argumenta Menegon por medio de un email.
La historia no fue generosa y el acoso que sufrieron los católicos durante la era imperial fue sustituido por la presión de las nuevas autoridades. “Los nacionalistas (Chiang Kai-Shek) en la última década de los años 20 y el maoísmo durante la guerra civil utilizaron las mismas técnicas y algunos de los mismos rumores que esparcieron los miembros de la aristocracia imperial sobre las costumbres bárbaras de los misioneros y cristianos. Decían que los misioneros (españoles) y las monjas asesinaban a los niños abandonados en los orfanatos para quitarles los órganos”, añade Menegon.
Pacto entre Roma y Pekín
El catolicismo local también sobrevivió a las razzias maoístas pero ahora se enfrenta a un enésimo desafío: el anunciado pacto entre el Vaticano y Pekín, que les obligaría a renunciar a su obispo más carismático para aceptar la tutela de otro clérigo leal a la Asociación Patriótica de Católicos Chinos (CCPA), establecida bajo los auspicios del Gobierno comunista en 1957. Desde la ruptura de relaciones diplomáticas en 1951, los cerca de 12 millones de católicos chinos permanecen divididos entre los que siguen al Vaticano -la apodada “iglesia subterránea”- y los que se agrupan en la CCPA, a la que los primeros acusan de ser un mero instrumento del Partido Comunista (PCC) para controlar a esta religión.
El Vaticano lleva casi 4 años negociando para intentar zanjar esta escisión en base a un acuerdo que ponga fin a la pugna que mantienen ambas capitales por el control de los obispos y sacerdotes católicos de China, fraccionados como la propia iglesia entre los que ha nombrado el Papa y los que ha recibido la ratificación de Pekín.
Según los datos filtrados por páginas especializadas católicas como UcaNews, el pacto que se anuncia como inminente contemplaría el reconocimiento por parte del Vaticano de los siete obispos “ilegales” de la CCPA, pese a que varios de ellos fueron excomulgados.
El convenio incluiría también el reemplazo de dos obispos leales al Pontífice -uno de ellos el de Mindong- por sus homólogos de la CCPA, incluso cuando uno de ellos, Joseph Huang, fue excluido del catolicismo en 2011 al ser ordenado sin la autorización papal.
A cambio, Pekín daría su refrendo a decenas de obispos de la “iglesia subterránea” y podría otorgar un papel clave al Vaticano en los sucesivos nombramientos de estos religiosos, algo que los dirigentes del catolicismo consideran como un hecho “histórico”.
En Luojiang, donde se encuentra ubicada la catedral de Nuestra Señora del Rosario, donde oficia el obispo de Mindong, Guo Xijin, la posibilidad de que este religioso sea sustituido por un clérigo de la CCPA ha sido acogida entre el estupor y la resignación.
“Queremos mucho al obispo Guo. No estamos de acuerdo con esa decisión. Si el obispo debe ceder su puesto a la iglesia patriótica, (nuestra iglesia) será controlada por el Partido Comunista”, reconoce Luo, propietario de un comercio situado en las inmediaciones de la catedral católica.
Todos los analistas concluyen que de los 80.000 católicos de Mindong, unos 70.000 se declaran afectos a la “iglesia auténtica” que aquí dirige el obispo Guo. El resto milita en las filas de la CCPA.
Los católicos de la iglesia “subterránea” lejos de ocultarse dejan constancia de su fe adornando las puertas de sus casas con explícitas cruces rojas y mensajes en caracteres chinos como los que dicen “Dios está con nosotros” o “Dios nos bendice con la paz”.
El pequeño restaurante de la señora Chang está decorado con imágenes de Jesucristo estampadas en las paredes, otra visión recurrente en torno a la catedral.
"¡No a la iglesia patriótica!"
La cocinera de 63 años recuerda que “en la década de los 80” la CCPA “envió a un obispo patriótico a dar la misa y los fieles le echaron”. “¡No a la iglesia patriótica!”, exclama. Sus palabras crean de inmediato un corrillo de viandantes que se pronuncian en los mismos términos. Todos recelan de la Iglesia Patriótica y uno afirma que “no irán a rezar si viene un obispo patriótico”, pero la mayor parte reconoce su impotencia.
“Si es un acuerdo entre el Papa y China ¿qué podemos hacer? Aquí vivimos en una dictadura”, asevera otro católico del mismo arrabal. El propio obispo Guo ha reconocido públicamente que aceptará cualquier decisión del Pontífice “si la vemos por escrito y con el sello oficial”, aclara uno de los clérigos de la catedral. “La división no es buena ni para la iglesia ni para el país”, apostilla.
Capaces de sortear la influencia omnipresente del Partido Comunista, los católicos de Hong Kong se han erigido en los críticos más vocales del hipotético pacto.
El cardenal retirado Joseph Zen llegó a equiparar el trato como una “rendición” ante “un régimen totalitario” o una hipotética componenda entre la figura bíblica de San José y Herodes.
“¿Está vendiendo el Vaticano a la Iglesia Católica en China? Definitivamente sí”, escribió en un blog el pasado mes de enero.
El santuario dedicado a la memoria de Miao Zishan en el villorrio de Shangwan es el segundo lugar más emblemático para los católicos de Mindong. La figura del religioso muerto en 1968 se ha visto revestida por la tradición local de la misma aureola que acompaña a la de San Pedro de Sanz y Jordá. Para ellos también es un “mártir” y proclaman que las infusiones con “un poco de tierra” de su tumba generan todo tipo de parabienes para la salud.
Según el relato popular, Miao Zishan fue encarcelado y torturado por los acólitos del maoísmo, “encerrado en una jaula” y condenado a prisión perpetua. “Le acusaron en un acto público al que asistieron 10.000 personas. Sólo le liberaron cuando ya estaba mortalmente enfermo”, relata un residente de Shangwan.
La opresión del catolicismo de Mindong no concluyó con el fin del maoísmo, aunque es cierto que el acoso se ha relajado en los últimos años, como incide Ke, un miembro de esta fe de 35 años.
“Durante los años 90 el Gobierno destruyó muchas iglesias. La de mi aldea (Baihu) se salvó porque la transformamos en una casa de retiro. No se me ha olvidado la imagen de cuando era niño y vi detener a un sacerdote”, rememora. El propio Guo Xijin sustituyó como obispo al difunto Vincent Huang Shoucheng, que pasó 35 años recluido en las prisiones y campos de trabajo comunistas.
Lin, una monja del poblado de Saiqi que se formó en Filipinas -como se hacía durante la época de las misiones españolas- precisa que pese a la mejoría en la relación con el poder las restricciones siguen siendo muy numerosas.
“Te ponen trabas a la hora de renovar iglesias o incluso de construirlas. En Qitou (una aldea de la región) decidimos derribar la vieja iglesia y reconstruirla, pero nos negaron el permiso. Ahora tenemos que rezar sobre los cimientos. Algo similar pasó en Xiapu. No nos dieron permiso para terminar la iglesia”, afirma. Como aducen los fieles, la religión católica en Mindong es una continua “historia de sacrificios”, en palabras de otra habitante de Shangwan. La prevista renuncia de Guo Xijin se entiende como un paso más en esta sucesión de avatares.
“Sólo somos creyentes. Si el Papa lo decide, tendremos que obedecer”, asevera una peregrina que acaba de concluir su plegaria frente a la imagen de Miao Zishan.
Sin embargo, la sumisión a los designios papales no esconde el hecho de que la mayoría de los feligreses de Mindong están “conmocionados, tristes y deprimidos”, como declara Ren Yanli, un investigador de la Academia de Ciencias Sociales de China
“Si los obispos ilegales son reconocidos la iglesia no auténtica (CCPA) se convertirá en auténtica y los esfuerzos y sacrificios que hicieron no habrán tenido ningún sentido”, razona el experto. “Nos preocupa que la autenticidad de la fe se vea dañada”, admite Lin, la monja de Saiqi.
“Recen por nosotros”, agrega antes de despedirse.
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