La pequeña Irene, de 6 años, debía haber muerto; por su curación ha sido beatificada María Ripamonti
El 26 de abril de 1967, Irene Zanfino, una niña de 6 años, sufrió un mortal accidente de coche que le ocasionó una parada cardíaca y un coma profundo. Fue trasladada al hospital de Bolzano, en Italia, donde dictaminaron que moriría en pocas horas, y que nada se podía hacer salvo acompañar y cuidar a la pequeña. En el improbable caso de sobrevivir, la ceguera y una parálisis general la acompañarían de por vida.
Sin embargo, un mes después, la pequeña fue dada de alta, curada de manera inexplicable.
Según la investigación de la Iglesia, el milagro lo obró la intercesión celestial de la religiosa María Ripamonti –sor Lucía de la Inmaculada–, fallecida en 1954, cuando tenía 45 años.
Este es el milagro que ha permitido beatificar a María Ripamonti. La ceremonia de beatificación tuvo lugar esta semana, en la catedral de Santa María Asunta y de los Santos Pedro y Pablo de Brescia, el pasado 23 de octubre, presidida por el cardenal Marcello Semeraro, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos.
Una santa ejemplo de piedad y humildad
María Ripamonti –sor Lucía de la Inmaculada– es para la Iglesia un ejemplo de virtudes vividas en grado heroico, especialmente la piedad y la humildad. Sus últimas palabras fueron: “Siempre he tenido los ojos fijos en Dios”.
De joven, hasta los 21 años, María fue participante activa de la Acción Católica y animadora en juegos y oración. Ayudaba a su familia trabajando en una empresa de hilados y en una fábrica.
En 1932 entró como religiosa en las Siervas de la Caridad. Vivió en la Casa Madre de la congregación y se ofreció a Dios como víctima de reparación por la salvación de los pecadores.
Oración, humildad y caridad: los pilares de sor Lucía
“Mi bien y mi riqueza debe ser Dios”. Era una de sus máximas de vida y en la que incidió el cardenal durante la celebración al recordar que “estaba siempre impregnada de humildad”.
La propia beata repetía que “lo mejor para un alma es hacer lo que Dios quiere de ella, pues su edificio espiritual se apoya en el fundamento profundo y sólido de la humildad”.
María Ripamonti -sor Lucía de la Inmaculada- dedicó su vida a la entrega a los demás y a la oración buscando pasar desapercibida.
Como religiosa era coadjutora, un puesto en el que se ayuda en las tareas diarias a los superiores, y en el que encontró una forma de vivir y trabajar lejos de todo protagonismo.
“Nuestra Beata vivía en silencio y con sencillez evangélica, encontrando en todo, incluso en los reproches y correcciones, un medio para humillarse y progresar así en la santidad”, expresó el purpurado.
Junto con esta virtud, el cardenal concluyó la homilía recordando también la caridad de sor Lucía, que “pasó su vida en la caridad, una caridad que encontró su fuente en la Eucaristía y en la oración diaria. Se distinguió por su humilde servicio, primero en la familia y luego en la comunidad”.
El pasado 24 de octubre, el Papa Francisco se refirió a ella como una “mujer mansa y acogedora que falleció tras una vida dedicada al servicio del prójimo, incluso cuando la enfermedad se había instalado en su cuerpo, pero no en su espíritu”.
Una curación asombrosa
La curación milagrosa que permite su beatificación benefició a la italiana Irene Zanfino, que en 1967 tenía 6 años. Tras su accidente de coche, en el hospital de Bolzano aseguraron que moriría en pocas horas o que, si sobrevivía, quedaría ciega y paralítica para siempre.
Pero al cabo de un mes la niña estaba sana. El médico Alberto Cuno Steger, el médico que dio el alta, confirmó lo sucedido durante el proceso de beatificación de sor Lucía.
Hoy, Irene está casada, no tiene secuelas del accidente, es enfermera y tiene tres hijos.
El abuelo de Irene escribió una carta a las siervas de la Caridad, orden a la que perteneció sor Lucía, explicando que los padres y abuelos, desesperados, habían estado rezando pidiendo la intercesión celestial de la Virgen y de esta religiosa.
Además, las religiosas que cuidaban a Irene eran también Siervas de la Caridad y habían puesto una estampa de sor Lucía bajo la almohada de la niña, como solían hacer en los casos desesperados. Una semana después la niña abrió los ojos.
Irene creció, estudió enfermería y cuidó a numerosos enfermos. Hoy Irene, felizmente casada, tiene tres hijos Simone, Martino y Tommaso y dos nietos, Marco Luigi y Giacomo y vive en Bolzano.
Irene acudió a la beatificación en Brescia con algunos familiares, un poco desconcertados por este regreso de notoriedad que la involucra. «Si pienso - observa Irene - que podría estar muerta y hoy soy esposa, madre y abuela habiendo vivido mi vida, me da escalofríos", declaraba a Il Corriere de Brescia.
"No sé cómo describir lo que siento - admite - porque es una mezcla de emoción, recuerdos de mis abuelos, de mis padres, hechos de la vida y al mismo tiempo de unas cosas de la que no tengo recuerdos directos, ¡excepto del aceite de ricino que las hermanas me daban en el periodo de rehabilitación!"
El proceso de beatificación empezó en 1993
La causa de beatificación de Lucia Ripamonti se inició en 1993 en la Diócesis de Brescia y en 1999 fue aceptada por la Congregación para las causas de los santos. En 2012, el obispo diocesano Ivo Muser abrió la investigación sobre el milagro que 9 años después concluyó con sor Lucía elevada a los altares junto con Sandra Sabattini, y que contamos extensamente en este enlace.
Puedes ver aquí -en italiano- a Irene Zanfino contando su historia de agradecimiento a María Ripamonti, sor Lucía de la Inmaculada.