Ante el posible acuerdo entre la Santa Sede y el régimen comunista chino
George Weigel, biógrafo de Juan Pablo II, avisa de los riesgos si el Vaticano «capitula» ante Pekín
George Weigel, biógrafo de San Juan Pablo II y uno de los más influyentes creadores de opinión católicos, en particular en el ámbito anglófono, ha advertido de los riesgos que asume el Vaticano si cede al gobierno comunista chino algún papel en el nombramiento de obispos, recordando los que denuncia como errores similares de la diplomacia de la Santa Sede en el pasado: desde la actitud ante los regímenes fascista y nazi a la Ostpolitik con la Europa sovietizada.
George Weigel, durante una conferencia en la Universidad Católica de América el pasado 22 de enero. Foto: Katie Ward.
Un acuerdo en ciernes
La crítica de Weigel llega a raíz de la noticia de Asia News del 22 de enero que desveló que el Vaticano ha pedido a dos obispos chinos que abandonen sus sedes para que la ocupen los obispos ilegítimos nombrados por el gobierno comunista para esas mismas diócesis. El anuncio por el cardenal Joseph Zen, arzobispo emérito de Hong Kong, de que había hablado con el Papa al respecto y de que los católicos fieles resistirían a esa medida, provocó la reacción del cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado, defendiendo la negociación.
El padre Santiago Martín ofreció este sábado una matizada visión del caso en la que recuerda las líneas rojas señaladas por el arzobispo Luigi Negri (los mártires), pero también la solvencia del equipo que dirige el cardenal Parolin.
El pasado viernes, Gerard O'Connell publicó en America, revista de los jesuitas estadounidenses, un muy completo estado de la cuestión donde afirmaba que el acuerdo entre el Vaticano y Pekín está "próximo" y es "revolucionario [groundbreaking]". Para el gobierno chino habría sido requisito sine qua non el reconocimiento por la Santa Sede de los siete obispos ilegítimos nombrados por el Partido. El Papa habría estudiado la cuestión, concluyendo que es factible reconocerlos y levantar la excomunión a los tres sobre los que existe esa sanción: al parecer, los siete ya han pedido perdón al Papa y solicitado su reconciliación con la Iglesia.
El cardenal Zen, salesiano, fue obispo de Hong Kong (primero coadjutor y luego titular) entre 1996 y 2009. Como figura de gran predicamento sobre la Iglesia china fiel a Roma, acudió a ver al Papa para transmitirle su inquietud ante las noticias sobre la negociación.
Pero hay un obstáculo. Dos de ellos están en diócesis donde la Iglesia clandestina fiel es mucho mayor que la sometida, y en ambos casos está guiada por obispos de gran prestigio y liderazgo: Peter Zhuang Jianjian, de 88 años, y Joseph Guo Xijin, más joven y varias veces perseguido. Son justo los dos a quienes se ha pedido que se hagan a un lado para dejar su puesto a los ahora cismáticos. Según O'Connell, ambos protestaron pero terminaron afirmando que "por obediencia al Papa" lo harían, pero monseñor Zhuang Jijian, de 88 años, cambió de parecer al regresar a su diócesis desde Pekín, donde había tenido lugar la reunión con los enviados papales. Ése es el origen de la denuncia publicada en Asia News.
Weigel: "Capitulación"
Todo apunta, pues, a que el acuerdo se firmará, si bien no está claro cuándo ni cuál será su alcance, esto es, si implicará un establecimiento completo de relaciones diplomáticas. Weigel ha escrito al respecto este lunes un artículo contundente en el National Review, donde habla de "capitulación del Vaticano ante Pekín". En él recuerda que la diplomacia de pactos del Vaticano ante los Estados totalitarios ha fracasado reiteradamente: con la Italia fascista se pasó de los acuerdos de Letrán en 1929 a la condena del régimen en la encíclica Non abbiamo bisogno en 1931; con la Alemania nazi, del concordato de 1933 a la encíclica Mit Brennender Sorge de 1937; y con los países comunistas del Este, de la Ostpolitik del cardenal Agostino Casaroli en los años 60 y 70 al descrédito ante los perseguidos y a la infiltración.
Weigel contó en El final y el principio el resultado de infiltración y descrédito que produjo la política de apaciguamiento hacia los regímenes comunistas de Europa Oriental.
Según Weigel, el posible acuerdo inminente responde a "lo que figuras antiguas, pero todavía figuras clave del servicio diplomático vaticano han buscado desde hace tiempo, a saber, relaciones diplomáticas plenas entre la Santa Sede y la República Popular China, a nivel de embajadores". "Una de esas figuras, hablando off the record", comenta, "intentaba justificar el inminente acuerdo diciendo que era mejor conseguir ahora al menos algún acuerdo, porque nadie sabe cuál será la situación dentro de diez o veinte años. Lo cual resulta extremadamente obtuso".
¿Por qué? Porque en el peor de los supuestos, esto es, si "Xi Jinping consigue mantener en pie un sistema político maoísta a pesar de la emergente clase media... ¿qué razón hay para creer que los comunistas chinos romperían el patrón establecido por los fascistas italianos, los nazis alemanes y los comunistas de Europa central y oriental honrando las obligaciones contraídas?". Y en el mejor de los casos, si la realidad china evoluciona hacia un creciente espacio concedido a la sociedad civil, "¿por qué los chinos interesados en explorar la posibilidad de la fe religiosa se interesarían por un catolicismo postrado ante el régimen comunista? ¿Por qué no habrían de ser una opción más atractiva los protestantes evangélicos que habrían desafiado al régimen en un heroico movimiento de iglesias domésticas?"
En ambos casos, pues, "la Iglesia católica sale perdiendo si cede a las exigencias comunistas de que el régimen tenga ahora un papel significativo en el nombramiento de obispos católicos".
Burla a la ley y pérdida de autoridad moral
Pero, además, Weigel recuerda que tanto el Concilio Vaticano II en el decreto sobre el ministerio pastoral de los obispos, como el Código de Derecho Canónico de 1983, establecen que "no se concederá a las autoridades civiles ningún derecho ni privilegio de elección, nombramiento, presentación y designación de obispos”. Ceder ahora supondría una "burla a la ley de la Iglesia" y negar "la libertad de la Iglesia para conducir su misión evangélica y caritativa".
La realidad de la Iglesia china, en palabras de un sacerdote clandestino.
El poder de la Santa Sede en el mundo hoy no va a venir de ahí, abunda George Weigel, sino de "la lenta acumulación de autoridad moral que ha recibido el catolicismo, encarnado en el Papa, por medio de la defensa, en ocasiones sacrificada, de los derechos humanos de todos": "No está claro –por decirlo con elegancia- qué puede aportar a esa suma de autoridad moral del catolicismo o del Papa jugar al Lleguemos-a-un-Acuerdo con los totalitarios de Pekín, que en este preciso momento están encarcelando y torturando cristianos".
La estrategia de "encamarse con el Diablo" e impregnarse de "olor a azufre", concluye Weigel, "lejos de ser realismo... es una especie de cinismo que encaja a duras penas en una diplomacia supuestamente basada en la premisa de que 'la verdad os hará libres' (Jn 8,32)".
Pincha aquí para leer, traducido al español, el artículo completo de George Weigel.
George Weigel, durante una conferencia en la Universidad Católica de América el pasado 22 de enero. Foto: Katie Ward.
Un acuerdo en ciernes
La crítica de Weigel llega a raíz de la noticia de Asia News del 22 de enero que desveló que el Vaticano ha pedido a dos obispos chinos que abandonen sus sedes para que la ocupen los obispos ilegítimos nombrados por el gobierno comunista para esas mismas diócesis. El anuncio por el cardenal Joseph Zen, arzobispo emérito de Hong Kong, de que había hablado con el Papa al respecto y de que los católicos fieles resistirían a esa medida, provocó la reacción del cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado, defendiendo la negociación.
El padre Santiago Martín ofreció este sábado una matizada visión del caso en la que recuerda las líneas rojas señaladas por el arzobispo Luigi Negri (los mártires), pero también la solvencia del equipo que dirige el cardenal Parolin.
El pasado viernes, Gerard O'Connell publicó en America, revista de los jesuitas estadounidenses, un muy completo estado de la cuestión donde afirmaba que el acuerdo entre el Vaticano y Pekín está "próximo" y es "revolucionario [groundbreaking]". Para el gobierno chino habría sido requisito sine qua non el reconocimiento por la Santa Sede de los siete obispos ilegítimos nombrados por el Partido. El Papa habría estudiado la cuestión, concluyendo que es factible reconocerlos y levantar la excomunión a los tres sobre los que existe esa sanción: al parecer, los siete ya han pedido perdón al Papa y solicitado su reconciliación con la Iglesia.
El cardenal Zen, salesiano, fue obispo de Hong Kong (primero coadjutor y luego titular) entre 1996 y 2009. Como figura de gran predicamento sobre la Iglesia china fiel a Roma, acudió a ver al Papa para transmitirle su inquietud ante las noticias sobre la negociación.
Pero hay un obstáculo. Dos de ellos están en diócesis donde la Iglesia clandestina fiel es mucho mayor que la sometida, y en ambos casos está guiada por obispos de gran prestigio y liderazgo: Peter Zhuang Jianjian, de 88 años, y Joseph Guo Xijin, más joven y varias veces perseguido. Son justo los dos a quienes se ha pedido que se hagan a un lado para dejar su puesto a los ahora cismáticos. Según O'Connell, ambos protestaron pero terminaron afirmando que "por obediencia al Papa" lo harían, pero monseñor Zhuang Jijian, de 88 años, cambió de parecer al regresar a su diócesis desde Pekín, donde había tenido lugar la reunión con los enviados papales. Ése es el origen de la denuncia publicada en Asia News.
Weigel: "Capitulación"
Todo apunta, pues, a que el acuerdo se firmará, si bien no está claro cuándo ni cuál será su alcance, esto es, si implicará un establecimiento completo de relaciones diplomáticas. Weigel ha escrito al respecto este lunes un artículo contundente en el National Review, donde habla de "capitulación del Vaticano ante Pekín". En él recuerda que la diplomacia de pactos del Vaticano ante los Estados totalitarios ha fracasado reiteradamente: con la Italia fascista se pasó de los acuerdos de Letrán en 1929 a la condena del régimen en la encíclica Non abbiamo bisogno en 1931; con la Alemania nazi, del concordato de 1933 a la encíclica Mit Brennender Sorge de 1937; y con los países comunistas del Este, de la Ostpolitik del cardenal Agostino Casaroli en los años 60 y 70 al descrédito ante los perseguidos y a la infiltración.
Weigel contó en El final y el principio el resultado de infiltración y descrédito que produjo la política de apaciguamiento hacia los regímenes comunistas de Europa Oriental.
Según Weigel, el posible acuerdo inminente responde a "lo que figuras antiguas, pero todavía figuras clave del servicio diplomático vaticano han buscado desde hace tiempo, a saber, relaciones diplomáticas plenas entre la Santa Sede y la República Popular China, a nivel de embajadores". "Una de esas figuras, hablando off the record", comenta, "intentaba justificar el inminente acuerdo diciendo que era mejor conseguir ahora al menos algún acuerdo, porque nadie sabe cuál será la situación dentro de diez o veinte años. Lo cual resulta extremadamente obtuso".
¿Por qué? Porque en el peor de los supuestos, esto es, si "Xi Jinping consigue mantener en pie un sistema político maoísta a pesar de la emergente clase media... ¿qué razón hay para creer que los comunistas chinos romperían el patrón establecido por los fascistas italianos, los nazis alemanes y los comunistas de Europa central y oriental honrando las obligaciones contraídas?". Y en el mejor de los casos, si la realidad china evoluciona hacia un creciente espacio concedido a la sociedad civil, "¿por qué los chinos interesados en explorar la posibilidad de la fe religiosa se interesarían por un catolicismo postrado ante el régimen comunista? ¿Por qué no habrían de ser una opción más atractiva los protestantes evangélicos que habrían desafiado al régimen en un heroico movimiento de iglesias domésticas?"
En ambos casos, pues, "la Iglesia católica sale perdiendo si cede a las exigencias comunistas de que el régimen tenga ahora un papel significativo en el nombramiento de obispos católicos".
Burla a la ley y pérdida de autoridad moral
Pero, además, Weigel recuerda que tanto el Concilio Vaticano II en el decreto sobre el ministerio pastoral de los obispos, como el Código de Derecho Canónico de 1983, establecen que "no se concederá a las autoridades civiles ningún derecho ni privilegio de elección, nombramiento, presentación y designación de obispos”. Ceder ahora supondría una "burla a la ley de la Iglesia" y negar "la libertad de la Iglesia para conducir su misión evangélica y caritativa".
La realidad de la Iglesia china, en palabras de un sacerdote clandestino.
El poder de la Santa Sede en el mundo hoy no va a venir de ahí, abunda George Weigel, sino de "la lenta acumulación de autoridad moral que ha recibido el catolicismo, encarnado en el Papa, por medio de la defensa, en ocasiones sacrificada, de los derechos humanos de todos": "No está claro –por decirlo con elegancia- qué puede aportar a esa suma de autoridad moral del catolicismo o del Papa jugar al Lleguemos-a-un-Acuerdo con los totalitarios de Pekín, que en este preciso momento están encarcelando y torturando cristianos".
La estrategia de "encamarse con el Diablo" e impregnarse de "olor a azufre", concluye Weigel, "lejos de ser realismo... es una especie de cinismo que encaja a duras penas en una diplomacia supuestamente basada en la premisa de que 'la verdad os hará libres' (Jn 8,32)".
Pincha aquí para leer, traducido al español, el artículo completo de George Weigel.
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