Viernes, 22 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Munilla: «Es imperdonable que el martirio de los cristianos no dé en nosotros frutos de conversión»

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Monseñor Munilla habla del relativismo y la indiferencia
Monseñor Munilla habla del relativismo y la indiferencia
El obispo de San Sebastián, José Ignacio Munilla, tiene claro cuáles son los males que aquejan a la sociedad de hoy, también a los católicos. En su opinión, existe una relación directa entre la "dictadura del relativismo" que denunciaba Benedicto XVI y la "globalización de la indiferencia" de la que habla Francisco.

En una entrevista para la web Primeros Cristianos, el prelado vasco denuncia la tentación que existe hoy de "encerrarse en una burbuja narcisista" y también pide a los católicos de Occidente a "convertirse" al observar el martirio que sufren sus hermanos.

-¿Cuál debe ser la actitud de los cristianos ante sus hermanos perseguidos a causa de su fe?
-A la hora de responder esa pregunta, lo primero que nos viene a la mente es la importancia de hacer oír nuestra voz para denunciar la falta de libertad religiosa, o la de comprometernos en nuestra ayuda solidaria. Pero permitidme que señale otro aspecto al que pocas veces hacemos referencia: Ante la persecución de los cristianos, lo primero que me viene a la mente es la frase del Señor a aquellas mujeres que lloraban por él: “Hijas de Jerusalén; no lloréis por mí, llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos. (…) Porque si en el leño verde hace esto, ¿en el seco qué se hará?” (Lc 23, 28-31).

Bajo la perspectiva que nos dan estas palabras del Evangelio, creo que sería un error el mirar a los hermanos perseguidos con un mero sentimiento de compasión, como quien contempla algo que a él no le incumbe; cuando en realidad, nuestra situación de secularización en Occidente, es todavía mucho más preocupante.

Baste recordar la conocida expresión de San Agustín: “De dos maneras ataca el mundo a los seguidores de Cristo: los halaga para seducirlos o los atemoriza para doblegarlos”. Nuestro peligro está en ser seducidos por el espíritu mundano, lo cual nos aleja del martirio de nuestros hermanos de Oriente o de África. Por lo tanto, pienso que nuestra actitud ante la persecución de nuestros hermanos debe de ser, ante todo y sobre todo, la de sentirnos llamados a la conversión. Sería imperdonable que su martirio no diese en nosotros frutos de conversión.

-El Papa Francisco ha hablado en más de una ocasión de la “globalización de la indiferencia", ¿cómo nos afecta a los cristianos?
-La insistencia del Papa Benedicto XVI a la hora de denunciar el relativismo, la tiene el Papa Francisco a la hora de denunciar la indiferencia. Y, en efecto, la indiferencia es hija del relativismo (y madre de él, al mismo tiempo). Como dice el refrán, “siembra vientos y recogerás tempestades”: si no existe una verdad objetiva a la que servir, la tentación es la de encerrarse en una burbuja narcisista.

Y a esto hay que añadir un matiz: al igual que Benedicto XVI habló de la “dictadura del relativismo”, en nuestros días asistimos al “absolutismo de la indiferencia”, que se revuelve, como si de la “niña del exorcista” se tratase, ante el testimonio de los santos y contra la palabra profética de la Iglesia. Existe una “pinza” entre los fundamentalismos y la indiferencia-relativismo, en medio de la cual está teniendo lugar el martirio de los cristianos.


Monseñor Munilla, durante un viaje a Kenia y Etiopía

-¿Qué ejemplo podemos tomar los cristianos de hoy de los primeros cristianos?
-En los primeros siglos de la Iglesia, la mayoría de los primeros cristianos pertenecían a las clases sociales más pobres. Ellos eran los que estaban más libres del espíritu mundano. Los ricos y los intelectuales, en un primer momento, estuvieron demasiado apoyados en sus falsas seguridades para poder acoger la llamada a la conversión.

Bajo esta misma lógica, observamos que en el momento presente, la Iglesias con más pujanza en el orbe católico son las de África y las de Asia (quizás también las de algunos lugares de Hispanoamérica). Creo que debemos de estar muy abiertos a acoger el testimonio de la frescura de su fe, sin permitir que sean los sectores más secularizados e incapaces de transmitir la fe a las nuevas generaciones, los que pretendan definir o reflejar el rostro de la Iglesia del futuro. La Iglesia no es ni debe de ser eurocéntrica.

-Estamos al final del Año de la Misericordia, ¿algún consejo para este sprint final?
-El momento final del Jubileo de la Misericordia coincide con este mes de noviembre, tradicionalmente dedicado a la oración por los difuntos. Una oportunidad de oro para enfatizar la última obra de misericordia corporal (“enterrar a los muertos”), así como la última obra de misericordia espiritual (“orar por los vivos y difuntos”).

Creo que sería maravilloso que en estos últimos días del Año Jubilar nos centrásemos en aplicar la indulgencia plenaria por nuestros difuntos, tal y como la doctrina de la Iglesia nos aconseja, en virtud del misterio de la comunión de los santos. Nuestro deber de ser misericordiosos no termina con el fin de la vida de nuestro prójimo, sino que se extiende más allá de la muerte.

-Usted es un experto en comunicación. ¿Cómo debe adaptarse el mensaje de Cristo a este nuevo escenario?
-Buen comunicador es el que hace que la Verdad resulte apasionante… Por ello, lo primero es que creamos firmemente en la gran potencialidad del Evangelio para ser “comunicado”. Lo principal a la hora de comunicar es tener una verdad que transmitir. Frente a quienes piensan que la “comunicación” es la habilidad de vender humo, es necesario que nosotros nos centremos más en el contenido del mensaje que en el formato. Lo cual no quiere decir que no tengamos que hacer un esfuerzo en las formas; pero eso sí, nunca al precio de supeditar el fondo a la forma.

Santo Tomás de Aquino dice en la Suma Teológica que “el bien es difusivo, por sí mismo”. Pienso que lo mismo ocurre con la verdad: la verdad es difusiva por sí misma. Tal vez la Iglesia no sea la mejor comunicadora, pero, sin duda, es la que tiene el mejor mensaje. Iremos aprendiendo poco a poco a ser buenos comunicadores, es decir, a transmitir la Verdad de forma apasionante.
 
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