El acoso y el adoctrinamiento le etiquetaron y cambiaron su identidad
Garrett Johnson, ya libre: «Nunca me sentí gay hasta que la gente me dijo repetidamente que lo era»
Garrett Johnson fue etiquetado como gay por primera vez a los siete años. Se resistió todo lo que pudo, pero acabó cediendo cuando la identidad se apoderó de él. Llevó una vida gay durante más de quince años y empezó a consumir drogas y alcohol en exceso para adormecer el dolor de vivir esa identidad. Cuando se acercaba al final de la treintena, se dio cuenta del vacío y el dolor de su vida y poco a poco volvió a Cristo y después a su Iglesia. Se unió al apostolado Courage, redescubrió su verdadera identidad y ahora la vive abiertamente con la esperanza de llevar a otros a esa misma libertad.
Recientemente él mismo ha contado su historia en Crisis Magazine:
Bajando de la montaña
Alrededor de los seis años me secuestraron, metafóricamente. Mis secuestradores me sacaron de la tierra de la identidad que yo conocía como verdadera y me transportaron, contra mi voluntad, a una montaña de mentiras. Mientras subía por esa montaña, me sedujeron y me adoctrinaron. Cuando los que me apartaron de mí mismo llegaron a cierto punto de la montaña, me abandonaron a mi suerte con la nueva identidad que habían forjado.
Necesité treinta años de lucha para bajar la montaña de la homosexualidad en la que me habían dejado y volver a la identidad que Dios me había dado. Una vez al pie de esa montaña, quise ayudar a otros a encontrar el camino de bajada. Pero no sabía exactamente cómo hacerlo.
Madre Angélica, Asís, Orvieto...
En 2017, visité el Santuario del Santísimo Sacramento en Alabama después de que me entrevistaran en EWTN sobre el apostolado Courage. Mientras estaba allí, bajé a visitar la tumba de la Madre Angélica, y salí sintiendo una fuerte conexión con ella que no tenía antes de mi visita.
El testimonio de Garrett para Courage (en inglés).
Un año después, volví al Santuario en la fiesta de San Francisco de Asís y sentí, durante la misa, que debía seguir a este santo. Sin saber exactamente lo que eso significaba, compartí mi sentimiento con mi director espiritual, que me sugirió encarecidamente que hiciera una peregrinación a Asís. Yo nunca había salido del país y estaba un poco nervioso, así que él se ofreció a acompañarme al menos durante parte del viaje. Me puse en contacto con una agencia de viajes y el viaje quedó fijado.
El padre y yo pasamos dos hermosos días en Asís y luego nos dirigimos a Roma. De camino, sugirió desviarnos a Orvieto, lugar de un milagro eucarístico, o al menos donde se conserva una Hostia milagrosa. Mientras subíamos por la sinuosa carretera de montaña, nos encontramos con una casa apartada de la carretera y una mujer delante de ella. Iba vestida formalmente y muy maquillada... mucho. Soy peluquero, así que veo a muchas mujeres maquilladas, y esta mujer estaba realmente maquillada. Me pareció extraño, pero no le dije nada al padre.
La sensación de estar atrapado
Seguimos subiendo la montaña por otra curva y allí, en el mismo lado de la carretera, había otra mujer vestida de manera semiformal y muy maquillada. Bajé el volumen de la música del coche y le pregunté al padre si había una parada de autobús cerca; me dijo que no y me preguntó: "¿Por qué?". Le dije que parecía que esas mujeres estaban esperando a que las recogiera un autobús, y me contestó: "Están esperando a que las recojan". Entonces lo entendí. Eran prostitutas. Me dijo que sí y que probablemente habían sido víctimas de la trata. Estas palabras me revolvieron las tripas mientras seguíamos subiendo la montaña hacia Orvieto.
Fuimos a la iglesia donde se encuentra la Hostia milagrosa y después nos tomamos un delicioso almuerzo. Pero no podía quitarme a estas mujeres de la cabeza, así que volví a hablar de ellas durante la comida. Sentí que debíamos hacer algo por ellas. El padre me explicó que no había mucho que pudiéramos hacer, ya que quien traficaba con ellas probablemente las estaba vigilando. Después de comer, continuamos el viaje hacia Roma.
Mientras conducíamos, me imaginaba que estas mujeres víctimas de la trata no hablaban italiano y no tenían documentos, por lo que no podrían salir del país aunque pudieran escapar de sus traficantes. Se me ocurrió que estaban atrapadas en una montaña con una identidad que no querían y sin nadie que las ayudara, y se me ocurrió que en parte por eso no podía quitármelas de la cabeza. Tenemos algo en común. Les han dicho que son prostitutas, las han obligado a vivir esa identidad y no tienen a nadie que las ayude; igual que a mí me dijeron que era gay y sentí que no tenía más remedio que vivir esa identidad y no tenía a nadie que me ayudara.
Cuando volví a casa, la gente me preguntaba cuál había sido la parte más memorable de mis dos semanas en Italia. De todos los lugares hermosos que vi y experimenté, mencioné repetidamente a estas mujeres. Me sentía tan mal por su situación y por no haber hecho nada para ayudarlas. Un día, hablando con un cliente, me di cuenta de que no podía hacer nada para ayudar a esas mujeres a bajar de la montaña. Pero sí había algo que podía hacer para ayudar a los hombres atrapados en la montaña de la homosexualidad. Me habían rescatado de la falsa identidad que me habían asignado, y podía ayudar a mostrar a otros el camino para bajar de la montaña.
El camino para bajar de la montaña de verse a uno mismo como prostituta, me imagino, es similar al camino para bajar de la montaña de verse a uno mismo como gay. Una vez que el abuso cambió la visión que tenían de sí mismas, se dispusieron a vivir esa realidad sin más opciones, como hice yo. Bajar de esa montaña requiere un esfuerzo considerable, la voluntad de sufrir y el deseo dado por Dios de ser como realmente somos, no como nos han dicho que somos.
El papel de la pornografía
A una edad temprana, empecé a oír la palabra gay para describirme. No estaba seguro de lo que significaba la primera vez que la oí, estaba en el jardín de infancia o en primer curso, pero me di cuenta de que no era buena. Los insultos continuaron durante todos mis años escolares, tanto en la escuela como en casa. Mis padres no lo sabían porque me daba vergüenza contárselo, así que me lo guardaba para mí, como también guardé todo el dolor y la confusión que me causaba.
Me gustaban las chicas de una forma que no me gustaban otros chicos, pero incluso algunas de esas chicas por las que me sentía atraído pensaban que yo era gay, lo que hería mi alma sensible. La palabra "gay" se repetía con frecuencia, sacándome poco a poco de quien yo sabía que era a un nivel profundo y haciéndome cuestionar mi identidad. Entonces, alrededor de los diez u once años, el abuso sexual pasó a formar parte de mi vida.
La primera vez que me sedujeron fue por una revista Playboy que se pasaban los chicos del barrio. Me impactó ver cómo las mujeres, a las que siempre había visto como misteriosas, de repente se desmitificaban. Allí estaban con todas las partes que había oído, y sobre las que me había preguntado, en plena exhibición. Lo que vi me escandalizó, me avergonzó y me excitó, lo que me llevó a buscar una satisfacción conmigo mismo. Poco después, la revista Club contribuyó a mi seducción sexual. En esta revista había hombres y mujeres sin ropa que simulaban actos sexuales de los que yo había oído hablar pero que nunca había visto.
Poco a poco empecé a hacer lo que me hacía sentir bien (pero ahora sé que era una suerte de abuso contra mí mismo) mientras miraba la revista. Después de unas cuantas veces, empecé a aburrirme. En una ocasión, estaba mirando a la mujer, y de repente mis ojos saltaron al hombre, y me excité. Me sentí mal. ¿Qué acababa de pasar? Pasé de mirar a la mujer a mirar al hombre. Nunca se me había ocurrido hacerlo antes de mirar esta revista, y ahora lo había hecho. Me había convertido en lo que me habían dicho que era.
"Programados"
Lo oculté lo mejor que pude durante el instituto. Pero una vez fuera de la escuela, empecé a abusar del alcohol y la marihuana, y a ir a clubes gays. En esos clubes conocí a hombres que habían aceptado lo que les habían dicho que eran. Hablando con algunos de ellos, a medida que nos hacíamos amigos, descubrí que muchos habían sufrido abusos, intimidaciones y tenían relaciones difíciles con sus padres y otros hombres.
Garrett, en su juventud.
Aunque en general todos teníamos antecedentes similares, ninguno de nosotros equiparaba realmente nuestros puntos en común con nuestra atracción. En retrospectiva, reconozco que esto se debe a la sugerencia temprana de que ser gay es nuestra identidad. Esta programación es poderosa, sobre todo cuando empieza a una edad muy temprana.
Cuando las heridas se nos infligen lo suficientemente pronto en la vida, no las recordamos, y la lesión resultante parece formar parte de lo que somos. Nuestras heridas se convierten en nuestra identidad, así que lo aceptamos o lo reprimimos sin saber que nuestra atracción por el mismo sexo es algo que puede sanarse en distintos grados. Así que lo fui aceptando poco a poco hasta que, unos años más tarde, salí del armario ante todos mis conocidos como un gay orgulloso de serlo.
Viví al máximo una de las muchas identidades opcionales bajo el paraguas gay. Hablaba con una afectación feminizada, me depilaba las cejas, llevaba grandes pendientes de aro, tenía las uñas largas, me maquillaba y vestía ropa andrógina. Nadie habría sospechado nunca que, en el fondo de mi mente, aún recordaba quién solía ser y, de alguna manera, quería averiguar qué había pasado.
El reencuentro
Tras años viviendo la identidad gay, empecé a cuestionarme cosas. ¿Por qué nunca me sentí gay hasta que la gente me dijo repetidamente que lo era y me dejé seducir por el porno? ¿Por qué a veces seguía sintiéndome atraído por las mujeres pero lo desestimaba, repitiendo el adoctrinamiento gay? Estas preguntas, y no necesariamente el deseo de sanar nada, me llevaron a la terapia, al igual que mi deseo de dejar la marihuana.
Tenía muchas preguntas, entre ellas por qué me aparté de la fe católica de mi infancia y, también, acerca de la raíz de mis adicciones y atracción hacia el mismo sexo. Además de preguntarle a mi terapeuta, también recé y le pregunté a Jesús, y Él me fue respondiendo poco a poco a través de la terapia, el estudio, la oración y las Escrituras.
Llegué a ver que, a una edad temprana, me sentía diferente, pero no de una manera que yo viera negativamente. Entonces la gente empezó a asignar un significado sexual a estas diferencias y yo empecé a verme a mí mismo de una forma negativa, de una forma que me hacía diferente de otros hombres porque no encajaba perfectamente en el molde de lo que algunos en la sociedad dicen que un hombre debe sentir y actuar. Así que asumí que eso significaba que no era un hombre.
Soy sensible, pero los "hombres de verdad" no lo son. Quiero estar cerca de las mujeres y amarlas, pero no utilizarlas sexualmente, pero "los hombres de verdad" sí lo hacen. Me gusta el arte, pero a "los hombres de verdad" les gustan los deportes. Me gusta ser amable, pero "los hombres de verdad" son bruscos y agresivos.
Veía a los hombres como diferentes de mí y por eso empecé a querer estar con ellos, para obtener de ellos lo que me faltaba. Y gracias a la pornografía, creí que la mejor manera de hacerlo era a través de la actividad sexual. Cuando participé en esta actividad, me sorprendió todo lo que había de malo en ella. Las cosas no encajaban entre dos hombres como lo hacían entre un hombre y una mujer, y las formas que podían hacer que las cosas encajaran creaban dolor y exposición a enfermedades. Pensé que esto no podía ser lo que Dios pretendía. Si "hacer el amor" no era posible entre dos personas del mismo sexo sin dolor, exposición a enfermedades o dispositivos periféricos, entonces esto no puede ser natural o de acuerdo con el diseño de Dios.
Tenía muchas peticiones para Dios, la primera de las cuales era que me ayudara a dejar de fumar marihuana, cosa que Él me concedió. Limpio de drogas y alcohol y de la neblina en la que me habían mantenido y que me permitía vivir la falsa identidad gay, volví a Él y a Su Iglesia. Una vez de vuelta en la Iglesia, me presentaron las enseñanzas de la Iglesia sobre la atracción hacia el mismo sexo, lo cual fue un alivio. Haber confirmado por fin lo que había sentido desde el principio de mi viaje por la montaña me trajo libertad y paz. No soy quien la gente me decía que era. Mi identidad me la ha asignado Dios, y nada de lo que haga o sienta puede cambiarlo.
Poco después conocí el apostolado Courage que, junto a la terapia y una vida sacramental, me ayudó a reintroducirme en mi antiguo yo y a sanar las heridas que hicieron posible que me llevaran a la falaz montaña de la identidad gay. Ahora entiendo que hay todo tipo de variaciones en la masculinidad. Había vivido lo que creía que me convertiría en un "hombre", lo que implicaba ser colérico, agresivo, duro y malhablado, y había reprimido la ternura de mi corazón y mis emociones, lo que me trajo adicción, aislamiento, oscuridad y miseria. Yo quería lo que creía que vendría de vivir lo que recordaba en mi corazón, y decidí que estaba dispuesto a sufrir para vivirlo, incluso si significaba ser vulnerable y ser herido a veces.
Años después, sigo siendo una obra en construcción. Pero estoy agradecido de que ya no habito en la montaña de la falsa identidad que me asignaron los demás. Soy un hijo de Dios amado incondicionalmente y nada más. Aquí es donde tengo la bendición de estar.
Tengo una fuerte relación con mi padre y mi hermano y tengo muchas amistades masculinas castas. Mi relación con mi madre es equilibrada, llevo 13 años sin consumir drogas, tengo paz y amor en mi corazón y soy amigo de Jesucristo.
¡Qué asombroso es todo esto! Amigos de Dios. Mirad lo que Jesús hizo por mí y lo que puede hacer por ti o por tus seres queridos. A través de mi sitio web, mis ocasionales charlas públicas, mi testimonio en Crisis Magazine y mi manuscrito inédito, Becoming a Good Man [Convertirse en un buen hombre], espero ayudar a muchos otros dispuestos a recorrer el desafiante pero gratificante camino para salir de la montaña de la homosexualidad.