Miércoles, 06 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Matthew B. Crawford: «La política victimista se asemeja a una religión»

«Cualidades calificadas como "tóxicas" en los hombres se consideran "emancipación" en las mujeres»

«Cualidades calificadas como "tóxicas" en los hombres se consideran "emancipación" en las mujeres»
Crawford apunta el victimismo y las políticas de identidad como una mera causa política de la izquierda para sobrevivir.

ReL

Investigador en la universidad de Virginia, Matthew Crawford es una figura original dentro del paisaje intelectual americano. Filósofo, autor de Con las manos o con la mente. Sobre el valor de los trabajos manuales e intelectuales [Shop class as soulcraft] es también, en sus horas libres, mecánico de motos.

En The world beyond your head. On becoming an individual in an age of distraction [El mundo más allá de tu cabeza. Convertirte en un individuo en la era de la distracción], el pensador aborda el tema de la virtud de la atención, amenazada por la invasión virtual. Recientemente le ha entrevistado Eugénie Bastié para Le Figaro.

-Más de dos años después de la elección de Donald Trump, ¿qué opina usted de la izquierda estadounidense? ¿Han superado los demócratas este hecho traumático y se han adaptado?

-En ningún ámbito del aparato cultural había ninguna duda de que Hillary Clinton sucedería sin dificultad a Obama y que el progreso moral daría un nuevo paso hacia adelante. Sin embargo, en Moscú se fomentó un complot siniestro y Vladimir Putin ha convertido a Voldemort en nuestro presidente. Por suerte, la resistencia es fuerte y los colaboracionistas serán desenmascarados. Sufrirán las consecuencias de sus actos. Esta es la visión actual de la izquierda estadounidense.

»Debemos intentar comprender la cólera que la sostiene. Incluso antes de la elección presidencial, los profesores de Derecho de las universidades más prestigiosas habían preparado las cuestiones que serían zanjadas por el Tribunal Supremo de Hillary Clinton, con la intención de terminar definitivamente con las guerras culturales. Como usted probablemente ya sabe, nuestro Congreso es una institución ancestral y todas las grandes cuestiones políticas son resueltas por los tribunales o por decretos del poder ejecutivo.

»Para los progresistas, esta situación era ideal. La Administración Obama había utilizado su poder administrativo, en proporciones que no tienen precedentes, con el fin de saltarse el proceso democrático y lograr la reforma de la sociedad americana. Pero en noviembre de 2016 todo esto quedó reducido a la nada gracias a los electores. Esto ha dado paso a una izquierda fascinada por la violencia, y numerosos progresistas ya no ocultan su rechazo al concepto mismo de democracia.

El profesor Matthew B. Crawford ha obtenido grandes éxitos de ventas con sus libros reivindicando el trabajo manual. En sus apreciaciones sobre el feminismo actual recurre con frecuencia a la ironía.

-Las políticas de identidad ¿pierden terreno entre los demócratas o, por el contrario, son más fuertes que nunca en Estados Unidos?

-Las políticas de identidad son, actualmente, la principal fuerza motriz de la conciencia política en Estados Unidos. Hace algunas semanas, el gobierno del Estado de Virginia, donde vivo, se hundió en el caos cuando la opinión pública descubrió que el gobernador, demócrata, había llevado un disfraz racista durante una fiesta en 1984.

»Las principales figuras del Partido Demócrata pidieron su dimisión. Esa misma semana se supo que su "segundo de a bordo", es decir, su sucesor, había tenido un problema con el movimiento #MeToo. Se enfrenta a acusaciones de agresión sexual. La mayoría de los demócratas ha pedido su dimisión, pero es una situación delicada, porque es afroamericano.

»A continuación se supo también que la tercera persona en orden de sucesión en el Estado de Virginia, el fiscal general, blanco, participó en 1980 en una fiesta a la que acudió disfrazado de rapero negro: también ha sido fuertemente criticado. Y menos mal que el orden de sucesión se detiene aquí, que no hay una cuarta persona. El Estado de Virginia se enfrenta, por tanto, a una verdadera crisis constitucional, provocada... ¿por qué? En estas condiciones, nadie es lo suficientemente puro.

»Elizabeth Warren, en otros tiempos mascarón de proa de la izquierda económica, actualmente es conocida sobre todo por su burdo intento de reivindicar sus orígenes amerindios, lo que se ha convertido en nuestro único tema de conversación.

Para preparar su candidatura a la nominación demócrata para las elecciones de 2020, la senadora Elizabeth Warren se hizo un análisis de ADN para poder demostrar sus orígenes indios. Encontró algún rasgo entre seis y diez generaciones atrás, provocando la rechifla de sus adversarios, en particular de Donald Trump. Es un ejemplo paradigmático de los complejos que han introducido en la política estadounidense las cuestiones de identidad y victimización.

»Es un ensayo de lo que podrían ser las primarias demócratas de 2020: un pelotón de ejecución y un festival de actos de contrición. Lo mejor para uno es estar seguro de que, en lo que se refiere a cuestiones de identidad, no tienes demasiados enemigos a la izquierda. Sin embargo, ante la competencia que se desencadena entre los grupos de víctimas en la jerarquía interseccional, este cálculo pasa a ser enseguida particularmente complejo.

»Este año, la Marcha de las Mujeres ha estado caracterizada por las acusaciones de "blanquismo" (whiteness) lanzadas por feministas afroamericanas contra las feministas judías, quienes a su vez han acusado a las feministas musulmanas de antisemitismo; y las mujeres feministas han acusado a las feministas transgénero de "masculinismo" (maleness). Por su parte, las feministas musulmanas han dado prueba de gran sabiduría al no expresar abiertamente su opinión ante la presencia de homosexuales (en la manifestación). El Partido Demócrata es una amalgama de grupos que tienen, por naturaleza, muy pocas afinidades entre ellos y que no tienen ninguna intención de articular un bien común.

Durante la manifestación feminista del 8 de marzo de 2019 en Madrid sucedió esta escena que refleja exactamente lo que denuncia Crawford: feministas "racializadas" expulsan de su lado a una feminista acusada de ser una "puta blanca".

»Esta inestable coalición sólo se sostiene por la invocación ritual de la causa de todos los males: el varón blanco heterosexual. Sin él y su suciedad moral, no podría perdurar la lógica que sacraliza a las mujeres, las personas de color y los gays.

»Nosotros, hombres blancos heterosexuales, ¡nos hemos convertido en muy importantes! A título personal, ¡me gustaría ser remunerado por este trabajo simbólico, porque es agotador! Podríamos hacer huelga y negarnos a oprimir a quienes oprimamos mientras nuestras reivindicaciones no sean satisfechas.

-Usted critica la petulancia moral de la izquierda progresista, además de su falsa empatía hacia las minorías. ¿Cómo explica la extraordinaria importancia dada a la cuestión transgénero o a todas las demás cuestiones de género defendidas por los progresistas?

-Hay a la vez una lógica política y una lógica antropológica más profunda.

»La lógica política es muy clara. En 2015, el Tribunal Supremo introdujo el matrimonio homosexual en el Derecho americano. ¿Creía usted de verdad que la maquinaria política que es el movimiento LGBTQ iba a hacer el equipaje y volver a su vida diaria, tal vez después de haberse despedido educadamente de los perdedores? La respuesta es no. Veinticuatro horas después de esa decisión, los grandes medios de comunicación identificaron un nuevo crimen del que nadie hablaba en Estados Unidos: la marginación cruel de las personas transgénero. El hecho de que ser transgénero sea un fenómeno exótico o marginal indica que la necesidad política a la que responde no es la de cualquier nuevo movimiento democrático, sino la necesidad, para la izquierda, de conservar su reputación de partido al que le toca el peso de decidir si Estados Unidos ha encontrado de nuevo la legitimidad moral que había perdido tras la esclavitud y la segregación. La respuesta sólo puede ser no, ya que perdería toda su influencia. Esto explica la búsqueda de nuevas "fobias" y prejuicios inconscientes con los que sustituir los que han perdido toda credibilidad.

»La lógica misma de la antropología progresista implica la existencia de la ideología transgénero, independientemente del Tribunal Supremo o del posible éxito electoral de los demócratas. La diferencia sexual y, de manera más general, la cuestión del cuerpo son, sin duda alguna, el principal obstáculo al gran proyecto de autonomía llamado "la construcción de uno mismo". La libertad total requiere una página totalmente en blanco, virgen. El progresismo se convierte, entonces, en una guerra contra el concepto mismo de realidad -aquello que no elegimos y que existe independientemente de nuestros deseos- y yo creo que esto está en el centro de la política de género.

»Hace algunos años se pensaba que el ideal eran la androginia o la asexualidad. Pero ahora es difícil reconciliar ese deseo con la evolución de la cultura popular, saturada por los deseos de revancha de las mujeres. Las cualidades calificadas como "tóxicas" en los hombres se consideran "emancipación" en las mujeres. La consigna del momento parece ser, no ya el final de la diferencia entre los sexos, sino sencillamente el cambio de situación. La American Psychological Association ha publicado unas directrices en las que declara que la masculinidad es un trastorno psicológico. En nuestras ciudades no es raro ver la frase El futuro es femenino escrita en camisetas que, a veces, llevan puestas incluso niños pequeños. Actualmente, la política de género en Estados Unidos se parece más a una política maoísta que kantiana.

-¿Cómo explica que en nuestras sociedades occidentales la victimización se haya convertido en el único criterio de legitimidad política?

-El antropólogo René Girard ha escrito: "La competencia continua transforma la preocupación por las víctimas en un orden totalitario, una inquisición permanente". No estoy tan seguro de la sinceridad de este enfoque [presentarse como víctima]. Por un lado, claramente hay un oportunismo. El concepto de wokeness, que designa "el despertar ante las injusticias", es un juego en el que se compite por una posición dentro de la meritocracia en el poder, una decisiva forma de ascender en el seno de cualquier institución. Estar woken (es decir, despierto) es lo que distingue a los upper whites (blancos de clases altas) de los lower whites (blancos de clases bajas), como ha explicado de manera brillante Reihan Salam [editorialista conservador]. Las minorías son peones en el juego de los blancos, pero sólo si se limitan al papel de víctimas que les es adjudicado.

»Por otro lado, parece que estemos igualmente en el centro de un fanatismo casi religioso, como sugiere la definición misma de la palabra "despertado", que a menudo parece prevalecer sobre la preocupación habitual, a saber: obtener una ventaja política o económica. Buscar el "privilegio" escondido en lo más profundo del alma y confesarlo con un espíritu autocrítico se ha convertido en un imperativo hiperprotestante. Cuanto más bajo se está en la escalera interseccional, más dispuesto hay que estar a la posibilidad de ser eliminado.

»Creo que la aparición del movimiento Antifa [antifascista] debe ser visto como una respuesta a la carga psicológica que grava sobre los hombres blancos progresistas que se definen a sí mismos como feministas y antirracistas. Al convertirse en "antifas", tienen la posibilidad de afirmar una virilidad que, de otra manera, sería inaceptable. Por primera vez en su vida, un joven puede dejar de pedir perdón por existir y ser el agresor, siempre que esta agresión esté dirigida contra los nazis. Por esta razón los nazis se han hecho indispensables.

»Sin embargo, la oferta no corresponde a la demanda. Hemos puesto en marcha un proceso que permite fabricar nazis en cadena, pero sin calidad, porque tienen tendencia a deshacerse en pedazos. Me refiero a los falsos "crímenes de odio". Esta semana, los agresores homófobos del actor Jussie Smollett, que defendían la supremacía blanca, resultaron ser dos de sus amigos a los que él había pagado para que le agredieran, mientras entonaban eslóganes en favor de la victoria de Trump.

El actor Jussie Smollet, autodefinido como gay, fue atacado a finales de enero por dos hombres que le golpearon y le rociaron con lejía con alusiones a su condición racial y sexual y proclamando la consigna MAGA (Make America Great Again), lema de campaña de Donald Trump. Días después fue acusado por la Policía de haber organizado él mismo la agresión.

»Este escenario se ha convertido en algo normal. La agresión inicial es objeto de una amplia cobertura mediática, y las celebridades y los políticos se entregan en cuerpo y alma para condenar el acto cometido. Después llega el momento de introspección nacional. A menudo este conlleva un símbolo clásico del mal como un ahorcamiento, una esvástica o un pene, lo que indica generalmente, de manera muy clara, una especie de fantasma izquierdista.

»Unas semanas más tarde, el público descubre que la agresión ha sido completamente inventada, pero se sepulta la información, o bien es presentada de la manera más tediosa posible, si es que los medios de comunicación informan de ello. El culpable ha sido un insensato, pero sus intenciones eran buenas, porque ha conseguido atraer la atención sobre un problema verdadero. El único aspecto lamentable [de la manipulación] es que puede contribuir a crear una "reacción de rechazo".

»Debemos, por tanto, redoblar nuestros esfuerzos para poner fin al racismo, la misoginia, la homofobia, etc. Todos los hechos y todas las agresiones pueden ser integradas en la trama. En este ámbito, la política victimista se asemeja verdaderamente a una religión.

Traducción de Elena Faccia Serrano.

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