Con novia, entró en un retiro vocacional por una apuesta («¿tu bici de montaña?») y ya casi es cura
Carlos Herrea Holguín es seminarista en su trecer año de teología y el menor de una familia de 13 hermanos, religiosa. La historia de su vocación es peculiar: él no tenía interés por la vida sacerdotal, pero, aunque tenía novia, entró en un retiro vocacional por una apuesta con un amigo: ¡había una bicicleta de montaña en juego! Lo cuenta en el semanario mexicano Desde La Fe. Lo reproducimos aquí.
***
Hola, mi nombre es Carlos Herrera Holguín, nací en Ciudad Juárez, Chihuahua. Soy norteño. Mis padres, Juana Holguín y Jesús Herrera, gozan ya de la Gloria del Señor.
Crecí en un ambiente religioso, mi infancia fue muy feliz; soy el menor de 13 hermanos (12 hombres y una mujer), por lo que fui un niño seguro y cuidado por todos.
¡Dios me llamó por una apuesta! Así es, aunque no lo creas.
Participaba yo en el coro de mi parroquia, cuando un amigo me pidió que lo acompañara para llevarlo a un retiro espiritual al Seminario; era el pre-seminario, así que le pedí a mi novia que me acompañara.
Cuando llegamos, aquél amigo se arrepintió y no quiso quedarse. Le dije:
- Oye, ¡tienes que quedarte!, ¿acaso no tienes palabra?
Asustado, me dijo:
- Sí, pero me da miedo.
Quise convencerlo de muchas formas, y al final me dijo:
- Si tanto insistes, ¿por qué no te quedas tú?
Y retándolo, le dije:
- ¿Cuánto apuestas a que sí me quedo?
Contestó:
- Lo que quieras.
En ese momento recordé que él tenía una bicicleta de montaña que a mí siempre me había gustado mucho, y le dije:
- ¡Te apuesto tu bici de montaña!
Él aceptó. Me quedé en aquel retiro únicamente por ganarle la apuesta.
Mi novia me miraba sorprendida; le dije: “sólo es una apuesta, no te preocupes”.
Fue en ese retiro donde descubrí que Dios quería algo de mí, pues en el transcurso algo pasó, que todo fue cambiando; al final, para las entrevistas con los formadores, me dijeron que había sido aceptado, y que si era mi deseo, podía ingresar. Así comenzó la aventura de seguir al Señor.
Enfermedad y muerte en casa
Tres años más tarde falleció mi padre, y tuve que abandonar el Seminario, pues alguien tenía que hacerse cargo de mi madre, que ya era anciana y estaba enferma. Ella fue llamada a la Casa del Padre en el 2008.
Casi 20 años después, el Señor volvió a encender la llama de la vocación, por lo que tomé la decisión de venir a la Ciudad de México con la finalidad de encontrar una comunidad religiosa, a fin de cumplir el deseo de responderle a Dios.
Estando en la comunidad, me diagnosticaron cáncer de páncreas, por lo que ya no pude continuar ahí, y después de ganarle la batalla a la enfermedad, ingresé al Seminario Conciliar de México, donde actualmente estudio el tercer año de Teología. Ahora me encuentro sano y terminando los últimos años de formación.
El camino ha sido duro, pero la recompensa, la alegría y la satisfacción del llamado de Dios, no lo cambio por nada.
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Hola, mi nombre es Carlos Herrera Holguín, nací en Ciudad Juárez, Chihuahua. Soy norteño. Mis padres, Juana Holguín y Jesús Herrera, gozan ya de la Gloria del Señor.
Crecí en un ambiente religioso, mi infancia fue muy feliz; soy el menor de 13 hermanos (12 hombres y una mujer), por lo que fui un niño seguro y cuidado por todos.
¡Dios me llamó por una apuesta! Así es, aunque no lo creas.
Participaba yo en el coro de mi parroquia, cuando un amigo me pidió que lo acompañara para llevarlo a un retiro espiritual al Seminario; era el pre-seminario, así que le pedí a mi novia que me acompañara.
Cuando llegamos, aquél amigo se arrepintió y no quiso quedarse. Le dije:
- Oye, ¡tienes que quedarte!, ¿acaso no tienes palabra?
Asustado, me dijo:
- Sí, pero me da miedo.
Quise convencerlo de muchas formas, y al final me dijo:
- Si tanto insistes, ¿por qué no te quedas tú?
Y retándolo, le dije:
- ¿Cuánto apuestas a que sí me quedo?
Contestó:
- Lo que quieras.
En ese momento recordé que él tenía una bicicleta de montaña que a mí siempre me había gustado mucho, y le dije:
- ¡Te apuesto tu bici de montaña!
Él aceptó. Me quedé en aquel retiro únicamente por ganarle la apuesta.
Mi novia me miraba sorprendida; le dije: “sólo es una apuesta, no te preocupes”.
Fue en ese retiro donde descubrí que Dios quería algo de mí, pues en el transcurso algo pasó, que todo fue cambiando; al final, para las entrevistas con los formadores, me dijeron que había sido aceptado, y que si era mi deseo, podía ingresar. Así comenzó la aventura de seguir al Señor.
Enfermedad y muerte en casa
Tres años más tarde falleció mi padre, y tuve que abandonar el Seminario, pues alguien tenía que hacerse cargo de mi madre, que ya era anciana y estaba enferma. Ella fue llamada a la Casa del Padre en el 2008.
Casi 20 años después, el Señor volvió a encender la llama de la vocación, por lo que tomé la decisión de venir a la Ciudad de México con la finalidad de encontrar una comunidad religiosa, a fin de cumplir el deseo de responderle a Dios.
Estando en la comunidad, me diagnosticaron cáncer de páncreas, por lo que ya no pude continuar ahí, y después de ganarle la batalla a la enfermedad, ingresé al Seminario Conciliar de México, donde actualmente estudio el tercer año de Teología. Ahora me encuentro sano y terminando los últimos años de formación.
El camino ha sido duro, pero la recompensa, la alegría y la satisfacción del llamado de Dios, no lo cambio por nada.
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