Lunes, 23 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Jean-Luc aceptó y contraatacó con la suya: que la respuesta podía ser «No existe»

Ella, creyente, solo puso una condición para casarse: que él se plantease la existencia de Dios

Jean-Luc.
Jean-Luc no creía en Dios, pero quería a su novia lo bastante como para aceptar plantearse esa increencia. A cambio, claro, de que ella admitiese que sus reflexiones podían confirmarla...

C.L. / ReL

Cuando Jean-Luc conoció a la que acabaría convirtiéndose en su esposa, ella le dijo que era creyente. Él, no: “En aquel momento no me importaba en absoluto la cuestión de Dios”, declara a Découvrir Dieu.

Luego llegó el momento de pensar en el matrimonio y la chica apretó un poco más antes de dar el sí: “Mi novia me preguntó si estaba dispuesto a plantearme la cuestión de Dios. Le dije que sí, si ella aceptaba también que mi respuesta pudiese ser: ‘Dios no existe’. ‘Sí, siempre que aceptes hacerte preguntas’, respondió ella”. Se casaron.

Unas cenas cada vez más agradables

Al cabo de un tiempo, les invitaron a conocer a algunas personas cristianas con las que reunirse una vez al mes para hablar de Dios en torno a una cena. Jean-Luc no lo menciona, pero todo apunta a que se trata de unas cenas Alpha, cuya dinámica consiste precisamente en un encuentro en confianza y apertura al debate sobre los grandes temas existenciales.

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 “Al principio me sentía a disgusto”, confiesa Jean-Luc, “compartiendo mesa con gente a la que prejuzgaba”: “Me preguntaba qué hacía yo con aquellas personas: no tenía nada que ver con ellas, no teníamos la misma profesión, ni proveníamos del mismo medio, ni compartíamos opiniones políticas ni la forma de entender la vida. ¡No entendía qué hacíamos juntos! Pero a medida que vas frecuentando a alguien, vas aprendiendo a mirarla de distinta manera y valoras estar con ella. Comienzas a apreciarla, incluso a apreciar las diferencias”.

En esas cenas iba saliendo la cuestión de Dios y se comentaban las respuestas, y Jean-Luc empezó a mirar de otra manera aspectos que nunca había considerado.

Al llegar el verano, él y su mujer decidieron hacer un retiro para compartir esas mismas cosas, pero “en pareja, en familia”. Jean-Luc atravesaba un momento complicado, en el trabajo y en el hogar: “Me sentía cansado y preocupado. Me estaba resultando complicado conciliar el ritmo de vida profesional y la vida de familia, y además tenía que ir a ver a mis padres, que se habían divorciado, y con quienes mantenía una relación tensa”.

Lo dejo en tus manos...

Y entonces, durante una misa del retiro, Jean-Luc hizo “un acto de fe”: “Supe que, solo con mis propias fuerzas, me resultaría imposible pasar aquel verano y volver al trabajo con serenidad. Le entregué a Jesús todo lo que me pesaba y me impedía avanzar. ‘Todo te lo entrego, ¡tienes que ayudarme!’, le dije”.

“Aquel día viví un encuentro personal con Jesús”, evoca ahora: “La paz interior que recibí me permitió abordar mis dificultades con mayor serenidad. Me costó mucho esfuerzo, porque esto no es magia. Y con esa paz interior pude abordar la relación con mis padres y también tomar decisiones profesionales".

Pero la transformación de verdad fue espiritual: "Cambié mi mirada sobre mí mismo y sentí la mirada de Jesús, la mirada de Alguien que me ama. Una vez que experimenté el amor de Dios, conseguí amarme a pesar de mis debilidades, de mis cobardías, de mis oscuridades, de mis suciedades. Pude mirarlas como Jesús las mira y ver también lo que hay de bueno en mí y en los demás”.

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